Alazán Alazán
claro Alazán
boyuno Alazán
tostado Morcillo Peceño Endrino Castaño Castaño
claro Castaño
peceño Castaño
dorado Castaño
boyuno Cervuno Zebruno Zebruno Bayo Argentado Roano
sobre alazán Roano
sobre castaño Roano
sobre negro Rucio
tordillo Rucio
rodado Rucio
azul Rucio
cenizoso Rucio
quemado Rucio melado Marmoleño Avutardado Sabino Rucio
ruan Rucio
peceño Rosillo Blanco Hovero sobre palomo Hovero sobre morcillo |
Las capas equinas en la España del
Renacimiento. Pocos asuntos
referentes al caballo han creado mayor controversia que la denominación de
sus capas. No es de extrañar porque a lo largo de los siglos han sufrido modificaciones
de forma diferente en cada uno de los países hispanohablantes. En este
artículo se revisa la nomenclatura castellana usada en el Siglo de Oro para
definir las capas de los caballos. Estas denominaciones son de especial interés por haber sido las
comunes antecesoras de las que usamos en la actualidad. Los autores consultados
normalmente se limitan a mencionar el nombre de la capa, sin detenerse en su
descripción, salvo en los casos de Pedro Fernández de Andrada y Sebastián de
Covarrubias. El primero se
entretiene a describir las capas aunque, en ocasiones, de forma imprecisa y
confusa. Esto es debido a que mezcla las informaciones procedentes de varios
autores, y más concretamente las del “Libro
de albeitería” (1443). Este libro fue escrito en catalán por Mosén Manuel Díaz y traducido al castellano
por el caballero aragonés Martín Martínez de Ampres, pero el original es a su
vez (en lo que toca al caballo) una traducción al catalán del “Libro de la Mescalería” de Álvarez de
Salamiella quien, según Sanz Egaña (Historia
de la Veterinaria, Espasa Calpe, 1941) lo copió del “Libro de los caballos”, anónimo castellano del siglo XIII, lo que
explicaría por qué las descripciones de Andrada resultan repetidas, caóticas
y, en ocasiones, contradictorias. Covarrubias sí hace
descripciones muy concisas de algunas capas pero no de todas ya que, como él
reconoce: “debe se me perdonar porque
no he seguido la milicia: he me he criado en la espiritual y en ella caeré en
mil faltas, cuanto más en lo que no he ejercitado”, por lo que su
conocimiento en lo referente al caballo y la terminología aplicada a él era
distante y limitado. Pedro Fernández de
Andrada, en su “Libro de la gineta de
España”, reflexionaba sobre la complejidad de las capas caballares y su
proceso de trasmisión diciendo: “y así
es imposible que el entendimiento humano pueda dar razón como se derivan unos
colores de otros y como un pelo con la edad se muda en otro, porque para eso
solo Dios es sabio”. Afortunadamente la genética molecular nos está
ayudando a descifrar el enigma pero también está induciendo al uso de
términos anglosajones para la denominación de algunas capas. Esto estaría
justificado en las que carecen de designación en castellano, por ser capas
desconocidas entre nosotros, pero no así en aquellas para las que existe
nombre desde hace más de quinientos años. Comparando la
nomenclatura renacentista con la que actualmente usamos en España, se
comprueba que han permutado algunos nombres (como por ejemplo rucio por tordo
o sabino por avutardado) y otros han cambiado de significado (como overo o
castaño boyuno). Estas mutaciones se produjeron entre los siglos XVII y
XVIII, probablemente coincidiendo con el cambio de dinastía, y antes de la
publicación de la primera edición del Diccionario de la Real Academia
Española, que data de 1780. En el libro titulado El caballo criollo, de Fernando O.
Assunçao (1985) se hace referencia al diario de un soldado portugués que
participó en las disputas entre España y Portugal por la posesión de Rio Grande
del Sur, en 1777. Este soldado tuvo la curiosidad de anotar en su diario los
diferentes nombres que usaban para denominar las capas equinas los
portugueses peninsulares, los portugueses de Rio Grande, los españoles
peninsulares y los españoles del Rio de la Plata. Por esta relación se
comprueba que, por ejemplo, mientras en Portugal se mantenía la denominación
clásica de rucio (ruçio), en España peninsular y en las dos regiones
americanas ya la habían mudado por la de tordillo, independientemente de que
su tonalidad fuese más o menos oscura, o que, lo que para los españoles de
América seguía siendo overo, para los
de la península ya era pío. En Francia, por su
situación geográfica, la trata de caballos con los países vecinos ha sido muy
intensa desde antiguo. En 1586 se fundó la Comunidad de Tratantes de caballos
a la que se dotó de grandes privilegios y exenciones (confirmados en 1594,
1611, 1618 y 1691) que les permitían comprar y vender caballos con total
libertad y sin más obligación que la de proveer antes de caballos al Rey de
Francia que a cualquier otro cliente. Este gremio de tratantes franceses
traía a España jacas y caballos de pelajes extraños y vistosos, propios de
