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Equus quagga quagga

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Yegua sorraia (1937)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Reconstrucción de caballo ibérico estepario – encebra (R. de Juana)

 

 

 

 

 

 

 

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Siglo I

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Siglo XIII

Hipotética distribución de los caballos silvestres en la Península Ibérica.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Pantanal, Brasil

www.americas-photos.com

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Mustang de dos años. Nevada (USA)

www.blm.gov/adoptahorse/onsitegallery.php

 

 

 

 

La encebra ibérica.

 

     Lo único que sabemos con certeza de este misterioso animal, al que se le denominaba encebra/o, cebra/o o zebra/o. es que era un équido silvestre, que habitó en la Península Ibérica hasta mediados del siglo XVI pero todo lo demás es pura hipótesis.

 

Referencias.

 

     Las citas literarias son muy escasas. La primera podría ser la que hace Gratio Faliseo en el verso 514 de su obra Cinegeticón, citado por Ovidio (43 a.C.-17 d.C.), en la que se refiera a los caballos “Murcibios” y que, según el Padre Martín Sarmiento, se estaría refiriendo al Mulo Cibrio o Mulo Cebro. Esta es la referencia que hace Pedro Pablo Pomar en su “Memoria en la que trata de los caballos de España”, publicada en 1784:

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Como zebra aparece citado en el Romance del Rey Marsín, basado en lo ocurrido en la batalla de Roncesvalles (15 de agosto de 778):

 

“Ya bolvían los franceses    con coraçón a la lid;

tantos matar de los moros    que no se puede dezir.

Por Roncesvalles arriba    huyendo va el rey Malsín,

cavallero en una zebra    no por mengua de rocín;

la sangre que d`él salía    las yervas haze teñir,

las vozes que iva dando    al cielo quieren subir”

 

     Según estas estrofas, cuando el Rey Marsín de Zaragoza, al verse herido, intenta huir, no lo hace sobre un caballo, a pesar de que lo tenía (no por mengua de rocín) si no que escoge una “zebra”. Esto parece implicar dos cosas, que las encebras se usaban como montura y que eran preferidas para andar por terrenos escarpados.

     En el “Libro de la Montería” de Alfonso XI, escrito en la primera mitad del siglo XIV se hace referencia directa de la existencia de este animal en  Murcia, en los términos de Cieza, Caravaca y Lorca:

“En tierra de Lorca... El Rio de Villa Franca es buen monte de Puerco e de Encebras en invierno.”

“En tierra de Celda e de Caravaca... Las Cabeças de Copares es buen monte de Puerco e de Encebras en invierno...”

“La Sierra de Zelchite es buen monte de Puerco en invierno e de muchas Encebras...”

     No las cita en ningún otro monte del reino de Castilla por lo que, al margen de que también se encontraran en el de Aragón (muy probablemente en el Sur) la población de encebras a mediados del siglo XIV se encontraba ya reducida a una pequeña zona de lo que antiguamente debió de ser su área de distribución natural.

     A mediados del siglo XIV escribió Sem Tob en sus “Proverbios Morales”:

 

" del lobo e del zebro;

¿por qué alongaremos?

Al noble rey don Pedro

estas mañas veemos.”

 

[Sem Tob ben Ishaq ibn Ardutiel, más conocido como Sem Tob de Carrión, (Carrión de los Condes, Palencia, c. 1290 - c. 1369), poeta hebraico-español del siglo XIV]

     En “Arte Cisoria” (1423) de Enrique de Villena encontramos la siguiente cita:

 

    “ Afuera d'estas cosas dichas que se comen por vianda e mantenimiento e plazer de sus sabores, se comen otras por melezina; así como la carne del omne para las quebrantaduras de los huesos e la carne del perro para calçar los dientes, la carne del tasugo viejo por quitar el espanto e temor del coraçón, la carne del milano para quitar la sarna, la carne de la habubilla para aguzar el entendimiento, la carne del cavallo para fazer omne esforçado, la carne del león para ser temido, la carne de la enzebra para quitar pereza.”

 

     Por este escrito podemos saber que el consumo de carne de encebra no era algo habitual, como se ha pretendido, ya que no se comía “por vianda e mantenimiento e plazer de sus sabores”, si no por “melezina”, y su consumo hay que considerarlo tan extraordinario como el de carne de león, de perro, de abubilla, de tejón, de milano o de hombre.

