Moros
Alafaraces (Conde de Clonard) Guardia
Vieja de Castila (Conde de Clonard) Carlos
VII de Francia Alejandro
de Farnesio (Jusepe Leonardo) A. de
Pluvinel Felipe
III a caballo (Velázquez) Conde de
Oldemburgo (Ernst) |
Breve reseña histórica. Ya los romanos admiraban al caballo ibérico,
en el que apreciaban especialmente su velocidad, y les consideran muy superiores
a los suyos. Estrabón (III, 4, 16) dice en su “Geografía” que los caballos de
los celtíberos son de capa atabanada, que se parecen a los de los partos pero
“teniendo incluso mucha más velocidad y
una más bella carrera” Plinio narra la leyenda
de Olisipon según la cual allí era el viento favonius el que fecundaba a las
yeguas y que “los potros que paren son rapidísimos en la carrera” Comenta Apiano, sobre
una batalla de Gayo Vetillo contra Viriato: “Viriato, con caballos mucho más veloces, lo mantuvo en
jaque, huyendo a veces y otras parándose de nuevo y atacando, y consumió
aquel día y el siguiente completos en la misma llanura cabalgando alrededor.
Y cuando calculó que los otros tenían ya asegurada su huida, entonces, partió
por la noche por caminos no usados habitualmente y, con caballos mucho más
rápidos, llegó a Tríbola sin que los romanos fueran capaces de perseguirlo a
causa del peso de sus armas, de su desconocimiento de los caminos y de la
inferioridad de sus caballos.” Más adelante relata el
enfrentamiento entre Viriato y Fabio Máximo Serviliano: “Después que le llegó el resto del ejército y enviaron
desde África diez elefantes y trescientos jinetes, estableció un gran
campamento y avanzó al encuentro de Viriato, y tras ponerlo en fuga, emprendió
su persecución. Pero, como ésta se hizo en medio del desorden, Viriato, al
percatarse de ello durante su huida, dio media vuelta y mató a tres mil
romanos. Al resto los llevó acorralados hasta su campamento y los atacó también. Sólo unos pocos le opusieron
resistencia a duras penas alrededor de las puertas, pero la mayoría se
precipitó en el interior de las tiendas a causa del miedo y tuvieron que ser
sacados con dificultad por el general y los tribunos. En esta ocasión destacó
en especial Fanio, el cuñado de Lelio, y la proximidad de la noche contribuyó
a la salvación de los romanos. Pero Viriato, atacando con frecuencia durante
la noche, así como a la hora de la canícula, y presentándose cuando menos se
le esperaba, acosaba a los enemigos con la infantería ligera y sus caballos,
mucho más veloces, hasta que obligó a Serviliano a regresar a Ituca." Estos textos nos
describen la táctica de la caballería de Viriato, que estaba basada en la
velocidad, agilidad y resistencia de sus caballos; realizaba ataques rápidos,
simulaba una retirada y, repentinamente, volvía grupas y reanudaba el ataque.
Sus caballos eran capaces de mantener ese ritmo de lucha durante, al menos,
dos días seguidos. Suponiendo que los
trescientos jinetes venidos de África fuesen númidas habría que interpretar
que Plinio consideraba a los caballos iberos también más veloces que los de
aquellos. Es muy probable que la
caballería númida fuese inferior a las hispánicas ya que los romanos
expulsaron a los cartagineses en 12 años (229 – Estrabón dice de la
manera de combatir de los íberos alistados en las legiones romanas: “La infantería llevaba también mezcladas
fuerzas de caballería; los caballos están habituados a escalar montañas y a
flexionar rápidamente las manos a una orden dada en momento oportuno”, y
que en ocasiones montaban dos jinetes en un mismo caballo, de los cuales uno,
llegado el momento del combate, lucha como peón. Fragmento
del vaso de Llíria En el año 711, los
herederos de la caballería númida regresaron a la Península pero esta vez
bajo la bandera del Islam. En tres años conquistaron la mayor parte de ella. La Reconquista supuso casi
ocho siglos de guerra permanente entre las tropas cristianas y las
musulmanas. En este largo conflicto el caballo tuvo un papel predominante. El
tipo de caballo usado era el ibérico y, en menor porcentaje, el numídico o
berberisco (de neto origen ibérico y con continuos intercambios genéticos),
es posible que llegasen algunos caballos orientales, con los dirigentes
árabes, pero su número y trascendencia serían mínimos. El estilo de montar de ambos
combatientes era el de la gineta. Es el estilo adecuado para aprovechar al
máximo las cualidades de éstos caballos, es decir su velocidad, su agilidad y
su docilidad; de forma muy similar a como lo hicieran sus respectivos
antecesores (ibéricos o númidas) La caballería ligera,
al contrario que la caballería pesada del Norte de Europa, era socialmente
popular ya que participaba en ella cualquiera que dispusiera de un caballo,
desde los nobles hasta los villanos (caballería villana de Castilla, instaurada
por el conde García Fernández) Mientras tanto, en
Europa Central se había desarrollado la caballería pesada, basada en su tipo
de caballo, más voluminoso y más lento y torpe en la respuesta. El caballero llevaba
una armadura completa que pesaba entre 25 y 30 kilos y su caballo también iba
cubierto con la testera, la capizana, el petral, las flanqueras y la grupera.
