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Caballo serrano, Rascafría, años 50. (Foto cedida por el CEA Puente del Perdón)

 

 

 

 

 

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Caballo serrano, Lozoyuela, 1925 (AFCM)

 

 

 

 

 

 

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Caballo serrano, Navacerrada, 1968 (AFCA)

 

 

 

 

 

 

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Caballo serrano, Navacerrada, 1965 (AFCM)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Morueco merino de El Paular.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Asturcón

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Caballo Sorraia

 

 

 

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Caballo Sorraia.

 

 

 

 

 

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Caballo losino.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Raza Ardenesa

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Cruce de lidia x Limosina

 

 

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Caballo bretón

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Caballo serrano.

 

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Somosierra, años 40 (AFCM)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Yegua serrana.

 

 

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Caballo serrano.

 

 

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Potra serrana.

 

 

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Vieja yegua serrana.

 

 

 

 

 

 

 

 

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El caballo Serrano.

 

El serrano era uno de los tres ecotipos de caballo ibérico (junto al de marismas y riberas y el de las campiñas o estepario) adaptado al hábitat de montaña.

Hasta principios del siglo XX, prácticamente todas las serranías españolas contaban con su variedad de caballo autóctono. Algunas han llegado, en mejor o peor estado, hasta nuestros días, como el caballo gallego, el asturcón, el losino, el pottoka o la jaca navarra, pero son mayoría las que han desaparecido. Entre estas últimas se encuentran las jacas rondeñas, las jacas cordobesas, las extremeñas, las de Huelva (posiblemente pervivan en el actual caballo de las Retuertas), las jacas “chirrinas” de Jaén, las de Sierra Morena, las jacas de Valladolid, Soria, Huesca, las jacas catalanas, las mallorquinas y otras muchas de las que ni siquiera ha quedado recuerdo. (Ver artículo Tipo de las sierras)

En la sierra de Guadarrama también contaban con una raza autóctona de caballos que localmente se conocía como caballo serrano, “serranillo” o “gabarrero”

El diccionario de la Real Academia de la Lengua dice en la tercera acepción de gabarrero: “Hombre que saca leña del monte y la transporta para venderla”, y a esa labor estaban destinados muchos de los caballos de la sierra de Guadarrama, de ahí su nombre.

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Gabarreros serranos (Fotografía cedida por Juan Luis Arsuaga)

 

El Coronel Juan Cotarelo escribía en su “Manual de la Provincia de Madrid” (1849): “Hemos dicho el ganado de que se hace uso en Madrid, y respecto á los caballos que hay en los demás pueblos de la provincia, se observa que son de poca alzada, revueltos y útiles para carga y otras faenas de los labradores, mejor que para silla; tienen mucha resistencia, se mantienen con poco pienso, siendo muy á propósito para viajar por terrenos montañosos; pero estos caballos, sin escuela, sin cuidado y abandonados en las praderas cuando no están en el trabajo, son descompuestos y faltos de la gracia y orgullo de que está poseído un caballo de la ribera del Guadalquivir, del Genil ó del Guadalete.

Obviamente, Juan Cotarelo apreciaba en el caballo serrano grandes cualidades, a pesar del exceso de trabajo y la falta de escuela (doma), cuidados y  buena alimentación, aunque reconoce, como es lógico, que desmerecía al compararlo con las mejores castas andaluzas.

 

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Grupo de serranos en El Escorial. Baltasar Hernández Briz, 1918 (Foto cedida por Julio Vías)

 

Pero la raza serrana nunca ha sido justamente valorada. Su talla no le permitía competir como caballo de silla con razas como la española, la inglesa, la árabe o sus cruces. Tampoco podía competir en el tiro con caballos mucho más pesados que él como el bretón, ardenés o percherón. Por la misma razón no resultaba adecuado para la producción cárnica. Sin embargo resultó durante siglos una ayuda irreemplazable para los habitantes de la sierra ya que, sin estar especializado en nada, servía para todo. Era un animal robusto, sobrio, frugal, sano, ágil, resistente, longevo, dócil, económico y capaz de mantenerse con los pastos de la sierra sufriendo impasiblemente los extremos rigores de su clima. 

Desde que Madrid asumió la capitalidad de España, el sector agrícola y ganadero ha tenido proporcionalmente un escaso peso en su economía, por lo que se ha mantenido en un relativo grado de abandono lo que, unido a las dimensiones de estas sierras, ha permitido que perduren hasta hoy algunas, aunque escasas, poblaciones de caballo serrano.

