A. de
Pluvinel Caballería
de línea S. XVIII (Clonard) Miguel
Lucas de Iranzo Freno de
candado Adarga
de los “soldados de la cuera” (Smithsonian Institution) |
Influencia de la gineta en la
equitación moderna. Difusión de la gineta por Europa La difusión de la
gineta por el resto del continente europeo fue a través del Reino de Nápoles.
Este reino abarcaba la mitad meridional de la península italiana y fue conquistado
por el rey Alfonso V de Aragón en 1442. No sería ese el momento en que
llegase la gineta a Italia (al menos de forma significativa) ya que,
probablemente, la caballería de Aragón nunca usó de este estilo ecuestre. La
razón podría deberse a que los enfrentamientos entre esta corona y los
califas musulmanes cesaron relativamente pronto, con la conquista del Reino
de Valencia en 1245, y en esas fechas aún no la habían adoptado. Al menos eso
es lo que muestran los registros gráficos: En la torre de homenaje del
castillo de los Calatravos de Alcañiz, donde Jaime I convocó Cortes cuando se
dirigía a la toma de Valencia (1238), se pueden ver unos frescos en los que
aparece el rey con su séquito entrando en Valencia y tanto el rey, que no en
vano había nacido en Montpelier, como sus caballeros montan a la brida, al
más puro estilo de los “gens d´armes”.
Otro tanto sucede con
los retablos de la capilla de los Sagrados Corporales, de Daroca, donde están
representados los tercios de Teruel, Daroca y Calatayud en su entrada de
1236, al sur del Júcar. Y en el retablo de San
Jorge de Jérica, de principios del siglo XV. http://www.studiolum.com/wang/jaume/jaume-i-10.jpg O en el que pintó Marçal
de Sax en 1410-20 representando la intervención de San Jorge, junto a Jaime
I, en la batalla del Piug, el 15 de agosto de 1237 (Victoria & Albert
Museum, Londres) Esta pintura, si bien está realizada 173 años después de los
hechos, se aprecia que su autor se tomó la molestia de investigar
concienzudamente la indumentaria de la época. El atalaje y armamento de las
tropas moras está pintado con absoluta precisión (precisión sajona), los
frenos de la gineta, sus cabezadas, pretales, estribos, sillas, lanzas y
adargas están perfectamente dibujados , por lo que cabe suponer que usase de
la misma seriedad para investigar sobre el equipo usado por el ejército
aragonés. Otro dato que abunda en
la tesis de que el Reino de Aragón no asumió la gineta nos lo aporta Alfonso
de Palencia (1423-1492) en su obra “Anales
de la Guerra de Granada”; donde relata cómo el sultán turco Mehmed II
tomó la ciudad italiana de Otranto, dejando 400 peones y 400 jinetes para su
defensa. Estos jinetes estradiotes se dedicaron a asolar los campos de la
Apulia y la Basilicata, por lo que la caballería de D. Fernando de Nápoles
tuvo que presentarles combate. Bien creyeron los napolitanos que sería tarea
fácil, tanto por su superioridad numérica como por sus fuertes armaduras,
desbaratar a ese puñado de turcos “Mas
luego que vieron su agilidad en el cabalgar, la velocidad con que acometían y
cuán rápidamente tornaban a incorporarse a las filas de sus escuadrones, al
parecer irregulares, demás de su increíble destreza en el manejo del alfanje,
les hizo cambiar completamente de opinión”. En 1481, D. Alfonso, hijo de
D. Fernando, logró recuperar Otranto y concedió a los turcos ocupadores la
opción de marchar a Dalmacia desarmados o pasar a su servicio, con sueldo,
armas y caballos, motivo por el cual, a partir de entonces, la guardia
personal de Alfonso V de Nápoles estuvo compuesta por soldados estradiotas. Sería en 1495 cuando,
con el ejército de Gonzalo Fernández de Córdoba, llegase la gineta a Nápoles.
