Caballo
de la Giara (Cerdeña) Caballo
Normando Alfonso XII, S. Saavedra 1887 (AFCM) |
Desarrollo de la zootecnia. Las condiciones
bioclimáticas influyen de forma decisiva en la fisonomía del caballo. La temperatura,
la humedad, el tipo de suelo o la cantidad y calidad del alimento son
factores a los que es especialmente sensible y producen diferencias muy
considerables entre las poblaciones, en mucha mayor medida de lo que afecta a
otras especies. “Todas las razas de
caballos se pueden reducir a dos grandes clases, que se distinguen por
caracteres muy visibles producidos por la influencia del clima. En la primera
clase pueden colocarse todas las razas de caballos que habitan en países
cálidos y secos, como la Arabia, Persia, Berbería y España. Se distinguen en
la elegancia de sus formas; en la finura y hermosa proporción de sus
miembros; en la celeridad, regularidad y velocidad de sus movimientos; en la
intrepidez y fogosidad de su índole, y en la docilidad y suavidad de su boca,
por cuyas cualidades son reputados desde la más remota antigüedad por los
mejores caballos de silla. La segunda clase comprende los caballos criados en los
países fríos y húmedos, como Francia, Inglaterra, Alemania, etc., denominados
por esto caballos del Norte, que se distinguen de los otros en la mayor
fuerza y resistencia para el trabajo; en la pocas elegancia y proporción de
sus formas; por la mayor tosquedad de sus miembros; por la dureza y poca
velocidad de sus movimientos; por su menor intrepidez y fogosidad, y por su
indocilidad y dureza de su boca, por todo lo cual nunca han sido buenos para
montar, pero sí los mejores para el tiro.” (Briones, Pedro y Nieto, Juan Abdón. 1851. Manual de Veterinaria) Las condiciones
climáticas de la península ibérica conformaron una raza de caballos
silvestres con tres variedades: la esteparia, la marismeña y la de montaña o
serrana. Todas con buenas cualidades ecuestres si bien, por su formato,
destacaba el tipo estepario sobre los otros dos. De estos tres tipos
caballares proceden el afamado caballo español y el lusitano. El caballo
ibérico es, por tanto, una raza ambiental cuya conformación es debida a la
naturaleza. Los ibéricos hemos disfrutado desde la prehistoria de nuestros
caballos sin modificarles más que mezclando las tres variedades peninsulares;
con el marismeño cuando se quería aumentar la alzada, con el de montaña para
aportarle más resistencia o con el estepario para dotarle de más
velocidad. En la Europa
septentrional no contaban con caballos adecuados para la equitación. Eran
animales robustos pero bastos, torpes y de carácter terco, flemático y
ausente, adecuados para trabajos pesados pero ineptos para la silla.
Conscientes del valor estratégico-militar de los caballos de casta fina o de
carrera, procuraron, desde épocas muy remotas, cruzar sus caballos autóctonos
con los ibéricos para producir animales con características más adecuadas a
sus necesidades bélicas (agilidad, velocidad, docilidad, inteligencia,
voluntad, fogosidad, etc.). De esta manera se habituaron a intervenir en la
cría de sus caballos para lograr artificiosamente lo que la naturaleza les
había negado y, al cabo de los siglos y de mucho esfuerzo, llegaron a formar
razas aptas para muy diversas actividades: tiro pesado, tiro ligero, caza o
carreras. La nación que más destacó en la aplicación de la zootecnia fue
Inglaterra: “De los buenos caballos
ingleses convendría que trajésemos bastante número, porque esta nación
emprendedora y sabia, después que afinó algún tanto sus yeguas bastas con
caballos españoles, según se lee en los libros, no ha cesado de enviar a la
Arabia por padres, que con otras distintas mezclas posteriores, les dan
castas para muy diversos usos, cuyos servicios sorprenden a tanto extranjero
como los conoce”. (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España) Durante los reinados de
Enrique VIII y Eduardo VI ya se importaban caballos de España para la mejora
de sus castas pero, al parecer, tomó más auge durante el reinado de Isabel I.
