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Los caballos españoles del siglo XIX

- INICIO.

- BREVE RESEÑA HISTÓRICA.

- CASTAS EQUINAS ESPAÑOLAS.

       - TIPO DE MARISMAS Y RIVERAS.

       - TIPO DE LAS SIERRAS.

       - TIPO DE LAS CAMPIÑAS.

       - EL CABALLO DE TIRO.

       - LA CASTA FINA.

- LA CRÍA CABALLAR EN EL SIGLO XIX.

       - EXCESO DE INTERVENCIÓN.

       - DESINTERÉS Y ABANDONO.

       - ESCASEZ DE PASTOS.

- PROBLEMAS DE INTENDENCIA.

       - REQUISAS.

       - BAJO PRECIO.

       - EL PROBLEMA DE LAS MULAS.

       - EL USO DEL COCHE.

- DESARROLLO DE LA ZOOTECNIA.

       - PRIMEROS INTENTOS DE MEJORA.

       - EL SISTEMA PASTORIL.

       - SELECCIÓN CONTRARIA.

- PERMANENCIA DE LA RAZA PURA.

      - DEPÓSITOS DE SEMENTALES.

      - DEBATE SOBRE SU CONSERVACIÓN

- RESISTENCIA DEL CABALLO ESPAÑOL.

       - MOTIVOS DE DESAPEGO.

- BIBLIOGRAFÍA.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Coracero francés

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Lancero inglés.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Luis Fernández de Córdoba

 

 

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Soldado de la Brigada Ligera Británica en Crimea

(Roger Fenton, 1855)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Conde de Buffon.

 

 

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Caballo de Tarbes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Caballo Percherón.

 

 

Sobre la resistencia del caballo español.

 

Entre los críticos del caballo español, y por tanto valedores de su mestizaje, era muy recurrente utilizar el argumento de la escasa resistencia de la raza, como ya hemos visto en una cita de Pomar. Uno de los más conspicuos era el catedrático de zootecnia José Echegaray:

“Es un verdadero caballo de silla, de lujo, de recreo, para lucirse en un paseo o un general en día de parada, pero en el momento: que se le: obligue a carreras rápidas, marchas continuadas o a algún trabajo de esfuerzo, es animal inútil; adolece: de grandes: defectos en su organismo y constitución, que les hace poco propios para todo servicio activo”. (Echegaray, José 1857. Zootéchnia)

Para que no pudiera parecer una opinión subjetiva la justificaba con razones fisiológicas:

“Si paramos la consideración: en el juego de sus palancas principiando por la del brazo con la espalda, veremos que le inutiliza para caballo de silla del ejército hasta en la caballería ligera, porque en el juego de esta articulación debe venir pronto la fatiga y el cansancio; hasta el ser tan ensillado es un gran vicio para este servicio, porque el peso del hombre y todo lo demás que va sobre los lomos del animal, tiende a doblar hacia abajo su espina: el mismo vientre favorece esta curvatura y contribuye a estropear y aniquilar cuanto antes el animal.

Es decir rotundamente, que nuestro caballo, considerado en general, no puede servir sino para recreo y pasatiempo: en el momento que se le haga trabajar, se arruina. Es verdad que es un animal precioso, agradable a la vista, de hermosa estampa, con sus graciosos .contornos, de sus formas redondeadas con suaves y cadenciosos movimientos, pero no se debe buscar un caballo bonito, sino útil, y como tal, mucho hay que trabajar para conseguirlo pues hay que fundirlo en otros moldes ayudando a la vez con los demás medios de mejora”. (Echegaray, José 1857. Zootéchnia)

Estos razonamientos calaron de tal forma en la opinión pública que, absurdamente, fue el argumento más demoledor contra los conservacionistas y se mantienen hasta el día de hoy.

La raza que ayudó a mantener en jaque durante 800 años al Imperio Romano, que permitió a Viriato humillar a sus cónsules, que soportó 800 años de guerra entre españoles musulmanes y cristianos, sobre la que se sostuvo el Imperio Español con innumerables batallas por media Europa, sobre la que se conquistó el continente americano, que tuvo que sufrir los hielos andinos, la aridez del gran norte mejicano o la humedad ecuatorial, ¿cómo es posible que hubiese llegado al extremo de ser objeto de ese tipo de comentarios? Sólo cabe una opción; había sufrido una degeneración que le hacía irreconocible. Ese era precisamente el argumento de sus detractores pero ¿qué había de cierto en ese aserto?: Nada.