El éxito de su campaña, en la que la caballería ligera española tuvo un papel
destacado, y la admiración que causó a los italianos el primor de la gineta,
hizo nacer en ellos el deseo de dominar esa técnica ecuestre e intentar que
sus caballos napolitanos respondiesen con la misma docilidad, prontitud y
precisión con que se lo veían hacer a los caballos españoles. Descubrieron conceptos
fundamentales para la correcta equitación, como la reunión e impulsión, es
decir, lograr que el caballo meta las patas debajo del cuerpo y eleve la
cabeza y el cuello para dotar de impulsión, ritmo, equilibrio y corrección a
sus movimientos, la importancia de trabajar al trote, de enfrenar
adecuadamente al caballo, de conservarle la boca y de desarrollar el tacto
ecuestre (la sensibilidad entre la boca del caballo y la mano del jinete),
aprendieron a entender al caballo, analizándolo concienzudamente para
descubrir sus virtudes y defectos y actuar en consecuencia, las ayudas de
pierna, rienda y espuela, los desplazamientos laterales, los cambios de pié,
piruetas, corvetas y demás movimientos propios de la gineta. En suma,
descubrieron la equitación racional o “científica”, como decía Vargas
Machuca. Pero comprobaron que
había una gran diferencia entre los caballos españoles y los suyos, mientras
que el español es dócil y aprende con rapidez, el antiguo caballo napolitano
tenía gran alzada, buenos movimientos
y mucho genio pero eran indóciles y difíciles de manejar, como atestiguan las
siguientes citas: “Habiendo
permanecido en Nápoles seis años, tuve ocasión de ver los caballos
mejores de aquel reino, y puedo asegurar, hay algunos que sobrepujan en
gracia y movimiento á los mejores del mundo; su galope es muy levantado; casi
todos piafan naturalmente, solo tienen el defecto de ser voluntariosos y por
ello suelen adquirir vicios, y son difíciles de enseñar.” (Barón de Eisemberg, Director de
la Academia Equitación de Pisa. 1753. La Perfezione e i difetti dell Cavallo) “De los caballos que produce la península italiana, solo
han conseguido nombradía los de Nápoles, porque si bien en otros tiempos los
producía muy hermosos, hoy por el abandono de su cría, ya no se hace de ellos
el mayor caso. Los napolitanos, sin embargo, hacen favorable excepción por su
buen servicio en la guerra y en el picadero en toda clase de pasos. Aunque su
cabeza no previene en su favor, por lo grande, tienen buena alzada, mucha
fuerza y garbo en sus movimientos, y son muy estimados para el coche, siempre
que se puedan dominar, porque son indóciles”. (Álvarez Sotomayor, Agustín. 1851.
Memoria sobre la cría caballar) “Los caballos italianos eran mejores que hoy; tienen la
cabeza abultada y el cuello grueso; son indóciles y difíciles de manejar:
pero su alzada extraordinaria, su fiereza y buenos movimientos compensan
tales defectos”.
(Fernández, Antonio. 1859. Ensayo de Zoología Agrícola y Forestal, Blanco) Alonso de Contreras,
que fue capitán de una compañía de caballos en Nápoles en 1632, narra, en su
autobiografía, una anécdota que refleja bien el carácter obtuso del caballo
napolitano: “Yo tenía un caballo, entre otros, que llamaba Colonna y,
como íbamos a correr y escaramuzar cada día a la alameda de San Francisco,
este día me puse sobre este caballo, que era manso y yo había escaramuzado y
corrido lanzas muchas veces en él; y poniéndole en la carrera, jamás quiso
partir. Yo me enojé y le di de las espuelas, y salió y a cuatro pasos se
paró. Tornele al puesto e hice lo mismo: el caballo no quiso correr sino muy
poco y a través. Rogáronme me apease y que no corriera; un soldado me dijo
“Démelo vuesamerced, que yo le haré correr y no le quedará ese vicio”. Yo me
