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Los caballos españoles del siglo XIX.

- INICIO.

- BREVE RESEÑA HISTÓRICA.

- CASTAS EQUINAS ESPAÑOLAS.

       - TIPO DE MARISMAS Y RIVERAS.

       - TIPO DE LAS SIERRAS.

       - TIPO DE LAS CAMPIÑAS.

       - EL CABALLO DE TIRO.

       - LA CASTA FINA.

- LA CRÍA CABALLAR EN EL SIGLO XIX.

       - EXCESO DE INTERVENCIÓN.

       - DESINTERÉS Y ABANDONO.

       - ESCASEZ DE PASTOS.

- PROBLEMAS DE INTENDENCIA.

       - REQUISAS.

       - BAJO PRECIO.

       - EL PROBLEMA DE LAS MULAS.

       - EL USO DEL COCHE.

- DESARROLLO DE LA ZOOTECNIA.

       - PRIMEROS INTENTOS DE MEJORA.

       - EL SISTEMA PASTORIL.

       - SELECCIÓN CONTRARIA.

- PERMANENCIA DE LA RAZA PURA.

      - DEPÓSITOS DE SEMENTALES.

      - DEBATE SOBRE SU CONSERVACIÓN

- RESISTENCIA DEL CABALLO ESPAÑOL.

       - MOTIVOS DE DESAPEGO.

- BIBLIOGRAFÍA.

 

 

 

 

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Enrique IV de Castilla

 

 

 

 

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La cría caballar en el siglo XIX.

 

Ya hemos hecho referencia, en los antecedentes, a cómo el caballo español había sido durante siglos el más admirado y buscado por las cortes europeas para mejorar sus razas caballares, a las múltiples medidas tomadas, por los distintos monarcas españoles, con la intención de proteger y fomentar la producción de caballos para abastecer a sus ejércitos, y  cómo, a pesar de ellas, la raza había iniciado su decadencia.

Pasamos a analizar los tres principales factores que condujeron a esta situación; dos afectaban de forma directa: los referentes a la producción y al consumo, y otro indirecta: el desarrollo de la zootecnia.

 

Factores relativos a la producción:

 

Exceso de intervención.

En cuanto al sector productivo o ganadero, había llegado a un estado límite y los motivos, siendo muchos, se resumen en uno: la más absoluta falta de interés de los ganaderos en la cría caballar.

El excesivo proteccionismo y reglamentación en que los sucesivos monarcas españoles habían envuelto esta actividad la hacía carecer de interés económico, sin que por ello estuviera exenta de riesgos y de exigencias difíciles de cumplir.

“que sería el mayor oprobio de cuantos españoles existimos en el día, de ignorar de no haber sabido, ni saber al presente haber conservado una casta de animales tan singulares y acreditados, que nos dejaron nuestros abuelos, con tantas Juntas, Consejos, Encargados de este negocio, Corregidores, Diputados, Escribanos y Comisionados, y Secretarios dependientes para su logro, que si se sumasen todas estas personas, serían seguramente más en número que los caballos que hoy tenemos”. (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España.)

Durante el reinado de Enrique IV, hermanastro y antecesor de Isabel la Católica, se estableció el cauce del río Tajo como límite hasta donde llegaba la autorización para el uso del garañón, pero en la práctica lo que resultó limitado fue la zona de cría de caballos de casta fina al sur de este río, quedando el resto dedicado, casi exclusivamente, a la producción de mulas. Esta división permaneció hasta el reinado de Isabel II (con un breve paréntesis durante la Regencia)

