Coracero
francés Lancero
inglés. Luis
Fernández de Córdoba Soldado
de la Brigada Ligera Británica en Crimea (Roger
Fenton, 1855) Conde de
Buffon. Caballo
de Tarbes. Caballo
Percherón. |
Sobre la resistencia del caballo
español. Entre los críticos del
caballo español, y por tanto valedores de su mestizaje, era muy recurrente utilizar
el argumento de la escasa resistencia de la raza, como ya hemos visto en una
cita de Pomar. Uno de los más conspicuos era el catedrático de zootecnia José
Echegaray: “Es un verdadero caballo de silla, de lujo, de recreo, para
lucirse en un paseo o un general en día de parada, pero en el momento: que se
le: obligue a carreras rápidas, marchas continuadas o a algún trabajo de
esfuerzo, es animal inútil; adolece: de grandes: defectos en su organismo y
constitución, que les hace poco propios para todo servicio activo”. (Echegaray, José 1857. Zootéchnia) Para que no pudiera
parecer una opinión subjetiva la justificaba con razones fisiológicas: “Si paramos la consideración: en el juego de sus palancas
principiando por la del brazo con la espalda, veremos que le inutiliza para
caballo de silla del ejército hasta en la caballería ligera, porque en el
juego de esta articulación debe venir pronto la fatiga y el cansancio; hasta
el ser tan ensillado es un gran vicio para este servicio, porque el peso del
hombre y todo lo demás que va sobre los lomos del animal, tiende a doblar
hacia abajo su espina: el mismo vientre favorece esta curvatura y contribuye
a estropear y aniquilar cuanto antes el animal. Es decir rotundamente, que nuestro caballo, considerado en
general, no puede servir sino para recreo y pasatiempo: en el momento que se
le haga trabajar, se arruina. Es verdad que es un animal precioso, agradable
a la vista, de hermosa estampa, con sus graciosos .contornos, de sus formas
redondeadas con suaves y cadenciosos movimientos, pero no se debe buscar un
caballo bonito, sino útil, y como tal, mucho hay que trabajar para
conseguirlo pues hay que fundirlo en otros moldes ayudando a la vez con los
demás medios de mejora”. (Echegaray, José 1857. Zootéchnia) Estos razonamientos
calaron de tal forma en la opinión pública que, absurdamente, fue el
argumento más demoledor contra los conservacionistas y se mantienen hasta el
día de hoy. La raza que ayudó a
mantener en jaque durante 800 años al Imperio Romano, que permitió a Viriato
humillar a sus cónsules, que soportó 800 años de guerra entre españoles
musulmanes y cristianos, sobre la que se sostuvo el Imperio Español con
innumerables batallas por media Europa, sobre la que se conquistó el
continente americano, que tuvo que sufrir los hielos andinos, la aridez del
gran norte mejicano o la humedad ecuatorial, ¿cómo es posible que hubiese
llegado al extremo de ser objeto de ese tipo de comentarios? Sólo cabe una
opción; había sufrido una degeneración que le hacía irreconocible. Ese era
precisamente el argumento de sus detractores pero ¿qué había de cierto en ese
aserto?: Nada. El sistema de cría al
que se veía sometido el caballo español era la fragua de su temple. Sí que es
cierto que la situación de abandono, las requisas y la falta de buenos
sementales mermaron su aspecto; aspecto que se recupera en el momento en que
se le presta de nuevo un mínimo de atención, porque no olvidemos que la
española era una raza ambiental que, según los momentos históricos, ha tenido
épocas en que se le ha cuidado un poco más que en otras pero, aún en el peor
de los momentos, no hacía otra cosa que volver a su ser natural. Nada tiene
que ver esa situación con la de las razas artificiales, hijas del capricho o
la necesidad humana, que si no permanece el sostén de la mano del hombre
degeneran absolutamente. Sin embargo esas razas
artificiales europeas eran las que competían con la española y las que,
incongruentemente, se llevaban los laureles. Por desgracia no faltaron
acontecimientos bélicos en los que se pudo contrastar la resistencia de estas
razas y en los que, como no podía ser de otra manera, el caballo español
quedaba siempre muy por encima de sus contrincantes, como nos informa Agustín
Álvarez de Sotomayor sobre los caballos franceses en la Guerra de