 

Influencia de la trashumancia en la conformación del caballo serrano.

En origen, éste caballo sería un típico caballo de montaña pero, al ser estas sierras paso obligado entre ambas mesetas y por  estar atravesadas por varias de las principales cañadas, desde muy antiguo se vio influenciado por caballos esteparios o de las campiñas, procedentes de las mesetas y de Extremadura y por los de montaña de la sierras de Urbión y Demanda, conformando, con el paso de los siglos, el tipo intermedio que le caracteriza.

En la Península Ibérica se practica la trashumancia ganadera desde épocas prehistóricas. Esta actividad fue regulada por Alfonso X el Sabio al crear el Concejo de la Mesta en el año 1273. El Concejo fue abolido en el año 1836 pero la trashumancia ha perdurado hasta nuestros días. La sierra madrileña estuvo siempre muy relacionada con la trashumancia por ser área productora y origen de los mejores rebaños de merinas (el Paular) y por ser zona de tránsito pecuario.

Desde el reinado de Enrique IV (1454 – 1474) se estableció la prohibición de introducir caballos en la zona al sur del Tajo excepto para los pastores trashumantes, que tenían el derecho a llevar sus yeguas hateras para el transporte de sus hatos o enseres personales y los inherentes a su oficio, como rediles, estacas, trébedes o calderas. En la década 1930-40 les correspondían cinco yeguas al rabadán, cuatro al compañero, tres al ayudador, tres al sobrao, tres a la persona y una al zagal. En total 20 yeguas por rebaño. Se estima que la Mesta, en su conjunto, poseía unas 50.000 cabezas de ganado equino. Su permanente traslado influyó decisivamente en la composición genética de las poblaciones caballares de las comarcas de origen, destino y tránsito.

Las principales cañadas reales que atraviesan la sierra de Madrid son la Leonesa Oriental, la Soriana Occidental,  y la Segoviana. La primera tiene orientación norte-sur y une la montaña astur-leonesa con Extremadura, mientras que las otras dos tienen orientación noreste-suroeste y unen la zona de estiaje de la montaña soriana y la sierra de la Demanda con las de invernada en las dehesas extremeñas.

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Cada una de estas tres zonas contó en el pasado con su raza peculiar y autóctona de caballo.

Influencia astur-leonesa.

La montaña astur-leonesa fue el solar del caballo asturcón, perteneciente al tipo de caballo ibérico de montaña cántabro-pirenaico. En la vertiente asturiana, en las sierras atlánticas más alejadas de la influencia de la trashumancia, se ha conservado en pureza pero en la vertiente leonesa desapareció tras un largo proceso de cruzamientos con otras razas. En principio fue el contacto con los caballos del sur, a través de la trashumancia, lo que le hizo mudar sus características, conformando un subtipo intermedio.

Santos Arán, en su tratado Caballos-Mulos-Asnos (Biblioteca Pecuaria Santos Arán, Madrid 1930) hace la siguiente reflexión:

[...]Se cree que el perfil, como animales de procedencia oriental, era recto; y, sin embargo, en Asturias sobre todo y en Galicia abundan los que lo poseen convexo, ¿Cómo se ha producido esta variación? Pensando en ello, llegamos a creer que acaso no sea una variación, sino un hecho lógico, hijo de la trashumación.

           Al examinar aquellos caballos, algunos nos recordaban muchísimo los vistos tantas veces por nosotros en tierras cacereñas y de Badajoz, con su perfil acarnerado, más o menos acentuado, y sus anchuras de grupa.[…]

           […]De este modo, el caballar extremeño, tan distante de Asturias, pudo infiltrarse en esta provincia e incluso extenderse por las limítrofes, contribuyendo a cambiar las característica típica que tenía el autóctono.[...]

En el siglo XX se introdujeron en León sementales de razas pesadas centroeuropeas como la ardenesa, la percherona y la bretona, para la “mejora” de su cría caballar, variando la población leonesa de un tipo jaca-caballo ligero a uno pesado o de tiro.

 

Influencia extremeña.

Los pastos de invernada de Extremadura estaban dentro de la zona originaria del caballo ibérico del tipo estepario. (Ver artículo de la encebra)

El primitivo tipo estepario era de perfil acarnerado o subconbexo, de cara estrecha y descarnada con ojos expresivos. Cuerpo enjuto con osamenta ligera pero de muy buena calidad. Eran largos de remos. La altura media a la cruz oscilaba entre los 1,48m de los machos y los 1,44m de las hembras.

