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Los caballos españoles del siglo XIX.

- INICIO.

- BREVE RESEÑA HISTÓRICA.

- CASTAS EQUINAS ESPAÑOLAS.

       - TIPO DE MARISMAS Y RIVERAS.

       - TIPO DE LAS SIERRAS.

       - TIPO DE LAS CAMPIÑAS

       - EL CABALLO DE TIRO..

       - LA CASTA FINA.

- LA CRÍA CABALLAR EN EL SIGLO XIX.

       - EXCESO DE INTERVENCIÓN.

       - DESINTERÉS Y ABANDONO.

       - ESCASEZ DE PASTOS.

- PROBLEMAS DE INTENDENCIA.

       - REQUISAS.

       - BAJO PRECIO.

       - EL PROBLEMA DE LAS MULAS.

       - EL USO DEL COCHE.

- DESARROLLO DE LA ZOOTECNIA.

       - PRIMEROS INTENTOS DE MEJORA.

       - EL SISTEMA PASTORIL.

       - SELECCIÓN CONTRARIA.

- PERMANENCIA DE LA RAZA PURA.

      - DEPÓSITOS DE SEMENTALES.

      - DEBATE SOBRE SU CONSERVACIÓN

- RESISTENCIA DEL CABALLO ESPAÑOL.

       - MOTIVOS DE DESAPEGO.

- BIBLIOGRAFÍA.

 

 

 

 

 

 

 

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Moros Alafaraces (Conde de Clonard)

 

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Guardia Vieja de Castila (Conde de Clonard)

 

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Carlos VII de Francia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Alejandro de Farnesio (Jusepe Leonardo)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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A. de Pluvinel

 

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Felipe III a caballo (Velázquez)

 

 

 

 

 

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Conde de Oldemburgo (Ernst)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Breve reseña histórica.

 

 Ya los romanos admiraban al caballo ibérico, en el que apreciaban especialmente su velocidad, y les consideran muy superiores a los suyos. Estrabón (III, 4, 16) dice en su “Geografía” que los caballos de los celtíberos son de capa atabanada, que se parecen a los de los partos pero “teniendo incluso mucha más velocidad y una más bella carrera”

Plinio narra la leyenda de Olisipon según la cual allí era el viento favonius el que fecundaba a las yeguas y que “los potros que paren son rapidísimos en la carrera”

Comenta Apiano, sobre una batalla de Gayo Vetillo contra Viriato:

“Viriato, con caballos mucho más veloces, lo mantuvo en jaque, huyendo a veces y otras parándose de nuevo y atacando, y consumió aquel día y el siguiente completos en la misma llanura cabalgando alrededor. Y cuando calculó que los otros tenían ya asegurada su huida, entonces, partió por la noche por caminos no usados habitualmente y, con caballos mucho más rápidos, llegó a Tríbola sin que los romanos fueran capaces de perseguirlo a causa del peso de sus armas, de su desconocimiento de los caminos y de la inferioridad de sus caballos.”

Más adelante relata el enfrentamiento entre Viriato y Fabio Máximo Serviliano:

“Después que le llegó el resto del ejército y enviaron desde África diez elefantes y trescientos jinetes, estableció un gran campamento y avanzó al encuentro de Viriato, y tras ponerlo en fuga, emprendió su persecución. Pero, como ésta se hizo en medio del desorden, Viriato, al percatarse de ello durante su huida, dio media vuelta y mató a tres mil romanos. Al resto los llevó acorralados hasta su campamento y los  atacó también. Sólo unos pocos le opusieron resistencia a duras penas alrededor de las puertas, pero la mayoría se precipitó en el interior de las tiendas a causa del miedo y tuvieron que ser sacados con dificultad por el general y los tribunos. En esta ocasión destacó en especial Fanio, el cuñado de Lelio, y la proximidad de la noche contribuyó a la salvación de los romanos. Pero Viriato, atacando con frecuencia durante la noche, así como a la hora de la canícula, y presentándose cuando menos se le esperaba, acosaba a los enemigos con la infantería ligera y sus caballos, mucho más veloces, hasta que obligó a Serviliano a regresar a Ituca."