Independencia: “Las castas francesas, en una palabra, solo presentan fuera
de los limosinos y normandos, algunos individuos que llaman la atención,
pudiendo decirse en general, que son poco vistosos, de movimientos duros y
muy cortos en la carrera. Sobre este último defecto, voy a referir una
anécdota en que hice el papel de protagonista: «Trajeron los ejércitos
franceses en la campaña de 1808, llamada por nosotros de la independencia,
una caballería, en su mayor parte, compuesta de las castas francesas de menos
valía; así que, si bien en las cargas de grandes masas nos arrollaban
fácilmente, no así en las pequeñas escaramuzas y lances de guerrilla, en que
la velocidad de nuestros caballos los alcanzaba fácilmente, si se retiraban,
y nos burlábamos de ellos cuando éramos perseguidos. Un día a la cabeza de un
pelotón de treinta dragones españoles, me encontré en la cuesta que llaman del Madero, situada en la Mancha, entre el pueblo de la
Guardia y el de los Dos Barrios, con otro casi de la misma fuerza y la misma
arma: confiado yo en el arrojo de los míos, cargué al enemigo, que subiendo
la cuesta, pretendió salvarse en los Barrios donde tenían dos regimientos;
pero a los pocos minutos de carrera, y llegados al nivel de un arroyo y
alameda que forman aquellas vertientes, creyeron más seguras sus piernas que
las de sus caballos, y exceptuando el Oficial y otro, mejor montados, todos
abandonaron los suyos en el arrecife, corriendo a salvarse en la escabrosidad
de las alamedas; arbitrio oportuno, por que lograron escapar seis, que no
pudimos encontrar, mientras que el Oficial, y el que le seguía, no tardaron
en ser mis prisioneros.” (Álvarez Sotomayor, Agustín. 1851. Memoria sobre la cría caballar) El coronel Juan
Cotarelo abunda en la misma opinión “…en la famosa retirada de Massena de Portugal. Allí se
vieron los caminos de Castilla, los campos en donde hacían la más pequeña
estancia ambos ejércitos sembrados de caballos extranjeros, señaladamente de
los de la caballería pesada: mientras que nuestros escuadrones, estando
incesantemente en marchas violentas y atrevidas, en sorpresas y retiradas, en
campamentos y en combates, se mantenían siempre bien, y dispuestos para las
fatigas del servicio”. (Cotarelo, Juan. Gaceta Militar,
21 de diciembre de 1858) Por Pedro Cubillo
tenemos noticias de la resistencia de los caballos ingleses en comparación
con los ibéricos: En 1830 entraron como auxiliares del ejercito de la Reina
(Q. D. G.) tres legiones extranjeras, una inglesa, otra francesa, procedente
de Argel, que no traía caballería, y otra portuguesa. Haremos solo mención de
los institutos montados de la inglesa y portuguesa. La primera se componía de
dos escuadrones de lanceros perfectamente montados y una batería con piezas
de muy poco peso y arrastradas por arrogantes caballos de tiro. Apenas pasó un año, cuando ya no existía ninguno de estos
caballos. Los hemos visto en marchas regulares quedarse rezágalos sin poder
igualar a los mas ruines de nuestros caballos. Los tan afamados ingleses, que
tantas arrobas arrastran en su país, no podían en España con una pieza, que
pesaría cuando mas cuarenta o sesenta arrobas, sin embargo de ser seis u ocho
caballos para cada carruaje, por cuyo motivo tuvieron que sustituirlos con
mulas, que se tomaron de las merindades de Navarra, que la mayor apenas tenía
siete cuartas, y de este modo pudieron seguir los movimientos del ejército de
la Ribera. Otro tanto sucedió con sus escuadrones de lanceros, en que toda su
fuerza fue montada en caballos españoles. Al paso que los escuadrones portugueses que estaban
montados en caballos andaluces, como los de nuestros regimientos, se
conservaban en el estado más brillante de energía y lucimiento después de
sufrir tantas penalidades. ¿Cuándo un caballo ingles de pura sangre, medía etc., podrá
competir con un caballo andaluz a sufrir una continuación de jornadas, como
hemos visto durante la guerra civil en las expediciones de Balmaseda, Gómez y
otros jefes del partido de D. Carlos? ¿Podrá un “pour sang” llevar una carga de seis u ocho arrobas,
con un robusto jinete por terrenos quebrados y perseguido algunas leguas y