La amenaza de invasión de la Armada Invencible les hizo percatarse de la
inferioridad de su caballería: …”En tiempo de la reina Isabel, cuando la
formidable armada de Felipe II se dirigió contra Inglaterra , apenas pudieron
reunir tres mil caballos, y en el día cuentan más de dos millones, número que
no puede presentar ni la Francia”. (Echegaray, José. 1857. Zootéchnia) Al tiempo que, el
naufragio de la armada española, les proporcionó muchos caballos enteros que
lograron arribar a las costas británicas. La reina Isabel importó un buen
plantel de yeguas españolas que fueron el germen del Pura Sangre inglés.
Hasta que empezaron a importar caballos árabes y berberiscos, el caballo
español mantuvo la predilección de los criadores ingleses, como se desprende
de los elogiosos comentarios de duque de Newcastle. En 1689 el capitán
Byerley importó un caballo de Turquía al que luego se le conoció como Byerley
Turk. En 1704 se importó a Darley Arabian y en 1730 a Godolphin Arabian. Del cruce
de estos tres sementales y las yeguas existentes en las caballerizas inglesas
surgió la raza Thoroughbred o Pura Sangre inglés. Esta nueva raza inglesa
llegaría a desbancar a la española como raza de referencia de las caballerías
europeas, incluso en España y Portugal. El caballo ibérico
había permanecido inalterado a lo largo de los siglos pero el arquetipo
hípico había mudado. Esto no sólo afectó al comercio (sumergido o legal) con
Europa, también llegó a influir en el criterio de las élites españolas que
empezaron a ver su raza como una antigualla incapaz de competir con las
nuevas razas artificiales y concluyeron, erróneamente, que: si los caballos
españoles eran antes tan buscados y alabados y ahora ya no, tenía que deberse
a que la raza había degenerado: “En un tiempo en que se hallan tan
desacreditados nuestros caballos españoles, porque ha querido la desgracia
lleguen a la última decadencia; en un tiempo en que los mismos hijos de la
patria se burlan de ellos, y oyen como fábulas las alabanzas que tan
justamente les prodigan los que con más experiencia, con mejor juicio y mas
discernimiento los conocen; y en un tiempo, en fin, que ha llegado a hacerse
moda preferir esos malos jacos de Francia que introducen los chalanes,
abusando de nuestra ignorancia y credulidad , y vendiéndolos como buenos a
precios exorbitantes”. (Laiglesia y Darrac, Francisco. 1851. Memoria sobre la cría caballar de España) Este pensamiento
arraigó con fuerza entre los eruditos y les condujo a la idea de que era
inaplazable su regeneración. Unos se decantaban por seguir el ejemplo de
Inglaterra y cruzarlo con árabes y berberiscos, otros opinaban que sería más
rápido cruzarlo directamente con el inglés, otros proponían que se siguieran
las lecciones de la zootecnia europea y se crearan o implantaran todas las
diferentes razas europeas en nuestro país ya que todas tenían su utilidad y
una sociedad avanzada no podía prescindir de ellas (poco quedaba para que
todas las sociedades avanzadas prescindieran del caballo). Pero también había
algunos que opinaban que había que mantener la raza pura, entre ellos la
mayor parte de los ganaderos. Esta alteración en el
concepto y apreciación del caballo español y el consiguiente afán por
regenerarle mediante cruzamientos con razas exóticas fue, a la postre, la
verdadera causa de su declive. Primeros intentos de mejora. A lo largo de la
historia de España ha habido algunos proyectos que mezclaron yeguas españolas
con caballos de razas extranjera; el más persistente posiblemente haya sido
el emprendido por Felipe II en 1572, quien dispuso que se reunieran tres
lotes de yeguas españolas, uno de 600 en Córdoba, otro de 400 en Jerez de la
Frontera y un tercero en Jaén, con 200, y que se importaran caballos
napolitanos y daneses para engendrar con ellas. Por lo que nos cuenta Pomar
se logró una casta fuerte y fina, pero también nos informa que ya había
desaparecido a mediados del siglo XVIII: “en
cuyo tiempo de Felipe Segundo en 1567 se fundaron las Reales Caballerizas de
Córdoba por dirección de Don Diego López de Haro, Marqués del Carpio, y
primer Caballerizo mayor de ellas, en cuyo archivo consta, que se formaron
instrucciones firmadas de la Real mano en 1572, no sólo para la ciudad de
Córdoba, sino también para la de Jerez y la de Jaén, sus dependientes, en que
había acordado tener el Rey 1.200 yeguas de vientre con sus potros, y crías
de aumento: Que las 600 de ellas estuviesen y mantuviesen en Córdoba: 400 en
la de Jerez; y las 200 en la de Jaén, como así tuvo efecto, habiendo traído
para padres de estas yeguas, y para tan soberano magnífico proyecto caballos
de Calabria y de Dinamarca, con los cuales se llegó a perfeccionar con el
tiempo una casta tan singular en fortaleza, finura y hermosura igualmente,
que no hay nadie que tenga cincuenta años que no la haya conocido”.
(Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de
la escasez y deterioro de los caballos de España) Otro proyecto diseñó
Felipe V, no para modificar la raza española, sino por el antojo de
introducir jacas de Cerdeña (caballo de la Giara) y de Sicilia
(sanfratellano): “quiso Felipe Quinto
que hubiese en las mismas Caballerizas una casta más de caballos pequeños
(que siempre son muy útiles para diferentes usos, y espacialmente en quien
los tiene por magnificencia) hizo traer esta casta de Sicilia y de Cerdeña en
unas jacas bastas de cabeza corta, y algo cargada de quijada con el lomo de
mulo, pero en lo demás proporcionadas y nerviosas, de una viveza
extraordinaria, y gracia en todos sus movimientos, de mucha resistencia en la
carrera, sobrias en el comer, y de mucho aliento, siendo su común paso el
portante. Probaron muy bien en Córdoba estas jacas, de que se pudiera haber
sacado mucho partido en caso de quererlas reformar, pero ya no existen en
poder de V.M. habiéndose vendido las últimas a Don Diego Melgarejo, que las
tiene en Baena, y en Écija hay años ha una rama espirante de ellas, que se
extravió del tronco principal a poder de Don Fernando Agustín de Aguilar,
acreditadas en su andadura y mucho poder: de estas tuve yo una de siete cuartas,
que llevé a la campaña de Portugal, muy fuerte, y dificulto volver a ver otro
caballo que resista más trabajo, ni salte más que ella, aunque sea grande”.
(Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de
la escasez y deterioro de los caballos de España) Carlos III también se
trajo caballos de su reino de Nápoles y los llevó a la Real yeguada de
Aranjuez. Esta yeguada se formó en 1563, cuando Felipe II adquirió la que
allí tenía la Orden de Santiago, a la que unió el ganado que tenía en
Castilla: “En el Sitio de Aranjuez se
ve al presente en la casta que allí tiene V.M. que los mejores que salen son
los que llaman: de la Caballeriza Napolitana, y que provienen de los caballos
de Nápoles que trajo Carlos Tercero para hacer una casta de caballos de
coche, los cuales mezclados con las yeguas de aquel Sitio han producido unos
caballos de montar superiores en hermosura y brío, a los que producen con los
caballos españoles del propio Sitio y de Andalucía, pero cuya casta decaerá
con el tiempo, como todas las demás.” (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los
caballos de España) A mediados del siglo
XVIII, se aumentó el número de cabezas de la Real yeguada de Aranjuez con la
incorporación de algunos caballos y yeguas españoles procedentes de de la loma
de Úbeda, llegando a tener en 1803 hasta 2.600 cabezas. Durante la ocupación
francesa hubieron de ser ocultados para evitar su expolio. En 1822, la Inspección
General de Caballería intentó crear un tipo basado en el caballo español pero
de mayor alzada, para ello estableció una yeguada en la loma de Úbeda e
importó algunos caballos normandos de 1,60m., de alzada, con los que ensayó
durante seis años, al cabo de los cuales, probablemente por la falta de
resultados positivos, terminó regalándosela al Rey Fernando VII, quien la
incorporó a su yeguada de Aranjuez. En ese momento, la yeguada de la loma de
Úbeda se componía de 2 sementales normandos puros, 5 media sangre
hispano-normandos, 2 españoles, 128 potros, 43 potras y 112 yeguas. “El año dé 1822 se estableció por la Inspección general de
caballería una yeguada en la loma de Úbeda, compuesta de caballos franceses y
de yeguas españolas; pero aburridos a la media docena de años los mismos
jefes del ningún producto que rendía y de los enormes gastos que ocasionaba
su entretenimiento, propusieron y alcanzaron de la superioridad el
deshacerle”.