países del norte (atigrados de Dinamarca, ruanos de las Ardenas, píos u overos
y avutardados de las islas Británicas, etc.), para vender a la gente
caprichosa y amiga de las novedades, que siempre ha existido, y se llevaban
caballos españoles, muy solicitados por el resto de Europa. Con ellos no
solamente introducían la capa sino también el nombre de ella. Así lo indica
Sebastián de Covarrubias en su Tesoro
de la lengua castellana o española (1611), en la entrada Hacanea: “Lo mesmo que faca o haca, salvo que son
las muy pulidas y remendadas, que por otro nombre llamamos pías: el cual
truxeron consigo los que han venido de esas partes septentrionales”. Muchos de esos pelajes
exóticos pasaron a América, con sus nombres, mientras que en España, al
finalizar la moda, fueron desapareciendo e imponiéndose las capas
tradicionales de la raza nativa. Sin embargo, los nombres permanecieron en
los escritos de la época y cuando llegó a España el espíritu enciclopedista
(que ambicionaba recopilar en una sola obra todos los conocimientos
científicos de la época) se encontraron con esas citas pero no con sus
descripciones, lo que intentaron resolver aplicando el sentido común (que no
siempre nos conduce a la verdad). Así pasó con el término overo que, como en
el S. XVI lo escribían “hovero”, les llevó a pensar que, lógicamente,
procedía de huevo y que, por tanto, debería ser una capa producida por la
mezcla de pelos blancos y amarillos. Baltasar de Irurzun, en la Enciclopedia metódica (1791) dice: “Overo: el caballo que tiene el pelo del
mismo color que resulta del huevo duro picado”, cuando en realidad overo
es sinónimo de remendado, picazo, pío o, como diríamos tratándose de otras
especies, berrendo, es decir, la capa compuesta por un pelo base sobre el que
aparecen manchas grandes de otro color. Situaciones similares
debieron suceder con otros nombres de dudoso significado como avutardado,
sabino, castaño boyuno y rabicano. Nomenclatura usada en la España renacentista para denominar
las capas de los caballos. Alazán. Fray Diego de Guadix, arabista del siglo XVI, sostenía que la palabra alazán
procedía de la árabe hozan
(al-hozan, con artículo), que significa caballo y, de ser cierto, le
cuadraría el nombre a la capa ya que, bien mirado, se podría decir que todos
los caballos son básicamente alazanes, aunque su aspecto esté condicionado por
el tipo de melanina, que puede ser más saturada (eumelanina), o más diluida
(pheomelanina), o por cualquiera de los muchos patrones de distribución de
los melanocitos, cuya combinación produce toda la variedad de capas. El alazán común es del
color del cobre pero un extremo de la gama cromática de este color tiende a
la saturación, alcanzando el negro, y otro extremo a la dilución, llegando al
blanco. En medio queda toda la variedad, desde los más oscuros y rojizos a
los más pálidos y pajizos. Entre los
autores renacentistas consultados solo hemos encontrado referencias del
alazán claro, del alazán boyuno y del alazán tostado. Gama
cromática del pelaje de los caballos Alazán claro. Se aplica a los tonos menos intensos de la gama, en ellos
suele predominar el color amarillo sobre el rojo. Alazán boyuno. Tan sólo he encontrado la cita de esta capa, no su
descripción, pero supongo que se refiere a lo que actualmente se conoce como
“alazán pelo de vaca” en la que, sobre la capa alazana aparecen deslavadas la
crin y la cola y, en mayor o menor medida, el morro, los ijares, las axilas,
la bragada, el vientre, el pecho, y las extremidades. Alazán tostado, el alazán oscuro, del color del hígado. Ya por entonces
citaban el famoso refrán español que dice: “Alazán tostado, antes muerto que
cansado”. Este antiguo adagio también lo citan, en castellano, algunos
autores italianos del Renacimiento,
como Pascual Carachulo (Caracciolo), en “La
gloria del caballo” (1558). Morcillo. Covarrubias dice que el morcillo es “el caballo de la
color que tira a la mora”, es decir del fruto de la zarzamora (Rubus fruticosus). Esta fruta, en su
proceso de maduración, sufre una variación de color, pasando del verde pálido
al rojo intenso para terminar siendo negra, pero como una saturación del
rojo, con visos violáceos o “morados” (del color de la mora), por lo que esta
definición se aplicaría a los caballos de pelo negro intenso pero con visos
rojizos. Probablemente se trate del límite de saturación de la capa alazana. Peceño, del color de la pez o alquitrán de madera, que es del color del yodo
pero saturado hasta el negro. Este calificativo se aplicaba y aplica a la
capa negra menos intensa, con visos pardos. Hay una variedad de
peceños a los que les clarean los ijares, axilas y morro, donde presentan un
color alazán claro, que algunos autores del siglo XIX llamaban “dorado a fuego” y que
probablemente esté relacionado con el patrón de pigmentación “boyuno” Endrino,
del color de la endrina (Prunus spinosa).