Su capa variaba desde el bayo claro al bayo tostado, o desde el gris (pardo grisáceo) claro al gris oscuro, siempre con raya de mulo, más o menos gateado o cebrado en los cabos y en ocasiones por otras partes del cuerpo. Crinera abundante y bicolor, con cerdas oscuras en la línea del medio y del color del cuerpo en las partes externas. Cola también bicolor, formando una borla en su nacimiento. Cabos (punta de las orejas, hocico, y extremidades) siempre en tono oscuro.

Esta capa es considerada como ancestral, propia de los caballos primitivos, pero sólo se produce espontáneamente en razas de origen ibérico (sorraia, criollos y mustang) y en las descendientes del tarpán (konik, dülmener y henck)

Este tipo de caballo ibérico estepario se conserva en la actualidad en la raza portuguesa sorraia, en los criollos sudamericanos y en la raza mustang de los Estados Unidos. (Ver artículo del mustang)

 

Influencia soriana.

En Soria se conservó hasta los años 50 la jaca soriana.

Era una raza muy antigua perteneciente al tipo de montaña cántabro-pirenaico, de capa negra y muy similar a la raza losina de Burgos. (ver prototipo del caballo losino)

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Pastores sorianos, 1945 (Abad Gavín M. El caballo en la Historia de España)

Esta raza fue la usada por los pastores sorianos y con ellos se extendió por el Sistema Central.

 

Estos tres tipos caballares participaron en distintas proporciones y épocas en la creación del actual caballo serrano y su rastro es hoy en día perfectamente legible.

La población original, como ya hemos indicado, debió de ser del tipo de montaña y, por tanto muy similar al que utilizaban los trashumantes sorianos y leoneses.

Los pastores estaban autorizados a introducir sus yeguas más allá del Tajo pero no podían llevar ningún macho mayor de un año, por lo que al salir sus yeguas en celo, a finales del invierno y principio de la primavera, se cruzaban con los caballos autóctonos de tipo estepario. A la siguiente campaña, esos potros machos cruzados tenían que ser vendidos a lo largo de la cañada y en las zonas de estiaje, contribuyendo, de esta forma a modificar lentamente las poblaciones caballares locales. Al cabo de los siglos, en la Sierra de Guadarrama se llegó a consolidar una raza homogénea, que compartía características de ambos tipos caballares, a la que tradicionalmente se ha conocido como raza serrana en la sierra madrileña.

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Yegua y caballos serranos de capa negra.

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Yeguas serranas de capa baya y castaña.

Antiguas influencias centroeuropeas.

En el sector más occidental de la sierra de Guadarrama, en el entorno de San Lorenzo del Escorial, existe un tipo de caballo peculiar. Sus características son muy similares al caballo serrano pero es de constitución algo más fornida y su capa habitual es la roana (mezcla de pelos blancos, negros y colorados, con la cabeza y las patas más oscuras), lo que hace sospechar que fue producido por cruces con la raza franco-belga Ardenesa.

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La población caballar de la montaña leonesa sufrió, a partir del siglo XX un proceso de mestizaje con razas pesadas centroeuropeas y a través de la Cañada Leonesa Oriental, que cruza aquella comarca, pudo influir en la población local de caballo serrano.                     

También podría deberse a la influencia ejercida por la Real Cabaña modelo, establecida a mediados del siglo XIX en la Solana y el valle de Cuelgamuros de San Lorenzo del Escorial y que ejerció como centro introductor y difusor de muy diversas razas extranjeras en España, entre ellas razas caballares como la Sufolk y Percherón. El caballo de Sufolk o “Sorrel de Sufolk” es siempre de capa alazana, por lo que quedaría descartada su participación en el origen de esta variedad serrana, pero en el caballo Percherón sí eran muy comunes las capas roanas.

Sea como fuere, esta injerencia de sangre centroeuropea en la población serrana occidental debió ocurrir hace muchos años ya que los individuos afectados muestran una gran homogeneidad entre sí y con la primera yegua de las que aparecen retratadas en la siguiente fotografía tomada en Alameda del Valle en la década de los años 40.

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(“Pueblos de la Sierra Norte de Madrid. Imágenes para el recuerdo” de J. M. Sánchez Vigil y A. Sanz Martín,)

 

En cualquier caso, estos antiguos cruces se circunscribieron a un área muy pequeña y no afectaron en absoluto al resto de la población de caballo serrano. Peores consecuencias ha acarreado el sufrido en los últimos lustros por el cruzamiento general e indiscriminado con razas de todo tipo que han ido reduciendo el número de ejemplares puros hasta su práctica desaparición.