Estos textos nos describen la táctica de la caballería de Viriato, que estaba basada en la velocidad, agilidad y resistencia de sus caballos; realizaba ataques rápidos, simulaba una retirada y, repentinamente, volvía grupas y reanudaba el ataque. Sus caballos eran capaces de mantener ese ritmo de lucha durante, al menos, dos días seguidos.

Suponiendo que los trescientos jinetes venidos de África fuesen númidas habría que interpretar que Plinio consideraba a los caballos iberos también más veloces que los de aquellos.

Es muy probable que la caballería númida fuese inferior a las hispánicas ya que los romanos expulsaron a los cartagineses en 12 años (229 – 231 a. C.), mientras que en dominar a los celtíberos tardaron 200 años. Apiano decía de los habitantes de Numancia: “Sus habitantes eran excelentes soldados, tanto a caballo como a pie” y de los jinetes de “Palantia” cuenta que pusieron en fuga al ejército de Lúculo, obligándole a retirarse más allá del Duero. 

Estrabón dice de la manera de combatir de los íberos alistados en las legiones romanas: “La infantería llevaba también mezcladas fuerzas de caballería; los caballos están habituados a escalar montañas y a flexionar rápidamente las manos a una orden dada en momento oportuno”, y que en ocasiones montaban dos jinetes en un mismo caballo, de los cuales uno, llegado el momento del combate, lucha como peón.

 

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Fragmento del vaso de Llíria

 

En el año 711, los herederos de la caballería númida regresaron a la Península pero esta vez bajo la bandera del Islam. En tres años conquistaron la mayor parte de ella.

La Reconquista supuso casi ocho siglos de guerra permanente entre las tropas cristianas y las musulmanas. En este largo conflicto el caballo tuvo un papel predominante. El tipo de caballo usado era el ibérico y, en menor porcentaje, el numídico o berberisco (de neto origen ibérico y con continuos intercambios genéticos), es posible que llegasen algunos caballos orientales, con los dirigentes árabes, pero su número y trascendencia serían mínimos. 

El estilo de montar de ambos combatientes era el de la gineta. Es el estilo adecuado para aprovechar al máximo las cualidades de éstos caballos, es decir su velocidad, su agilidad y su docilidad; de forma muy similar a como lo hicieran sus respectivos antecesores (ibéricos o númidas)

La caballería ligera, al contrario que la caballería pesada del Norte de Europa, era socialmente popular ya que participaba en ella cualquiera que dispusiera de un caballo, desde los nobles hasta los villanos (caballería villana de Castilla, instaurada por el conde García Fernández)

Mientras tanto, en Europa Central se había desarrollado la caballería pesada, basada en su tipo de caballo, más voluminoso y más lento y torpe en la respuesta.

El caballero llevaba una armadura completa que pesaba entre 25 y 30 kilos y su caballo también iba cubierto con la testera, la capizana, el petral, las flanqueras y la grupera. Su armamento era una pesada lanza, un mandoble, espada, maza y daga. A la grupa llevaba a un escudero armado de lanza corta y espada y les acompañaban dos ballesteros a caballo, un paje y un mozo. El caballo tenía que soportar un peso enorme por lo que usaban caballos de gran alzada y volumen y de ellos sólo se aprovechaba su capacidad de carga que, a modo de ariete, arrojaban contra las líneas de infantería enemiga quebrándola y desbaratando las formaciones. Su maniobrabilidad estaba limitada por el peso de las armas y por la propia constitución de los caballos.

Los monarcas y los nobles hispanos envidiaban la pompa y el aparato de estos caballeros y de sus torneos por lo que trataron de hacerse también con caballos pesados, armaduras y ser tan diestros en la brida como en la gineta.

