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Los caballos españoles del siglo XIX.

- INICIO.

- BREVE RESEÑA HISTÓRICA.

- CASTAS EQUINAS ESPAÑOLAS.

       - TIPO DE MARISMAS Y RIVERAS.

       - TIPO DE LAS SIERRAS.

       - TIPO DE LAS CAMPIÑAS.

       - EL CABALLO DE TIRO.

       - LA CASTA FINA.

- LA CRÍA CABALLAR EN EL SIGLO XIX.

       - EXCESO DE INTERVENCIÓN.

       - DESINTERÉS Y ABANDONO.

       - ESCASEZ DE PASTOS.

- PROBLEMAS DE INTENDENCIA.

       - REQUISAS.

       - BAJO PRECIO.

       - EL PROBLEMA DE LAS MULAS.

       - EL USO DEL COCHE.

- DESARROLLO DE LA ZOOTÉCNIA.

       - PRIMEROS INTENTOS DE MEJORA.

       - EL SISTEMA PASTORIL.

       - SELECCIÓN CONTRARIA.

- PERMANENCIA DE LA RAZA PURA.

      - DEPÓSITOS DE SEMENTALES.

      - DEBATE SOBRE SU CONSERVACIÓN

- RESISTENCIA DEL CABALLO ESPAÑOL.

       - MOTIVOS DE DESAPEGO.

- BIBLIOGRAFÍA.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Caballo de la Giara (Cerdeña)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Caballo Normando

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Alfonso XII, S. Saavedra 1887 (AFCM)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Desarrollo de la zootecnia.

 

Las condiciones bioclimáticas influyen de forma decisiva en la fisonomía del caballo. La temperatura, la humedad, el tipo de suelo o la cantidad y calidad del alimento son factores a los que es especialmente sensible y producen diferencias muy considerables entre las poblaciones, en mucha mayor medida de lo que afecta a otras especies.

 “Todas las razas de caballos se pueden reducir a dos grandes clases, que se distinguen por caracteres muy visibles producidos por la influencia del clima. En la primera clase pueden colocarse todas las razas de caballos que habitan en países cálidos y secos, como la Arabia, Persia, Berbería y España. Se distinguen en la elegancia de sus formas; en la finura y hermosa proporción de sus miembros; en la celeridad, regularidad y velocidad de sus movimientos; en la intrepidez y fogosidad de su índole, y en la docilidad y suavidad de su boca, por cuyas cualidades son reputados desde la más remota antigüedad por los mejores caballos de silla.

La segunda clase comprende los caballos criados en los países fríos y húmedos, como Francia, Inglaterra, Alemania, etc., denominados por esto caballos del Norte, que se distinguen de los otros en la mayor fuerza y resistencia para el trabajo; en la pocas elegancia y proporción de sus formas; por la mayor tosquedad de sus miembros; por la dureza y poca velocidad de sus movimientos; por su menor intrepidez y fogosidad, y por su indocilidad y dureza de su boca, por todo lo cual nunca han sido buenos para montar, pero sí los mejores para el tiro.” (Briones, Pedro y Nieto, Juan Abdón. 1851. Manual de Veterinaria)

Las condiciones climáticas de la península ibérica conformaron una raza de caballos silvestres con tres variedades: la esteparia, la marismeña y la de montaña o serrana. Todas con buenas cualidades ecuestres si bien, por su formato, destacaba el tipo estepario sobre los otros dos. De estos tres tipos caballares proceden el afamado caballo español y el lusitano. El caballo ibérico es, por tanto, una raza ambiental cuya conformación es debida a la naturaleza. Los ibéricos hemos disfrutado desde la prehistoria de nuestros caballos sin modificarles más que mezclando las tres variedades peninsulares; con el marismeño cuando se quería aumentar la alzada, con el de montaña para aportarle más resistencia o con el estepario para dotarle de más velocidad.   

