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Caballos del Renacimiento.

- El caballo de la España del Renacimiento.

- Léxico de la anatomía del caballo.

- Capas del caballo.

- La brida.

- La estradiota.

- La gineta, su origen.

- La gineta, descripción.

- La gineta, difusión.

- Diferencias entre gineta y brida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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A. de Pluvinel

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Caballería de línea S. XVIII (Clonard)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Miguel Lucas de Iranzo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Freno de candado

 

 

 

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Adarga de los “soldados de la cuera” (Smithsonian Institution)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Influencia de la gineta en la equitación moderna.

 

Difusión de la gineta por Europa

La difusión de la gineta por el resto del continente europeo fue a través del Reino de Nápoles. Este reino abarcaba la mitad meridional de la península italiana y fue conquistado por el rey Alfonso V de Aragón en 1442. No sería ese el momento en que llegase la gineta a Italia (al menos de forma significativa) ya que, probablemente, la caballería de Aragón nunca usó de este estilo ecuestre. La razón podría deberse a que los enfrentamientos entre esta corona y los califas musulmanes cesaron relativamente pronto, con la conquista del Reino de Valencia en 1245, y en esas fechas aún no la habían adoptado. Al menos eso es lo que muestran los registros gráficos: En la torre de homenaje del castillo de los Calatravos de Alcañiz, donde Jaime I convocó Cortes cuando se dirigía a la toma de Valencia (1238), se pueden ver unos frescos en los que aparece el rey con su séquito entrando en Valencia y tanto el rey, que no en vano había nacido en Montpelier, como sus caballeros montan a la brida, al más puro estilo de los “gens d´armes”.

 

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Otro tanto sucede con los retablos de la capilla de los Sagrados Corporales, de Daroca, donde están representados los tercios de Teruel, Daroca y Calatayud en su entrada de 1236, al sur del Júcar.

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Y en el retablo de San Jorge de Jérica, de principios del siglo XV.

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O en el que pintó Marçal de Sax en 1410-20 representando la intervención de San Jorge, junto a Jaime I, en la batalla del Piug, el 15 de agosto de 1237 (Victoria & Albert Museum, Londres) Esta pintura, si bien está realizada 173 años después de los hechos, se aprecia que su autor se tomó la molestia de investigar concienzudamente la indumentaria de la época. El atalaje y armamento de las tropas moras está pintado con absoluta precisión (precisión sajona), los frenos de la gineta, sus cabezadas, pretales, estribos, sillas, lanzas y adargas están perfectamente dibujados , por lo que cabe suponer que usase de la misma seriedad para investigar sobre el equipo usado por el ejército aragonés.

 

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Otro dato que abunda en la tesis de que el Reino de Aragón no asumió la gineta nos lo aporta Alfonso de Palencia (1423-1492) en su obra “Anales de la Guerra de Granada”; donde relata cómo el sultán turco Mehmed II tomó la ciudad italiana de Otranto, dejando 400 peones y 400 jinetes para su defensa. Estos jinetes estradiotes se dedicaron a asolar los campos de la Apulia y la Basilicata, por lo que la caballería de D. Fernando de Nápoles tuvo que presentarles combate. Bien creyeron los napolitanos que sería tarea fácil, tanto por su superioridad numérica como por sus fuertes armaduras, desbaratar a ese puñado de turcos “Mas luego que vieron su agilidad en el cabalgar, la velocidad con que acometían y cuán rápidamente tornaban a incorporarse a las filas de sus escuadrones, al parecer irregulares, demás de su increíble destreza en el manejo del alfanje, les hizo cambiar completamente de opinión”. En 1481, D. Alfonso, hijo de D. Fernando, logró recuperar Otranto y concedió a los turcos ocupadores la opción de marchar a Dalmacia desarmados o pasar a su servicio, con sueldo, armas y caballos, motivo por el cual, a partir de entonces, la guardia personal de Alfonso V de Nápoles estuvo compuesta por soldados estradiotas.

Sería en 1495 cuando, con el ejército de Gonzalo Fernández de Córdoba, llegase la gineta a Nápoles. El éxito de su campaña, en la que la caballería ligera española tuvo un papel destacado, y la admiración que causó a los italianos el primor de la gineta, hizo nacer en ellos el deseo de dominar esa técnica ecuestre e intentar que sus caballos napolitanos respondiesen con la misma docilidad, prontitud y precisión con que se lo veían hacer a los caballos españoles.