apeé y el soldado subió en él, y no hubo bien subido cuando el caballo
disparó a correr y, hasta que se estrelló en una pared, él y el soldado, no
paro, y cayeron entrambos muertos, de que me quedé espantado.” De manera que, para
adaptar a estos caballos a las nuevas normas de equitación, se vieron en la
necesidad de aplicarles reglas estrictas, ejercicios repetitivos y castigos
severos. Pronto surgieron escuelas de equitación dirigidas por maestros como
Federico Grisone (1532), Cesare Fiaschi (1534), Pascual Caracciolo (1566),
Claudio Corte de Pavía (1573) o Giambattista Pignattellli (1525-1597),
quienes, inspirándose en la filosofía y técnicas de la gineta, se apresuraron
a aplicarlas a su propio estilo ecuestre (brida), creando una nueva escuela
bastarda que, si bien en principio se siguió llamando brida, se conocería,
andando el tiempo, como doma clásica. Los hombres de a
caballo españoles no habían considerado necesario poner por escrito sus
conocimientos sobre la doma de la gineta; conocimientos que habían heredado
de la experiencia de muchas generaciones que pelearon sobre los caballos
españoles y que habían adquirido observando desde niños a grandes jinetes y
practicando incansablemente, y cuando lo hicieron fue como reacción a los
libros que habían publicado los italianos. En ellos se aprecia cierta
indignación ante el hecho de que los italianos se autoproclamasen árbitros de
la correcta equitación: “Donde Erasmo
vino a decir que así como es cosa de risa querer templar una vihuela quien no
la sabe tañer” (Andrada), “Porque
querer un bridón, por famoso que sea, reformar a un ginete científico, será
disparate, y si lo hiciese en fe de que alcanza tanto de la una silla como de
la otra, engañarse ha” (Vargas Machuca). También porque les parecía
imposible, y aún inconveniente, reducir la gineta a reglas fijas: “Porque el primor y ciencia de este arte,
consiste más en la práctica de la obra que en la retórica de la lengua” […]
“Sin que haya arte humano que enseñe a transformar en un punto las acciones
del cuerpo, rostro, brazos, pies y piernas: y sobre todo, la mano de la
rienda, porque la gineta es primor y suavidad y la brida, rigor y aspereza” (Vargas
Machuca). Y, bien mirado, no les faltaba razón; intentar someter la gineta a
reglas puntuales sería tan absurdo como redactar un “manual del torero”. Andrada criticaba a
aquellos oportunistas que, so color de divulgar la gineta, perseguían hacerse
con méritos que no les correspondían, aún a costa de perjudicarla: “Y aunque algunos hombres curiosos teniendo
consideración a la necesidad que la Caballería de la Gineta tiene de ser bien
sabida y entendida; han querido convertir lo que es ejercicio en arte y
ponerla en términos y reglas fáciles y inteligibles de que todos nos
pudiésemos valer y aprovechar; de que el mundo les es en obligación. Todavía
es justo de que de tal manera traten de canonizarla por arte, que por
levantarla brevemente, para aprovecharse de ella y del trabajo que les
cuesta, no la desacrediten con hacer en ella reglas generales, a quien las
buenas razones de Filosofía contradicen. […] Y de tal manera, con poco
trabajo, quieren algunos hacer en esto mucha ostentación, que aún no siendo
buenos para discípulos se hacen Legisladores de la Caballería, persuadiéndose
que basta su parecer y censura para que sin más razones y fundamentos se les
dé crédito a lo que dijeren; siendo la Gineta un piélago inmenso a donde jamás
se halla fondo ni fin. Porque, aunque es verdad que todas las cosas de
necesidad han de tener principio, medio y fin, en ésta decimos que no lo hay,
porque son incomprensibles las condiciones y los movimientos de los caballos,
a los cuales el hombre prudente y práctico puede acudir con algún remedio”.