En la Europa septentrional no contaban con caballos adecuados para la equitación. Eran animales robustos pero bastos, torpes y de carácter terco, flemático y ausente, adecuados para trabajos pesados pero ineptos para la silla. Conscientes del valor estratégico-militar de los caballos de casta fina o de carrera, procuraron, desde épocas muy remotas, cruzar sus caballos autóctonos con los ibéricos para producir animales con características más adecuadas a sus necesidades bélicas (agilidad, velocidad, docilidad, inteligencia, voluntad, fogosidad, etc.). De esta manera se habituaron a intervenir en la cría de sus caballos para lograr artificiosamente lo que la naturaleza les había negado y, al cabo de los siglos y de mucho esfuerzo, llegaron a formar razas aptas para muy diversas actividades: tiro pesado, tiro ligero, caza o carreras. La nación que más destacó en la aplicación de la zootecnia fue Inglaterra: “De los buenos caballos ingleses convendría que trajésemos bastante número, porque esta nación emprendedora y sabia, después que afinó algún tanto sus yeguas bastas con caballos españoles, según se lee en los libros, no ha cesado de enviar a la Arabia por padres, que con otras distintas mezclas posteriores, les dan castas para muy diversos usos, cuyos servicios sorprenden a tanto extranjero como los conoce”. (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España)

Durante los reinados de Enrique VIII y Eduardo VI ya se importaban caballos de España para la mejora de sus castas pero, al parecer, tomó más auge durante el reinado de Isabel I. La amenaza de invasión de la Armada Invencible les hizo percatarse de la inferioridad de su caballería:  …”En tiempo de la reina Isabel, cuando la formidable armada de Felipe II se dirigió contra Inglaterra , apenas pudieron reunir tres mil caballos, y en el día cuentan más de dos millones, número que no puede presentar ni la Francia”. (Echegaray, José. 1857. Zootéchnia)

Al tiempo que, el naufragio de la armada española, les proporcionó muchos caballos enteros que lograron arribar a las costas británicas. La reina Isabel importó un buen plantel de yeguas españolas que fueron el germen del Pura Sangre inglés. Hasta que empezaron a importar caballos árabes y berberiscos, el caballo español mantuvo la predilección de los criadores ingleses, como se desprende de los elogiosos comentarios de duque de Newcastle. En 1689 el capitán Byerley importó un caballo de Turquía al que luego se le conoció como Byerley Turk. En 1704 se importó a Darley Arabian y en 1730 a Godolphin Arabian. Del cruce de estos tres sementales y las yeguas existentes en las caballerizas inglesas surgió la raza Thoroughbred o Pura Sangre inglés.

Esta nueva raza inglesa llegaría a desbancar a la española como raza de referencia de las caballerías europeas, incluso en España y Portugal.

El caballo ibérico había permanecido inalterado a lo largo de los siglos pero el arquetipo hípico había mudado. Esto no sólo afectó al comercio (sumergido o legal) con Europa, también llegó a influir en el criterio de las élites españolas que empezaron a ver su raza como una antigualla incapaz de competir con las nuevas razas artificiales y concluyeron, erróneamente, que: si los caballos españoles eran antes tan buscados y alabados y ahora ya no, tenía que deberse a que la raza había degenerado:  En un tiempo en que se hallan tan desacreditados nuestros caballos españoles, porque ha querido la desgracia lleguen a la última decadencia; en un tiempo en que los mismos hijos de la patria se burlan de ellos, y oyen como fábulas las alabanzas que tan justamente les prodigan los que con más experiencia, con mejor juicio y mas discernimiento los conocen; y en un tiempo, en fin, que ha llegado a hacerse moda preferir esos malos jacos de Francia que introducen los chalanes, abusando de nuestra ignorancia y credulidad , y vendiéndolos como buenos a precios exorbitantes”. (Laiglesia y Darrac, Francisco. 1851. Memoria sobre la cría caballar de España)

Este pensamiento arraigó con fuerza entre los eruditos y les condujo a la idea de que era inaplazable su regeneración. Unos se decantaban por seguir el ejemplo de Inglaterra y cruzarlo con árabes y berberiscos, otros opinaban que sería más rápido cruzarlo directamente con el inglés, otros proponían que se siguieran las lecciones de la zootecnia europea y se crearan o implantaran todas las diferentes razas europeas en nuestro país ya que todas tenían su utilidad y una sociedad avanzada no podía prescindir de ellas (poco quedaba para que todas las sociedades avanzadas prescindieran del caballo). Pero también había algunos que opinaban que había que mantener la raza pura, entre ellos la mayor parte de los ganaderos.