En la endrina, el tono azulado es debido al efecto producido por una película
blanquecina y mate que nace sobre la piel negra de este fruto, sin embargo,
en los caballos de capa negra, los visos azulados se producen por el reflejo
de la luz blanca sobre las capas de color negro intenso y bruñido. En México
llaman a esta capa prieto azabache. Tal vez se trate de caballos con
melanismo. Zaíno. Según el diccionario de la RAE, zaino procede de la palabra sáhim, del árabe hispano, que
significaba negro, pero, en su acepción actual dice: “Dicho de un caballo o de una yegua: Castaño oscuro que no tiene
otro color”. En el siglo XVI se
utilizaba este adjetivo para referirse a los caballos de capa simple que no
presentan ninguna mancha blanca. Entre ellos los castaños, alazanes, negros y
bayos pero nunca se aplicaba a los rucios ni a los ruanos aunque no
presentasen manchas blancas, y menos a los overos, que por definición son
manchados. Dice Pedro de Aguilar (1570): “Los
caballos que no tienen ningún blanco, a quien llaman zaynos”, y Pedro
Fernández de Andrada (1580): “Los
caballos que tienen el pelo de un solo color simple, sin mancha ni blanco ni
señal alguna, se llaman vulgarmente zaynos”. “Y aquellos que más derechamente
se pueden llamar zaynos son los morcillos y castaños y los vayos que nacieron
sin mancha ni señal blanca” Sin embargo,
Cobarrubias (1611), en Tesoro de la
lengua castellana ya dice: “Dícese
del caballo castaño oscuro, que no tiene ninguna señal de otra color”. Aunque en el s. XVI se
aplicaba a cualquier capa simple, con tal que fuese íntegra, pasado el tiempo
se asimilo zaíno a oscuro pero, por más que el término originario significaba
negro, dado que al caballo negro sin señal se le denomina “hito”, pasó a
aplicarse exclusivamente a la capa castaña entera. En Argentina se utiliza
para referirse a la capa castaña oscura, independientemente de que posea
blancos o no. En Colombia se reserva
este apelativo para los castaños más oscuros. En Venezuela para los negros
menos intensos. Los autores italianos
del Renacimiento utilizan la expresión zaino con el mismo significado que le
damos en España, y seguramente les llegó desde el Reino de Nápoles (como
otros muchos vocablos ecuestres españoles) ya que, aunque en italiano existe
la palabra zaino, ésta significa zurrón, lo que difícilmente puede
relacionarse con esa cualidad de la capa de los caballos. Castaño, del color de la castaña (Castanea
sativa) Hoy en día sabemos que esta capa es efecto de un gen al que
llaman “Agutí” (llamado así por producir un patrón de coloración similar al
de los roedores del género Dasyprocta,
originario de América, y conocidos vulgarmente por agutíes). Este gen produce
una saturación máxima del color (llegando al negro) en la crin, cola y
extremidades. El alazán base puede ser más o menos oscuro y más o menos
intenso o encendido, dando una gran variedad de capas castañas. Los autores consultados
indican que, durante el Renacimiento en España, se distinguían el castaño
común, el claro, el oscuro o peceño, el dorado, el boyuno y el cervuno. Castaño claro. Que, según Andrada, algunos confundían con el bayo, pero
éste último posee raya de mulo, mientras que el castaño no. Castaño peceño, castaño oscuro, “dícese
así porque participa de castaño y de prieto”. Castaño dorado, castaño con reflejos dorados. Los reflejos metálicos o
capas bruñidas también se dan sobre pelo alazán (dorado), negro (endrino) y
rucio (plateado) Castaño boyuno. No he encontrado la descripción coetánea de esta variedad
de la capa castaña y los autores de siglos posteriores lo describen como “castaño rojizo, parecido al del buey”.
El buey es un toro castrado, pero esa merma no le afecta al color de su capa,
salvo en una ligera pérdida de intensidad y brillo. Lo que realmente
condiciona su color es la raza a la que pertenezca y entre las razas vacunas
españolas se encuentran casi de cualquier color. Por tratarse de un “castaño
boyuno” hay que suponer que se refieren al parecido con la capa de los bueyes
pertenecientes al tronco castaño y que los negros, cárdenos, berrendos,
rubios y retintos quedan excluidos. Sin embargo, los machos de este tronco
suelen ser mucho más oscuros que las vacas, siendo éstas las que presentan la
capa castaña mientras que ellos son casi negros, salvo en algunas zonas como
los ijares, testuz, y listón dorsal, por lo que cabe suponer que esa
denominación la utilizarían para describir a un tipo de castaños con
degradaciones, en los que el morro, las axilas e ijares, y en ocasiones el
interior de las extremidades y el vientre, son de un tono amarillento o casi
blanco. Este patrón podría estar relacionado con el alazán boyuno (pelo de
vaca) y haberse aplicado la denominación basándose en la similitud de sus
deslavados con los que presentan algunos vacunos. Probablemente también esté
relacionado con este patrón de coloración el peceño “dorado a fuego”. Castaño
zebruno, “dícese así porque semeja
al color del ciervo” Andrada llama a esta capa castaño zebruno pero se
refiere al cervuno, que es la capa parecida a la del ciervo: Un castaño
apagado, grisáceo. En Venezuela se mantiene esta confusión, llamando cebruno
al cervuno. Zebruno, Según la RAE, Cebruno viene de cebra y es un adjetivo:” Dicho de algunos animales, especialmente
del caballo o de la yegua: Que tienen, como la cebra, manchas negras
transversales, por lo común alrededor de los antebrazos, piernas o
corvejones, o debajo de estas partes”. En realidad es el nombre de cebra
es el que deriva de cebruno, ya que los portugueses las bautizaron así por
recordarles a estos caballos. Andrada los describe
así: “Parece algo al vayo, aunque no es
tan claro: este es entre castaño claro y vayo; y los más de estos tienen las
cañas, crines y colas muy negras y la veta más ancha que no el vayo: y en las
espaldas, y encima la partidura hacia el cuello muchos pelos negros” Este factor (DUN)
también produce una dilución de la capa base en el tronco que no afecta a la
cabeza ni a las extremidades. Si se presenta sobre castaño produce la capa
descrita por Andrada. Cuando se presenta sobre negro resulta la capa grulla;
de color gris cálido, que vira un poco al rojo, por lo que se podría
confundir con el cervuno, de no ser por los cebrados. En Chile le llaman
“coipo”, en Venezuela “piel de rata” y en Argentina “gateado” Bayo. Es un patrón de distribución del color que afecta a la capa base
alazana, diluyéndola en la mayor parte del cuerpo y saturándola en las
extremidades, cola, crin, banda dorsal o raya de mulo y borde de las orejas.