Descubrieron conceptos fundamentales para la correcta equitación, como la reunión e impulsión, es decir, lograr que el caballo meta las patas debajo del cuerpo y eleve la cabeza y el cuello para dotar de impulsión, ritmo, equilibrio y corrección a sus movimientos, la importancia de trabajar al trote, de enfrenar adecuadamente al caballo, de conservarle la boca y de desarrollar el tacto ecuestre (la sensibilidad entre la boca del caballo y la mano del jinete), aprendieron a entender al caballo, analizándolo concienzudamente para descubrir sus virtudes y defectos y actuar en consecuencia, las ayudas de pierna, rienda y espuela, los desplazamientos laterales, los cambios de pié, piruetas, corvetas y demás movimientos propios de la gineta. En suma, descubrieron la equitación racional o “científica”, como decía Vargas Machuca.

Pero comprobaron que había una gran diferencia entre los caballos españoles y los suyos, mientras que el español es dócil y aprende con rapidez, el antiguo caballo napolitano tenía gran alzada, buenos  movimientos y mucho genio pero eran indóciles y difíciles de manejar, como atestiguan las siguientes citas:

“Habiendo  permanecido en Nápoles seis años, tuve ocasión de ver los caballos mejores de aquel reino, y puedo asegurar, hay algunos que sobrepujan en gracia y movimiento á los mejores del mundo; su galope es muy levantado; casi todos piafan naturalmente, solo tienen el defecto de ser voluntariosos y por ello suelen adquirir vicios, y son difíciles de enseñar.” (Barón de Eisemberg, Director de la Academia Equitación de Pisa. 1753. La Perfezione e i difetti dell Cavallo)

“De los caballos que produce la península italiana, solo han conseguido nombradía los de Nápoles, porque si bien en otros tiempos los producía muy hermosos, hoy por el abandono de su cría, ya no se hace de ellos el mayor caso. Los napolitanos, sin embargo, hacen favorable excepción por su buen servicio en la guerra y en el picadero en toda clase de pasos. Aunque su cabeza no previene en su favor, por lo grande, tienen buena alzada, mucha fuerza y garbo en sus movimientos, y son muy estimados para el coche, siempre que se puedan dominar, porque son indóciles”. (Álvarez Sotomayor, Agustín. 1851. Memoria sobre la cría caballar)

“Los caballos italianos eran mejores que hoy; tienen la cabeza abultada y el cuello grueso; son indóciles y difíciles de manejar: pero su alzada extraordinaria, su fiereza y buenos movimientos compensan tales defectos”. (Fernández, Antonio. 1859. Ensayo de Zoología Agrícola y Forestal, Blanco)

Alonso de Contreras, que fue capitán de una compañía de caballos en Nápoles en 1632, narra, en su autobiografía, una anécdota que refleja bien el carácter obtuso del caballo napolitano:

“Yo tenía un caballo, entre otros, que llamaba Colonna y, como íbamos a correr y escaramuzar cada día a la alameda de San Francisco, este día me puse sobre este caballo, que era manso y yo había escaramuzado y corrido lanzas muchas veces en él; y poniéndole en la carrera, jamás quiso partir. Yo me enojé y le di de las espuelas, y salió y a cuatro pasos se paró. Tornele al puesto e hice lo mismo: el caballo no quiso correr sino muy poco y a través. Rogáronme me apease y que no corriera; un soldado me dijo “Démelo vuesamerced, que yo le haré correr y no le quedará ese vicio”. Yo me apeé y el soldado subió en él, y no hubo bien subido cuando el caballo disparó a correr y, hasta que se estrelló en una pared, él y el soldado, no paro, y cayeron entrambos muertos, de que me quedé espantado.”

De manera que, para adaptar a estos caballos a las nuevas normas de equitación, se vieron en la necesidad de aplicarles reglas estrictas, ejercicios repetitivos y castigos severos. Pronto surgieron escuelas de equitación dirigidas por maestros como Federico Grisone (1532), Cesare Fiaschi (1534), Pascual Caracciolo (1566), Claudio Corte de Pavía (1573) o Giambattista Pignattellli (1525-1597), quienes, inspirándose en la filosofía y técnicas de la gineta, se apresuraron a aplicarlas a su propio estilo ecuestre (brida), creando una nueva escuela bastarda que, si bien en principio se siguió llamando brida, se conocería, andando el tiempo, como doma clásica.