Esta alteración en el concepto y apreciación del caballo español y el consiguiente afán por regenerarle mediante cruzamientos con razas exóticas fue, a la postre, la verdadera causa de su declive.

 

Primeros intentos de mejora.

A lo largo de la historia de España ha habido algunos proyectos que mezclaron yeguas españolas con caballos de razas extranjera; el más persistente posiblemente haya sido el emprendido por Felipe II en 1572, quien dispuso que se reunieran tres lotes de yeguas españolas, uno de 600 en Córdoba, otro de 400 en Jerez de la Frontera y un tercero en Jaén, con 200, y que se importaran caballos napolitanos y daneses para engendrar con ellas. Por lo que nos cuenta Pomar se logró una casta fuerte y fina, pero también nos informa que ya había desaparecido a mediados del siglo XVIII: “en cuyo tiempo de Felipe Segundo en 1567 se fundaron las Reales Caballerizas de Córdoba por dirección de Don Diego López de Haro, Marqués del Carpio, y primer Caballerizo mayor de ellas, en cuyo archivo consta, que se formaron instrucciones firmadas de la Real mano en 1572, no sólo para la ciudad de Córdoba, sino también para la de Jerez y la de Jaén, sus dependientes, en que había acordado tener el Rey 1.200 yeguas de vientre con sus potros, y crías de aumento: Que las 600 de ellas estuviesen y mantuviesen en Córdoba: 400 en la de Jerez; y las 200 en la de Jaén, como así tuvo efecto, habiendo traído para padres de estas yeguas, y para tan soberano magnífico proyecto caballos de Calabria y de Dinamarca, con los cuales se llegó a perfeccionar con el tiempo una casta tan singular en fortaleza, finura y hermosura igualmente, que no hay nadie que tenga cincuenta años que no la haya conocido”. (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España)

Otro proyecto diseñó Felipe V, no para modificar la raza española, sino por el antojo de introducir jacas de Cerdeña (caballo de la Giara) y de Sicilia (sanfratellano): “quiso Felipe Quinto que hubiese en las mismas Caballerizas una casta más de caballos pequeños (que siempre son muy útiles para diferentes usos, y espacialmente en quien los tiene por magnificencia) hizo traer esta casta de Sicilia y de Cerdeña en unas jacas bastas de cabeza corta, y algo cargada de quijada con el lomo de mulo, pero en lo demás proporcionadas y nerviosas, de una viveza extraordinaria, y gracia en todos sus movimientos, de mucha resistencia en la carrera, sobrias en el comer, y de mucho aliento, siendo su común paso el portante. Probaron muy bien en Córdoba estas jacas, de que se pudiera haber sacado mucho partido en caso de quererlas reformar, pero ya no existen en poder de V.M. habiéndose vendido las últimas a Don Diego Melgarejo, que las tiene en Baena, y en Écija hay años ha una rama espirante de ellas, que se extravió del tronco principal a poder de Don Fernando Agustín de Aguilar, acreditadas en su andadura y mucho poder: de estas tuve yo una de siete cuartas, que llevé a la campaña de Portugal, muy fuerte, y dificulto volver a ver otro caballo que resista más trabajo, ni salte más que ella, aunque sea grande”. (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España)

Carlos III también se trajo caballos de su reino de Nápoles y los llevó a la Real yeguada de Aranjuez. Esta yeguada se formó en 1563, cuando Felipe II adquirió la que allí tenía la Orden de Santiago, a la que unió el ganado que tenía en Castilla: “En el Sitio de Aranjuez se ve al presente en la casta que allí tiene V.M. que los mejores que salen son los que llaman: de la Caballeriza Napolitana, y que provienen de los caballos de Nápoles que trajo Carlos Tercero para hacer una casta de caballos de coche, los cuales mezclados con las yeguas de aquel Sitio han producido unos caballos de montar superiores en hermosura y brío, a los que producen con los caballos españoles del propio Sitio y de Andalucía, pero cuya casta decaerá con el tiempo, como todas las demás.” (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España)

A mediados del siglo XVIII, se aumentó el número de cabezas de la Real yeguada de Aranjuez con la incorporación de algunos caballos y yeguas españoles procedentes de de la loma de Úbeda, llegando a tener en 1803 hasta 2.600 cabezas. Durante la ocupación francesa hubieron de ser ocultados para evitar su expolio.