El sistema de cría al que se veía sometido el caballo español era la fragua de su temple. Sí que es cierto que la situación de abandono, las requisas y la falta de buenos sementales mermaron su aspecto; aspecto que se recupera en el momento en que se le presta de nuevo un mínimo de atención, porque no olvidemos que la española era una raza ambiental que, según los momentos históricos, ha tenido épocas en que se le ha cuidado un poco más que en otras pero, aún en el peor de los momentos, no hacía otra cosa que volver a su ser natural. Nada tiene que ver esa situación con la de las razas artificiales, hijas del capricho o la necesidad humana, que si no permanece el sostén de la mano del hombre degeneran absolutamente.

Sin embargo esas razas artificiales europeas eran las que competían con la española y las que, incongruentemente, se llevaban los laureles. Por desgracia no faltaron acontecimientos bélicos en los que se pudo contrastar la resistencia de estas razas y en los que, como no podía ser de otra manera, el caballo español quedaba siempre muy por encima de sus contrincantes, como nos informa Agustín Álvarez de Sotomayor sobre los caballos franceses en la Guerra de Independencia:

“Las castas francesas, en una palabra, solo presentan fuera de los limosinos y normandos, algunos individuos que llaman la atención, pudiendo decirse en general, que son poco vistosos, de movimientos duros y muy cortos en la carrera. Sobre este último defecto, voy a referir una anécdota en que hice el papel de protagonista: «Trajeron los ejércitos franceses en la campaña de 1808, llamada por nosotros de la independencia, una caballería, en su mayor parte, compuesta de las castas francesas de menos valía; así que, si bien en las cargas de grandes masas nos arrollaban fácilmente, no así en las pequeñas escaramuzas y lances de guerrilla, en que la velocidad de nuestros caballos los alcanzaba fácilmente, si se retiraban, y nos burlábamos de ellos cuando éramos perseguidos. Un día a la cabeza de un pelotón de treinta dragones españoles, me encontré en la cuesta que llaman del Madero, situada en la Mancha, entre el pueblo de la Guardia y el de los Dos Barrios, con otro casi de la misma fuerza y la misma arma: confiado yo en el arrojo de los míos, cargué al enemigo, que subiendo la cuesta, pretendió salvarse en los Barrios donde tenían dos regimientos; pero a los pocos minutos de carrera, y llegados al nivel de un arroyo y alameda que forman aquellas vertientes, creyeron más seguras sus piernas que las de sus caballos, y exceptuando el Oficial y otro, mejor montados, todos abandonaron los suyos en el arrecife, corriendo a salvarse en la escabrosidad de las alamedas; arbitrio oportuno, por que lograron escapar seis, que no pudimos encontrar, mientras que el Oficial, y el que le seguía, no tardaron en ser mis prisioneros.” (Álvarez Sotomayor, Agustín. 1851. Memoria sobre la cría caballar)

El coronel Juan Cotarelo abunda en la misma opinión

“…en la famosa retirada de Massena de Portugal. Allí se vieron los caminos de Castilla, los campos en donde hacían la más pequeña estancia ambos ejércitos sembrados de caballos extranjeros, señaladamente de los de la caballería pesada: mientras que nuestros escuadrones, estando incesantemente en marchas violentas y atrevidas, en sorpresas y retiradas, en campamentos y en combates, se mantenían siempre bien, y dispuestos para las fatigas del servicio”. (Cotarelo, Juan. Gaceta Militar, 21 de diciembre de 1858)

Por Pedro Cubillo tenemos noticias de la resistencia de los caballos ingleses en comparación con los ibéricos:

En 1830 entraron como auxiliares del ejercito de la Reina (Q. D. G.) tres legiones extranjeras, una inglesa, otra francesa, procedente de Argel, que no traía caballería, y otra portuguesa. Haremos solo mención de los institutos montados de la inglesa y portuguesa. La primera se componía de dos escuadrones de lanceros perfectamente montados y una batería con piezas de muy poco peso y arrastradas por arrogantes caballos de tiro.