Los hombres de a caballo españoles no habían considerado necesario poner por escrito sus conocimientos sobre la doma de la gineta; conocimientos que habían heredado de la experiencia de muchas generaciones que pelearon sobre los caballos españoles y que habían adquirido observando desde niños a grandes jinetes y practicando incansablemente, y cuando lo hicieron fue como reacción a los libros que habían publicado los italianos. En ellos se aprecia cierta indignación ante el hecho de que los italianos se autoproclamasen árbitros de la correcta equitación: “Donde Erasmo vino a decir que así como es cosa de risa querer templar una vihuela quien no la sabe tañer” (Andrada), “Porque querer un bridón, por famoso que sea, reformar a un ginete científico, será disparate, y si lo hiciese en fe de que alcanza tanto de la una silla como de la otra, engañarse ha” (Vargas Machuca). También porque les parecía imposible, y aún inconveniente, reducir la gineta a reglas fijas: “Porque el primor y ciencia de este arte, consiste más en la práctica de la obra que en la retórica de la lengua” […] “Sin que haya arte humano que enseñe a transformar en un punto las acciones del cuerpo, rostro, brazos, pies y piernas: y sobre todo, la mano de la rienda, porque la gineta es primor y suavidad y la brida, rigor y aspereza” (Vargas Machuca). Y, bien mirado, no les faltaba razón; intentar someter la gineta a reglas puntuales sería tan absurdo como redactar un “manual del torero”.

Andrada criticaba a aquellos oportunistas que, so color de divulgar la gineta, perseguían hacerse con méritos que no les correspondían, aún a costa de perjudicarla: “Y aunque algunos hombres curiosos teniendo consideración a la necesidad que la Caballería de la Gineta tiene de ser bien sabida y entendida; han querido convertir lo que es ejercicio en arte y ponerla en términos y reglas fáciles y inteligibles de que todos nos pudiésemos valer y aprovechar; de que el mundo les es en obligación. Todavía es justo de que de tal manera traten de canonizarla por arte, que por levantarla brevemente, para aprovecharse de ella y del trabajo que les cuesta, no la desacrediten con hacer en ella reglas generales, a quien las buenas razones de Filosofía contradicen. […] Y de tal manera, con poco trabajo, quieren algunos hacer en esto mucha ostentación, que aún no siendo buenos para discípulos se hacen Legisladores de la Caballería, persuadiéndose que basta su parecer y censura para que sin más razones y fundamentos se les dé crédito a lo que dijeren; siendo la Gineta un piélago inmenso a donde jamás se halla fondo ni fin. Porque, aunque es verdad que todas las cosas de necesidad han de tener principio, medio y fin, en ésta decimos que no lo hay, porque son incomprensibles las condiciones y los movimientos de los caballos, a los cuales el hombre prudente y práctico puede acudir con algún remedio”. (Andrada)

También consideraban absurdo someter a los caballos españoles a ejercicios prefijados, como hacían los napolitanos con sus caballos: “Réstanos mover ahora una dificultad que para mí lo ha sido muy grande y es si conviene a los caballos españoles (que hacemos para la Gineta) darles lección en escuela cierta y señalada con sus tornos formados y proporcionados con buena geometría, como se hace con los caballos ásperos de la Brida, que por no ser de tan buen ingenio y habilidad como los nuestros, requieren mostrarles muchas veces una misma cosa y en un mismo lugar, y con todo esto olvidan luego la lección que se les da, en lo cual yo tengo por opinión que los caballos españoles no tienen necesidad de escuela señalada, sino de mostrarles en diversos lugares, porque tienen buen instinto y habilidad, y son más livianos que fuertes, y con ellos habemos de alcanzar los enemigos y huir de ellos cuando conviniere sin obligarlos a tanta cuenta como a los caballos extranjeros, que son rudos” […] “Que a los caballos extranjeros, por ser rudos y olvidar luego lo que se les muestra, conviene la escuela, pero los nuestros, demás de deprender con facilidad, no olvidan tan presto como ellos”. (Andrada)

Las cortes europeas no solo actuaban por los criterios estéticos que les inclinaban a admirar la destreza de los jinetes españoles y de sus caballos, sino que vieron que esta caballería ligera marcaría el futuro del dominio militar, como así fue, y se apresuraron a adoptar tanto la escuela como a los caballos españoles.