Mientras que los ganaderos de las provincias al norte del Tajo disfrutaban de casi absoluta libertad en lo relativo a la cría caballar, los del sur sufrían una excesiva reglamentación. No podían criar más caballos que los de casta fina que hubieran sido aprobados. No podían vender hembras a las provincias del norte ni al extranjero. No podían vender los potros machos antes de haber cumplido los tres años y tenían la obligación, bajo pena de 50 ducados, de dar cuenta de su venta a la Justicia. En caso de venderlo fuera de la provincia tenían que presentar la guía y tornaguía demostrando el lugar al cual había ido a parar el potro, de no hacerlo se les consideraba extractores ilegales.  En caso de muerte de algún caballo, el propietario estaba obligado a presentar ante la Justicia su piel fresca. De no hacerlo se consideraba que el animal había sido vendido a “provincias prohibidas” o al extranjero y se le aplicaban las sanciones previstas. Estaban obligados a marcar a todos los potros al destete y a cortar dos dedos de la oreja derecha a las potrancas bajo pena de 100 ducados. Cada pueblo estaba obligado a costear con sus fondos (fondos de propios) una dehesa para las yeguas y otra para los potros. Los potros tenían que ser retirados de la dehesa de las yeguas antes de los dos años; su incumplimiento acarreaba una sanción de 50 ducados. De la dehesa de yeguas pasaba a la dehesa potril, de donde había que retirarlos antes de que cumpliesen los cuatro años, bajo pena de 50 ducados. El resto de ganados (vacas, ovejas, cabras o cerdos) no estaban sujetos a regulaciones.

“De aquí se sigue la falta de consumo, habiéndose perdido por esta causa y otras la afición de los españoles a criar caballos para divertirse y para comerciar con ellos; y como por otra parte subsiste la mal entendida prohibición de poderlos extraer del Reino, no se esmera el criador en perfeccionar su casta, no corrige defectos de conformación de los miembros de la yegua y el caballo” (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España.)

 

Desinterés y abandono.

Estas exigencias, unidas a la falta de rendimiento económico provocó que muchos ganaderos abandonasen la actividad y sólo aquellos que no podían prescindir de las yeguas, porque las utilizaban en la trilla, las mantenían: “…la trilla, por cuyo trabajo se puede asegurar conservan las yeguas en estas provincias, considerando todo lo demás como secundario, y por lo mismo las tienen completamente abandonadas.” (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en la cría caballar).

La labor de la trilla comenzaba inmediatamente después de la siega y consistía en llevar un grupo de yeguas a la era, en donde se había extendido la parva, y obligarlas a galopar en círculo hasta que hubieran desmenuzado las espigas con el machaqueo de sus cascos. Las parvas podían ser de treinta a sesenta carretadas, correspondiendo a cada yegua de dos a tres carretadas. Esta labor se realizaba en los días más calurosos del año y en las horas más calurosas del día y suponía un esfuerzo extenuante para los animales. La única ventaja consistía en que se las dejaba comer todo el trigo y paja que quisieran pero, en esas condiciones de sofoco causado por la fatiga y el calor, más que una ventaja suponía un peligro para su salud. Los potros, nacidos durante la primavera, tenían que acompañar a sus madres y resultaban un estorbo en la labor. El jornal de un peón en la trilla (en 1875) era de 6 reales mientras que el de cada yegua era de 10. Los yegüeros se ajustaban con diversos propietarios, de manera que cuando terminaban la trilla en un cortijo caminaban hasta el siguiente y luego a otros hasta que terminaba la campaña.

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Trilla en Chile (Claudio Gay, 1854)

El resto del año, las yeguas, permanecían en las dehesas de propios (comunales) sin más ayuda por parte de sus amos que algo de paja de las “tornas” (de la que habían dejado los bueyes después de comer), lo que no evitaba que muchas murieran de hambre cada invierno: “el mal trato que se les da con alimento escaso y de mala calidad en la mayor parte del año hace poco fecundas a muchas, que malparan otras, y que a las que paren se les muera el mayor número de crías que produjeron” (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España.)

Otras veces eran los temporales los que diezmaban las piaras: “En este mes pasado de febrero me dijeron en la Villa de las Cabezas, que se habían ahogado algunos de esta suerte, y se habían muerto tantas yeguas por el mal temporal, que a un vecino llamado Juan Mata sólo le ha quedado una de diez y seis que tenía, y a un Don Joseph Angulo se le han muerto once, y malparido trece: ¡y cuantos y cuantas habrán muerto que yo ignoro en las inmensas marismas de San Lucar, Puerto de Santa María, Xerez, Lebrija y Sevilla! (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España.)