Andrada dice de esta capa: “Ha de tener
el color como la paja; ha de tener la crin, la cola y las cañas prietas y una
veta negra desde encima de la partidura de las espaldas hasta la cola, que
sea del ancho de un dedo, y este es el vayo verdadero, y no el que toca en
castaño claro, como algunos dicen”. La verdad es que el bayo puede
presentar un tono base que va desde el blanco (entonces se llamaba argentado)
al ocre más o menos bermejo o anaranjado, pero siempre con la raya de mulo. Este patrón de
coloración puede presentarse asociado al patrón rodado, produciendo la capa
bayo rodado, que es idéntico al bayo común salvo en que el color base, en
lugar de ser uniforme, posee pelos levemente más oscuros agrupados en
pequeñas formas anulares. Bayo oscuro. Tienen un tono más subido y bermejo. Garcilaso de la Vega
(1539-1616), en La Florida del Inca,
al referirse al caballo que montaba Juan López Cacho, dice que era bayo
tostado, “que llaman zorruno”, es
decir: De cuerpo bermejo y patas negras, como los zorros. En Colombia les llaman “naranjuelos” Argentado, “porque tiene el color de la plata bruñida” sin pelos
negros en el cuerpo, la crin y cola negras así como las cañas hasta las
rodillas y una veta negra como la del bayo.”Deste
pelo hay muy poquitos y estos que hay son muy hermosos”. En Venezuela les
llaman “plateados” Roano. El pelo roano no es
propio de los caballos ibéricos, es una capa que se introdujo por su
vistosidad. Pedro de Aguilar, en su “Tractado de la caballería de la gineta”
ni siquiera los menciona. Se trata de un factor
genético que altera la capa básica, mediante un patrón de distribución del
color que hace que aparezcan pelos blancos dispersos uniformemente por todo
el cuerpo del animal y en menor proporción en la cabeza, extremidades, crin y
cola. Cuando se presenta sobre alazán hay quien lo confunde con el rosillo
(factor rucio sobre alazán) pero, a diferencia de éste, mantiene la cabeza,
patas, cola y crin del color básico. Andrada les llamaba ruan rosillo, “porque participan de pelos ruan y alazano”.
Cuando se presenta sobre capa castaña, resulta la típica mezcla de tonos
rojos, negros y blancos que, algunos autores han confundido con el sabino.
Sobre los negros produce una hermosa capa de color gris oscuro azulado, con
la cabeza negra, que en España se han conocido también como “flor de romero”
y en Argentina dicen “moros”. Sobre el origen del
término hay muchas dudas. Probablemente, junto con la capa, también fuese
importado. Claudio Corte de Pavía,
en su libro “Il Cavalleizo” (1653) dice que procede de la ciudad normanda de
Ruan (Rouen) y ciertamente, entre los caballos del norte de Francia y las
Ardenas belgas es muy común esta capa. Pascual Caracciolo plantea que podría
provenir del término hebreo “ruoah” que significaría espíritu, pero estos
caballos no destacan precisamente por él; Andrada dice de ellos: “Estos caballos ruanos son flacos de
corazón, y muy delicados: no conviene darles mucho con las espuelas, y los
más de ellos son para poco trabajo, aunque hermosos de pelo”. También podría proceder
de rúa ya que, al ser estos caballos importados, no por sus aptitudes
ecuestres, sino por lo vistoso de su capa, se podrían haber usado más como
palafrén de paseo y lucimiento por las calles o rúas, que como caballo de
guerra. Covarrubias dice: “Caballo
ruano, entiendo haberse dicho por ser propio para desempedrar las calles”. Ruano también era un tejido grosero de lana
sin teñir con el que se elaboraban mantas y capotes de monte. Las lanas
blancas siempre fueron más cotizadas porque admitían los tintes, por lo que
se reservaban para la confección de tejidos de más precio, mientras que para
fabricar el ruano se utilizaban las lanas de las ovejas negras, pardas y
berrendas, que una vez mezcladas y tejidas producían un efecto similar al del
pelo de los caballos roanos sobre castaño. También es posible que el nombre
se aplicara al tejido por su parecido con la capa equina. Rucio Procede del término
latino roscidus, que significa
rociado y se aplicaría porque, al igual que el rocío deja dispersas multitud
de pequeñas gotas de agua, así aparecen los pelos blancos sobre la capa base
de esos caballos. En realidad no es una
capa sino un factor que altera la capa de nacimiento haciendo que encanezcan
progresivamente los pelos, llegando con los años a blanquearla completamente.