(Laiglesia y Darrac, Francisco. 1851. Memoria
sobre la cría caballar de España) José de Hidalgo también
nos informa sobre este experimento pero se contradice en el número de los
ejemplares que, procedentes de la loma de Úbeda, ingresaron en la Real
yeguada de Aranjuez; en un párrafo nos dice que fueron 206 y más adelante
relaciona un total de 292: “En 1828 ingresaron en dicha yeguada de Aranjuez 206
cabezas procedentes del ensayo de cruza de nuestras yeguas con caballos
normandos, que se efectuó en Úbeda por cuenta y con fondos de la caballería
del ejército”.
(Hidalgo Tablada, José de. 1865. Curso
de economía rural) “En España hace muchos años se introdujo la raza de caballos
normandos, y se cruzaron con yeguas, tanto en la región del oeste como en las
del centro y norte; según los inteligentes los resultados fueron poco
satisfactorios, exceptuando algunos casos como los que ofreció la yeguada de
estudio que creó en 1821 el arma de caballería a sus expensas, y trajo
caballos normandos de 8 cuartas y 11 dedos que cruzó con yeguas de la Loma de
Úbeda donde se estableció. En 1828 el arma de caballería regaló al Rey el
establecimiento de Úbeda, ingresando en la Real Yeguada de Aranjuez: 11
caballos padres, 2 normandos de raza, 5 mestizos y 2 españoles, 128 potros,
43 potrancas y 112 yeguas. Se cree que la forma acarnerada de la cabeza,
procede de la cruza normanda, pero no debe ser así, pues hemos visto que en
el siglo XII existía en España”. (Hidalgo Tablada, José de. 1865. Curso de economía rural) Esta
raza normanda no tuvo mucha aceptación, a juzgar por el comentario de
Francisco Laiglesia, Director de la
Real Escuela Militar de Equitación. “Verificada una vez de este modo la introducción de
caballos aparentes para resucitar nuestras razas andaluzas con los árabes y
los berberiscos, destiérrense esos caballos monstruosos que en el día, con el
nombre de caballos normandos, están actuando, y cuyas formas colosales y
gigantescas no son buenas más que para hacernos un grave daño. Es profanar la
prosapia de las yeguas andaluzas el entregarlas a toda otra clase de caballos
que la que acabamos de nombrar; y vale sin comparación mucho mas abandonarlas
en nuestra triste penuria, que seguirles destinando esos hijos del Norte, tan
impropios como perjudiciales”. (Laiglesia y Darrac, Francisco 1851. Memoria sobre la cría caballar de España) En cualquier caso, no
se pretendió nunca criar esas razas en pureza ni crear otra nueva intermedia;
hispano-napolitana o hispano-normanda. El interés de la Real yeguada de
Aranjuez, aparte de criar algunos caballos de tiro ligero para servicio de la
Casa Real y caballos de silla para su Guardia de Corps (hasta su desaparición
en 1841), era corregir en sus caballos españoles algunos supuestos defectos
de conformación y darles más alzada pero manteniendo su esencia: “Son más corpulentos que los anteriores
(españoles), de grande alzada, buenas
formas, briosos, enérgicos y de mucha vida, conservando en un todo el tipo de
los mejores andaluces. En sus capas o pelos suele haber más variedades”.