En 1822, la Inspección General de Caballería intentó crear un tipo basado en el caballo español pero de mayor alzada, para ello estableció una yeguada en la loma de Úbeda e importó algunos caballos normandos de 1,60m., de alzada, con los que ensayó durante seis años, al cabo de los cuales, probablemente por la falta de resultados positivos, terminó regalándosela al Rey Fernando VII, quien la incorporó a su yeguada de Aranjuez. En ese momento, la yeguada de la loma de Úbeda se componía de 2 sementales normandos puros, 5 media sangre hispano-normandos, 2 españoles, 128 potros, 43 potras y 112 yeguas. 

“El año dé 1822 se estableció por la Inspección general de caballería una yeguada en la loma de Úbeda, compuesta de caballos franceses y de yeguas españolas; pero aburridos a la media docena de años los mismos jefes del ningún producto que rendía y de los enormes gastos que ocasionaba su entretenimiento, propusieron y alcanzaron de la superioridad el deshacerle”. (Laiglesia y Darrac, Francisco. 1851. Memoria sobre la cría caballar de España)

José de Hidalgo también nos informa sobre este experimento pero se contradice en el número de los ejemplares que, procedentes de la loma de Úbeda, ingresaron en la Real yeguada de Aranjuez; en un párrafo nos dice que fueron 206 y más adelante relaciona un total de 292:

“En 1828 ingresaron en dicha yeguada de Aranjuez 206 cabezas procedentes del ensayo de cruza de nuestras yeguas con caballos normandos, que se efectuó en Úbeda por cuenta y con fondos de la caballería del ejército”. (Hidalgo Tablada, José de. 1865. Curso de economía rural)

“En España hace muchos años se introdujo la raza de caballos normandos, y se cruzaron con yeguas, tanto en la región del oeste como en las del centro y norte; según los inteligentes los resultados fueron poco satisfactorios, exceptuando algunos casos como los que ofreció la yeguada de estudio que creó en 1821 el arma de caballería a sus expensas, y trajo caballos normandos de 8 cuartas y 11 dedos que cruzó con yeguas de la Loma de Úbeda donde se estableció. En 1828 el arma de caballería regaló al Rey el establecimiento de Úbeda, ingresando en la Real Yeguada de Aranjuez: 11 caballos padres, 2 normandos de raza, 5 mestizos y 2 españoles, 128 potros, 43 potrancas y 112 yeguas. Se cree que la forma acarnerada de la cabeza, procede de la cruza normanda, pero no debe ser así, pues hemos visto que en el siglo XII existía en España”. (Hidalgo Tablada, José de. 1865. Curso de economía rural)

Esta raza normanda no tuvo mucha aceptación, a juzgar por el comentario de Francisco Laiglesia,  Director de la Real Escuela Militar de Equitación.

“Verificada una vez de este modo la introducción de caballos aparentes para resucitar nuestras razas andaluzas con los árabes y los berberiscos, destiérrense esos caballos monstruosos que en el día, con el nombre de caballos normandos, están actuando, y cuyas formas colosales y gigantescas no son buenas más que para hacernos un grave daño. Es profanar la prosapia de las yeguas andaluzas el entregarlas a toda otra clase de caballos que la que acabamos de nombrar; y vale sin comparación mucho mas abandonarlas en nuestra triste penuria, que seguirles destinando esos hijos del Norte, tan impropios como perjudiciales”. (Laiglesia y Darrac, Francisco 1851. Memoria sobre la cría caballar de España)

En cualquier caso, no se pretendió nunca criar esas razas en pureza ni crear otra nueva intermedia; hispano-napolitana o hispano-normanda. El interés de la Real yeguada de Aranjuez, aparte de criar algunos caballos de tiro ligero para servicio de la Casa Real y caballos de silla para su Guardia de Corps (hasta su desaparición en 1841), era corregir en sus caballos españoles algunos supuestos defectos de conformación y darles más alzada pero manteniendo su esencia: “Son más corpulentos que los anteriores (españoles), de grande alzada, buenas formas, briosos, enérgicos y de mucha vida, conservando en un todo el tipo de los mejores andaluces. En sus capas o pelos suele haber más variedades”. (Briones, Pedro y Nieto, Juan Abdón. 1851. Manual de Veterinaria)