Apenas pasó un año, cuando ya no existía ninguno de estos caballos. Los hemos visto en marchas regulares quedarse rezágalos sin poder igualar a los mas ruines de nuestros caballos. Los tan afamados ingleses, que tantas arrobas arrastran en su país, no podían en España con una pieza, que pesaría cuando mas cuarenta o sesenta arrobas, sin embargo de ser seis u ocho caballos para cada carruaje, por cuyo motivo tuvieron que sustituirlos con mulas, que se tomaron de las merindades de Navarra, que la mayor apenas tenía siete cuartas, y de este modo pudieron seguir los movimientos del ejército de la Ribera. Otro tanto sucedió con sus escuadrones de lanceros, en que toda su fuerza fue montada en caballos españoles.

Al paso que los escuadrones portugueses que estaban montados en caballos andaluces, como los de nuestros regimientos, se conservaban en el estado más brillante de energía y lucimiento después de sufrir tantas penalidades.

¿Cuándo un caballo ingles de pura sangre, medía etc., podrá competir con un caballo andaluz a sufrir una continuación de jornadas, como hemos visto durante la guerra civil en las expediciones de Balmaseda, Gómez y otros jefes del partido de D. Carlos?

¿Podrá un “pour sang” llevar una carga de seis u ocho arrobas, con un robusto jinete por terrenos quebrados y perseguido algunas leguas y aun jornadas por los dependientes de Hacienda pública, como sucedió a los contrabandistas? ¿Podrá nunca un famoso caballo inglés de esas grandes razas de tiro arrastrar la mitad del peso que arrastra en su país, por los caminos de España llamados vecinales? O creerán los fanáticos por el ganado extranjero que son lo mismo los caminos de Inglaterra que los de España, que los que arrastran allí trescientas arrobas, lo harán lo mismo en todas partes.

Si lo que antecede fuera cierto, y sí la fuerza y pujanza que ostentan los caballos ingleses en su país la pudieran ofrecer en todas partes, no hubiéramos visto a esos comisionados ingleses venir a comprar muías para el arrastre de su artillería en Crimea, y nuestros caballos de toros para montar sus escuadrones.» (Cubillo, Pedro. 1856. Cría caballar: defensa del sistema de monta de año y vez)

José de Hidalgo también tuvo ocasión de comparar la resistencia de ambas razas durante la 2ª Guerra Carlista:

“En la guerra de Navarra la caballería que estuvo a nuestras órdenes, era la escolta del Excmo. SR. D. Luis Fernández de Córdoba, y dicho está que era gente y caballos elegidos de los escuadrones ingleses. Sin embargo, la actividad del general y su continuo movimiento, hacía imposible que la resistieran los caballos ingleses, que había que relevarlos con frecuencia, a la vez que el nuestro  y los que montaban los húsares, siendo de raza andaluza resistían perfectamente, y podemos decir que con un caballo de la casta de Barela seguimos ocho meses al general en jefe. Decimos esto, porque si bien las razas de caballo inglesas reúnen buena conformación y aptitudes, en cambio no se les puede otorgar la firmeza que para trabajos extraordinarios, tienen las nuestras; y también que debe evitarse criar los animales de una manera, que concluyan por ser artificiales, pues desde que el arte falta desaparece el individuo”. (Hidalgo Tablada, José de. 1865. Curso de economía rural)

Nos podría quedar la duda de que, al tratarse de autores españoles, su opinión no fuese imparcial pero durante la Guerra de Crimea coincidieron la caballería inglesa y la francesa y, dado que Francia también llevó caballos de Argelia e Inglaterra mandó comisionados para adquirir caballos en España, pudieron comprobar el comportamiento de las cuatro razas bajo las mismas extremas condiciones. Algunos años después del término de la guerra se publicó un estudio con los resultados:

 “En el año 1862, se publicó en Francia un escrito importante relativo a los hechos recogidos en la campaña de Crimea, referentes a la aptitud para el servicio y duración de las principales razas de caballos que formaban el efectivo de los institutos montados del ejército” /…/ " De todos los caballos designados, los que más han resistido han sido los berberiscos y los españoles, a pesar de no recibir más que un pienso insuficiente y malo, y sin poder reparar convenientemente sus fuerzas y sus pérdidas, soportaron las marchas y trabajos prolongados y excesivos sin el menor resentimiento, a no ser el enflaquecimiento natural por las circunstancias deplorables en que se encontraban, enflaquecimiento que fue muy poco comparado con el de los que pertenecían a otras razas, que murieron en crecido número”

 "El caballo francés ha ocupado el segundo lugar bajo los muros de Sebastopol, siendo inferior al berberisco y al español (1), pues ha sido el que demostró más resistencia a pesar de las bajas que experimentó, siendo superior al caballo inglés, cuya reputación hasta el día había sido tan grande, que se le tenía por muchos como el mejor del mundo. La caballería inglesa fue la que más sufrió en Crimea, siendo digno de notarse que la susceptibilidad para contraer las enfermedades que diezmaban los caballos del ejército, estuvieron siempre en razón constante del grado de sangre inglesa que tenían”.

(1) No olvidemos que esto lo dice el cuerpo de Veterinaria militar francés, y que los caballos a que se refiere, fueron el desecho de casas de postas y del ejército, a lo que añadiremos, que concluida la guerra vimos ya en España caballos que habíamos desechado en el regimiento de Pavía. (Paniagua, Florencio 1881. El fomento de la cría caballar)

Las evidencias eran tan abrumadoras que incluso a Cubillo, que opinaba que los caballos españoles sólo eran buenos para pasear:

“Pasemos a examinar estos caballos puestos en movimiento, y observaremos que, además de ser agradables a la vista, con graciosos contornos, suaves y cadenciosos movimientos, muy a propósito para ser montados hasta por señoras, algún anciano general en un día de parada, en el picadero o en los paseos públicos”. (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en la cría caballar)

No le quedó más remedio que reconocer su proverbial resistencia:

“Sin embargo de todo lo que llevamos dicho del caballo español, no dejamos de reconocer que reúne cualidades preciosas como caballo de guerra, que seguramente podemos decir no tiene rival, puesto que sufre el hambre, la fatiga y las intemperies como ningún otro, efecto de su educación salvaje, con muy raras excepciones, porque desde que nacen se crían al aire libre, comen cuando hay alimento en las dehesas, y cuando no perecen de hambre y de miseria la cuarta parte o la mitad; pero en cambio, los que quedan lo son a toda prueba, como lo han manifestado en varias campañas nacionales y extranjeras.” (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en la cría caballar)

A pesar de lo cual la calumnia no se pudo enjugar y aún perduran sus dañinos efectos.

Otro supuesto defecto que Pedro Cubillo, como veterinario y mariscal de la Real yeguada de Aranjuez, había tenido ocasión de observar en el caballo español era la tendencia a acumular mucha grasa:

“Su piel es sumamente gruesa y adherida a una capa de tejido celular que abunda en grasa, y por esta razón hemos repetido que algunas regiones eran empastadas; pues bien: este tejido y esta grasa abunda en todas partes, entre los músculos y sus fibras, cuya acción debilitan en extremo. Este acumulo de grasa es tan abundante en todas partes en nuestros caballos españoles, que por esta sola circunstancia podrían distinguirse, aun separando sus cabezas, cuellos y extremidades de sus cuerpos, los de los caballos españoles de los ingleses y otras razas finas, puesto que, como lo hemos observado siempre, estos últimos carecen de linfa y grasa y en los españoles es muy abundante”. (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en la cría caballar)