aun jornadas por los dependientes de Hacienda pública, como sucedió a los
contrabandistas? ¿Podrá nunca un famoso caballo inglés de esas grandes razas
de tiro arrastrar la mitad del peso que arrastra en su país, por los caminos
de España llamados vecinales? O creerán los fanáticos por el ganado
extranjero que son lo mismo los caminos de Inglaterra que los de España, que
los que arrastran allí trescientas arrobas, lo harán lo mismo en todas
partes. Si lo que antecede fuera cierto, y sí la fuerza y pujanza
que ostentan los caballos ingleses en su país la pudieran ofrecer en todas
partes, no hubiéramos visto a esos comisionados ingleses venir a comprar
muías para el arrastre de su artillería en Crimea, y nuestros caballos de
toros para montar sus escuadrones.» (Cubillo, Pedro. 1856. Cría
caballar: defensa del sistema de monta de año y vez) José de Hidalgo también
tuvo ocasión de comparar la resistencia de ambas razas durante la 2ª Guerra
Carlista: “En la guerra de Navarra la
caballería que estuvo a nuestras órdenes, era la escolta del Excmo. SR. D.
Luis Fernández de Córdoba, y dicho está que era gente y caballos elegidos de
los escuadrones ingleses. Sin embargo, la actividad del general y su continuo
movimiento, hacía imposible que la resistieran los caballos ingleses, que
había que relevarlos con frecuencia, a la vez que el nuestro y los que montaban los húsares, siendo de
raza andaluza resistían perfectamente, y podemos decir que con un caballo de
la casta de Barela seguimos ocho meses al general en jefe. Decimos esto,
porque si bien las razas de caballo inglesas reúnen buena conformación y
aptitudes, en cambio no se les puede otorgar la firmeza que para trabajos
extraordinarios, tienen las nuestras; y también que debe evitarse criar los
animales de una manera, que concluyan por ser artificiales, pues desde que el
arte falta desaparece el individuo”. (Hidalgo Tablada, José de. 1865. Curso de economía rural) Nos podría
quedar la duda de que, al tratarse de autores españoles, su opinión no fuese
imparcial pero durante la Guerra de Crimea coincidieron la caballería inglesa
y la francesa y, dado que Francia también llevó caballos de Argelia e
Inglaterra mandó comisionados para adquirir caballos en España, pudieron
comprobar el comportamiento de las cuatro razas bajo las mismas extremas
condiciones. Algunos años después del término de la guerra se publicó un
estudio con los resultados: “En el año 1862, se
publicó en Francia un escrito importante relativo a los hechos recogidos en
la campaña de Crimea, referentes a la aptitud para el servicio y duración de
las principales razas de caballos que formaban el efectivo de los institutos
montados del ejército” /…/ " De todos los caballos designados, los que
más han resistido han sido los berberiscos y los españoles, a pesar de no
recibir más que un pienso insuficiente y malo, y sin poder reparar
convenientemente sus fuerzas y sus pérdidas, soportaron las marchas y
trabajos prolongados y excesivos sin el menor resentimiento, a no ser el
enflaquecimiento natural por las circunstancias deplorables en que se
encontraban, enflaquecimiento que fue muy poco comparado con el de los que
pertenecían a otras razas, que murieron en crecido número” "El caballo
francés ha ocupado el segundo lugar bajo los muros de Sebastopol, siendo
inferior al berberisco y al español (1), pues ha sido el que demostró más
resistencia a pesar de las bajas que experimentó, siendo superior al caballo
inglés, cuya reputación hasta el día había sido tan grande, que se le tenía
por muchos como el mejor del mundo. La caballería inglesa fue la que más
sufrió en Crimea, siendo digno de notarse que la susceptibilidad para
contraer las enfermedades que diezmaban los caballos del ejército, estuvieron
siempre en razón constante del grado de sangre inglesa que tenían”. (1) No olvidemos que esto lo dice el cuerpo de Veterinaria
militar francés, y que los caballos a que se refiere, fueron el desecho de
casas de postas y del ejército, a lo que añadiremos, que concluida la guerra
vimos ya en España caballos que habíamos desechado en el regimiento de Pavía.