De hecho un potro rucio puede nacer negro, a los tres años ser tordillo, con
seis calificarle como rucio rodado y con nueve como rucio marmoleño. Este factor actúa sobre todas las capas
simples y sobre los overos o picazos pero parece que es incompatible con
otros factores como el ruano y el cebrado, La diversidad de capas
sobre las que actúa y su mayor o menor intensidad, produce una enorme
cantidad de tipos y denominaciones. En la España del siglo XVI se referían a
las siguientes: Rucio Tordillo. Actualmente en España
se denomina tordos a todos los rucios pero en el Renacimiento solo se
aplicaba a una variante de rucio sobre negro con motas blancas distribuidas
por todo el cuerpo. Hoy en día, llamamos tordos a los zorzales (aves del
género Turdus) pero en el siglo XVI
no era así ya que Covarrubias dice al respecto: “En este nombre nos equivocamos, porque el tudus latino significa
zorzal”, parece ser que por pájaro tordillo conocían al estornino pinto (Sturnus vulgaris) y de él le venía el
nombre a la capa; Fernández de Andrada nos dice: “Porque parece al tordo: conviene que tenga todo el cuerpo sembrado
de pecas o moscas blancas: y entre las crines y la cola algunos pelos
blancos”. De manera que el pelo tordillo sería un rucio peceño palpado o,
como diríamos ahora, tordo oscuro rodado. Rucio rodado. Lo que hoy llamamos tordo rodado. El efecto rodado no es
exclusivo de los rucios ya que se puede presentar sobre negro, castaño y
bayo. Rucio palpado, “porque toma de dos colores: Blanco y ruano y hace unas
ruedas como doblas de oro”. Palpado sería sinónimo de rodado y probablemente
lo aplicasen porque el aspecto de la capa rodada puede recordar al de un
vidrio (por ejemplo) en el que quedan las huellas de los dedos al palparlo.
La expresión “palpado”, recogida por Andrada, procede del “Libro de
albeitería” y supongo que en el siglo XVI estaría en desuso, habiendo sido
reemplazada por “rodado”, ya que no la he encontrado citada por los otros
autores. En el siglo XVIII se recuperó efímeramente la denominación para
aplicársela a los rucios rodados sobre alazán. Rucio azul, “Que es como cuando
tira a cárdeno”. Es un rucio sobre negro, en fase intermedia. La mezcla
de pelos blancos y pelos negros produce un tono azulado. En Venezuela se
conserva esta denominación. Cenizoso, “Porque tiene el
color de la ceniza, crin y cola negras”. Cabe suponer que es un rucio
quemado (extremidades, cola y crin muy negras) pero con una proporción tal,
de pelos blancos y negros en su cuerpo, que componen un tono gris claro, muy
semejante al color de la ceniza. Esta expresión también procede del “Libro de
albeitería” pero no es usada por los otros autores. Probablemente sea la
misma capa que la anterior pero en una fase más clara. En Argentina aún se
mantiene. Rucio pedrado. La mezcla de pelos blancos y negros sería similar a la de
las dos capas anteriores pero no distribuidos uniformemente sino formando un
jaspeado, similar al de algunas piedras, como el granito. En el norte de
España se refieren al caballo de esta capa como “pedrés”. Rucio quemado. Rucio con las extremidades, cola y crin muy negras. Rucio melado. Rucio sobre castaño claro. Rucio marmoleño. No he podido descifrar el sentido exacto con que
utilizaban el adjetivo marmoleño puesto que no lo describen. Hay mármoles de
diversos colores pero suponiendo que se refirieran al mármol más común, lo
utilizarían para describir a los caballos rucios en fase blanca. Rucio avutardado. Avutardado y sabino son dos de los pelajes que citaba en
la introducción por considerar que han mudado su significado. En este caso se
lo habrían intercambiado, llamando hoy avutardado a lo que llamaban sabino en
el Renacimiento y viceversa. En principio,
avutardado seria el pelo del caballo que se asemeja al color del plumaje de
la avutarda (Otis tarda), la cual
tiene el lomo de color ocre con listas negras, pero también destacan mucho
sus plumas blancas de la región ventral, especialmente visibles cuando vuela
y en los machos en época de celo, en la que hacen su danza de cortejo o
“rueda”, que consiste en volver las alas y la cola sobre el cuerpo para
mostrar el plumaje blanco de su interior, momento en el que aparecen las
plumas coloreadas y las blancas confusamente mezcladas. Hay una capa, muy común
en las razas inglesas Clydesdale y Shire, en la que los calces de las patas
asciende hasta invadir el vientre y desde allí se extiende hacia la cruz y
las palomillas de forma salpicada e imprecisa, a modo de plumas revueltas. La
despigmentación también suele afectar a la cabeza, siendo típicos los caretos
que beben con los dos. Creo que es a esta capa a la que aplicaban el nombre
de avutardada en el siglo XVI. No es una capa nativa pero también nos llegó y
de aquí pasó a América. Hoy se encuentra entre los caballos criollos
argentinos y en algunas razas estadounidenses, donde la conocen como “overo
sabino”. No se puede achacar a
la herencia española todos los avutardados u overos sabinos de Argentina y
EEUU ya que, en el primero de los países hubo una gran importación de ganados
ingleses en los siglos XIX y XX, y en el caso de los EEUU, desde que era su
colonia. Aquí desapareció la
capa cuando paso de moda y con ella se perdió el significado de su nombre. Odriozola decía en su libro
“A los colores del caballo” (1985) que los avutardados son caballos rucios
atruchados sobre castaño o alazán en fase intermedia del encanecimiento. Rucio sabino. Considero que la anterior descripción de Odriozola, se