Al tiempo, las cortes europeas admiraban al caballo español y procuraban obtenerlo siempre que hallaban la ocasión. La extracción de caballos españoles llegó a ser tan importante en el siglo XV que comenzaron a escasear en España, por lo que los Reyes Católicos se vieron forzados a dictar una Real Cédula en su Pragmática de 15 de octubre de 1493, por la que, bajo pena de muerte, prohíben sacar del reino caballos, potros o yeguas (Archivo Histórico Municipal de Sevilla, A.H.M.S. Sección I, carpeta 5, Doc. Nº 31). Desde el reinado de Juan I hasta el de Isabel II (siglos XIV a XIX), todos los monarcas españoles incidieron en esas medidas restrictivas para la venta de caballos españoles a otras naciones. Pero esas medidas proteccionistas, justificadas y necesarias en su momento, supusieron, a la larga, el declive de la raza.

Al terminar la Reconquista los Reyes Católicos se volcaron en dos nuevos campos de acción: Europa y América.

Los primeros encuentros formales entre la caballería ligera española y la pesada centroeuropea tuvieron ocasión en las guerras del Rosellón y de Italia. En las batallas de Ceriñola  y Garellano quedó patente la superioridad estratégica de la caballería ligera española sobre la pesada de Luis XII.

Otras grandes victorias militares en campos europeos, como las de Bicoca (1522), Pavía (1525), Mühlberg (1547), San Quintín (1557), o la de Gembloux (1577) contribuyeron a divulgar su justa fama. En ésta última el mismo Alejandro de Farnesio dirigió la carga de caballería con la que se obtuvo una absoluta victoria: “sin detenerse más, arrebatándole al paje la lanza que llevaba, y montando de presto otro caballo que Camilo de Monte tenía más suelto para pelear, arrojando incendios marciales por ojos y boca, vuelto al paje le dijo: Id al general austriaco (Don Juan de Austria) y decidle que Alejandro, acordándose del antiguo romano, se arroja en un hoyo para sacar de él, con el favor de Dios y con la fortuna de la casa de Austria, una cierta y grande victoria hoy [...] Con el mismo ímpetu y con el ejemplo llevó tras sí los cabos más valerosos de la caballería, a Benardino de Mendoza, a Juan Baustista de Monte, Enrique Vienni, Fernando de Toledo, Martinengo, Mondragón y otros”  Fue tan recia la carga que hizo huir a la caballería protestante la cual, en su precipitada fuga arrollo a su propia infantería, facilitando la victoria a la caballería española.

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Batalla de Gembloux

 

Las potencias europeas vieron la necesidad de incorporar regimientos de caballería ligera a sus ejércitos y redoblaron esfuerzos por obtener sementales españoles con los que aligerar a sus pesadas razas. Flandes sirvió de centro difusor de la raza.

“…las guerras de Flandes, donde se hizo el terror de la Europa el escuadrón de los caballos de la insigne Orden del Toisón; experimentando posteriormente los franceses su marcial vigor en varios encuentros que, en distintas épocas y algunas muy inmediatas, tuvieron con los escuadrones españoles, llegando a preferir siempre el caballo español a los que ellos traían, porque siempre se ha tenido a este por el más valiente; de aquí el que todas las naciones han evitado cuanto podían los encuentros con nuestra caballería”. (Casas, Nicolas. 1843. Tratado de la cría del caballo, mula y asno.)

Pero no bastaba con obtener caballos físicamente equiparables al español, también hacía falta enseñar a caballos y a jinetes los fundamentos del estilo ecuestre ibérico y para ello se crearon las escuelas de equitación. Una de las primeras fue la de Nápoles que se fundó para intentar inculcar en el caballo napolitano alguno de los modales usuales en el español

Desde Italia se extendió la idea y siguieron la fundación de numerosas escuelas de equitación en Francia (La Broue, la Baume, Versalles, las Tullerías, Saumur), la de Viena en Austria, en 1572, la de Bolsover en Inglaterra, y otras en Alemania y Suecia. En estas escuelas se fueron fundiendo los conceptos de los dos estilos europeos (gineta y brida) llegando a un estilo de síntesis que es el que hoy usamos.