En realidad esta característica no puede considerarse como un defecto sino, más bien, como un virtud, ya que esta condición es la natural y la mantienen las especies silvestres y las razas ambientales, como el caballo español, como respuesta al régimen alimenticio irregular, con épocas de abundancia alternadas con otras de penuria, que obligan a los organismos a adaptarse para almacenar reservas que les permitan subsistir a las temporadas de escasez. Precisamente esta característica de nuestro caballo es la que le faculta para “sufrir el hambre, la fatiga y las intemperies como ningún otro”. Las razas artificiales han visto mermada esta aptitud por haber estado acostumbradas a una alimentación suficiente y constante pero, cuando ésta falta, esos organismos se derrumban Si observamos las múltiples pinturas y estatuas en los que se ha retratado al caballo español a lo largo de la historia comprobamos el gusto español por mantener a los caballos gordos pero esto no es un problema del caballo sino de la mano que le raciona el pienso. Si los caballos de la Real yeguada de Aranjuez estaban gordos no era por culpa suya sino de Pedro Cubillo que, en definitiva, era el director de esas cuadras.

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Nuestro caballo, al tratarse de una  raza natural, es poco precoz pero, en cambio, es muy longevo; característica nada desdeñable pero que nadie esgrimía en su favor cuando su prestigio estaba en entredicho. Pedro Pablo de Pomar se refiere a un par de casos extremos que él conoció: los de una yegua que parió con 36 años y otra con 38, y que con 46 aún permanecía viva:

 “Juan Ardilla, Alcalde de segundo voto del Lugar de Pedrera, Reino de Sevilla, tiene una yegua parida de 36 años con un potro de este año de 1792. Don Francisco Carbayo, Alcalde por el Estado Llano de la Villa de Osuna, tiene un caballo capón de siete cuartas y media muy valiente, y tirando un e un coche, que lo parió su madre teniendo 38 años, y no mamó sino pocos meses, y lo domaron de un año: tiene actualmente ocho de edad, y lo he visto, habiéndomelo hecho venir su propio dueño delante de muchas gentes del pueblo, que conocen a la yegua, que aún vive” (Pomar, Pedro Pablo de. 1793. Causas de la escasez y deterioro de los caballos de España)

 

Motivos del desapego.

Es evidente que el caballo español del siglo XIX no solamente no padecía la debilidad de que era acusado sino que mantenía un elevado nivel de resistencia a la privación de alimentos y agua, a las temperaturas extremas y a la fatiga, al tiempo que desarrollaba una buena velocidad en la carrera. Por otra parte hemos visto que, a pesar del abandono y desinterés de los ganaderos, se mantenía en el tipo clásico, seguía siendo aquel caballo hermoso, arrogante y de airosos movimientos, dócil, valiente, flexible y con una incomparable capacidad de interacción con su jinete. Su alzada también se mantenía en el rango natural de la raza: 1,46m. – 1,50m. Si el caballo español no había cambiado ¿por qué estaba desprestigiado? 

Intentaremos exponer y analizar el conjunto de motivos que llevó a la sociedad española al desapego por su raza autóctona y a creer que era imprescindible rehacerla mediante su mestizaje con razas extranjeras.

Ya hemos visto que la necesidad condujo a los países del centro y norte de Europa a intervenir en sus razas caballares procurando un caballo de silla equiparable al español, proceso que se aceleró en el siglo XVI y alcanzó gran apogeo en el XVII. Esta actividad zootécnica estuvo liderada intelectualmente por los hipólogos.

Uno de los más célebres fue en conde de Buffon, naturalista francés y autor de lo obra Histoire naturelle, que logró gran difusión a mediados del siglo XVIII. Sus teorías sobre la excelencia del mestizaje de las razas caballares tuvo muchos seguidores entre eruditos españoles que no dudaron en proponer su aplicación aquí, sin pararse a pensar cuál era el punto de partida de Francia y cuál el de España, que tipo de razas tenían ellos y cuál nosotros, que tipo de climas y pastos eran los de allí y cuáles los de aquí, cuáles eran sus intereses y cuáles los nuestros o, cuál es la diferencia entre una raza natural y una artificial.

Hoy podemos ver el resultado de esa política; a corto plazo lograrían beneficios económicos pero ¿qué fue de aquellas famosas razas francesas, como la normanda, la limousina, la navarrina o de Tarbes? Simplemente desaparecieron.