En Francia surgieron maestros como Salomón de la Broué (1530- 1610) y Antoine de Pluvinel (1555-1629), que habían sido alumnos de Pignattelli, y Luis XIV fundaría el Picadero de Versalles en 1680. En Inglaterra Johm Astley (1507-1595) y William Cavendish (1592-1676), que fundaría la escuela de Bolsover. En 1571 se fundó en Viena la “Escuela Española de Equitación” y se crearon yeguadas como la de Kladruber (1562) y Lipizza (1580), con caballos de pura raza española.

La demanda de caballos españoles por parte de las cortes europeas viene de muy antiguo pero, en el Renacimiento, se multiplicó (a pesar de que estaba tajantemente prohibido sacar caballos de Andalucía, Murcia y Extremadura) y fueron utilizados para mejorar muchas razas europeas, como la del caballo Napolitano, el Samolaco, el Calabrés, el Ventasso, el Murgese, el Persano, el Salernitano, el Siciliano y el Sardo, en Italia, el Normando, el Limosino y el de Tarbes, en Francia, el Oldemburg, el Holstein y el Hanoveriano en Alemania, el Lipizzano y el Kladruber en Austria, el Frisón y el Groningen en Holanda, el Sueco de sangre caliente, el Frederiksborg y el Knabstrup  en Dinamarca, etc. También se utilizó como base para la raza Thoroughbred o Pura Sangre Inglés, e incluso se mejoraron razas de tiro como el Percherón y Bolonés.

La nueva equitación “clásica” se difundió por toda Europa como un maremoto, cuya resaca acabaría llegando a la península Ibérica barriendo a la ya debilitada gineta.

 

Decaimiento y pervivencia de la gineta.

Mientras duró la ocupación musulmana en la península, los hombres estaban obligados a mantener uno o varios caballos (según sus rentas) y a acudir con ellos a las batallas. Ellos eran los más interesados en dominar el arte de la equitación porque de ello dependían sus vidas. Con la toma de Granada (1492) y, aún más con la expulsión de los moriscos (1609), se relajó esa obligación y, de forma natural, la gineta entró en declive.

Fray Alonso de Cabrera, predicador de Felipe II dijo: “Nuestros abuelos, señores, se lamentaban de que Granada se hubiese ganado a los moros, porque ese día se mancaron los caballos y enmohecieron las adargas, y se acabó la caballería tan señalada de Andalucía, y mancó la juventud y sus gentilezas tan valerosas y conocidas”. (Citado por CASTRO, A., en España en su historia. Cristianos, moros y judíos, Barcelona, 1983)

Para paliar su decadencia, Felipe II, expidió varias Reales Cédulas a ciudades andaluzas como Ronda, Sevilla, Jerez de la Frontera y Antequera instándoles que crearan Reales Maestranzas de Caballería con el objeto de, entre otros, mantener la raza de los caballos españoles y el ejercicio de la gineta. Se fundaron las de Antequera (1572) y Ronda (1573), y muy posteriormente las de Sevilla (1670), Granada (1686), Valencia (1697), la Habana (1709), Carmona (1732), Jerez de la Frontera (1739) y Palma de Mallorca (1758) pero posiblemente sirvieron más como caja de resonancia de la equitación “clásica” que como cofre donde conservar a la vetusta gineta.