Lo confirma  el siguiente texto de Julián Soto, Mariscal de la Real yeguada de Aranjuez, en el que expone las correcciones que considera convenientes en los caballos españoles: “Nuestros caballos, además de lo dicho antes tienen viveza, decisión y energía, docilidad, gracia y flexibilidad, sin carecer de resistencia y por lo tanto están adornados de muchas de las buenas cualidades que deben poseer los caballos de silla. Lo único que debemos procurar al cruzar nuestras castas de caballos, después de establecida su crianza en las provincias que se creía más apropósito, es disminuir la magnitud y forma acarnerada de su cabeza, quitarles el defecto de gachos y de ojos de cochino, colocando estos órganos a mayor distancia de la base de la oreja, disminuir el grande espesor de su cuello, darles más oblicuidad a sus espaldas, longitud y dirección más recta a la espina, disminuirles la longitud y oblicuidad de las cuartillas, dando más robustez a sus tendones y cañas y en general mejores aplomos a sus extremidades: con esto y las demás buenas cualidades que adornan a nuestra raza ecuestre, lograremos mejorarla y perfeccionarla mucho”. (Soto, Julián. 1862. Cría caballar) Obsérvese que no habla de cruzarlo con otras razas extranjeras sino de cruzar nuestras castas.

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En 1849, la Real yeguada de Aranjuez sólo contaba con 295 ejemplares, de los que 43 eran sementales: 38 españoles, tres ingleses, uno alemán y uno normando, y estaba dividida en tres secciones, la 1ª producía español puro y contaba con 118 hembras y una de recría, la 2ª anglo-hispanos con 39 y la 3ª caballos de tiro, con 119 yeguas.

De los cruces de caballos del norte con yeguas española se esperaba lograr caballos con todas las virtudes del español pero con extremidades más robustas, sin embargo, la mayoría de ellos producían caballos con cabezas grandes y empastadas y cuerpos voluminosos sobre unas extremidades demasiado endebles: “La introducción de caballos normandos, italianos, alemanes e ingleses para reproductores, dejó una raza adulterada, cuyas cabezas y remos se han visto hasta ahora con repugnancia por los inteligentes. Ibanse corrigiendo estos defectos, y los granjeros todos hacían esfuerzos por volver a nuestra raza fina, gallarda, fuerte, dócil, cómoda, resistente y bien conformada”. (Carpio Navarro. D. M. del. 1859. De la cría caballar)

Para el año 1868, la Real yeguada de Aranjuez ya había decaído:  “La Real yeguada de Aranjuez, propiedad de la Corona, no es hoy ni con mucho lo que fue hasta el año 1868 y durante el reinado de S M. D. Alfonso XII, en cuyo tiempo se procuraba tener los Veterinarios más competentes e ilustrados, civiles o militares. (Molina Serrano, Eusebio. 1899. Cría caballar y remonta)

Antes de acabar el siglo hubo otro intento pero resultó ser el más efímero: El Ministerio de Fomento intentó hace algunos años dar impulso, hacer algo en favor de la industria pecuaria. Gracias a la iniciativa y a la afición del malogrado Rey D. Alfonso XII y su Ministro Sr. Albareda, se adquirieron excelentes sementales extranjeros de todas clases para el Instituto Agrícola de Alfonso XII, instalado en la Moncloa; pero... a los pocos años, si no la debacle, algo parecido ocurrió con aquellos nobilísimos propósitos y con aquellos magníficos ejemplares. Hoy día creemos que nuestra Escuela central agrícola hace muy poco o nada en beneficio del progreso pecuario”. (Molina Serrano, Eusebio. 1899. Cría caballar y remonta)

En la región central, alrededor de la corte, se establecieron ganaderías especializadas en la producción de caballos de tiro que surtían a aquella de troncos para los muchos carruajes que por ella circulaban. En provincias se seguía utilizando al caballo español, espacialmente en las meridionales. Las ganaderías más destacadas en la producción de caballos cruzados para enganche, además de la Real Yeguada de Aranjuez, destacaban las del marqués de Perales, duque de Veraguas, Osuna, marqués de Alcañices, conde de Balazote, marqués de Salamanca, conde de Montesclaros y otros: “Pocos aficionados y menos hipólogos habrá que no recuerden y hayan conocido los excelentes productos obtenidos por el cruzamiento en la yeguada de Aranjuez: nombre y fama imperecedera han adquirido entre los descendientes de ella los hijos del caballo Numsniaga. Otro tanto podríamos decir de las ganaderías de la reina Cristina, de las de los señores duques de Sexto y de la Torre, marqueses del Saltillo, Laguna, Santa Marta, Guadiaro, Perales y del Arenal; los señores Gordon, Aladro, Parlado y otros”. (Sánchez González, Simón. 1880. Estado actual de la cría caballar en España)