 

Víctor Gutiérrez Alba, en su libro ”El lobo ibérico en Andalucía. Historia, mitología y relaciones con el hombre”, cita las ordenanzas de 1549, para la guarda y conservación de la dehesa de Xente, sita en el término de Vélez Rubio (Almería), las cuales prohibían la caza del “puerco, venado, corço, ençebro, oso, cabras ni otra caça de alimañas”

 

     La última vez en que se encuentran citadas las encebras es en las Relaciones de Felipe II, concretamente en la correspondiente a Chinchilla (Albacete) realizada en 1576. Es la más interesante ya que en ella sus delegados las describen así:

 

"una especie de salvagina ovo en nuestra tierra que no la a avido en toda Espanna, sino aquí, que fueron encebras que abía muchas y tantas que destruyan los panes y sembrados; son a manera de yeguas cenizosas, de color de pelo de rrata, un poco mohinas, que relinchaban como yeguas, y corrían tanto que no había cavallo que las alcanzase y para aventarlas de los panes los sennores dellos se ponían en paradas con caballos y galgos, que otros perros no las podían alcanzar y desta manera las aventaban, que matar no podían por su ligereza" (Valdevira González Gregorio. La Provincia de Albacete durante el reinado de Felipe II, según las “Relaciones Topográficas”, Al-Basit, 1996)

 

     Resulta extraño que pensasen que las encebras sólo existieron en Chinchilla ya que en las relaciones de La Roda, que dista de Chnchilla poco más de cincuenta kilómetros, reconocían haberlas tenido en su término hasta el año 1536, en que fueron cazadas las últimas.

     El nombre de cebra que hoy aplicamos al equino africano procede de este animal ibérico y parece ser que fueron los portugueses quienes se lo aplicaron a la hoy extinta cuaga (Equus quagga quagga) cuando la conocieron en sus expediciones al Cabo de Buena Esperanza. Sin duda les recordaba a la encebra, ya que se trataba de un equino de similar color y con rayas en el cuerpo.

     Uno de los primeros ejemplares de cebra africana de los que se tiene noticia en España es el que envió el “Rey de Egipto” cuando mandó una embajada al Rey Alfonso X “el Sabio”, en el año 1260:

 

        “Y estando el Rey Don Alfonso en Sevilla y todas las gentes con él en este cumplimiento que hacían por su padre, vinieron a él mensajeros del Rey de Egipto, que decían Alvandexaver. Y trajeron presentes a este Rey Don Alfonso de muchos paños preciados y de muchas naturas, y muchas joyas y muy nobles y mucho extrañas. Y otrosí trajeron un marfil y una animalia que decían azorafa, y una asna, que era buiada, que tenía la una banda blanca y otra prieta, y trajéronle otras bestias y animalias de muchas maneras...”

 

     Por lo que se puede apreciar este animal era desconocido en occidente y se le califica como una “asna buidada” (barreada o listada), y aún no se le aplica el nombre de cebra.

     En el Diccionario de la Lengua Francesa, le Petit Robert dice de la cebra: Zébre- 1610, port. zebbra (XIIe.), d´o. i.; á l´origine nom d´ un équide sauvage de la péninsule ibérique, applié ensuite á l´animal d´Afrique.

     El Nuovo Zingarelli, ed. Zanichelli, 1986, dice: Zebra - voce iberica col sign "di onagro" (d´origine incierta) passata`poi, per tramite port., nel Congo, a designare l´animale esotico.

    Por tanto, la voz “cebra” es netamente ibérica y cuando encontramos topónimos con la raíz cebra-cebro en la Península hay que relacionarlos con la encebra.

     En el siguiente mapa están señalados en rojo los topónimos referidos, y en verde las últimas poblaciones de encebras conocidas.

 

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Las Encebras (Montalbo)              La Encebras (Pinoso)

Las Encebras (Albacete)              Las Encebras (Chinchilla)

El Acebrón (Cuenca)                   Rincón de Valdecebras (Zamora)

El Encebrico (Paterna)                 Zebreira – Idanha Nova (Port.)

Zebras – Beira Baixa (Port.)         Vale de Zebrinho – Abrantes (Port.)