(Andrada) También consideraban
absurdo someter a los caballos españoles a ejercicios prefijados, como hacían
los napolitanos con sus caballos: “Réstanos
mover ahora una dificultad que para mí lo ha sido muy grande y es si conviene
a los caballos españoles (que hacemos para la Gineta) darles lección en
escuela cierta y señalada con sus tornos formados y proporcionados con buena
geometría, como se hace con los caballos ásperos de la Brida, que por no ser
de tan buen ingenio y habilidad como los nuestros, requieren mostrarles
muchas veces una misma cosa y en un mismo lugar, y con todo esto olvidan
luego la lección que se les da, en lo cual yo tengo por opinión que los
caballos españoles no tienen necesidad de escuela señalada, sino de
mostrarles en diversos lugares, porque tienen buen instinto y habilidad, y
son más livianos que fuertes, y con ellos habemos de alcanzar los enemigos y
huir de ellos cuando conviniere sin obligarlos a tanta cuenta como a los caballos
extranjeros, que son rudos” […] “Que
a los caballos extranjeros, por ser rudos y olvidar luego lo que se les
muestra, conviene la escuela, pero los nuestros, demás de deprender con
facilidad, no olvidan tan presto como ellos”. (Andrada) Las cortes europeas no
solo actuaban por los criterios estéticos que les inclinaban a admirar la
destreza de los jinetes españoles y de sus caballos, sino que vieron que esta
caballería ligera marcaría el futuro del dominio militar, como así fue, y se
apresuraron a adoptar tanto la escuela como a los caballos españoles. En Francia surgieron
maestros como Salomón de la Broué (1530- 1610) y Antoine de Pluvinel
(1555-1629), que habían sido alumnos de Pignattelli, y Luis XIV fundaría el
Picadero de Versalles en 1680. En Inglaterra Johm Astley (1507-1595) y
William Cavendish (1592-1676), que fundaría la escuela de Bolsover. En 1571
se fundó en Viena la “Escuela Española de Equitación” y se crearon yeguadas
como la de Kladruber (1562) y Lipizza (1580), con caballos de pura raza
española. La demanda de caballos
españoles por parte de las cortes europeas viene de muy antiguo pero, en el
Renacimiento, se multiplicó (a pesar de que estaba tajantemente prohibido
sacar caballos de Andalucía, Murcia y Extremadura) y fueron utilizados para
mejorar muchas razas europeas, como la del caballo Napolitano,
el Samolaco, el Calabrés, el Ventasso, el Murgese, el Persano, el
Salernitano, el Siciliano y el Sardo, en Italia, el Normando, el Limosino y el de Tarbes, en
Francia, el Oldemburg, el Holstein y el Hanoveriano en Alemania, el Lipizzano
y el Kladruber en Austria, el Frisón y el Groningen en Holanda, el Sueco de
sangre caliente, el Frederiksborg y el Knabstrup en Dinamarca, etc. También se utilizó como
base para la raza Thoroughbred o Pura Sangre Inglés, e incluso se mejoraron
razas de tiro como el Percherón y Bolonés. La nueva equitación
“clásica” se difundió por toda Europa como un maremoto, cuya resaca acabaría
llegando a la península Ibérica barriendo a la ya debilitada gineta. Decaimiento y pervivencia de la gineta. Mientras duró la
ocupación musulmana en la península, los hombres estaban obligados a mantener
uno o varios caballos (según sus rentas) y a acudir con ellos a las batallas.
Ellos eran los más interesados en dominar el arte de la equitación porque de
ello dependían sus vidas. Con la toma de Granada (1492) y, aún más con la
expulsión de los moriscos (1609), se relajó esa obligación y, de forma
natural, la gineta entró en declive. Fray Alonso de Cabrera,
predicador de Felipe II dijo: “Nuestros
abuelos, señores, se lamentaban de que Granada se hubiese ganado a los moros,
porque ese día se mancaron los caballos y enmohecieron las adargas, y se
acabó la caballería tan señalada de Andalucía, y mancó la juventud y sus
gentilezas tan valerosas y conocidas”. (Citado por CASTRO, A., en España
en su historia. Cristianos, moros y judíos, Barcelona, 1983) Para paliar su
decadencia, Felipe II, expidió varias Reales Cédulas a ciudades andaluzas
como Ronda, Sevilla, Jerez de la Frontera y Antequera instándoles que crearan
Reales Maestranzas de Caballería con el objeto de, entre otros, mantener la
raza de los caballos españoles y el ejercicio de la gineta. Se fundaron las
de Antequera (1572) y Ronda (1573), y muy posteriormente las de Sevilla
(1670), Granada (1686), Valencia (1697), la Habana (1709), Carmona (1732),
Jerez de la Frontera (1739) y Palma de Mallorca (1758) pero posiblemente