(Briones, Pedro y Nieto, Juan Abdón. 1851. Manual de Veterinaria) Lo confirma el siguiente texto de Julián Soto, Mariscal
de la Real yeguada de Aranjuez, en el que expone las correcciones que
considera convenientes en los caballos españoles: “Nuestros caballos, además de lo dicho antes tienen viveza, decisión
y energía, docilidad, gracia y flexibilidad, sin carecer de resistencia y por
lo tanto están adornados de muchas de las buenas cualidades que deben poseer
los caballos de silla. Lo único que debemos procurar al cruzar nuestras
castas de caballos, después de establecida su crianza en las provincias que
se creía más apropósito, es disminuir la magnitud y forma acarnerada de su
cabeza, quitarles el defecto de gachos y de ojos de cochino, colocando estos
órganos a mayor distancia de la base de la oreja, disminuir el grande espesor
de su cuello, darles más oblicuidad a sus espaldas, longitud y dirección más
recta a la espina, disminuirles la longitud y oblicuidad de las cuartillas,
dando más robustez a sus tendones y cañas y en general mejores aplomos a sus
extremidades: con esto y las demás buenas cualidades que adornan a nuestra
raza ecuestre, lograremos mejorarla y perfeccionarla mucho”. (Soto,
Julián. 1862. Cría caballar)
Obsérvese que no habla de cruzarlo con otras razas extranjeras sino de cruzar
nuestras castas. En 1849, la Real
yeguada de Aranjuez sólo contaba con 295 ejemplares, de los que 43 eran
sementales: 38 españoles, tres ingleses, uno alemán y uno normando, y estaba
dividida en tres secciones, la 1ª producía español puro y contaba con 118
hembras y una de recría, la 2ª anglo-hispanos con 39 y la 3ª caballos de
tiro, con 119 yeguas. De los cruces de
caballos del norte con yeguas española se esperaba lograr caballos con todas
las virtudes del español pero con extremidades más robustas, sin embargo, la
mayoría de ellos producían caballos con cabezas grandes y empastadas y
cuerpos voluminosos sobre unas extremidades demasiado endebles: “La introducción de caballos normandos,
italianos, alemanes e ingleses para reproductores, dejó una raza adulterada,
cuyas cabezas y remos se han visto hasta ahora con repugnancia por los
inteligentes. Ibanse corrigiendo estos defectos, y los granjeros todos hacían
esfuerzos por volver a nuestra raza fina, gallarda, fuerte, dócil, cómoda,
resistente y bien conformada”. (Carpio Navarro. D. M. del. 1859. De la cría caballar) Para el año 1868, la
Real yeguada de Aranjuez ya había decaído:
“La Real yeguada de Aranjuez,
propiedad de la Corona, no es hoy ni con mucho lo que fue hasta el año 1868 y
durante el reinado de S M. D. Alfonso XII, en cuyo tiempo se procuraba tener
los Veterinarios más competentes e ilustrados, civiles o militares.
(Molina Serrano, Eusebio. 1899. Cría
caballar y remonta) Antes de acabar el
siglo hubo otro intento pero resultó ser el más efímero: El Ministerio de Fomento intentó hace algunos años dar impulso, hacer
algo en favor de la industria pecuaria. Gracias a la iniciativa y a la
afición del malogrado Rey D. Alfonso XII y su Ministro Sr. Albareda, se
adquirieron excelentes sementales extranjeros de todas clases para el
Instituto Agrícola de Alfonso XII, instalado en la Moncloa; pero... a los
pocos años, si no la debacle, algo parecido ocurrió con aquellos nobilísimos
propósitos y con aquellos magníficos ejemplares. Hoy día creemos que nuestra
Escuela central agrícola hace muy poco o nada en beneficio del progreso
pecuario”. (Molina Serrano, Eusebio. 1899. Cría caballar y remonta) En la región central,
alrededor de la corte, se establecieron ganaderías especializadas en la
producción de caballos de tiro que surtían a aquella de troncos para los
muchos carruajes que por ella circulaban. En provincias se seguía utilizando
al caballo español, espacialmente en las meridionales. Las ganaderías más
destacadas en la producción de caballos cruzados para enganche, además de la
Real Yeguada de Aranjuez, destacaban las del marqués de Perales, duque de
Veraguas, Osuna, marqués de Alcañices, conde de Balazote, marqués de
Salamanca, conde de Montesclaros y otros: “Pocos
aficionados y menos hipólogos habrá que no recuerden y hayan conocido los
excelentes productos obtenidos por el cruzamiento en la yeguada de Aranjuez:
nombre y fama imperecedera han adquirido entre los descendientes de ella los
hijos del caballo Numsniaga. Otro tanto podríamos decir de las ganaderías de
la reina Cristina, de las de los señores duques de Sexto y de la Torre,
marqueses del Saltillo, Laguna, Santa Marta, Guadiaro, Perales y del Arenal;
los señores Gordon, Aladro, Parlado y otros”. (Sánchez González, Simón.