(Paniagua, Florencio 1881. El fomento de la cría caballar) Las evidencias eran tan
abrumadoras que incluso a Cubillo, que opinaba que los caballos españoles
sólo eran buenos para pasear: “Pasemos a examinar estos caballos puestos en movimiento, y
observaremos que, además de ser agradables a la vista, con graciosos
contornos, suaves y cadenciosos movimientos, muy a propósito para ser
montados hasta por señoras, algún anciano general en un día de parada, en el
picadero o en los paseos públicos”. (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en la cría caballar) No le quedó más remedio
que reconocer su proverbial resistencia: “Sin embargo de todo lo que llevamos dicho del caballo
español, no dejamos de reconocer que reúne cualidades preciosas como caballo
de guerra, que seguramente podemos decir no tiene rival, puesto que sufre el
hambre, la fatiga y las intemperies como ningún otro, efecto de su educación
salvaje, con muy raras excepciones, porque desde que nacen se crían al aire
libre, comen cuando hay alimento en las dehesas, y cuando no perecen de
hambre y de miseria la cuarta parte o la mitad; pero en cambio, los que
quedan lo son a toda prueba, como lo han manifestado en varias campañas
nacionales y extranjeras.” (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en la cría caballar) A pesar de lo cual la
calumnia no se pudo enjugar y aún perduran sus dañinos efectos. Otro supuesto defecto
que Pedro Cubillo, como veterinario y mariscal de la Real yeguada de
Aranjuez, había tenido ocasión de observar en el caballo español era la
tendencia a acumular mucha grasa: “Su piel es sumamente gruesa y adherida a una capa de
tejido celular que abunda en grasa, y por esta razón hemos repetido que
algunas regiones eran empastadas; pues bien: este tejido y esta grasa abunda
en todas partes, entre los músculos y sus fibras, cuya acción debilitan en
extremo. Este acumulo de grasa es tan abundante en todas partes en nuestros
caballos españoles, que por esta sola circunstancia podrían distinguirse, aun
separando sus cabezas, cuellos y extremidades de sus cuerpos, los de los
caballos españoles de los ingleses y otras razas finas, puesto que, como lo
hemos observado siempre, estos últimos carecen de linfa y grasa y en los
españoles es muy abundante”. (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en la cría caballar) En realidad esta
característica no puede considerarse como un defecto sino, más bien, como un
virtud, ya que esta condición es la natural y la mantienen las especies
silvestres y las razas ambientales, como el caballo español, como respuesta
al régimen alimenticio irregular, con épocas de abundancia alternadas con
otras de penuria, que obligan a los organismos a adaptarse para almacenar
reservas que les permitan subsistir a las temporadas de escasez. Precisamente
esta característica de nuestro caballo es la que le faculta para “sufrir el
hambre, la fatiga y las intemperies como ningún otro”. Las razas artificiales
han visto mermada esta aptitud por haber estado acostumbradas a una
alimentación suficiente y constante pero, cuando ésta falta, esos organismos
se derrumban Si observamos las múltiples pinturas y estatuas en los que se ha
retratado al caballo español a lo largo de la historia comprobamos el gusto
español por mantener a los caballos gordos pero esto no es un problema del
caballo sino de la mano que le raciona el pienso. Si los caballos de la Real
yeguada de Aranjuez estaban gordos no era por culpa suya sino de Pedro
Cubillo que, en definitiva, era el director de esas cuadras. Nuestro caballo, al
tratarse de una raza natural, es poco precoz
pero, en cambio, es muy longevo; característica nada desdeñable pero que
nadie esgrimía en su favor cuando su prestigio estaba en entredicho. Pedro
Pablo de Pomar se refiere a un par de casos extremos que él conoció: los de
una yegua que parió con 36 años y otra con 38, y que con 46 aún permanecía
viva: “Juan Ardilla, Alcalde de segundo voto del Lugar de Pedrera, Reino de
Sevilla, tiene una yegua parida de 36 años con un potro de este año de 1792.