Consecuentemente, tampoco tenían ningún cuidado en el aspecto reproductivo y si llevaban sus yeguas a cubrir a la parada era porque estaban obligados por ley a hacerlo al menos cada dos años. Los ganaderos no dejaban al semental en libertad con las yeguas,  cubrían sus yeguas en mano, pero luego soltaban en la dehesa uno de sus potros de tres años para que las repasase. El porcentaje de yeguas que quedaban preñadas en las paradas públicas rondaba el 10%, de manera que del 90% restante, la que quedaba preñada, lo hacía de un potro de tres años (aún no tiene suficiente desarrollo) y de su misma sangre, cuyos productos no podían ser sino desmedrados y consanguíneos. La razón era porque pensaban que el potro, al ser más débil, tenía más probabilidades de engendrar hembras, que era lo que ellos preferían ya que las usaban en la trilla o las vendían (clandestinamente) a los productores de mulas, mientras que los machos, prácticamente sólo  se los podían vender al ejército y al precio que él estipulase: “siéndole tanto más útil al criador que le nazcan más hembras que machos, que llega al extremo de tomar pesadumbre los más de ellos cuando su yegüero les avisa que alguna de sus yeguas ha parido potro y no potranca, haciéndolo algunos matar solamente por ser macho, porque si es hembra sirve para la trilla, o si sale aventajada, la compra a los tres años el manchego o el portugués en sesenta u ochenta doblones, en cuyo precio no se suele vender ningún potro de esta edad”. (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España). Esta actitud “potricida” no debía ser anecdótica o aislada ya que más adelante nos informa Pomar de lo siguiente: “a los ocho meses que han parido las yeguas en la Villa de Morón en el año pasado de 1791, por todo producto de 1033 yeguas, no existían sino dos potros y 73 potrancas: Que en la ciudad de Ronda en el año anterior de 90, por todo producto de 654 yeguas no existía ningún potro a los dichos ocho meses, sino 58 potrancas; y que en todo el partido de esta ciudad, que se compone de 30 lugares, 2624 yeguas al empezar el segundo año tienen solamente 171 potros y 222 potrancas.” “Esto mismo demuestro que sucede sobre poco más o menos en todos los pueblos de Andalucía, pues en el Reino de Sevilla 3.691 yeguas no tuvieron ninguno en el mismo año, habiendo producido solamente algunas pocas potrancas todo este gran número de yeguas”. (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España).

Los potros no se destetaban hasta los dos años, cuando que se les trasladaba a la dehesa potril, pero las potras permanecían con la madre y seguían mamándola hasta que paría de nuevo. Este sistema producía un gran desgaste a las ya menguadas fuerzas de las yeguas.

Los potros permanecían en la dehesa potril hasta los cuatro años pero sólo una tercera parte de los que entraban llegaban a cumplirlos, el resto moría de hambre, enfermedades, inclemencias y accidentes: “Una piara de potros, aun cuando sean de un solo año, administrados como es debido, presenta desde luego una vista agradable, en razón de la alegría, de la viveza y de la lozanía que los acompaña. Pero trasladémonos a las dehesas de las Andalucías en los meses de diciembre y enero, y veamos el golpe de vista que nos ofrecen los potros de aquellas tan privilegiadas regiones. Ya no vemos sino es un montón de esqueletos, maniatados con crueldad; los unos en pie, pero cabizbajos y tristes; los otros echados, y haciendo vanos esfuerzos para levantarse, y todos con el pelo largo, erizado y embarrado de lodo, presentando el aspecto de la hambre que los devora, de la debilidad que los aqueja, como es consiguiente, y del rigor con que los abate la intemperie en semejante estado de aniquilamiento”. (Laiglesia y Darrac, Francisco. 1851. Memoria sobre la cría caballar de España) o a causa de los lobos: “Abundan en varias partes los lobos, de suerte que en algunos pueblos cuentan como por ordinario el perder cuarenta o cincuenta yeguas y potros en cada año por esta causa” (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España)

A los cuatro años tenían que salir de la dehesa potril y comenzar su doma.