Su armamento era una pesada lanza, un mandoble, espada, maza y daga. A la
grupa llevaba a un escudero armado de lanza corta y espada y les acompañaban
dos ballesteros a caballo, un paje y un mozo. El caballo tenía que soportar
un peso enorme por lo que usaban caballos de gran alzada y volumen y de ellos
sólo se aprovechaba su capacidad de carga que, a modo de ariete, arrojaban
contra las líneas de infantería enemiga quebrándola y desbaratando las
formaciones. Su maniobrabilidad estaba limitada por el peso de las armas y
por la propia constitución de los caballos. Los monarcas y los
nobles hispanos envidiaban la pompa y el aparato de estos caballeros y de sus
torneos por lo que trataron de hacerse también con caballos pesados,
armaduras y ser tan diestros en la brida como en la gineta. Al tiempo, las cortes
europeas admiraban al caballo español y procuraban obtenerlo siempre que
hallaban la ocasión. La extracción de caballos españoles llegó a ser tan
importante en el siglo XV que comenzaron a escasear en España, por lo que los
Reyes Católicos se vieron forzados a dictar una Real Cédula en su Pragmática
de 15 de octubre de 1493, por la que, bajo pena de muerte, prohíben sacar del
reino caballos, potros o yeguas (Archivo Histórico Municipal de Sevilla,
A.H.M.S. Sección I, carpeta 5, Doc. Nº 31). Desde el reinado de Juan I hasta
el de Isabel II (siglos XIV a XIX), todos los monarcas españoles incidieron
en esas medidas restrictivas para la venta de caballos españoles a otras
naciones. Pero esas medidas proteccionistas, justificadas y necesarias en su
momento, supusieron, a la larga, el declive de la raza. Al terminar la
Reconquista los Reyes Católicos se volcaron en dos nuevos campos de acción:
Europa y América. Los primeros encuentros
formales entre la caballería ligera española y la pesada centroeuropea
tuvieron ocasión en las guerras del Rosellón y de Italia. En las batallas de
Ceriñola y Garellano quedó patente la
superioridad estratégica de la caballería ligera española sobre la pesada de
Luis XII. Otras grandes victorias
militares en campos europeos, como las de Bicoca (1522), Pavía (1525),
Mühlberg (1547), San Quintín (1557), o la de Gembloux (1577) contribuyeron a
divulgar su justa fama. En ésta última el mismo Alejandro de Farnesio dirigió
la carga de caballería con la que se obtuvo una absoluta victoria: “sin detenerse más, arrebatándole al paje
la lanza que llevaba, y montando de presto otro caballo que Camilo de Monte
tenía más suelto para pelear, arrojando incendios marciales por ojos y boca,
vuelto al paje le dijo: Id al general austriaco (Don Juan de Austria) y decidle que Alejandro, acordándose del
antiguo romano, se arroja en un hoyo para sacar de él, con el favor de Dios y
con la fortuna de la casa de Austria, una cierta y grande victoria hoy [...]