corresponde en realidad con lo que los autores del Siglo de Oro llamaban
rucio sabino. Sabino hace referencia a la sabina, planta cupresácea del
género Juniperus de la que hay tres especies en España: Juniperus phoenicea Juniperus thurifera y Juniperus sabina. Todas ellas se caracterizan por producir
pequeños frutos esféricos (arcéstidas) dispuestos profusamente por su
superficie. En el caso de la Juniperus
phoenicea, que es la más común en España, sus frutos son de color rojo y
en las otras dos pueden ser negros o rojizos. Esta característica disposición
de puntos rojos o negros sobre su copa es en la que se fijarían nuestros
antepasados para denominar rucios sabinos a lo que hoy llamamos tordos
atruchados o mosqueados. La descripción que de
ellos hace Andrada es imprecisa y confusa; decía que el rucio sabino “Es de tres colores: castaño, blanco y
prieto. Destos hay tres maneras, conviene a saber: Sabino castaño, sabino
negro y sabino blanco o ruano”, lo que no se contrapone con las
características de los atruchados y mosqueados pero tampoco cita la principal
de ellas: La presencia de motas rojas o negras por toda la capa. También
resulta equívoco que diga “sabino blanco o ruano”. Los roanos suelen presentar
motas oscuras por las ancas y grupa (similares a las que presentan los
caballos de la raza apalusa, pero más pequeñas) sobre un fondo blanquecino,
lo que podría haber llevado a Andrada a asimilarlos. El apelativo atruchado
que aplicamos a los caballos tordos moteados procede de la trucha común (Salmo trutta fario) o “pintoja”,
nuestra trucha autóctona, debido a los ocelos rojos y negros que cubren su
cuerpo. Rucio ruan, “toma de dos
colores, blanco y ruano”. Descripción difícil de interpretar ya que el
pelaje roano participa siempre del blanco. Tal vez se referían al tordo sobre
castaño, también llamado tordo vinoso. Rucio peceño, “Porque tiene el
color de la pez y algunos pelos blancos” Rosillo, rucio sobre alazán. La mezcla de pelos rojos con pelos
blancos produce un tono rosado o rosillo. Blanco. Supongo que este
adjetivo lo reservaban para los albinos ya que Andrada dice: “No ha de tener señal de otro ningún
pelo”. Al caballo albino le llaman “catire” en Venezuela. Hoveros. Como hemos visto en la introducción de este artículo, en España el
pelaje overo ha sido objeto de múltiples controversias, por haber caído en
desuso y haber intentado posteriormente su interpretación con razonamientos
etimológicos equivocados. Sebastián de Covarrubias lo deja muy claro al
describirlo como “color de caballo de
pellejo remendado” y Andrada dice de ellos: “Los hoveros corresponden a los blancos y algunos a los morcillos;
porque como hay hoveros sobre palomo, hay otros sobre morcillo”, descripciones
que coinciden claramente con la capa picaza alazán y picaza negra, pero luego
Andrada añade una frase enigmática: “El
caballo hovero se llama braig, porque participa de dos colores, el uno ruano
y el otro bermejo; el cual dicen se nombra así porque ni es de un color ni
del otro […] con las cañas negras y las crines y la cola blancas”. Esta
enigmática frase la copió Andrada del “Libro de albeyteria”, de Mosén Díaz.
El término “braig” no lo he encontrado citado por ningún otro autor y me
resulta desconcertante, así como que diga que participa de dos colores, ruano
y bermejo, cuando el ruano es una capa compuesta por dos o tres colores, o
que a continuación diga que tiene que tener otros dos colores más, el negro y
el blanco. Parafraseándole: Para entender esto “solo Dios es sabio”. Covarrubias consideraba
que el origen de la palabra podía proceder del verbo francés “houer”, pero
este verbo se traduce al castellano como “cavar”, por lo que su relación con hovero
no resulta nada clara. Tal vez podría derivar
del verbo francés “ouvrer”, y más concretamente de su participio pasado
“ouvré”, que se traduce al castellano como “labrado”, en el sentido que le da
en su segunda acepción el Diccionario de la RAE: “Dicho de una tela o de un género: Que
tiene alguna labor”. En el idioma francés, el pelaje de los caballos se llama “robe”, que también significa vestido, ropaje, por lo que una “robe ouvré” se puede traducir como ropa labrada (con labores, con calados, con bordados), o como un pelaje labrado. En castellano se da un
caso similar ya que al pelaje de los caballos se le denomina capa, que en
sentido literal es una prenda de vestir que se trae sobre los hombros y, una
capa labrada, es tanto como una capa a la que se ha modificado su aspecto
mediante labores de costura pero también podría haberse utilizado para
referirse a un pelaje remendado. Curiosamente,
Covarrubias define a los caballos overos como “remendados” y remiendo, según
la RAE, es un “pedazo de paño u otra
tela que se cose a lo que está viejo o roto” -es decir, una labor de
costura-, y en su tercera acepción dice: “En
la piel de los animales, mancha de distinto color que el fondo”. Bernal
Díaz del Castillo, en su Historia
verdadera de la conquista de la Nueva España (1575), al describir al
caballo de Morón, uno de los miembros de la expedición de Hernán Cortés en la
toma de México, se refiere a un “overo
labrado de las manos”, lo que algunos autores interpretan como un pío
calzado de las manos y otros como un pío al que le habían quemado en las
manos con un hierro candente. En Venezuela llaman “tordo remendado” al caballo cuyo pelaje está compuesto por grandes manchas blancas y negras, y llaman “overo” al que, independientemente de cuál sea su capa, presenta blancos en la cabeza. Hovero sobre palomo. Citado por Andrada, se refiere al pío alazán pero es