El trato dedicado a los sementales tampoco  era el más adecuado: “Nada es más común, ni hay vicio mas generalmente extendido entre nosotros, particularmente en Andalucía, como el de tenerse a los caballos padres amarrados como galeotes, y cargados de cadenas años enteros, esto es, desde la monta de un año a la del año siguiente; y sin prestarles otra especie de asistencia que la de darles un cortísimo pienso. No puede concebirse como sea posible llevar el abandono, la desidia y la falta absoluta de celo por sus propios intereses hasta semejante extremo”. (Laiglesia y Darrac, Francisco. 1851. Memoria sobre la cría caballar de España)

Francisco Javier de Cerveriz y Sobrino, en su Apéndice a la Memoria sobre la cría caballar de España (1835) dice: “Es necesario confesar que en Andalucía existen hoy algunas prácticas muy erróneas en materia de cría caballar, y que lo bueno que existe se debe casi exclusivamente al suelo y benignidad de su clima”. Pero la falta de atención que sufrían las yeguas en las provincias vedadas al garañón no se puede atribuir a la ignorancia sino a la falta de interés. En La Mancha, donde existía un gran plantel de yeguas destinadas a la cría mulatera, al resultar muy rentables, se las cuidaba con esmero. Mientras que en Andalucía se destinaban tres o cuatro fanegas de pastizal para cada yegua, en La Mancha se las adjudicaban de quince a veinte y se las mantenía tan bien alimentadas que salían del invierno más gordas que la mejor de Andalucía del verano, según explica Pomar.

Debido a esa falta de interés y a las dificultades interpuestas por el Gobierno para la tenencia de yeguas, muchos labradores, que sólo las mantenían para su uso en la trilla de la mies, empezaron a sustituirlas por trillos tirados por mulas: “en muchas partes se va introduciendo el fatal uso de las mulas; viniendo ya también de diferentes pueblos de La Mancha y Murcia cuadrillas de hombres con machos y mulas para trillar y labrar” (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España)

Para contrarrestarlo el Gobierno decidió otorgar, en la Ordenanza de Caballería de 1789, algunos privilegios; a quien mantuviera tres o más yeguas se les garantizaba que no le serían embargados por deudas, quedaban libres de la obligación de huéspedes y alojamiento, de contribuir con trigo, paja, cebada y otros bastimentos, carros y bagajes para el ejército, tutela, curaduría, mayordomía de pósito, propios y cobranza de bulas, levas, quintas y sorteos para el servicio y reemplazo del ejército o de milicias y la libertad de portar pistolas en el arzón cuando montasen a caballo. Estas medidas sirvieron para frenar momentáneamente la caída del número de caballos pero no para resolver la acusada decadencia de su calidad ya que los que decidieron acogerse a estas ventajas no tenían ningún interés en la cría caballar y buscaron las yeguas más baratas (siempre que llegasen a la marca), no las mejores, ni se preocupaban de elegir un buen caballo para cruzarlas, de si quedaban o no preñadas o de si abortaban.

El afán protector del Gobierno para con el sector de la cría caballar no hacía sino agravar la situación. Las Ordenanzas de 1789 mandaban que los ayuntamientos comprasen caballos sementales, con los fondos de propios para que, aquellos vecinos que por poseer un corto número de yeguas no les resultaba rentable mantener un caballo, pudiesen cubrir con ellos. Esta medida acarreó también problemas porque los ayuntamientos no disponían de fondos para adquirir caballos buenos y no les quedaba más solución que comprar caballos de tropa, de los de desecho de los regimientos de caballería. Por otra parte los ganaderos que tenían veinte o más yeguas estaban obligados a mantener un caballo propio pero muchos decidieron reducir su número a diecinueve, desprenderse de su semental y cubrir con el de propios que, aunque fuera malo, les resultaba gratis, por lo que la demanda de servicios de estos caballos de propios aumentó de tal manera que no hubo suficientes, quedando muchas yeguas sin cubrir o siendo cubiertas por caballos de poca calidad: “los padres, que por su mucho precio, si han de tener las cualidades requeridas, faltan en los pueblos, donde los pequeños labradores dan sus yeguas a cualquier caballo, resultando potros ruines y despreciables.” (Álvarez Sotomayor, Agustín. 1851. Memoria sobre la cría caballar)

En las provincias del sur estaba permitido, por ser costumbre, el guardar el “año de hueco”, es decir cubrir las yeguas en años alternos, dejándolas el intermedio horras para que se recuperasen.