También el duque de Alba tenía una ganadería, a mediados del siglo XIX, de caballos de tiro ligero procedentes de la yeguada que había formado el Infante Carlos María de Isidro y que Isabel II ordenó disolver en 1844. Según José de Hidalgo, eran caballos nobles, briosos, enérgicos, dóciles y fuertes, de más hueso y desarrollo, más pastosos y de formas, tanto de cabeza como de cuerpo diferentes a los españoles. La capa característica era la flor de romero (ruano sobre negro)

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Las razas pesadas diluyeron, hasta hacerlas desaparecer, a la mayor parte de las castas del norte pero nunca llegaron a suponer un peligro para la integridad de la española; la verdadera amenaza vendría con la importación de la raza árabe: “En 1850 llegaron a la Real yeguada de Aranjuez caballos y yeguas árabes, que S.M. mandó comprar expresamente para mejorar su ganadería; entre las doce yeguas las había de bastante alzada y excelente conformación.” (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1862. Tratado de hipología)

Las primeras crías cruzadas de árabe que se obtuvieron en la Real Yeguada de Aranjuez nacieron en la primavera de 1852.

“De las, y razas puras en espacial de la árabe, es de las que en nuestro suelo podemos esperar alguna cosa para la mejora y perfección de nuestros caballos” (Soto, Julián. 1862. Cría caballar)

 

El sistema pastoril.

Los proyectos de mejora emprendidos por los monarcas españoles no estaban encaminados a afectar al conjunto de la raza española. Su planteamiento, que era mucho más modesto y práctico, se limitaba a un número bastante reducido de yeguas, las que necesitaban para obtener caballos cruzados que cubrieran las necesidades de la Casa Real y poco más. Las 1.200 yeguas de Felipe II producirían 300 potros machos al año, en el mejor de los casos, ya que, si aplicáramos el bajo índice de natalidad observado en los depósitos del Estado durante el siglo XIX, podríamos suponer que la producción anual no llegaría a las 120 crías de ambos sexos. En el caso de la Yeguada de Aranjuez, que llegó a poseer 2.600 yeguas en 1803, la producción  podría haber sido duplicada pero, en cualquier caso muy limitada.

Cabria la posibilidad de que éstas ganaderías reales hubieran actuado como centros difusores, distribuyendo sementales entre los ganaderos principales, y que su permanente acción a lo largo de siglos habría terminado afectando al conjunto de la raza, pero esta información de Pomar descarta esa opción: “porque el celo de buen vasallo, y por obedecer a V.M., que me ha mandado que le informe de cuanto haya observado, me obliga a decir que no ha sido buen consejo enviar semejantes caballos para los hacendados ricos, que los tienen mejores, y los admiten por respeto, siéndoles una carga en sus casas, repugnando algunos echarlos a sus yeguas por defectuosos” (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España)

También estaría dentro de lo posible que la influencia fuese a través de las hembras; ya que tendrían un excedente de potras, algunas podrían haber sido vendidas a particulares y, al incorporarse a las yeguadas, habrían afectado a la composición genética de la raza autóctona, pero creemos que no llegó a ser así por el grave inconveniente con que se encontraban al tener que adaptarse al sistema de cría tradicional español.  