 

Proceso de mestizaje.

Toda la ganadería serrana ha sufrido una drástica dilución genética pero se observan diferencias importantes entre los procesos utilizados en el vacuno y el equino.

En el vacuno se sustituyeron los toros autóctonos por otros de raza pura (Pardo Alpino, Charolés y Limusín) de forma generalizada y con un fin muy concreto: la potenciación de la producción cárnica. De esta forma se logró la sustitución racial por absorción. En este proceso existió una voluntad clara y decidida tanto de los ganaderos como de la Administración, que colaboró asesorando y subvencionando la adquisición de sementales. También influyó decisivamente el criterio de los tratantes, entradores y carniceros que buscaban ese tipo de animal de clara aptitud cárnica y despreciaban al autóctono. Por tanto, en el vacuno, la mestización fue más intensa, generalizada y dirigida.

La mestización del caballar parte de la creación de las Paradas del Estado, en las que el Gobierno puso a disposición de los ganaderos sementales de distintas razas (Árabe, Español, Bretón y Percherón principalmente) para los que quisieran pudieran llevar allí sus yeguas a cubrir. Esto estaba sujeto a una serie de requisitos como el pago de las tasas estipuladas, que la yegua tuviera más de 147cm de alzada, conseguir que la visita a la parada coincidiera con el celo de la yegua (normalmente se esperaban a los últimos días del celo por considerarlos más adecuados para conseguir la preñez y, en ocasiones, llegaban tarde) y que la yegua se dejara conducir del cabestro y aceptase entrar en las instalaciones de la parada.

Por tanto, las yeguas más pequeñas y cerriles (las más autóctonas) no eran cubiertas por los sementales selectos del Estado sino por los de su propia raza.

Los ganaderos no sustituían el caballo padre (como en el caso del vacuno) sino que cubrían algunas de sus yeguas serranas con caballos del Estado y luego dejaban algún potro como semental. Los potros producidos por estos caballos cruzados eran, por tanto, un 75% serranos y sólo un 25% “selectos”.

Pero el caballo autóctono es mucho más rijoso, de más vigor genésico, más codicioso de las yeguas y más ágil, combativo y sañudo en las peleas por lo que, en las sierras y dehesas, por cada yegua que montaba el caballo mestizo, el serrano cubría muchas más.

Por su parte, las yeguas serranas tienen una mayor capacidad de recuperación de forma que, aunque salgan muy delgadas del invierno, con quince días de abundancia de pastos en primavera son capaces de adquirir su peso óptimo, parir,  volver a concebir y sacar adelante a la cría. Las de otras razas más selectas no tienen esta virtud y su índice de reproducción resulta mucho más bajo.

En aquellos municipios donde los ganaderos se pusieron de acuerdo e insistieron en el proceso, la raza autóctona vio reducida su presencia de forma lenta y progresiva. Donde no fue así los genes serranos consiguieron mantenerse y desplazaron a los foráneos.

La Administración no tenía una política definida en cuanto al proceso de mestización de la población caballar ya que al tiempo ofertaba diversas razas de caballos de montura y de tiro.

El ganadero tampoco veía con claridad las ventajas. El cruce con caballo pesado era bueno para conseguir yeguas de mayor tamaño, aptas para producir híbridos con asno, pero en la sierra el uso de las mulas era testimonial. La escasa agricultura y las labores forestales se realizaban primordialmente con yuntas de vacas o bueyes, de forma que la demanda local de mulas era prácticamente nula y en el mercado nacional no podían competir con grandes productores como los manchegos que contaban con abundantes y económicos excedentes agrarios para la recría de las muletas.

El cruce con caballo de silla producía ejemplares con mayores aptitudes hípicas pero sólo tenían opciones en el mercado local y siempre que mantuvieran unos precios muy competitivos ya que fuera, ante los caballos españoles, árabes e hispano-árabes, quedaban como segunda opción u opción muy económica.

El mercado de carne equina ha tenido un escasísimo desarrollo en España y aún menor en la zona central. La mayor parte de los caballos de desecho de la sierra madrileña acababan en la Casa de Fieras del Retiro o en el Circo Price, como alimento de los grandes felinos, o en los escasos despachos de carne equina donde acudían clientes muy menesterosos o en busca de alimento para sus perros. Los tratantes, entradores y carniceros no resultaban exigentes con la calidad de las canales, sólo buscaban precios bajos.