curioso que utilice el término palomo para referirse a ese pelo. Me temo que
lo usa con el mismo significado que tiene la segunda acepción de la palabra
palomino: “Mancha de excremento en la
ropa interior”, motivo por el cual hay mucha gente que se niega a
utilizar la palabra palomino para describir al alazán claro con crin y cola
blancas. Hovero sobre morcillo. El pío negro. Pedro de Aguilar distingue entre
overos sobre morcillo y overos sobre blanco, es decir, morcillos con parches
blancos y albinos con parches de color; lo que hoy en día denominan en
América overos y tobianos. El nombre de tobiano,
según Daniel Granada (1921) (citado por Odriozola), procede del general
brasileño Rafael Tobías de Aguilar, que fue uno de los jefes que participaron
en la Revolución Liberal de 1842 en Sao Paulo, por que tanto él como su tropa
montaban siempre caballos de este pelo. Estas capas overas son
ajenas a los caballos ibéricos y, tanto ellas como sus nombres proceden de
países del norte. Overo, pío y roano tienen origen francés. Es muy probable
que fuesen los tratantes franceses los que se encargaran de traer esos
caballos de capas novedosas a España y a ellos se podría deber la
incorporación de esas voces francesas al castellano. En España se utilizó la
denominación “picazo” para estos overos sobre morcillo, por el parecido que
tiene su capa con el plumaje de de la picaza (Pica pica), también
conocida como urraca marica o pega, y que los franceses llaman “pie”, de
donde procede pío. Hoy hay quien llama pintos a estos caballos por influencia
del inglés, lengua en la que les denominan “paint”. En Argentina denominan picazos a los
caballos con manchas blancas en el morro (pico) y, por si este galimatías
fuese poco, actualmente también hay quien utiliza el término picazo para
referirse a los caballos tordos mosqueados (con el cuerpo cubierto de motas,
como si se hubiesen posado moscas), tal vez por su similitud con la palabra
picado (RAE: “Dicho de una persona: Que
tiene huellas o cicatrices de viruelas”). Los caballos overos,
los avutardados, los calzados y caretos son albinos parciales. En las manchas
blancas su piel carece de melanina, es de color rosado porque se trasparentan
los vasos sanguíneos y produce pelos sin pigmento. La piel sin melanina es
mucho más delicada, menos resistente a la radiación solar, soporta mucho peor
el roce de la cincha y demás arreos, cicatriza con más dificultad y es más
propensa a los arestines, melanomas, hongos y otras enfermedades cutáneas.
Además, los caballos que tienen las patas blancas, también tienen los cascos
blancos y es sabido que éstos son mucho más blandos que los negros; Pedro de
Aguilar dice: “Porque los blancos y
overos, suelen no tener bocas ni cascos”. Es por eso que estos caballos
se usasen para pompa y gala pero no fuesen los preferidos para las veras, para
combatir; Covarrubias comentaba del caballo overo: “Dicen ser alegre y pomposo, pero no fuerte ni sano, y por ello dice
el proverbio: Caballo hovero a
puerta de albéitar o de caballero” Rabicano. Este adjetivo también ha resultado muy polémico. En ocasiones
se ha confundido con el “rubicano”, que es el caballo que tiene mezclados
pelos rubios (rojos) y canos (blancos). Es un rosillo pero en menor grado de
encanecimiento, no llegando a perder su coloración original. Así, un alazán
rubicano sería aquel que, sin dejar de ser alazán, presenta algunos pelos
blancos diseminados por el cuerpo, mientras que, en una fase posterior del
efecto rucio, cuando los pelos blancos han alcanzado tal proporción que
llegan a modificar la capa, se habla de rosillo. Cuando la mezcla de
pelos blancos es sobre cualquier otro color distinto al rojo, se habla de
“pelicanos”. Semánticamente,
rabicano es el caballo que tiene la cola canosa. En principio, cabría pensar que sería
aplicable a los caballos tordos en fase inicial, en los que sólo se conoce su
carácter de rucios por que tienen en la parte interior e inferior de la cola
pelos blancos pero, para los autores del XIX, rabicanos eran los que poseían
los pelos blancos en la parte superior, pegando al maslo. Sin embargo Pedro de
Aguilar se refiere a los rabicanos diciendo que pueden tener el entrepelado
por delante o por detrás de la cincha; es decir, que los pelos blancos no
solamente afectan al rabo sino a parte del lomo y la grupa, usando el prefijo
“rabi” en el sentido de parte posterior, como se puede utilizar el prefijo
“capi” para señalar le parte anterior, no necesaria y exclusivamente la
cabeza (como en capiblanco o en capicúa). Me queda la duda de si no
utilizarían, en el siglo XVI, el término rabicano para describir a la capa
que hoy conocemos por apalusa. Los blancos y señales. Los caballeros
renacentistas gustaban de las manchas blancas en la cabeza de sus caballos
porque creían que templaban su carácter, haciéndoles ser más nobles y
entregados, siempre que estuviesen bien puestas. Así valoraban las estrellas
altas, pero no las bajas, y las listas siempre que estuviesen unidas a la
estrella. Rehuían de los caretos, especialmente si lo blanco alcanzaba a los
ojos, haciéndoles ojos zarcos. Tampoco gustaban de los
calces, Andrada opinaba: “Así que
aunque es verdad que los blancos de los caballos poco o ninguno son buenos,
es por la causa ya dicha, de que la naturaleza envió a los extremos aquella
flema, que de suyo es fofa y tierna y que debilita y enflaquece los