Cuando, en el siglo XIX, los zootécnicos llegaron al convencimiento de que la mejora del caballo español no era posible sin su cruzamiento con razas “selectas” se encontraron con un problema insalvable: el “sistema pastoril” o sistema tradicional de cría en extensivo que se practicaba en España desde la prehistoria y que resultaba absolutamente incompatible con la introducción de ninguna de esas razas.“Por nuestra parte, podemos afirmar que el sistema seguido con la alimentación de los animales, en lo general de Andalucía, es perjudicial en alto grado”. (Hidalgo Tablada, José de. 1865. Curso de economía rural)

Este sistema consistía en dejar a los ganados en el campo durante todo el año y esperar que la naturaleza les aportara el sustento. Los animales vivían en condiciones muy parecidas a como lo hicieron sus ancestros silvestres, con el inconveniente de que ahora tenían limitados los desplazamientos. Los caballos silvestres se pudieron desplazar en busca de los mejores pastos, en función de las estaciones, mientras que los domésticos se tenían que conformar con la ubicación que sus amos les habían proporcionado: ” y desterrando el sistema pastoril o salvaje exclusivo que se viene siguiendo desde nuestro padre Adán; pero que ha venido empeorando a medida que se han limitado los terrenos por el aumento de la población, porque entonces las piaras se extendían a largas distancias en busca de alimentos, abrigos, etc.; pero en el día se los sacrifica, no permitiendo que salgan de los terrenos marcados.” (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en la cría caballar)

“Puede cesar el abandono en que yace la multiplicación de medios para alimentar el ganado; abandonar por perjudicial el método de aguardar que la naturaleza lo haga todo, y que unas veces por abundancia, de que se duda, se pierdan pastos; y otras por su escasez y falta de abrigo, mueran los animales, sin que el hombre haga otra cosa que lamentar desgracias, que puede evitar si plantea los medios” /…/ “Sin embargo, en España se ve por doquiera el poco aprecio en que se tuvieron siempre las buenas doctrinas, y así los animales recorren términos enteros para buscar un miserable alimento” (Hidalgo Tablada, José de. 1865. Curso de economía rural)

La falta de auxilio al ganado puede considerarse una práctica bárbara pero también supuso un filtro a los genes exóticos. Los animales estaban sometidos a una muy severa selección natural; aquel que no soportaba las privaciones de alimento o agua, aquel que no soportaba las temperaturas extremas o los parásitos, estaba condenado a sucumbir, y todos los años eran muchos los que morían. Obviamente, las razas foráneas o sus mestizos estaban en inferioridad de condiciones para soportar ese régimen de vida y más aún si se trataba de las razas artificiales de Europa: “Las yeguas extranjeras no pueden conservarse exclusivamente bajo el sistema pastoril en ninguna de las estaciones del año, y el no haber conocido esta razón, ha sido la principal causa de los malos resultados que han dado siempre.” (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1862. Tratado de hipología)

De manera que el sistema pastoril y la naturaleza ejercieron de custodios de la casta española manteniéndola en su estado original e impidiendo la progresión de las razas “mejoradoras”. 

“Las consecuencias que lleva consigo, el método de multiplicar el ganado de esta manera casi salvaje, pues en algunos puntos apenas tiene quien los guarde, es fácil de comprender. Toda mejora es imposible, pues no pudiéndose dominar y variar el orden natural de la producción, ni de los abrigos, en escala suficiente para proteger miles de individuos, ni tener a la inmediata inspección del dueño, quedan expuestos a todos los contratiempos consiguientes. Pero de tal sistema se obtienen esos famosos caballos que en la guerra de Oriente (1) sufrieron victoriosamente las privaciones y clima, que diezmaron y dejaron casi a pié a los soldados ingleses y parte de los franceses, cuyos caballos sabemos se crían bajo métodos de estabulación permanente o mixta. En las mismas condiciones que nuestros caballos, se multiplican los toros que hacen famosas las corridas en España, pues la bravura de esos animales, no se puede sostener fuera del sistema de alimentación en libertad, en buenas y extensas dehesas”. (Hidalgo Tablada, José de. 1865. Curso de economía rural) (1) Se refiere a la guerra de Crimea.