Las paradas públicas estaban obligadas a  abrir sus puertas a las siete de la mañana y cerrarlas a las doce del mediodía. Los sementales no podían cubrir más de diez yeguas por día y los turnos se adjudicaban por sorteo. Con este sistema no es extraño que las tasas de reproducción de las yeguas resultase tan bajo: “en la mayor parte de paradas del Gobierno salen llenas un 9 o un 10 por 100” (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en la cría caballar)

El descenso del número de yeguas de vientre unido a su baja tasa de reproducción, a la mala calidad de los sementales, a la elevada tasa de mortandad de los potros y a su deficiente desarrollo, forzó al ejército a tomar la determinación de, en lugar de comprar los potros a los cuatro o cinco años (edad a la que ya podían ser domados) adquirirlos de dos años y asegurarse de esta manera su abastecimiento:“Así es que todo el mundo sabe, que hasta ahora poco más de veinte años no han faltado lo que se llama totalmente los buenos caballos en Andalucía, y que antes de esta época nunca llegó el caso de que tuviese que recurrir regimiento alguno al ruinoso arbitrio de remontarse con potros de dos años, por tal de asegurarse su adquisición”. (Laiglesia y Darrac, Francisco. 1851. Memoria sobre la cría caballar de España)

 

Escasez de pastos.

A la falta de aliciente de los ganaderos por la cría de caballos de casta fina se agregó otro problema de gran relevancia que también afectó al aspecto productivo: la falta de pastizales donde mantenerlos.

Por disposición del Gobierno, el ganado caballar debía pastar en dehesas expresamente habilitadas para ello en cada municipio y pagaban la módica cantidad de tres o cuatro reales mensuales por cabeza. Las yeguadas se mantenían exclusivamente con los pastos que le ofrecía la naturaleza, por lo que otro factor negativo que contribuyó a la reducción del censo de caballos durante el siglo XIX fue la escasez de pastos motivada por el proceso desamortizador y el desarrollo de la agricultura, iniciado en el siglo anterior, que provocaron la roturación de  enormes extensiones que hasta entonces se habían dedicado a pasto de los ganados: “Así es que en poco tiempo se ha visto incalculable aumento de cultivo, efecto de las inmensas reducciones al dominio privado, ya por medio de repartimientos y de ventas, ya por una continua trasmisión a manos particulares de las cuantiosas propiedades territoriales amortizadas”. (Ortiz de Zúñiga, Manuel. 1841. El libro de los alcaldes y ayuntamientos)

El Consejo de Castilla había decretado dos células, en los años 1766 y 1767, permitiendo la roturación de las dehesas de yeguas y potriles. El aumento de las zonas de cultivo fue enorme, especialmente las dedicadas al cultivo del olivo en Andalucía: “Mucho se han disminuido también los pastos por el aumento de olivares, que se han plantado de treinta años a esta parte, en que sin exageración se puede creer por un cálculo prudente, que se han aumentado dos veces más de los que había” (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España)

 El aumento de la superficie dedicada a la agricultura era directamente proporcional a la reducción de la dedicada a pastos y ésta, a su vez, lo era de la reducción del número de yeguas: “En Écija se me aseguran por personas fidedignas, que por los años de 50 y de 60 /…/ había tres mil yeguas, y hoy no se cuentan sino mil seiscientas noventa y cuatro” “ En Sevilla /…/ se contaban tres mil ciento noventa y ocho yeguas, y en el día no más de mil novecientas cuarenta y tres” (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España)

En 1767, Carlos III encargó a Pablo de Olavide la colonización de grandes extensiones, que hasta entonces sólo se usaban para pastos, en el Valle del Guadalquivir y en Sierra morena. Para ello se trajeron 6.000 colonos de Flandes y de Alemania. Las zonas elegidas fueron Sierra Morena (Jaén), donde se fundó la población de La Carolina, La Parrilla (Córdoba) donde se fundó La Carlota y La Monclova (Sevilla) donde se fundó La Luisiana. Esta iniciativa afectó negativamente a los ganaderos de Jaén, Granada, Sevilla y Córdoba al ver mermada enormemente su disponibilidad de pastos.