sirvieron más como caja de resonancia de la equitación “clásica” que como
cofre donde conservar a la vetusta gineta. Pedro de Aguilar decía
en el prólogo de su Tratado de la
Caballería de la Gineta (1570): “Cosa
es cierto de gran lastima ver que la caballería de la gineta, siendo tan
importante para el uso y ejercicio militar, […] haya venido y esté en tanta
desuetud y olvido puesta, y aún en tal manera de vilipendio, que como por
cierto menosprecio no se use ni trate de ella, habiendo sido con tanta
curiosidad ejercitada en estos reinos de tan antiguo”… Gonzalo de Molina le
dedicó a este autor un verso que comienza diciendo: “El uso que se olvida indignamente, De la noble gineta belicosa, Con que la ilustre España
victoriosa De moros quebrantó la altiva
frente…” Y Andrada decía en
1580: “…hay muchos hombres de a caballo
de la Gineta que bien podrían resucitar este ejercicio, aunque muerto de
tanto tiempo” De todas formas, la
gineta no desapareció drásticamente, como parece deducirse por los
testimonios anteriores, sino que se mantuvo vigente hasta finales del siglo
XVII cuando, con el relevo de la casa de Austria por la de los Borbones, se
reforman los cuerpos de caballería y desaparece el juego de cañas del
repertorio de festejos de la corte. Luego fue languideciendo, desfigurándose
y mezclándose con la nueva brida o doma clásica hasta crear un estilo
intermedio que se conocería como “a la bastarda”. En realidad las tres
escuelas tradicionales (brida, gineta y estradiota) desaparecieron para dar
paso a este nuevo estilo de equitación fruto de la fusión. De la brida tomó
el nombre (lo que conduce a grandes confusiones) y el freno, de la estradiota
heredó (en principio) la silla, y de la gineta el concepto y la técnica. El freno bridón,
afectado por la racionalidad y empatía ecuestre de la gineta, redujo
drásticamente el tamaño de sus camas, por lo que, aunque los frenos actuales
conserven su nombre y sean relativamente similares en su diseño, se trata de
instrumentos muy distintos. El freno de la gineta, como ya hemos visto, se
forjaba singularmente, dándole las dimensiones y características conformes a
las del caballo que lo iba a usar, modificándole tantas veces como fuese
necesario hasta que, a juicio del jinete, quedaba perfectamente ajustado a la
sensibilidad de su boca. Este proceso requería de gran conocimiento por parte
del caballero, quien tenía que dedicar muchas horas a observar cómo
reaccionaba su caballo al freno que le había diseñado. Esto era posible en la
antigua caballería, en la que el soldado se incorporaba a las huestes con su
propia montura, pero resultó incompatible con los nuevos ejércitos de
reemplazo. En las Ordenanzas militares de Carlos III (1728) dice sobre el
soldado de caballería: “ha de
enseñársele, cuando está de recluta, el modo y seguridad de montar, y el de
manejar el caballo con las riendas de la brida; advirtiéndole que si conoce
que con el bocado que lleva no se gobierna suavemente, lo avise al cabo de
escuadra para que oportunamente se remedie aquella falta”. Obviamente, el
freno de la brida era el preferido en los nuevos ejércitos, por ser mucho más
versátil que el de la gineta, aunque eso acarreara una mayor holgura y la
consecuente pérdida de contacto con la boca del caballo. La forma de estribar a
partir de entonces ya no sería tan corto como en la gineta pero tampoco se
volverían a llevar los estribos tan largos como se habían llevado en la
antigua brida. Este proceso de fusión
o bastardeo fue anterior en la península que en las Indias, debido al influjo
de las modas europeas. Bernardo de Vargas Machuca, al regresó de su
Gobernación en la isla Margarita (Venezuela), donde, al igual que en toda
Hispanoamérica, aún se conservaba la gineta en buen estado, pudo comprobar
palmariamente las variaciones que había sufrido esta escuela en la metrópoli
y las reflejó en su libro Exercicios de
la Gineta, publicado en 1619. Por esta obra podemos ver que la gineta aún
se mantenía a principios del siglo XVII con bastante buena salud entre los
que la practicaban, aunque fuesen muchos menos que en épocas pasadas. Sí que
se habían introducido algunos artilugios extraños a esa escuela, como el
cabezón, la gamarra, la fusta o el filete, se montaba con los estribos algo
más largos y se hacían algunas estrafalarias modificaciones en las sillas
“para descubrir el cuerpo en los paseos”, pero, en general, la gente entendía
aún mucho de las cosas de la gineta (al menos de boquilla): “No solo tratan de ello los que en efecto