“Cuando se deja a la raza caballar expuesta a la acción de las circunstancias físicas del medio en que viven, tiene que suceder: el que por su modo de ser vital se subyugue a estas mismas circunstancias, según queda expuesto, con las cuales tiene que estar en relación y atemperarse con ellas, pues de lo contrario no podrían desarrollarse debidamente ni llegar al estado adulto, después de habernos legado productos semejantes a los que la han dado origen. Esto es lo que ha sucedido a nuestra raza ecuestre, por haberla dejado casi exclusivamente sometida a la acción del clima y alimentación en la dehesa; y esta circunstancia, favorecida por la unión reproductora de los individuos más fuertes y vigorosos de la misma raza, ha hecho que en nuestras Andalucías no tengamos, digámoslo así, más que una raza de caballos que difieren muy poco unos de otros: por lo cual hemos dicho antes que puede considerarse como una raza pura e hija del suelo que la vio nacer, raza que, contrariada también por nuestros procedimientos, por no haber introducido en ella hace muchos años sangre extraña, ha logrado adquirir tal fijeza y fuerza de atavismo que de día en día ha ido en aumento, contribuyendo a esto el sistema de aplicar a las yeguas los caballos más fuertes, vigorosos y enérgicos que han ido obteniéndose en todas épocas. Así es cómo se ha llegado a colocar a la raza Andaluza en un estado tal de atavismo, que las modificaciones que quisiéramos intentar en ella, durante las primeras generaciones serian bastante trabajosas y difíciles, pues los caracteres eternos de la raza se trasmitirían y conservarían en los productos”. (Soto, Julián. 1862. Cría caballar)

“toda tentativa que se haga en beneficio de la cría caballar en España, bien sea creando nuevas razas o mejorando las existentes, es completamente inútil y hasta perjudicial, si no va acompañada de la alimentación constante y adecuada, secundada con una buena higiene, dirigida por personas idóneas y competentes, como lo hacen los señores que hemos mencionado en la creación de las razas de tiro de lujo, pesado, de carrera, etc.; pero creer que por el sistema pastoril puro se han de conseguir resultados, es una ilusión, porque los que han emprendido estas mejoras se han equivocado en el más alto grado, culpando a los cruzamientos lo que solo era efecto de no haber comprendido la falta de alimentación y régimen en que han incurrido,” (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en la cría caballar)

 

Selección contraria.

Otro factor que, involuntariamente, también contribuyó al mantenimiento de la raza fue la permanente venta de los ejemplares más hermosos. Los ganaderos carecían de estímulos, sólo mantenían las yeguas porque las necesitaban para la trilla y no tenían reparo en desprenderse de las mejores, si había un buen postor. Este hábito condenaba  a la decadencia al caballo español, pero también preservó su idiosincrasia.

Los ganaderos no podían vender ninguna yegua fuera de las provincias acotadas, a pesar de lo cual, las mejores siempre acababan en manos de los manchegos y portugueses, quedando, año tras año las “peores” (las más pequeñas) en manos de sus propietarios. Con los caballos ocurría otro tanto; el ejército y los particulares adquirían los mejores potros para sí, dejando lo que no tenían por bueno para los ganaderos que, a falta de nada mejor, los utilizaban para padrear.

Esta selección negativa, unida a la falta de cuidados en la alimentación y a la falta de interés en la selección fueron las causas de una relativa degeneración de la raza: “Con esta, pues, grande multitud de yeguas despreciables, ruines y mal conformadas, y la inmediación de La Mancha y Portugal, que se llevan las mejores, y con esta otra multitud de padres de desecho, que no se encontraron a propósito para una remonta, ¿cómo no ha de haber degenerado la especie, aún cuando los pastos hubieran sido los más a propósito y abundantes, que no es así, y aún cuando los criadores instruidos y los mariscales hábiles hubieran puesto su mayor inteligencia y aplicación?” (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España)

Sin embargo estas circunstancias también tuvieron un aspecto positivo ya que al retirar los muleros las yeguas más grandes también retiraban las que pudieran tener algún cruce con razas nórdicas y, al retirar el ejército y los particulares los caballos más finos y de mayor alzada también se llevaban a los mestizos: “En efecto, los criadores de muías han extraído y extraen constantemente de las yeguadas de todo el reino las yeguas más bellas, mas robustas y de mayor alzada; de lo que resulta que tenemos mulas de grande talla, al paso que por una razón natural, nuestros caballos han degenerado, como que son ya el producto de los desechos del garañón”. (Segundo, Juan. 1847. Proyecto para el fomento de la cría caballar)

Esta selección contraria unida a la extrema selección natural provocaba que los caballos que quedaban en el campo, tal vez no fuesen de mucha alzada, pero sí genéticamente muy puros.

 

 

Principio del documento                                                 Permanencia de la raza pura en el siglo XIX.