Zebro de Baixo – Faro (Port.)       Casais do Vale de Zebras – Cartaxo (Port.)

Cebreros (Ávila)                         Ribeira do Zebro – Moura (Port.)

Cebrones del Rio (León)              Fuentecebras – Llambera (León)

Cebrecos (Burgos)                      Zibreira – Torres Vedras (Port.)

Zebro de Cima – Faro (Port.)       Zebreira (Castello Branco-Portugal)

Valcebre (Lérida)                        Vale de Zebro – Abrantes (Port.)

Pico Cebrón (Sevilla)                   Volcán de la Encebra (Ciudad Real)

Encebra (Alicante)                      Cortijo de la Encebra (Jumilla)

Zebras – Valpaços (Port.)            Zebra – Arcos de Valdevez (Port.)

Zebreiros – Gondomar (Port.)       Vale do Zebro – Salvaterra de Magos (Port.)

Valcebro (Teruel)                       Zebral – Vieira do Minho (Port.)

Zibreira - Fátima (Port.)              Zebro do Grou – Santarem (Port.)

Zibreira de Fé – Sobral de Monte Aguaço (Port.)

 

 

     En el “Libro de la Montería” de Alfonso XI encontramos  citados el “Puerto de las Encebras” en los Montes de Toledo y “El camino de las Encebras” en “Peñalosa” (¿Las Peralosas?) en Ciudad Real.

     Si duda que una minuciosa investigación entre los topónimos de uso local pudiera multiplicar la cifra de los relacionados con la encebra.

     Estos topónimos parecen indicar una amplia distribución de las encebras en la Península Ibérica.

     Por los textos antes referidos se puede deducir que las encebras estuvieron presentes en nuestro país hasta, al menos, mediado el siglo XVI.

     A la conservación de esta especie contribuyeron los ocho siglos de enfrentamientos entre cristianos y musulmanes ya que provocó una escasa densidad demográfica y el mantenimiento, entre ambas culturas, de anchas franjas de “tierra de nadie” en las que las especies silvestres pudieron mantenerse de forma natural. La Reconquista no cambió la situación inmediatamente, dado que la mayor parte de los terrenos de Castilla la Nueva fueron entregados a las órdenes militares, órdenes religiosas y señoríos, quienes mantuvieron los campos incultos porque estaban más interesados en el aprovechamiento ganadero. Fue a partir de la segunda mitad del siglo XVI cuando la presión demográfica y la subida de los precios de los cereales forzaron a la progresiva roturación de los eriales y montes.

     Como se puede ver en las Relaciones de Chinchilla, el fomento de la agricultura entró en conflicto con las poblaciones de encebras porque “destruyan los panes y sembrados”, motivo por el cual fueron perseguidas y eliminadas.

 

Teorías sobre la identidad de la encebra.

 

    Sobre el origen y filiación de estos animales existen tres hipótesis.

     La primera le asimila al Equus hydruntinus regalia [Nores y Liesau, La zoología histórica como complemento de la arqueozoología. El caso del zebro. Archaeofauna 1 (1992)], especie que ya habitaba aquí desde el Villafranquense.

     Estaba muy relacionado con los actuales onagros (E. hemionus) Un reciente trabajo (Orlando, L., M. Mahkour, A. Burke, C. J. Douady, V. Eisemann y C. Hanni, 2006). Geographical distribution of an extinct equid (Equs hydruntinus: Mammalia, Equidae) revealed by morphological and genetical analysis of fossils) así lo indica, tras comparar restos fósiles del E. hydruntinus, aparecidos en Crimea con los onagros.

     Para otros autores las encebras no serían más que asnos cimarrones. Estas dos primeras hipótesis no parecen cuadrar bien con la descripción de las Relaciones de Chinchilla, en donde se las que las define como yeguas que relinchan y corren mejor que un caballo.

     Otra teoría verosímil es que esos nombres (encebra, encebro, cebro o zebro) se usaran para referirse a los caballos silvestres de la Península, independientemente de su raza o variedad.

     En el trabajo antes mencionado de Nores y Liesau citan a Silveira (1948) quien proponía la siguiente etimología para la palabra encebro: Equus ferus (caballo silvestre) – equiferus – eciferus – encebro.