Don Francisco Carbayo, Alcalde por el Estado Llano de la Villa de Osuna,
tiene un caballo capón de siete cuartas y media muy valiente, y tirando un e
un coche, que lo parió su madre teniendo 38 años, y no mamó sino pocos meses,
y lo domaron de un año: tiene actualmente ocho de edad, y lo he visto,
habiéndomelo hecho venir su propio dueño delante de muchas gentes del pueblo,
que conocen a la yegua, que aún vive” (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España) Motivos del desapego. Es evidente que el
caballo español del siglo XIX no solamente no padecía la debilidad de que era
acusado sino que mantenía un elevado nivel de resistencia a la privación de
alimentos y agua, a las temperaturas extremas y a la fatiga, al tiempo que
desarrollaba una buena velocidad en la carrera. Por otra parte hemos visto
que, a pesar del abandono y desinterés de los ganaderos, se mantenía en el
tipo clásico, seguía siendo aquel caballo hermoso, arrogante y de airosos
movimientos, dócil, valiente, flexible y con una incomparable capacidad de interacción
con su jinete. Su alzada también se mantenía en el rango natural de la raza:
1,46m. – 1,50m. Si el caballo español no había cambiado ¿por qué estaba
desprestigiado? Intentaremos exponer y
analizar el conjunto de motivos que llevó a la sociedad española al desapego
por su raza autóctona y a creer que era imprescindible rehacerla mediante su
mestizaje con razas extranjeras. Ya hemos visto que la
necesidad condujo a los países del centro y norte de Europa a intervenir en sus
razas caballares procurando un caballo de silla equiparable al español,
proceso que se aceleró en el siglo XVI y alcanzó gran apogeo en el XVII. Esta
actividad zootécnica estuvo liderada intelectualmente por los hipólogos. Uno de los más célebres
fue en conde de Buffon, naturalista francés y autor de lo obra Histoire naturelle, que logró gran
difusión a mediados del siglo XVIII. Sus teorías sobre la excelencia del
mestizaje de las razas caballares tuvo muchos seguidores entre eruditos
españoles que no dudaron en proponer su aplicación aquí, sin pararse a pensar
cuál era el punto de partida de Francia y cuál el de España, que tipo de
razas tenían ellos y cuál nosotros, que tipo de climas y pastos eran los de
allí y cuáles los de aquí, cuáles eran sus intereses y cuáles los nuestros o,
cuál es la diferencia entre una raza natural y una artificial. Hoy podemos ver el
resultado de esa política; a corto plazo lograrían beneficios económicos pero
¿qué fue de aquellas famosas razas francesas, como la normanda, la limousina,
la navarrina o de Tarbes? Simplemente desaparecieron. Modificaron sus razas
hasta hacerlas artificiales y ya sólo se mantenían mediante el continuo
aporte de sangres foráneas, por lo que no respondían a un formato concreto
sino que varió a lo largo de las décadas en función del porcentaje de sangre
incorporada, de su procedencia, de las necesidades y de las modas. La mayor
parte de estas razas especulativas han desaparecido o trasformado en otras
nuevas. De esta forma, el renombrado caballo normando, que en origen era un
caballo de tiro pesado, se afinó mediante el aporte de sangre española (1): “En Normandía echan a las yeguas de
Bretaña caballos españoles, y obtienen crías membrudas y vigorosas, muy
buenas para toda clase de trabajos”. (Blanco Fernández, Antonio. 1859. Ensayo de Zoología Agrícola y Forestal) (1) Mientras los Países
Bajos y España se mantuvieron unidos bajo una misma corona (1516-1714),
Flandes fue un importante centro de abastecimiento de caballos españoles en
el corazón de Europa. Ese
fue su momento de mayor prestigio, cuando era un tipo de caballo fornido pero
no exento de gracia y temperamento, cuando aún poseía el perfil acarnerado
heredado de sus ancestros ibéricos. Posteriormente se cruzó con árabe pero el
tipo no resultó comercial y se terminó mezclando con pura sangre inglés: “Los caballos normandos de la antigua
raza, puede decirse que ya no se encuentran, la que hoy existe cruzada con
los caballos ingleses, ha cambiado su conformación y son otra cosa diferente.