1880. Estado actual de la cría caballar
en España) También el duque de
Alba tenía una ganadería, a mediados del siglo XIX, de caballos de tiro
ligero procedentes de la yeguada que había formado el Infante Carlos María de
Isidro y que Isabel II ordenó disolver en 1844. Según José de Hidalgo, eran
caballos nobles, briosos, enérgicos, dóciles y fuertes, de más hueso y
desarrollo, más pastosos y de formas, tanto de cabeza como de cuerpo
diferentes a los españoles. La capa característica era la flor de romero
(ruano sobre negro) Las razas pesadas
diluyeron, hasta hacerlas desaparecer, a la mayor parte de las castas del
norte pero nunca llegaron a suponer un peligro para la integridad de la
española; la verdadera amenaza vendría con la importación de la raza árabe: “En 1850 llegaron a la Real yeguada de
Aranjuez caballos y yeguas árabes, que S.M. mandó comprar expresamente para
mejorar su ganadería; entre las doce yeguas las había de bastante alzada y
excelente conformación.” (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1862. Tratado de hipología) Las
primeras crías cruzadas de árabe que se obtuvieron en la Real Yeguada de
Aranjuez nacieron en la primavera de 1852. “De las, y razas puras en espacial de la árabe, es de las que
en nuestro suelo podemos esperar alguna cosa para la mejora y perfección de
nuestros caballos”
(Soto, Julián. 1862. Cría caballar) El
sistema pastoril. Los proyectos de mejora
emprendidos por los monarcas españoles no estaban encaminados a afectar al
conjunto de la raza española. Su planteamiento, que era mucho más modesto y
práctico, se limitaba a un número bastante reducido de yeguas, las que
necesitaban para obtener caballos cruzados que cubrieran las necesidades de
la Casa Real y poco más. Las 1.200 yeguas de Felipe II producirían 300 potros
machos al año, en el mejor de los casos, ya que, si aplicáramos el bajo
índice de natalidad observado en los depósitos del Estado durante el siglo
XIX, podríamos suponer que la producción anual no llegaría a las 120 crías de
ambos sexos. En el caso de la Yeguada de Aranjuez, que llegó a poseer 2.600
yeguas en 1803, la producción podría
haber sido duplicada pero, en cualquier caso muy limitada. Cabria la posibilidad
de que éstas ganaderías reales hubieran actuado como centros difusores,
distribuyendo sementales entre los ganaderos principales, y que su permanente
acción a lo largo de siglos habría terminado afectando al conjunto de la
raza, pero esta información de Pomar descarta esa opción: “porque el celo de buen vasallo, y por
obedecer a V.M., que me ha mandado que le informe de cuanto haya observado,
me obliga a decir que no ha sido buen consejo enviar semejantes caballos para los hacendados ricos, que los tienen
mejores, y los admiten por respeto, siéndoles una carga en sus casas,
repugnando algunos echarlos a sus yeguas por defectuosos” (Pomar, Pedro
Pablo de. 1793. Causas de la escasez y
deterioro de los caballos de España) También estaría dentro
de lo posible que la influencia fuese a través de las hembras; ya que
tendrían un excedente de potras, algunas podrían haber sido vendidas a
particulares y, al incorporarse a las yeguadas, habrían afectado a la
composición genética de la raza autóctona, pero creemos que no llegó a ser
así por el grave inconveniente con que se encontraban al tener que adaptarse
al sistema de cría tradicional español.