También se procuró la colonización de grandes baldíos en Extremadura, Valencia y otros lugares: “La Legislación, no sólo más vigilante, sino también más ilustrada, fomentó los establecimientos rústicos en Sierramorena, en Extremadura, en Valencia y en otras partes; favoreció en todas el rompimiento de las tierras incultas”. (Jovellanos, Gaspar Melchor de. 1820. Informe de la Sociedad Económica de Madrid)

La Ordenanza de Caballería de 1789 otorgaba ventajas a aquellos que mantuviesen tres o más yeguas o tres sementales aprobados, pero también provocó el aumento de la competencia por los ya escasos pastos de las dehesas de propios: “También han ocasionado no pequeña escasez de pastos los privilegios concedidos en la Ordenanza de libertad de Quintas, Alojamientos, &c., a los que tuvieren tres o cuatro yeguas, porque con las inútiles de desecho de los ricos se arma de criador el que quiere, y con tres yeguas viejas, que tal vez no le cuestan nada de comprar, ni de mantener en la dehesa, que la Ordenanza le manda dar a costa de los Propios, recarga al demás vecindario de las pensiones concejiles, y no se le da que paran sus yeguas, ni piensa en darlas al caballo si le ha de costar algo el caballaje.” (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España)

Las desamortizaciones del siglo XIX, especialmente las de Mendizábal (1836) y Madoz (1855), redujeron aún más la superficie de pastos:

“Las circunstancias de hoy no son las de hace un siglo, en que teniendo España la mitad de habitantes y menos necesidades, los prados naturales abundaban y los ganados recorrían inmensas superficies, que sin impedimento ni gastos disfrutaban”. (Hidalgo Tablada, José de. 1865. Curso de economía rural). He hicieron temer por la conservación de la cría caballar: “pues cuando las necesidades de la roturación se hagan sentir con urgencia, por el aumento de población, desaparecerán también por completo las dehesas que aun restan para la cría del ganado caballar, a no ser que el gobierno tome parte en esto, y obre de modo que se conserven las dehesas potriles que se crean necesarias y a propósito para la cría de este útil e indispensable animal”. (Soto, Julián. 1862. Cría caballar)

 “Desde entonces acá, el caballo cordobés,, que puede considerarse como tipo de la raza Española, ha ido desmejorando; y llegarán a perderse las pocas ganaderías que aun restan, si no cesa esa mal entendida roturación de dehesas, y si no se sustituyen de alguna manera las dehesas potriles con que antes contaban los pueblos.” (Puente y Rocha, Juan de Dios de la. 1875. Memoria ganadería Córdoba)

“La falta de dehesas potriles, la escasez de pastos que viene notándose de algunos años a esta parte en esas comarcas de Andalucía y Extremadura (donde la cría caballar tiene el mayor desarrollo), debido a las incesantes roturaciones, a la tala y corta de montes y arbolados que en dichas provincias como en todas las demás se han hecho y continúan haciéndose, en virtud y al amparo de las leyes desamortizadoras,” (Sánchez González, Simón. 1880. Estado actual de la cría caballar en España)

Así sucedió en efecto: enajenados por el Estado un gran número de dehesas, prados y otros terrenos eriales, donde se alimentaban las principales ganaderías, no tardaron mucho sus nuevos poseedores en darles otro destino, ávidos siempre de sacar el mejor partido, el mayor interés a su capital, y el carboneo en unas, la tala en mayor escala en otras, y el cultivo en las restantes, hacían imposible la estancia en ellas de las ganaderías; y los criadores tenían que buscar nuevos campos y terrenos donde apacentar sus ganados, irrogándoles esto trastornos de consideración; unas veces por la mayor distancia a que tenían que conducir sus yeguas y potros; otras por dejar dehesas y pastos mejores que los que adquirían, y siempre porque al disminuir las existentes, disminuían también los pastos, tomaban mayor estimación, mayor precio en arrendamiento los restantes, con perjuicio de los intereses del criador o ganadero que por necesidad tenía que aceptarlos. El resultado final de todo era que, aparte de las dificultades mayores que ofrecía al ganadero ver sus yeguas y potros, con frecuencia para atenderles mejor, le tenía mayor coste su cría, llegando en algunas ocasiones a ser de mayor importancia los dispendios y gastos ocasionados para criarlo, que el importe íntegro que percibía por su valor al enajenarlo. (Sánchez González, Simón. 1880. Estado actual de la cría caballar en España)

 

 

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