Modificaron sus razas hasta hacerlas artificiales y ya sólo se mantenían mediante el continuo aporte de sangres foráneas, por lo que no respondían a un formato concreto sino que varió a lo largo de las décadas en función del porcentaje de sangre incorporada, de su procedencia, de las necesidades y de las modas. La mayor parte de estas razas especulativas han desaparecido o trasformado en otras nuevas. De esta forma, el renombrado caballo normando, que en origen era un caballo de tiro pesado, se afinó mediante el aporte de sangre española (1): “En Normandía echan a las yeguas de Bretaña caballos españoles, y obtienen crías membrudas y vigorosas, muy buenas para toda clase de trabajos”. (Blanco Fernández, Antonio. 1859. Ensayo de Zoología Agrícola y Forestal)

(1) Mientras los Países Bajos y España se mantuvieron unidos bajo una misma corona (1516-1714), Flandes fue un importante centro de abastecimiento de caballos españoles en el corazón de Europa.

Ese fue su momento de mayor prestigio, cuando era un tipo de caballo fornido pero no exento de gracia y temperamento, cuando aún poseía el perfil acarnerado heredado de sus ancestros ibéricos. Posteriormente se cruzó con árabe pero el tipo no resultó comercial y se terminó mezclando con pura sangre inglés: “Los caballos normandos de la antigua raza, puede decirse que ya no se encuentran, la que hoy existe cruzada con los caballos ingleses, ha cambiado su conformación y son otra cosa diferente. Aunque algunos autores dicen que la raza anglo-normanda es mejor que la antigua, los ganaderos del país han observado, que es necesario renovar la sangre del padre para sostenerla, lo cual prueba lo que ya hemos dicho al tratar del cruzamiento y que no están fijos los elementos que constituyen la verdadera raza. Así se ve una confusión de formas, que no caracterizan la antigua, ni la moderna raza: de ordinario se aproximan al tipo inglés y se parecen en el cuello, cabeza, y formas del cuerpo; pero cuando cesa de reproducirse la sangre paternal, se confunden las formas y el resultado es poco ventajoso”. (Hidalgo Tablada, José de. 1865. Curso de economía rural)

El resultado de ese proceso fue, como no podía ser de otra forma, la dilución de la raza en un conglomerado disforme: “La raza normanda casi ha desaparecido, y si no ha desaparecido bien se puede asegurar que hoy día no tiene fijeza en sus caracteres; resultado de los cruzamientos entre normandos e ingleses o de mestizos derivados de ellos, la actual raza es un conjunto inestable de individuos en completo estado de variabilidad desordenada”. (Molina Serrano, Eusebio. 1899. Cría caballar y remonta)

Echegaray, a pesar de ser un convencido defensor del uso de razas extranjeras para regenerar la española, ya advertía, en 1857, sobre lo pernicioso de las teorías de esos hipólogos franceses: “Bourgelat y Buffon han mirado este procedimiento como el único medio para regenerar la especie caballar, han dado consejos perniciosos que no han correspondido a lo que se proponían sus autores: decían que los reproductores habían de ser de países opuestos, esto es, los caballos del Sud debían unirse con yeguas del Norte y vice versa. Este error de personas tan autorizadas, ha causado mucho daño, por más que asegurasen dichos escritores que en el maridaje de animales de diferentes regiones, los defectos de unos se compensaban con las cualidades de los otros”. (Echegaray, José. 1857. Zootéchnia)

Sin embargo su influencia permaneció arraigada en muchos profesionales influyentes como el veterinario Pedro Cubillo, que fue mariscal de la Real Yeguada de Aranjuez: “Nos hallamos muy lejos de presumir ni de manifestar al público que nuestras ideas sean originales: se hallan consignadas en las mejores obras de cría caballar, están puestas en prácticas por las naciones que se encuentran a la cabeza de la civilización, y por consecuencia no haremos otra cosa que proponer nos coloquemos a la misma altura imitando su ejemplo, sin que por esto nos creamos rebajados, siquiera sea por la fama que hace muchos años gozaron nuestros corceles”. (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en la cría caballar)