Aunque algunos autores dicen que la raza anglo-normanda es mejor que la
antigua, los ganaderos del país han observado, que es necesario renovar la
sangre del padre para sostenerla, lo cual prueba lo que ya hemos dicho al
tratar del cruzamiento y que no están fijos los elementos que constituyen la
verdadera raza. Así se ve una confusión de formas, que no caracterizan la
antigua, ni la moderna raza: de ordinario se aproximan al tipo inglés y se
parecen en el cuello, cabeza, y formas del cuerpo; pero cuando cesa de reproducirse
la sangre paternal, se confunden las formas y el resultado es poco
ventajoso”. (Hidalgo Tablada, José de. 1865. Curso de economía rural) El resultado de ese
proceso fue, como no podía ser de otra forma, la dilución de la raza en un
conglomerado disforme: “La raza
normanda casi ha desaparecido, y si no ha desaparecido bien se puede asegurar
que hoy día no tiene fijeza en sus caracteres; resultado de los cruzamientos
entre normandos e ingleses o de mestizos derivados de ellos, la actual raza
es un conjunto inestable de individuos en completo estado de variabilidad
desordenada”. (Molina Serrano, Eusebio. 1899. Cría caballar y remonta) Echegaray, a pesar de
ser un convencido defensor del uso de razas extranjeras para regenerar la
española, ya advertía, en 1857, sobre lo pernicioso de las teorías de esos
hipólogos franceses: “Bourgelat y
Buffon han mirado este procedimiento como el único medio para regenerar la
especie caballar, han dado consejos perniciosos que no han correspondido a lo
que se proponían sus autores: decían que los reproductores habían de ser de
países opuestos, esto es, los caballos del Sud debían unirse con yeguas del
Norte y vice versa. Este error de personas tan autorizadas, ha causado mucho
daño, por más que asegurasen dichos escritores que en el maridaje de animales
de diferentes regiones, los defectos de unos se compensaban con las
cualidades de los otros”. (Echegaray, José. 1857. Zootéchnia) Sin embargo su
influencia permaneció arraigada en muchos profesionales influyentes como el
veterinario Pedro Cubillo, que fue mariscal de la Real Yeguada de Aranjuez: “Nos hallamos muy lejos de presumir ni de
manifestar al público que nuestras ideas sean originales: se hallan
consignadas en las mejores obras de cría caballar, están puestas en prácticas
por las naciones que se encuentran a la cabeza de la civilización, y por
consecuencia no haremos otra cosa que proponer nos coloquemos a la misma
altura imitando su ejemplo, sin que por esto nos creamos rebajados, siquiera
sea por la fama que hace muchos años gozaron nuestros corceles”. (Cubillo
y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en
la cría caballar) O el veterinario
militar Eusebio Molina, director de la Gaceta de Medicina Veterinaria: “Dicho esto, creemos pertinente insistir
en la bondad del cruzamiento por ser un medio de mejora, tan directo y
potentísimo, que practicado con inteligencia, es la verdadera base del
perfeccionamiento de las razas, puesto que por este método zootécnico se
modifican más rápidamente las cualidades o aptitudes de las razas inferiores,
se crean otras intermedias y hasta se llegan a conseguir razas iguales a los
tipos mejoradores”. (Molina Serrano, Eusebio. 1899. Cría caballar y remonta) El desarrollo de la
zootecnia permitió la modelación de gran diversidad de razas de distintos
tamaños, aptitudes y aplicaciones.