suben a caballo y tienen algún voto o principios, pero no hay zapatero de
viejo que no lo quiera tener en su razón, y en todo lo demás de la Gineta;
sobre si partió bien el caballo, si el caballero llevó bien el cuerpo y pies,
si llamó de golpe temprano o tarde, si sacó buen brazo, y todos tienen
licencia y desenfado para hablar” Y ciertamente, la
gineta tuvo siempre de un arraigo popular de la que la brida careció. La
brida fue silla exclusiva de la aristocracia; hay incluso quien opina que
fueron la brida y el estribo los desencadenantes del feudalismo en Europa
(Lynn White Jr. Medieval Technology and
Social Change, 1966). Sin embargo, la gineta sirvió a mucha gente humilde
para medrar socialmente gracias a la destreza y valor demostrados en la
Reconquista. Así lo explica Aguilar: “Y
habiendo consistido en ella (la gineta), después de la voluntad divina, el principal efecto de la restauración
y recuperación de España del poder y sujeción de los paganos. Donde no solo
la gente noble, pero la común y popular hicieron obras heroicas y dignas de
loor, por cuyos méritos y medios quedaron muchos nobilitados e ilustrados”. Y
así ocurrió, por ejemplo, cuando el Condestable de Castilla, Miguel Lucas de
Iranzo, en 1462, se propuso recuperar la caballería de Jaén donde “muchos fueron fechos caballeros de nuevo,
y compraron potros”, (el mismo Condestable era hijo de un humilde
labrador de Belmonte). Gracias a este arraigo
popular la gineta no desapareció del todo y se pudo conservar entre la gente
del campo, fundamentalmente entre los vaqueros andaluces, extremeños y
charros, y de ellos pasó a la doma vaquera moderna y al rejoneo. En esta
escuela se conservan la filosofía y esencia de la gineta, así como muchos de
sus movimientos, aunque realizados con un estilo menos sobrio. Se ha
sustituido el freno de la gineta por el bridón vaquero pero se conservan los
estribos y la silla. La silla vaquera o
albardón andaluz se merece que le dediquemos un poco de atención. El diseño
es muy similar al de la silla gineta salvo en que se ha reducido la altura
del arzón delantero y se han recrecido las tejuelas o, mejor dicho, la parte
donde deberían ir las tejuelas, ya que esta silla no las tiene. Y no las
tiene porque, al contrario que todas las sillas del mundo (excepto el recado
gaucho), que están compuestas sobre un fuste o armazón de madera, ésta está
construida sobre una estructura de bálago (paja de centeno). Se podría decir
que es la versión humilde de la silla gineta, no realizada por
guarnicioneros, con técnicas y materiales propios de la guarnicionería, sino
una réplica elaborada por albarderos con las mismas técnicas y materiales
baratos con que se hacen las albardas y, sin embargo, el resultado es de una
calidad incuestionable por su comodidad (tanto para el jinete como para el
caballo), su sorprendente resistencia, su belleza y originalidad. Hace falta
estar muy sobrado de ingenio y habilidad para transformar unos haces de paja,
unos retales de lona y unos recortes de cordobán en una montura de tanta
calidad y presencia. La línea evolutiva de
esta montura sería: Albarda – albardón – albardoncillo – albardón andaluz. Las diferencias más
acusadas entre la gineta y la doma vaquera moderna está el freno (bocado
vaquero), la espuela, la forma de cinchar, mayor longitud en las aciones de
los estribos, uso del cabezón, y uso de la baticola. La razón del uso de la
baticola puede deberse a que, entre la gente de campo, era más común el uso
de jacas serranas (como las cordobesas, las rondeñas, las de sierra Morena,
las “chirrinas” de Jaén, las extremeñas, etc), que de caballos, y éstas
suelen ser bajas de agujas, por lo que, el uso de la baticola estaría
indicado para impedir que la silla se eche sobre el cuello. Hay otras dos
diferencias entre ambos estilos, una es la indumentaria del jinete y otra es
el caballo, que lamentablemente ya no suele ser el español. La gineta se
desarrolló sobre el caballo español y el berberisco (que vienen a ser una
misma cosa ya que los orígenes remotos del africano son ibéricos y la
trasfusión de sangres entre ambas razas ha sido permanentes a lo largo de la
historia). Como ya hemos explicado, los vaqueros españoles usaban más de las
económicas jacas autóctonas (razas ibéricas que no llegaban a la marca) que
de los onerosos caballos españoles y, al extinguirse éstas (a excepción de
algunas cantábricas y portuguesas), buscaron un tipo alternativo con cruzados