Este conjunto de condiciones propiciaron que, afortunadamente, la mestización fuese lenta, imperfecta y de baja intensidad.

A pesar de ello en muchos municipios la cría caballar ha desaparecido. En otros, la raza serrana se extinguió para dar paso a una población bastarda descendiente de una variopinta y abigarrada mezcla de sangres. En algunos, donde había una mayor tradición de cría de caballos en régimen extensivo y comunal, lograron sobrevivir. Eso ha permitido que aún permanezcan algunos caballos de considerable pureza racial.

Estos ejemplares son de poca alzada y de características afines  y no achacables a ninguna de las razas que han sido utilizadas como “mejorantes” en las últimas décadas y que corresponden al tipo arcaico de caballo ibérico, como son los perfiles acarnerados, la ausencia o escasa presencia de espejuelos en las posteriores, las rayas de mulo o los cebrados.

La capa más habitual es la castaña pero también los hay negros, alazanes y bayos y, lo que es más interesante, cebrados y ahumados

 

Descripción fenotípica de la raza.

 

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Las alzadas estimadas se encuentran entre 130 cm y 140 cm o poco más.

El perfil frontal es siempre recto mientras que el perfil nasal oscila entre el recto y el convexo. Las arcadas orbitarias nunca sobresalen por encima del perfil de la frente. La cara es descarnada y se remata con un hocico estrecho. La mandíbula inferior tiene poco volumen y está discretamente musculada, proporcionando al conjunto de la cabeza un aspecto alargado.

Las orejas están bien implantadas, son de tamaño medio, finas y terminadas en forma de punta de alfanje. 

El cuello es de forma trapezoidal con muy buenos arranques tanto en la cabeza como en el pecho. Tanto la línea superior como la inferior son rectas pero con ligera tendencia a la convexidad, especialmente en los machos.

La cruz no es muy destacada ni estrecha, las espaldas son de longitud discreta pero correctamente inclinadas. El pecho estrecho y profundo. La línea dorsal asciende formando una suave curvatura hasta encontrarse con la grupa, que es inclinada, sencilla, redonda y de longitud media. El nacimiento de la cola tiende a ser alto. El perímetro torácico (cinchera) es amplio mientras que el vientre suele ser poco voluminoso.

 

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Las extremidades están correctamente aplomadas, con articulaciones secas y firmes. Los brazos son largos y magros, al igual que las piernas. Las cañas secas, de longitud media y con el tendón suelto y bien marcado. Los menudillos limpios, con muy poca cerneja. Las cuartillas de mediana longitud y buena inclinación. Los cascos pequeños y recogidos. En las anteriores presentan castaña o espejuelo pero en las posteriores llega a faltar o son muy discretos.

Crin y cola bien pobladas por cerdas gruesas y lisas.

La capa más habitual es la castaña pero también son comunes la alazana, la baya y la negra. También están presentes el factor tordo, el ahumado (Smutty) y el Dun, que produce cebrados en el cuello, cruz y lomo. La raya de mulo es muy común.

 

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Yegua serrana con cebrados en la cruz y el lomo.(Gen “Dun”)

 

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Yegua serrana castaña con ahumados (Gen “Smutty”)

 

Su carácter es dócil, franco y confiado a pesar de no ser en absoluto linfáticos sino dinámicos, decididos y curiosos. Están dotados de genio e ingenio. Los machos son especialmente activos y celosos en la custodia de sus yeguas. Las yeguas  son prolíficas y muy buenas criadoras.

Tanto sus condiciones físicas como las psíquicas les dotan de condiciones muy apreciables para la práctica de la equitación, especialmente para recorridos por terrenos accidentados.

 

Su recuperación.

En el año 2010, la Asociación El Maíllo, de Lozoya, presentó el Proyecto de Recuperación del Caballo Serrano ante la Consejería de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio de la Comunidad de Madrid.

El número y calidad de los ejemplares localizados es suficiente para encarar la recuperación de esta raza autóctona que gran parte de la población local aún siente como un elemento propio e íntimamente ligado a su acervo cultural y les refuerza su sentido de pertenencia a su región. Si la Administración brindara su apoyo al proyecto, el caballo serrano podría ser salvado en última instancia, recuperar la lozanía con que contó antaño y perdurar orgullosamente como seña de identidad para las futuras generaciones.

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