Para la labranza de las tierras y el transporte pesado se elaboraron
razas como la belga (Brabantés), Percherona, Clydesdale, Shire, Ardenesa y
Boloñesa; para arrastrar carruajes y diligencias o para la caballería de
línea se crearon razas semipesadas, como el Normando, el Bretón, el danés
(Jutlandés), el Frisón y el Suffolk, para la equitación, la caza y la
caballería ligera surgieron razas como el Pura Sangre inglés, el caballo de
Silla Francés, el Hannoveriano, el Trakehner, el Holstein, el Frederiksborg y
el Hunter, para tiro muy ligero se obtuvieron razas como la Hackney o las
diversas razas de trotones, y hasta se adaptaron razas de ponis para el
trabajo en las minas: “La
Inglaterra es hoy la nación de Europa, que cuenta con mayor número de razas
de caballo, y con tipos propios para cada uno de los servicios que reclama la
moderna civilización”. (Hidalgo Tablada, José de. 1865. Curso de economía rural) “Inglaterra ha creado las mejores
razas de ganado que se conocen. El día que en nuestra patria se comprenda la
importancia de tales medios, y se desista del empirismo y poco cuidado que se
tiene con los animales domésticos, no será Inglaterra la que pueda competir
con nosotros”. (Hidalgo
Tablada, José de. 1865. Curso de
economía rural) “Desde el pequeño poney hasta el coloso cervecero de
Londres, los ingleses han fabricado caballos de todas alzadas, anchuras,
formas y aptitudes, y han llevado sus creaciones a todos los países del
globo. Inglaterra, de clima ingrato, nos da la medida del poder de la ciencia
zootécnica, de la ciencia veterinaria en sus relaciones y aplicación a los
cruzamientos, selección, mestizajes, alimentación, educación, etc., etc”. (Molina Serrano, Eusebio. 1899. Cría caballar y remonta) Mientras tanto, en
España, nos habíamos centrado en nuestro caballo de casta fina, al que
cargamos de una copiosa legislación y encomendamos a la naturaleza que velase
por él (cosa que no hizo mal), mientras que despreciamos al resto de nuestras
castas serranas y marismeñas de las que, con mínimas intervenciones, se
podría haber obtenido todos los tipos industriales de que gozaban los otros
países occidentales, y cuando reaccionamos lo hicimos atropelladamente y por
el atajo de los necios: bastardeando sin orden ni concierto y despilfarrando
nuestro inestimable patrimonio genético equino. Para crear las razas que nos faltan para cubrir todos los
servicios, no aconsejaremos se lleve la marcha que emprendieron los ingleses
para conseguir la perfección que han logrado después de doscientos años para
obtener los caballos que hoy van á buscar todas las naciones civilizadas,
porque este sistema seria un absurdo teniendo las razas mejoradas; debemos
comprarlas en Inglaterra, y en tres o cuatro generaciones habremos conseguido
lo que a esta nación la costó, poco más o menos, dos siglos”. (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en la cría caballar) Hemos visto cómo,
cuando los elegantes de España quisieron usar carrozas al estilo de las
cortes europeas, se percataron de que nuestros caballos no respondían al tipo
de tiro ligero y optaron por su importación: “Los caballos de coche, o sea los que a las prendas que
exige el tiro, deben reunir la gracia y hermosura que necesitan; los que en
doradas carrozas pretenden eclipsar las miradas de la muchedumbre, no.se
encuentran en España” (Álvarez Sotomayor, Agustín. 1851. Memoria
sobre la cría caballar) Otro argumento relevante fue el de los
militares; los ejércitos europeos mantenían regimientos de choque, de
caballería de línea o coraceros, montados en ese tipo de caballo semipesado,
y España no podía ser menos (de nada sirvieron las lecciones aprendidas en
las batallas del XVI y XVII): “Desgraciadamente efectos morales y aun físicos no pueden
permitir hoy a los españoles presentarse con una caballería pequeña y