Pedro de Aguilar decía en el prólogo de su Tratado de la Caballería de la Gineta (1570): “Cosa es cierto de gran lastima ver que la caballería de la gineta, siendo tan importante para el uso y ejercicio militar, […] haya venido y esté en tanta desuetud y olvido puesta, y aún en tal manera de vilipendio, que como por cierto menosprecio no se use ni trate de ella, habiendo sido con tanta curiosidad ejercitada en estos reinos de tan antiguo”…

 

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Gonzalo de Molina le dedicó a este autor un verso que comienza diciendo:

El uso que se olvida indignamente,

De la noble gineta belicosa,

Con que la ilustre España victoriosa

De moros quebrantó la altiva frente…”

 

Y Andrada decía en 1580: “…hay muchos hombres de a caballo de la Gineta que bien podrían resucitar este ejercicio, aunque muerto de tanto tiempo”

De todas formas, la gineta no desapareció drásticamente, como parece deducirse por los testimonios anteriores, sino que se mantuvo vigente hasta finales del siglo XVII cuando, con el relevo de la casa de Austria por la de los Borbones, se reforman los cuerpos de caballería y desaparece el juego de cañas del repertorio de festejos de la corte. Luego fue languideciendo, desfigurándose y mezclándose con la nueva brida o doma clásica hasta crear un estilo intermedio que se conocería como “a la bastarda”.

 

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En realidad las tres escuelas tradicionales (brida, gineta y estradiota) desaparecieron para dar paso a este nuevo estilo de equitación fruto de la fusión. De la brida tomó el nombre (lo que conduce a grandes confusiones) y el freno, de la estradiota heredó (en principio) la silla, y de la gineta el concepto y la técnica.

El freno bridón, afectado por la racionalidad y empatía ecuestre de la gineta, redujo drásticamente el tamaño de sus camas, por lo que, aunque los frenos actuales conserven su nombre y sean relativamente similares en su diseño, se trata de instrumentos muy distintos.

El freno  de la gineta, como ya hemos visto, se forjaba singularmente, dándole las dimensiones y características conformes a las del caballo que lo iba a usar, modificándole tantas veces como fuese necesario hasta que, a juicio del jinete, quedaba perfectamente ajustado a la sensibilidad de su boca. Este proceso requería de gran conocimiento por parte del caballero, quien tenía que dedicar muchas horas a observar cómo reaccionaba su caballo al freno que le había diseñado. Esto era posible en la antigua caballería, en la que el soldado se incorporaba a las huestes con su propia montura, pero resultó incompatible con los nuevos ejércitos de reemplazo. En las Ordenanzas militares de Carlos III (1728) dice sobre el soldado de caballería: “ha de enseñársele, cuando está de recluta, el modo y seguridad de montar, y el de manejar el caballo con las riendas de la brida; advirtiéndole que si conoce que con el bocado que lleva no se gobierna suavemente, lo avise al cabo de escuadra para que oportunamente se remedie aquella falta”. Obviamente, el freno de la brida era el preferido en los nuevos ejércitos, por ser mucho más versátil que el de la gineta, aunque eso acarreara una mayor holgura y la consecuente pérdida de contacto con la boca del caballo.

La forma de estribar a partir de entonces ya no sería tan corto como en la gineta pero tampoco se volverían a llevar los estribos tan largos como se habían llevado en la antigua brida. 

Este proceso de fusión o bastardeo fue anterior en la península que en las Indias, debido al influjo de las modas europeas. Bernardo de Vargas Machuca, al regresó de su Gobernación en la isla Margarita (Venezuela), donde, al igual que en toda Hispanoamérica, aún se conservaba la gineta en buen estado, pudo comprobar palmariamente las variaciones que había sufrido esta escuela en la metrópoli y las reflejó en su libro Exercicios de la Gineta, publicado en 1619. Por esta obra podemos ver que la gineta aún se mantenía a principios del siglo XVII con bastante buena salud entre los que la practicaban, aunque fuesen muchos menos que en épocas pasadas. Sí que se habían introducido algunos artilugios extraños a esa escuela, como el cabezón, la gamarra, la fusta o el filete, se montaba con los estribos algo más largos y se hacían algunas estrafalarias modificaciones en las sillas “para descubrir el cuerpo en los paseos”, pero, en general, la gente entendía aún mucho de las cosas de la gineta (al menos de boquilla): “No solo tratan de ello los que en efecto suben a caballo y tienen algún voto o principios, pero no hay zapatero de viejo que no lo quiera tener en su razón, y en todo lo demás de la Gineta; sobre si partió bien el caballo, si el caballero llevó bien el cuerpo y pies, si llamó de golpe temprano o tarde, si sacó buen brazo, y todos tienen licencia y desenfado para hablar”