O el veterinario militar Eusebio Molina, director de la Gaceta de Medicina Veterinaria: “Dicho esto, creemos pertinente insistir en la bondad del cruzamiento por ser un medio de mejora, tan directo y potentísimo, que practicado con inteligencia, es la verdadera base del perfeccionamiento de las razas, puesto que por este método zootécnico se modifican más rápidamente las cualidades o aptitudes de las razas inferiores, se crean otras intermedias y hasta se llegan a conseguir razas iguales a los tipos mejoradores”. (Molina Serrano, Eusebio. 1899. Cría caballar y remonta)

El desarrollo de la zootecnia permitió la modelación de gran diversidad de razas de distintos tamaños, aptitudes y aplicaciones.  Para la labranza de las tierras y el transporte pesado se elaboraron razas como la belga (Brabantés), Percherona, Clydesdale, Shire, Ardenesa y Boloñesa; para arrastrar carruajes y diligencias o para la caballería de línea se crearon razas semipesadas, como el Normando, el Bretón, el danés (Jutlandés), el Frisón y el Suffolk, para la equitación, la caza y la caballería ligera surgieron razas como el Pura Sangre inglés, el caballo de Silla Francés, el Hannoveriano, el Trakehner, el Holstein, el Frederiksborg y el Hunter, para tiro muy ligero se obtuvieron razas como la Hackney o las diversas razas de trotones, y hasta se adaptaron razas de ponis para el trabajo en las minas:

 “La Inglaterra es hoy la nación de Europa, que cuenta con mayor número de razas de caballo, y con tipos propios para cada uno de los servicios que reclama la moderna civilización”. (Hidalgo Tablada, José de. 1865. Curso de economía rural)

“Inglaterra ha creado las mejores razas de ganado que se conocen. El día que en nuestra patria se comprenda la importancia de tales medios, y se desista del empirismo y poco cuidado que se tiene con los animales domésticos, no será Inglaterra la que pueda competir con nosotros”. (Hidalgo Tablada, José de. 1865. Curso de economía rural)

“Desde el pequeño poney hasta el coloso cervecero de Londres, los ingleses han fabricado caballos de todas alzadas, anchuras, formas y aptitudes, y han llevado sus creaciones a todos los países del globo. Inglaterra, de clima ingrato, nos da la medida del poder de la ciencia zootécnica, de la ciencia veterinaria en sus relaciones y aplicación a los cruzamientos, selección, mestizajes, alimentación, educación, etc., etc”. (Molina Serrano, Eusebio. 1899. Cría caballar y remonta)

Mientras tanto, en España, nos habíamos centrado en nuestro caballo de casta fina, al que cargamos de una copiosa legislación y encomendamos a la naturaleza que velase por él (cosa que no hizo mal), mientras que despreciamos al resto de nuestras castas serranas y marismeñas de las que, con mínimas intervenciones, se podría haber obtenido todos los tipos industriales de que gozaban los otros países occidentales, y cuando reaccionamos lo hicimos atropelladamente y por el atajo de los necios: bastardeando sin orden ni concierto y despilfarrando nuestro inestimable patrimonio genético equino.

Para crear las razas que nos faltan para cubrir todos los servicios, no aconsejaremos se lleve la marcha que emprendieron los ingleses para conseguir la perfección que han logrado después de doscientos años para obtener los caballos que hoy van á buscar todas las naciones civilizadas, porque este sistema seria un absurdo teniendo las razas mejoradas; debemos comprarlas en Inglaterra, y en tres o cuatro generaciones habremos conseguido lo que a esta nación la costó, poco más o menos, dos siglos”. (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en la cría caballar)

Hemos visto cómo, cuando los elegantes de España quisieron usar carrozas al estilo de las cortes europeas, se percataron de que nuestros caballos no respondían al tipo de tiro ligero y optaron por su importación:

“Los caballos de coche, o sea los que a las prendas que exige el tiro, deben reunir la gracia y hermosura que necesitan; los que en doradas carrozas pretenden eclipsar las miradas de la muchedumbre, no.se encuentran en España” (Álvarez Sotomayor, Agustín. 1851. Memoria sobre la cría caballar)

 Otro argumento relevante fue el de los militares; los ejércitos europeos mantenían regimientos de choque, de caballería de línea o coraceros, montados en ese tipo de caballo semipesado, y España no podía ser menos (de nada sirvieron las lecciones aprendidas en las batallas del XVI y XVII):