Surgieron muchos eruditos que, a su vez, crearon escuelas extendiendo y desarrollando la equitación clásica. Para François Robinchon de la Guérinière (1688-1751) autor de "École de Cavaliere", los dos padres de la equitación clásica eran Salomón de la Broue (1530-1610) y William Cavendish, duque de Newcastle (1592-1676)

Salomón de la Broue dijo del caballo español: “Comparando los mejores caballos para apreciar su mayor perfección, coloco en primer lugar al caballo español, le doy mi voto, por ser el más hermoso, el más noble, el más gracioso, el más valiente y el más digno de que lo monte un Rey”.

Y el duque de Newcastle:”De todos los caballos del mundo, de cualquier región o clima que sean, los caballos de España son los más inteligentes, y lo son de tal forma, que es cosa que excede la imaginación. Si se sabe elegir bien el caballo español, yo respondo de que es el más noble del mundo y de que no lo hay mejor cortado desde la punta de la oreja a la punta de los cascos. Es el más bello que puede encontrarse; ni tan pequeño como el berberisco, ni tan grande como el napolitano, sino guardando un buen medio entre los dos. Es vigoroso, de mucho aliento y muy dócil; marcha con altivez y trota con la acción más hermosa del mundo; es arrogante en el galope, más veloz que los demás caballos en la carrera, mucho más noble y más apacible que ellos, y es, en resumen, el más adecuado para que un gran monarca, en un día de triunfo, pueda ostentar su gloria al pueblo o presentarse a la cabeza de un ejército en un día de batalla. Es pues el mejor caballo y el que debe preferirse a todos para casta y para lograr buena raza, ya sea para el picadero, ya para la caza, como para las carreras y toda clase de usos y servicios.” ”Digo por tanto, que el caballo español es el mejor caballo padre del mundo, con tal que se acople con yeguas adecuadas para el uso o servicio a que se le quiera destinar. Los caballos españoles son buenos para todo, menos para tirar de los carros”

Aún en el siglo XVIII decía Buffon en su Historia Natural : “Los caballos de España de buena raza, son gruesos, de buenas anchuras y tienen mucho movimiento al andar y mucha flexibilidad, acompañados de fogosidad y gallardía. Los de Andalucía pasan por ser los mejores de todos, no obstante, tienen la cabeza algo larga; pero se les perdona este pequeño defecto a favor de raras cualidades, pues tienen mucho temperamento, mucha docilidad, gracia, y flexibilidad (más que los caballos berberiscos), por cuyas ventajas son preferibles a todos los caballos del mundo para la guerra, para ostentación y para el picadero”.

Sin embargo la época dorada del caballo español, la más larga y fecunda de la historia de la caballería, estaba llegando a su fin. Coincidiendo con la llegada de la casa Bobón al trono de España y la subsiguiente Guerra de Sucesión (1700-1714) empiezan a notarse los síntomas de decadencia de la cría caballar española. Felipe V ordenó publicar la Real provisión de 5 de enero de 1726, antecesora de las Ordenanzas de Caballería.

Cada vez hay menos caballos y empiezan a ser raros los de calidad: “cuando en 1741, los Sres. Chevigni y Massuet, dicen: «que en España, siendo excelentes sus caballos para la guerra y para el picadero, especialmente los andaluces, se hallan muy pocos buenos»” (Álvarez Sotomayor, Agustín. 1851. Memoria sobre la cría caballar.)

En 1757, reinando Fernando VI, se  publicó la Ordenanza de Caballería, con la vana esperanza de fomentarla.

Carlos III, insistiendo en la misma política, ordenó publicar en 1775 una recopilación de las Ordenanzas de Fernando VI, pero la decadencia que ya era notoria, continuó imparable.

 

                                                                                                                     Ricardo de Juana, 2011.

 

Principio del documento                                                                                 Castas equinas españolas