realmente endeble, enfrente de otra enemiga que le asombre con su mole, y le
abrume con su peso. Nos importa, pues, adoptar los medios que emplean los
extranjeros, y crear aquellas mismas masas, con las que no dejan de llevarnos
grandes ventajas, atendido el actual modo de hacer la guerra. Deberemos por
consiguiente, cediendo a la imperiosa necesidad, cruzar las yeguas españolas
con caballos extranjeros de países fríos, y crearlos igualmente grandes, a
pesar de estar sobradamente convencidos de que los medianos son y serán
siempre los mejores”. (Laiglesia y Darrac, Francisco. 1851. Memoria sobre la cría caballar de España) Pocas décadas más tarde
esos mismos ejércitos europeos descartaron el uso sus caballos semipesados en
la caballería y cruzaron sus razas con pura sangre inglés para aligerarlas: “Pero Francia fue atacada también de esa locura que tan
cara le ha costado, de la anglo-mania, y ha estirado y deformado sus razas
finas, elegantes y vigorosas, cruzándolas sin discernimiento con galgos
ingleses. Bajo la influencia perniciosa de tan deplorable cruzamiento, ha
perdido sus caballos normandos, limosinos y navarros”. (Paniagua, Florencio. 1881. El fomento de la cría caballar) Florencio Paniagua se congratulaba
de que esa tendencia no hubiera arraigado en nuestro país: “Felizmente para España, son pocos los
ejemplos que tenemos de anglo-manía”. (Paniagua, Florencio. 1881. El fomento de la cría caballar) Pero
eso es porque aquí las modas siempre han llegado con retraso con respecto a
Francia. Esta cita de Cubillo,
del año 1879, refrenda la opinión de Paniagua: “Los establecimientos de sementales del Gobierno tienen
pocos caballos de sangre, como los del señor marqués de la Laguna, los
regalados por el Sr. De Larios, que, a decir verdad, son muy superiores, por
su mucha sangre inglesa y árabe de que proceden”. (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en la cría caballar) O tal vez fuese porque
a mediados de siglo Portugal ya había probado y desestimado esta raza, en
vista de los malos resultados: “En cuanto a los caballos ingleses, ya nuestros vecinos de
Portugal han ensayado con ellos la remonta de su escasa caballería, y han
abandonado este sistema” (Cotarelo, Juan. Gaceta Militar,
21 de diciembre de 1858) Sin embargo, al
finalizar el siglo XIX decayó la moda del caballo árabe y fue reemplazado por
el inglés como raza mejoradora de nuestro caballo de silla, espacialmente
para la creación del tipo usado por el ejército español hasta la eliminación
de los cuerpos montados. Caballería
española, 1936 En 1897 ya figuraban anotados en el
Registro-matrícula español 354 ejemplares de la raza Pura Sangre inglesa; 155
machos y 199 hembras, mientras que sólo estaban inscritos 19 sementales
árabes y ninguna yegua de esa raza. (Molina
Serrano, Eusebio. 1899. Cría caballar y
remonta) La creación del caballo
de tiro para arrastre de las piezas de artillería también fue una obsesión
del ejército español que, en lugar de utilizar nuestras formidables mulas, se
obstinó en imitar a los ejércitos europeos. Bien es verdad que, en una
parada, no luce igual una cureña arrastrada por un tiro de percherones que
por un tiro de mulas. Qué duda cabe que, en
estas mudanzas de criterio, tiene mucho que ver la imitación de los modos
extranjeros y cierto complejo de inferioridad. Los árabes nunca aceptaron
cruzar sus yeguas con caballos que no fuesen los mejores de entre los de su
propia raza y, gracias a ello han contado y mantienen hasta el día de hoy al
caballo más acreditado y solicitado del mundo. Otro tanto podría haber ocurrido con el
caballo español de haber mantenido el mismo criterio pues, como decía
Estrabón, nuestros caballos eran parecidos a los suyos pero “teniendo mucha más velocidad y una más
bella carrera”.
©Ricardo de Juana 2010. Principio del documento
Bibliografía. |
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