“Desgraciadamente efectos morales y aun físicos no pueden permitir hoy a los españoles presentarse con una caballería pequeña y realmente endeble, enfrente de otra enemiga que le asombre con su mole, y le abrume con su peso. Nos importa, pues, adoptar los medios que emplean los extranjeros, y crear aquellas mismas masas, con las que no dejan de llevarnos grandes ventajas, atendido el actual modo de hacer la guerra. Deberemos por consiguiente, cediendo a la imperiosa necesidad, cruzar las yeguas españolas con caballos extranjeros de países fríos, y crearlos igualmente grandes, a pesar de estar sobradamente convencidos de que los medianos son y serán siempre los mejores”. (Laiglesia y Darrac, Francisco. 1851. Memoria sobre la cría caballar de España)

Pocas décadas más tarde esos mismos ejércitos europeos descartaron el uso sus caballos semipesados en la caballería y cruzaron sus razas con pura sangre inglés para aligerarlas:

“Pero Francia fue atacada también de esa locura que tan cara le ha costado, de la anglo-mania, y ha estirado y deformado sus razas finas, elegantes y vigorosas, cruzándolas sin discernimiento con galgos ingleses. Bajo la influencia perniciosa de tan deplorable cruzamiento, ha perdido sus caballos normandos, limosinos y navarros”. (Paniagua, Florencio. 1881. El fomento de la cría caballar)

Florencio Paniagua se congratulaba de que esa tendencia no hubiera arraigado en nuestro país: “Felizmente para España, son pocos los ejemplos que tenemos de anglo-manía”. (Paniagua, Florencio. 1881. El fomento de la cría caballar) Pero eso es porque aquí las modas siempre han llegado con retraso con respecto a Francia.

Esta cita de Cubillo, del año 1879, refrenda la opinión de Paniagua:

“Los establecimientos de sementales del Gobierno tienen pocos caballos de sangre, como los del señor marqués de la Laguna, los regalados por el Sr. De Larios, que, a decir verdad, son muy superiores, por su mucha sangre inglesa y árabe de que proceden”. (Cubillo y Zarzuelo, Pedro. 1879. La verdad en la cría caballar)

O tal vez fuese porque a mediados de siglo Portugal ya había probado y desestimado esta raza, en vista de los malos resultados:

“En cuanto a los caballos ingleses, ya nuestros vecinos de Portugal han ensayado con ellos la remonta de su escasa caballería, y han abandonado este sistema” (Cotarelo, Juan. Gaceta Militar, 21 de diciembre de 1858)

Sin embargo, al finalizar el siglo XIX decayó la moda del caballo árabe y fue reemplazado por el inglés como raza mejoradora de nuestro caballo de silla, espacialmente para la creación del tipo usado por el ejército español hasta la eliminación de los cuerpos montados.

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Caballería española, 1936

 En 1897 ya figuraban anotados en el Registro-matrícula español 354 ejemplares de la raza Pura Sangre inglesa; 155 machos y 199 hembras, mientras que sólo estaban inscritos 19 sementales árabes y ninguna yegua de esa raza. (Molina Serrano, Eusebio. 1899. Cría caballar y remonta)

La creación del caballo de tiro para arrastre de las piezas de artillería también fue una obsesión del ejército español que, en lugar de utilizar nuestras formidables mulas, se obstinó en imitar a los ejércitos europeos. Bien es verdad que, en una parada, no luce igual una cureña arrastrada por un tiro de percherones que por un tiro de mulas.

Qué duda cabe que, en estas mudanzas de criterio, tiene mucho que ver la imitación de los modos extranjeros y cierto complejo de inferioridad. Los árabes nunca aceptaron cruzar sus yeguas con caballos que no fuesen los mejores de entre los de su propia raza y, gracias a ello han contado y mantienen hasta el día de hoy al caballo más acreditado y solicitado del mundo.  Otro tanto podría haber ocurrido con el caballo español de haber mantenido el mismo criterio pues, como decía Estrabón, nuestros caballos eran parecidos a los suyos pero “teniendo mucha más velocidad y una más bella carrera”.

                                                                                                                            ©Ricardo de Juana 2010.

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