Cuando, en el siglo XIX,
los zootécnicos llegaron al convencimiento de que la mejora del caballo
español no era posible sin su cruzamiento con razas “selectas” se encontraron
con un problema insalvable: el “sistema pastoril” o sistema tradicional de
cría en extensivo que se practicaba en España desde la prehistoria y que
resultaba absolutamente incompatible con la introducción de ninguna de esas
razas.“Por nuestra parte, podemos
afirmar que el sistema seguido con la alimentación de los animales, en lo
general de Andalucía, es perjudicial en alto grado”. (Hidalgo Tablada,
José de. 1865. Curso de economía rural) Este sistema consistía
en dejar a los ganados en el campo durante todo el año y esperar que la
naturaleza les aportara el sustento. Los animales vivían en condiciones muy
parecidas a como lo hicieron sus ancestros silvestres, con el inconveniente
de que ahora tenían limitados los desplazamientos. Los caballos silvestres se
pudieron desplazar en busca de los mejores pastos, en función de las
estaciones, mientras que los domésticos se tenían que conformar con la
ubicación que sus amos les habían proporcionado: ” y desterrando el sistema pastoril o salvaje exclusivo que se viene
siguiendo desde nuestro padre Adán; pero que ha venido empeorando a medida
que se han limitado los terrenos por el aumento de la población, porque
entonces las piaras se extendían a largas distancias en busca de alimentos,
abrigos, etc.; pero en el día se los sacrifica, no permitiendo que salgan de
los terrenos marcados.” (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en la cría caballar) “Puede
cesar el abandono en que yace la multiplicación de medios para alimentar el
ganado; abandonar por perjudicial el método de aguardar que la naturaleza lo
haga todo, y que unas veces por abundancia, de que se duda, se pierdan
pastos; y otras por su escasez y falta de abrigo, mueran los animales, sin
que el hombre haga otra cosa que lamentar desgracias, que puede evitar si
plantea los medios” /…/ “Sin embargo, en España se ve por doquiera el poco
aprecio en que se tuvieron siempre las buenas doctrinas, y así los animales
recorren términos enteros para buscar un miserable alimento” (Hidalgo Tablada, José de. 1865. Curso de economía rural) La falta de auxilio al
ganado puede considerarse una práctica bárbara pero también supuso un filtro
a los genes exóticos. Los animales estaban sometidos a una muy severa
selección natural; aquel que no soportaba las privaciones de alimento o agua,
aquel que no soportaba las temperaturas extremas o los parásitos, estaba
condenado a sucumbir, y todos los años eran muchos los que morían.
Obviamente, las razas foráneas o sus mestizos estaban en inferioridad de
condiciones para soportar ese régimen de vida y más aún si se trataba de las
razas artificiales de Europa: “Las
yeguas extranjeras no pueden conservarse exclusivamente bajo el sistema
pastoril en ninguna de las estaciones del año, y el no haber conocido esta
razón, ha sido la principal causa de los malos resultados que han dado
siempre.” (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1862. Tratado de hipología) De manera que el sistema
pastoril y la naturaleza ejercieron de custodios de la casta española
manteniéndola en su estado original e impidiendo la progresión de las razas
“mejoradoras”. “Las consecuencias que lleva
consigo, el método de multiplicar el ganado de esta manera casi salvaje, pues
en algunos puntos apenas tiene quien los guarde, es fácil de comprender. Toda
mejora es imposible, pues no pudiéndose dominar y variar el orden natural de
la producción, ni de los abrigos, en escala suficiente para proteger miles de
individuos, ni tener a la inmediata inspección del dueño, quedan expuestos a
todos los contratiempos consiguientes. Pero de tal sistema se obtienen esos
famosos caballos que en la guerra de Oriente (1) sufrieron victoriosamente
las privaciones y clima, que diezmaron y dejaron casi a pié a los soldados
ingleses y parte de los franceses, cuyos caballos sabemos se crían bajo métodos
de estabulación permanente o mixta. En las mismas condiciones que nuestros
caballos, se multiplican los toros que hacen famosas las corridas en España,
pues la bravura de esos animales, no se puede sostener fuera del sistema de
alimentación en libertad, en buenas y extensas dehesas”. (Hidalgo Tablada, José de. 1865. Curso de economía rural) (1) Se
refiere a la guerra de Crimea. “Cuando se deja a la raza caballar expuesta a la acción de
las circunstancias físicas del medio en que viven, tiene que suceder: el que
por su modo de ser vital se subyugue a estas mismas circunstancias, según
queda expuesto, con las cuales tiene que estar en relación y atemperarse con
ellas, pues de lo contrario no podrían desarrollarse debidamente ni llegar al