Y ciertamente, la gineta tuvo siempre de un arraigo popular de la que la brida careció. La brida fue silla exclusiva de la aristocracia; hay incluso quien opina que fueron la brida y el estribo los desencadenantes del feudalismo en Europa (Lynn White Jr. Medieval Technology and Social Change, 1966). Sin embargo, la gineta sirvió a mucha gente humilde para medrar socialmente gracias a la destreza y valor demostrados en la Reconquista. Así lo explica Aguilar: “Y habiendo consistido en ella (la gineta), después de la voluntad divina, el principal efecto de la restauración y recuperación de España del poder y sujeción de los paganos. Donde no solo la gente noble, pero la común y popular hicieron obras heroicas y dignas de loor, por cuyos méritos y medios quedaron muchos nobilitados e ilustrados”. Y así ocurrió, por ejemplo, cuando el Condestable de Castilla, Miguel Lucas de Iranzo, en 1462, se propuso recuperar la caballería de Jaén donde “muchos fueron fechos caballeros de nuevo, y compraron potros”, (el mismo Condestable era hijo de un humilde labrador de Belmonte).

Gracias a este arraigo popular la gineta no desapareció del todo y se pudo conservar entre la gente del campo, fundamentalmente entre los vaqueros andaluces, extremeños y charros, y de ellos pasó a la doma vaquera moderna y al rejoneo. En esta escuela se conservan la filosofía y esencia de la gineta, así como muchos de sus movimientos, aunque realizados con un estilo menos sobrio. Se ha sustituido el freno de la gineta por el bridón vaquero pero se conservan los estribos y la silla.

La silla vaquera o albardón andaluz se merece que le dediquemos un poco de atención. El diseño es muy similar al de la silla gineta salvo en que se ha reducido la altura del arzón delantero y se han recrecido las tejuelas o, mejor dicho, la parte donde deberían ir las tejuelas, ya que esta silla no las tiene. Y no las tiene porque, al contrario que todas las sillas del mundo (excepto el recado gaucho), que están compuestas sobre un fuste o armazón de madera, ésta está construida sobre una estructura de bálago (paja de centeno). Se podría decir que es la versión humilde de la silla gineta, no realizada por guarnicioneros, con técnicas y materiales propios de la guarnicionería, sino una réplica elaborada por albarderos con las mismas técnicas y materiales baratos con que se hacen las albardas y, sin embargo, el resultado es de una calidad incuestionable por su comodidad (tanto para el jinete como para el caballo), su sorprendente resistencia, su belleza y originalidad. Hace falta estar muy sobrado de ingenio y habilidad para transformar unos haces de paja, unos retales de lona y unos recortes de cordobán en una montura de tanta calidad y presencia.

La línea evolutiva de esta montura sería: Albarda – albardón – albardoncillo – albardón andaluz.

 

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Las diferencias más acusadas entre la gineta y la doma vaquera moderna está el freno (bocado vaquero), la espuela, la forma de cinchar, mayor longitud en las aciones de los estribos, uso del cabezón, y uso de la baticola.

La razón del uso de la baticola puede deberse a que, entre la gente de campo, era más común el uso de jacas serranas (como las cordobesas, las rondeñas, las de sierra Morena, las “chirrinas” de Jaén, las extremeñas, etc), que de caballos, y éstas suelen ser bajas de agujas, por lo que, el uso de la baticola estaría indicado para impedir que la silla se eche sobre el cuello.

Hay otras dos diferencias entre ambos estilos, una es la indumentaria del jinete y otra es el caballo, que lamentablemente ya no suele ser el español. La gineta se desarrolló sobre el caballo español y el berberisco (que vienen a ser una misma cosa ya que los orígenes remotos del africano son ibéricos y la trasfusión de sangres entre ambas razas ha sido permanentes a lo largo de la historia). Como ya hemos explicado, los vaqueros españoles usaban más de las económicas jacas autóctonas (razas ibéricas que no llegaban a la marca) que de los onerosos caballos españoles y, al extinguirse éstas (a excepción de algunas cantábricas y portuguesas), buscaron un tipo alternativo con cruzados de árabe, a los que siguen llamando jacas, a pesar de que superan los 147 cm de alzada.

 

Difusión por América.