de árabe, a los que siguen llamando jacas, a pesar de que superan los 147 cm
de alzada. Difusión por América. Decía el Inca
Garcilaso, no sin razón, que América se ganó a la gineta, pero también podría
decirse que la gineta se ganó a América. Su llegada a este continente
es muy temprana, ya en el segundo viaje de Colón embarcaron “veinte lanzas jinetas a caballo, cinco con
sus dobladuras, de la Santa Hermandad de Granada”, y la gineta, que se
había desarrollado como caballería de frontera, encontró en las Indias nuevos
confines en los que medrar. Inmediatamente se impuso como táctica de guerra
en las tierras americanas: “Porque una
tropa de solos treinta españoles a caballo, como sea en campaña rasa donde se
pueden revolver, no hay ejército de indios que no rompan y desbaraten, aunque
sean muchos, muy valientes y vengan puestos en ordenanza” (Bernabé Cobo. Historia del Nuevo Mundo, 1653). Pero
no tardaron mucho los nativos en hacerse también diestros en nuestra forma de
pelear a caballo con lanza y adarga. Con los conquistadores
también llegaron la brida y la estradiota. La brida pronto demostró su
inutilidad porque las armaduras metálicas no ofrecían ninguna protección
contra las flechas de los nativos y porque resultaban insoportables en los
climas cálidos. Así lo refiere Aguilar tratando del clima africano: “Moviéndome mucho a tomar este trabajo
considerar la vecindad, fronteras y guerra que tenemos los españoles con los
moros de África, donde por causa de la gran sequedad, calor y aspereza que
hay en aquella tierra, la caballería requiere ser de la Gineta, porque con ir
cogidos y traer armas de poco peso, pueden los caballos y caballeros
conservarse en la guerra”. Vargas Machuca, en Milicia y descripción de las Indias, 1599, recomendaba que la
milicia de aquellas tierras, solo utilizase “sillas ginetas y no se consienta la brida, porque con menos riesgo se
vadea un río a la gineta y son más prestos a ensillar y se hacen hombres de a
caballo”. La gineta prendió de
tal manera en América que perfeccionaron aún más las técnicas y lograron
mayor destreza: “Que aunque es verdad
que Berbería dio a España principio della, y España a las Indias, en esta
parte se ha perfeccionado más que en otra” (Vargas Machuca) Y, según este
mismo autor, el caballero novohispano Suárez de Peralta era “el más único caballero de la silla gineta
que ha tenido el mundo”. En el continente
americano se mantuvo la gineta en estado puro por más tiempo que en la
península pero, con el tiempo también sufrió modificaciones y se trasformó en
un estilo mixto o silla bastarda. Los huasos, gauchos, llaneros y charros
fueron adaptándola a sus necesidades hasta crear sus propios estilos de
equitación y sus originales equipos ecuestres. En las sillas es donde más
variaciones se aprecian, siendo tan distintas las sillas mejicanas,
californianas y tejanas de los recados gauchos, y estos de la silla corralera
chilena o de la silla del chalán peruano. Los frenos de la gineta
se mantuvieron por mucho tiempo y eran comunes desde California a Chile. En
Argentina, Rio Grande y Uruguay les llaman frenos de candado o frenos
muleros. “La caballería de línea del
ejército argentino y la policía de Buenos Aires usaron el freno de candado
hasta finales del siglo XIX” (Equitación
gaucha en la Pampa y la Mesopotamia. Sáenz, Justo P. 1959, Ed. Peuser,
Buenos Aires, citado por Alberto Martín Labiano en Frenos, filetes y otras cosas. 1980, Ed, Hemisferio Sur S.A.) Es
posible que aún se mantenga su uso entre los huasos chilenos. Uno de los últimos
cuerpos de caballería española que conservó la gineta (si bien estribaban más
largo) fue el de los dragones de la cuera, soldados encargados de mantener la
paz en los presidios del norte de México (oeste de los actuales E.E.U.U.),
cuyo equipo, según las Ordenanzas de 1772, solo difería del de los jinetes
del Renacimiento en que el coleto de cuero (llamado cuera) era más largo y
más grueso (para protegerles los muslos de las flechas) en que, en lugar de
morrión, gastaban un sombrero de ala muy ancha y en que también iban armados
con un mosquete y dos pistolas. Para realizar su cometido por aquellas
inhóspitas tierras contaba cada uno de ellos con una reata de seis caballos y
una acémila en la que trasportaban víveres y equipo.
Ricardo de Juana, 2012. Principio del documento Diferencias entre gineta y brida |
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