fundamentos o uñas de los caballos”, y en especial cuando afectaban a los
delanteros, ya que son los que soportan mayor porcentaje del peso; Aguilar
admitía mejor a los calzados de los pies que a los de las manos: “La razón quiere que tengan siempre, más
blancos de detrás, que no de delante”, a pesar de lo cual, el más
denostado era el caballo calzado del pié derecho o pié de lanza, llamado
caballo argel. Se creía que el caballo
argel era gafe, que traía mala suerte a su jinete y a los que cabalgaban en
su compañía, por lo que procuraban no utilizarlos en combate. No dudo que, al
final, esa superchería se convirtiese en verdad irrefutable, ya que el grueso
de la tropa rehuía a aquel desdichado compañero que había tenido la
desdichada idea de acudir a la cabalgada montando un caballo argel, dejándolo
solo y desamparado ante el enemigo quien, al comprobar que su caballo estaba
calzado de la pata derecha, lo verían como una víctima propiciatoria e
inexcusable. Andrada comenta el caso de una brava escaramuza contra los moros,
en el norte de África, donde hubo doce bajas en el lado español y todos ellos
montaban sobre caballos argeles. De manera que no es extraño que dijeran “Del hombre malo y del caballo argel,
quien fuese cuerdo, se guarde del”. Muy al contrario, si el
caballo estaba calzado del pié izquierdo y de la mano derecha, se le
consideraba muy venturoso y decían de él: “Caballo
de buena andanza, calzado del pie de cabalgar y de la mano de lanza”. Aunque la razón les
decía que esos prejuicios carecían de sentido: “la mayor cordura es no mirar en los blancos, pues muchos hombres
discretos y de experiencia lo tienen por superstición de Moros”, les
sería muy difícil abstraerse de ellos porque la elección del caballo con el
que participar en la batalla no era una cuestión baladí ya que de él
dependía, en buena medida, el triunfo o la derrota, el caer muerto o
prisionero o el acertar a escapar con vida. Eran muchas las cavilaciones,
mezcla de razones y supercherías, para determinar su elección. Se sopesaban
sus cualidades físicas, su carácter y su experiencia pero también su capa,
sus calces, los blancos de la cabeza, las espigas y remolinos, su tamaño y
disposición. Sobre los cuatralbos,
Andrada opinaba: “Los cuatralbos son
caballos nobles y bien afortunados y de clara intención; yerran pocos de ser
muy buenos, sino aciertan a ser muy blandos de cascos, aunque se remedian con
un buen herraje”, y Andrada: “Aunque
suelen ser caballos nobles y de buen pensamiento, por ser blandos de cascos,
no se han por buenos. Pero si tuvieren armiños en ellos, deben ser tenidos
por buenos”. Queda claro que el problema de los calces es que llevan
aparejada la despigmentación del casco, haciéndole más tierno. Solo un buen
herraje (aunque son más propensos a perder las herraduras) o la presencia de
armiños (motas negras en la corona que afectan a la pigmentación del casco,
haciéndolo veteado) podía paliar el defecto. En cuanto a la terminología utilizada para
describir los blancos de la cabeza, hablaban de estrellas, listas y cordones
(igual que hoy) y cuando el cordón llegaba hasta los labios (que hoy decimos,
bebe con uno o bebe con los dos) decían que llegaba hasta el bebedero. Para describir los
calces se referían, como ya ha quedado dicho, a los calzados de la mano y/o
pié de cabalgar, a los calzados de la mano y/o pié de lanza, a los argeles, a
los cuatralbos, a los trabados y a los trastrabados. En estos dos últimos
términos he encontrado interpretaciones dispares. En principio, trabado es el
caballo calzado de las dos manos, y se le llama así porque es en las manos
donde se le colocan las trabas, apeas, sueltas, maniotas o maneas, que todo
viene a ser una misma cosa, y que sirve para soltar al caballo a pastar, con
la seguridad de que no podrá alejarse porque solo puede andar a paso corto.
Trastrabado debería significar trabado de atrás y, por tanto, aplicarse a los
caballos calzados de los pies. Pero también hay otro género de trabas, que
son las usadas para enseñar a los caballos a amblar (mover a un tiempo la
mano y el pié del mismo lado), Covarrubias dice: “Travas de mulas, las que les echan de los pies a las manos, dichas a
contrario sensu sueltas”, en la entrada “suelta” remite a “maneota”, de
la que dice que “es la traba que se
pone en las manos de las bestias”. Para
Pedro de Aguilar, trabado es el caballo calzado de la mano y pié del mismo
lado, trastrabado el calzado de la mano y pié opuesto, y a los calzados de
ambas manos les llama “manialbos”, pero para Andrada, los calzados de ambas
manos o los calzados de ambos pies, son trabados. De las señales, solo
hablan de remolinos, cuando son redondos, y espadas romanas, cuando tienen
forma alargada.
Ricardo de Juana, 2012. La
nomenclatura de las capas ha sido recopilada de los siguientes textos: -
La Doctrina del arte de la caballería, de Juan Quijada de Reayo (1548) -
Tractado de la caballería de la gineta,
de Pedro de Aguilar (1570) -
Historia verdadera de
la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo (1575) -
De la naturaleza del caballo, de
Pedro Fernández de Andrada (1580) -
Libro de enfrenamientos, de
Eugenio Manzanas (1583) -
Libro de la gineta de España, de Pedro
Fernández de Andrada (1599) -
Tesoro de la lengua castellana o
española, de Sebastián de Covarrubias (1611) -
Teoría y ejercicios de la gineta,
de Vargas Machuca (1619) Principio del documento La brida |
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