Decía el Inca Garcilaso, no sin razón, que América se ganó a la gineta, pero también podría decirse que la gineta se ganó a América.

Su llegada a este continente es muy temprana, ya en el segundo viaje de Colón embarcaron “veinte lanzas jinetas a caballo, cinco con sus dobladuras, de la Santa Hermandad de Granada”, y la gineta, que se había desarrollado como caballería de frontera, encontró en las Indias nuevos confines en los que medrar. Inmediatamente se impuso como táctica de guerra en las tierras americanas: “Porque una tropa de solos treinta españoles a caballo, como sea en campaña rasa donde se pueden revolver, no hay ejército de indios que no rompan y desbaraten, aunque sean muchos, muy valientes y vengan puestos en ordenanza” (Bernabé Cobo. Historia del Nuevo Mundo, 1653). Pero no tardaron mucho los nativos en hacerse también diestros en nuestra forma de pelear a caballo con lanza y adarga.

 

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Con los conquistadores también llegaron la brida y la estradiota. La brida pronto demostró su inutilidad porque las armaduras metálicas no ofrecían ninguna protección contra las flechas de los nativos y porque resultaban insoportables en los climas cálidos. Así lo refiere Aguilar tratando del clima africano: “Moviéndome mucho a tomar este trabajo considerar la vecindad, fronteras y guerra que tenemos los españoles con los moros de África, donde por causa de la gran sequedad, calor y aspereza que hay en aquella tierra, la caballería requiere ser de la Gineta, porque con ir cogidos y traer armas de poco peso, pueden los caballos y caballeros conservarse en la guerra”. Vargas Machuca, en Milicia y descripción de las Indias, 1599, recomendaba que la milicia de aquellas tierras, solo utilizase “sillas ginetas y no se consienta la brida, porque con menos riesgo se vadea un río a la gineta y son más prestos a ensillar y se hacen hombres de a caballo”.

La gineta prendió de tal manera en América que perfeccionaron aún más las técnicas y lograron mayor destreza: “Que aunque es verdad que Berbería dio a España principio della, y España a las Indias, en esta parte se ha perfeccionado más que en otra” (Vargas Machuca) Y, según este mismo autor, el caballero novohispano Suárez de Peralta era “el más único caballero de la silla gineta que ha tenido el mundo”.

En el continente americano se mantuvo la gineta en estado puro por más tiempo que en la península pero, con el tiempo también sufrió modificaciones y se trasformó en un estilo mixto o silla bastarda. Los huasos, gauchos, llaneros y charros fueron adaptándola a sus necesidades hasta crear sus propios estilos de equitación y sus originales equipos ecuestres. En las sillas es donde más variaciones se aprecian, siendo tan distintas las sillas mejicanas, californianas y tejanas de los recados gauchos, y estos de la silla corralera chilena o de la silla del chalán peruano.

Los frenos de la gineta se mantuvieron por mucho tiempo y eran comunes desde California a Chile. En Argentina, Rio Grande y Uruguay les llaman frenos de candado o frenos muleros. “La caballería de línea del ejército argentino y la policía de Buenos Aires usaron el freno de candado hasta finales del siglo XIX” (Equitación gaucha en la Pampa y la Mesopotamia. Sáenz, Justo P. 1959, Ed. Peuser, Buenos Aires, citado por Alberto Martín Labiano en Frenos, filetes y otras cosas. 1980, Ed, Hemisferio Sur S.A.) Es posible que aún se mantenga su uso entre los huasos chilenos.

Uno de los últimos cuerpos de caballería española que conservó la gineta (si bien estribaban más largo) fue el de los dragones de la cuera, soldados encargados de mantener la paz en los presidios del norte de México (oeste de los actuales E.E.U.U.), cuyo equipo, según las Ordenanzas de 1772, solo difería del de los jinetes del Renacimiento en que el coleto de cuero (llamado cuera) era más largo y más grueso (para protegerles los muslos de las flechas) en que, en lugar de morrión, gastaban un sombrero de ala muy ancha y en que también iban armados con un mosquete y dos pistolas. Para realizar su cometido por aquellas inhóspitas tierras contaba cada uno de ellos con una reata de seis caballos y una acémila en la que trasportaban víveres y equipo.

 

                                                                                                                            Ricardo de Juana, 2012.

 

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