estado adulto, después de habernos legado productos semejantes a los que la
han dado origen. Esto es lo que ha sucedido a nuestra raza ecuestre, por
haberla dejado casi exclusivamente sometida a la acción del clima y
alimentación en la dehesa; y esta circunstancia, favorecida por la unión
reproductora de los individuos más fuertes y vigorosos de la misma raza, ha
hecho que en nuestras Andalucías no tengamos, digámoslo así, más que una raza
de caballos que difieren muy poco unos de otros: por lo cual hemos dicho
antes que puede considerarse como una raza pura e hija del suelo que la vio
nacer, raza que, contrariada también por nuestros procedimientos, por no
haber introducido en ella hace muchos años sangre extraña, ha logrado
adquirir tal fijeza y fuerza de atavismo que de día
en día ha ido en aumento, contribuyendo a esto el sistema de aplicar a las
yeguas los caballos más fuertes, vigorosos y enérgicos que han ido
obteniéndose en todas épocas. Así es cómo se ha llegado a colocar a la raza
Andaluza en un estado tal de atavismo, que las modificaciones que quisiéramos
intentar en ella, durante las primeras generaciones serian bastante
trabajosas y difíciles, pues los caracteres eternos de la raza se
trasmitirían y conservarían en los productos”. (Soto, Julián. 1862. Cría caballar) “toda tentativa que se haga en beneficio de la cría
caballar en España, bien sea creando nuevas razas o mejorando las existentes,
es completamente inútil y hasta perjudicial, si no va acompañada de la
alimentación constante y adecuada, secundada con una buena higiene, dirigida
por personas idóneas y competentes, como lo hacen los señores que hemos
mencionado en la creación de las razas de tiro de lujo, pesado, de carrera,
etc.; pero creer que por el sistema pastoril puro se han de conseguir
resultados, es una ilusión, porque los que han emprendido estas mejoras se
han equivocado en el más alto grado, culpando a los cruzamientos lo que solo
era efecto de no haber comprendido la falta de alimentación y régimen en que
han incurrido,” (Cubillo
y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en
la cría caballar) Selección
contraria. Otro factor que,
involuntariamente, también contribuyó al mantenimiento de la raza fue la
permanente venta de los ejemplares más hermosos. Los ganaderos carecían de
estímulos, sólo mantenían las yeguas porque las necesitaban para la trilla y
no tenían reparo en desprenderse de las mejores, si había un buen postor.
Este hábito condenaba a la decadencia
al caballo español, pero también preservó su idiosincrasia. Los ganaderos no podían
vender ninguna yegua fuera de las provincias acotadas, a pesar de lo cual,
las mejores siempre acababan en manos de los manchegos y portugueses,
quedando, año tras año las “peores” (las más pequeñas) en manos de sus
propietarios. Con los caballos ocurría otro tanto; el ejército y los
particulares adquirían los mejores potros para sí, dejando lo que no tenían
por bueno para los ganaderos que, a falta de nada mejor, los utilizaban para
padrear. Esta selección negativa,
unida a la falta de cuidados en la alimentación y a la falta de interés en la
selección fueron las causas de una relativa degeneración de la raza: “Con esta, pues, grande multitud de yeguas
despreciables, ruines y mal conformadas, y la inmediación de La Mancha y
Portugal, que se llevan las mejores, y con esta otra multitud de padres de
desecho, que no se encontraron a propósito para una remonta, ¿cómo no ha de
haber degenerado la especie, aún cuando los pastos hubieran sido los más a
propósito y abundantes, que no es así, y aún cuando los criadores instruidos
y los mariscales hábiles hubieran puesto su mayor inteligencia y aplicación?”
(Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas
de la escasez y deterioro de los caballos de España) Sin embargo estas
circunstancias también tuvieron un aspecto positivo ya que al retirar los
muleros las yeguas más grandes también retiraban las que pudieran tener algún
cruce con razas nórdicas y, al retirar el ejército y los particulares los
caballos más finos y de mayor alzada también se llevaban a los mestizos: “En efecto, los criadores de muías han
extraído y extraen constantemente de las yeguadas de todo el reino las yeguas
más bellas, mas robustas y de mayor alzada; de lo que resulta que tenemos
mulas de grande talla, al paso que por una razón natural, nuestros caballos
han degenerado, como que son ya el producto de los desechos del garañón”.
(Segundo, Juan. 1847. Proyecto para el
fomento de la cría caballar) Esta selección
contraria unida a la extrema selección natural provocaba que los caballos que
quedaban en el campo, tal vez no fuesen de mucha alzada, pero sí
genéticamente muy puros. Principio del documento
Permanencia de la raza pura en
el siglo XIX. |
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