Con el mismo ímpetu y con el ejemplo llevó tras sí los cabos más valerosos de
la caballería, a Benardino de Mendoza, a Juan Baustista de Monte, Enrique
Vienni, Fernando de Toledo, Martinengo, Mondragón y otros” Fue tan recia la carga que hizo huir a la
caballería protestante la cual, en su precipitada fuga arrollo a su propia
infantería, facilitando la victoria a la caballería española. Batalla de
Gembloux Las potencias europeas
vieron la necesidad de incorporar regimientos de caballería ligera a sus
ejércitos y redoblaron esfuerzos por obtener sementales españoles con los que
aligerar a sus pesadas razas. Flandes sirvió de centro difusor de la raza. “…las guerras de Flandes, donde se hizo el terror de la
Europa el escuadrón de los caballos de la insigne Orden del Toisón;
experimentando posteriormente los franceses su marcial vigor en varios
encuentros que, en distintas épocas y algunas muy inmediatas, tuvieron con
los escuadrones españoles, llegando a preferir siempre el caballo español a
los que ellos traían, porque siempre se ha tenido a este por el más valiente;
de aquí el que todas las naciones han evitado cuanto podían los encuentros
con nuestra caballería”. (Casas, Nicolas. 1843. Tratado de la cría del caballo, mula y asno.) Pero no bastaba con
obtener caballos físicamente equiparables al español, también hacía falta
enseñar a caballos y a jinetes los fundamentos del estilo ecuestre ibérico y
para ello se crearon las escuelas de equitación. Una de las primeras fue la
de Nápoles que se fundó para intentar inculcar en el caballo napolitano
alguno de los modales usuales en el español Desde Italia se
extendió la idea y siguieron la fundación de numerosas escuelas de equitación
en Francia (La Broue, la Baume, Versalles, las Tullerías, Saumur), la de
Viena en Austria, en 1572, la de Bolsover en Inglaterra, y otras en Alemania
y Suecia. En estas escuelas se fueron fundiendo los conceptos de los dos
estilos europeos (gineta y brida) llegando a un estilo de síntesis que es el
que hoy usamos. Surgieron muchos
eruditos que, a su vez, crearon escuelas extendiendo y desarrollando la
equitación clásica. Para François Robinchon de la Guérinière (1688-1751)
autor de "École de Cavaliere", los dos padres de la equitación
clásica eran Salomón de la Broue (1530-1610) y William Cavendish, duque de
Newcastle (1592-1676) Salomón de la Broue dijo
del caballo español: “Comparando los
mejores caballos para apreciar su mayor perfección, coloco en primer lugar al
caballo español, le doy mi voto, por ser el más hermoso, el más noble, el más
gracioso, el más valiente y el más digno de que lo monte un Rey”. Y el duque de
Newcastle:”De todos los caballos del
mundo, de cualquier región o clima que sean, los caballos de España son los
más inteligentes, y lo son de tal forma, que es cosa que excede la
imaginación. Si se sabe elegir bien el caballo español, yo respondo de que es
el más noble del mundo y de que no lo hay mejor cortado desde la punta de la
oreja a la punta de los cascos. Es el más bello que puede encontrarse; ni tan
pequeño como el berberisco, ni tan grande como el napolitano, sino guardando
un buen medio entre los dos. Es vigoroso, de mucho aliento y muy dócil;
marcha con altivez y trota con la acción más hermosa del mundo; es arrogante
en el galope, más veloz que los demás caballos en la carrera, mucho más noble
y más apacible que ellos, y es, en resumen, el más adecuado para que un gran
monarca, en un día de triunfo, pueda ostentar su gloria al pueblo o
presentarse a la cabeza de un ejército en un día de batalla. Es pues el mejor
caballo y el que debe preferirse a todos para casta y para lograr buena raza,
ya sea para el picadero, ya para la caza, como para las carreras y toda clase
de usos y servicios.” ”Digo por tanto, que el caballo español es el mejor
caballo padre del mundo, con tal que se acople con yeguas adecuadas para el
uso o servicio a que se le quiera destinar.
Los caballos españoles son buenos para todo, menos para tirar de los carros” Aún en el siglo XVIII
decía Buffon en su Historia Natural
: “Los caballos de España de buena
raza, son gruesos, de buenas anchuras y tienen mucho movimiento al andar y
mucha flexibilidad, acompañados de fogosidad y gallardía. Los de Andalucía
pasan por ser los mejores de todos, no obstante, tienen la cabeza algo larga;
pero se les perdona este pequeño defecto a favor de raras cualidades, pues
tienen mucho temperamento, mucha docilidad, gracia, y flexibilidad (más que
los caballos berberiscos), por cuyas ventajas son preferibles a todos los
caballos del mundo para la guerra, para ostentación y para el picadero”. Sin embargo la época
dorada del caballo español, la más larga y fecunda de la historia de la
caballería, estaba llegando a su fin. Coincidiendo con la llegada de la casa
Bobón al trono de España y la subsiguiente Guerra de Sucesión (1700-1714)
empiezan a notarse los síntomas de decadencia de la cría caballar española.
Felipe V ordenó publicar la Real provisión de 5 de enero de 1726, antecesora
de las Ordenanzas de Caballería. Cada vez hay menos
caballos y empiezan a ser raros los de calidad: “cuando en 1741, los Sres. Chevigni y Massuet, dicen: «que en
España, siendo excelentes sus caballos para la guerra y para el picadero,
especialmente los andaluces, se hallan muy pocos buenos»” (Álvarez
Sotomayor, Agustín. 1851. Memoria sobre
la cría caballar.) En 1757, reinando
Fernando VI, se publicó la Ordenanza
de Caballería, con la vana esperanza de fomentarla. Carlos III, insistiendo
en la misma política, ordenó publicar en 1775 una recopilación de las
Ordenanzas de Fernando VI, pero la decadencia que ya era notoria, continuó
imparable.
Ricardo de Juana, 2011. Principio del documento
Castas equinas españolas |
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