     Pero también podría proceder de la palabra gallega “enxebre”, cuya traducción al castellano es:

1.    Sólo, puro, sin mezcla.

2.    Que es característico y propio de un país o región y que no está falseado, deformado o mezclado con nada ajeno. Castizo, auténtico, puro, típico, genuino.

     De ser éste el origen de la palabra encebra bien podría haberse aplicado a los caballos silvestres y autóctonos en contraposición a los caballos domésticos, más mezclados con razas foráneas y por tanto, menos castizos, puros, típicos y genuinos.

     Dependiendo de las zonas, éste término se habría aplicado a los distintos tipos de caballo autóctono. Así, en Galicia y norte de Portugal se referirían con él a los garranos, pero en el sur de Portugal y de España se referirían con él a su caballo aborigen, que sería el antecesor del actual caballo de raza sorraia.

 

El caballo sorraia.

 

     En el año 1920, el hipólogo y ganadero portugués Ruy D´Andrade se encontró, en el trascurso de una cacería en la finca Sesmaria, en Coruche, a orillas del río Sor Raia, con una piara de caballos que le llamaron poderosamente la atención por sus características y homogeneidad. Su capa era gris o baya con cebraduras y raya de mulo, eran de talla pequeña, de perfil acarnerado y de aspecto primitivo. No parecía que hubieran estado expuestos a cruces con otras razas ya que la pobreza de los pastos y las duras condiciones de vida en que se desenvolvían sólo ellos podían soportarlos.

     Cuando murió su propietario, D. Antonio Anselmo, la manada se vendió y dispersó. Ruy D´Andrade intentó adquirirlos. Consiguió comprar siete yeguas y tres sementales de ese origen o de características muy similares, de entre los que poseían los ganaderos de la zona y los instaló en una heredad de Agolada, en Coruche, Con este plantel fundó, en 1937, la raza sorraia que aún perdura en manos de sus descendientes.

     La raza sorraia es de perfil acarnerado o subconbexo, de cara estrecha y descarnada con ojos expresivos. Cuerpo enjuto con osamenta ligera pero de muy buena calidad. Son largos de remos. La altura media a la cruz oscila entre los 1,48m de los machos y los 1,44m de las hembras.

     Su capa varía desde el bayo claro al bayo tostado, o desde el gris (pardo grisáceo) claro al gris oscuro, siempre con raya de mulo. Es más o menos gateado o cebrado en los cabos y en ocasiones por otras partes del cuerpo. Crinera abundante y bicolor, con cerdas oscuras en la línea del medio y del color del cuerpo en las partes externas. Cola también bicolor, formando una borla en su nacimiento. Cabos (punta de las orejas, hocico, y extremidades) siempre en tono oscuro. Esta capa está determinada por el gen diluyente Dun (D), que es dominante sobre la capa base. Cuando la capa base en negra (E) el pelaje resultante es gris o “grullo”. Cuando actúa sobre una capa castaña (Ea) produce un pelaje bayo. Por tanto, el sorraia posee dos capas: la negra y la castaña pero diluidas por el gen Dun.

     Esta capa es considerada como ancestral, propia de los caballos primitivos, pero sólo se produce espontáneamente en razas de origen ibérico (sorraia, criollos y mustang) y en las descendientes del tarpán (konik, dülmener y henck)

     En sus investigaciones comprobó que este tipo de caballo había sido muy común en las regiones del Valle del Tajo, en el Alto Alentejo y el valle del Guadalquivir, y llegó a la conclusión de que el caballo sorraia era el ancestro de las razas de caballos del sur de la Península Ibérica.

     Es muy probable que Ruy D´Andrade estuviese en lo cierto, en cuyo caso, cuando la Corporación de Chinchilla mencionaba unos animales "a manera de yeguas cenizosas, de color de pelo de rrata, un poco mohinas*, que relinchaban como yeguas, corrían tanto que no había cavallo que las alcanzase" posiblemente se refiriera a este tipo de caballo nativo.

* Mohina: Dicho de una caballería o de una res vacuna: Que tiene el pelo, y sobre todo el hocico, de color muy negro. (RAE)

Hay otra cita que puede sustentar la hipótesis de Ruy d´Andrade: Estrabón se refiere en su Geografía a Poseidónios, quien decía que el pelo de los caballos de los “keltíberes” es atabanado y cambia de color al llegar a las zonas costeras de Iberia (García Bellido Antonio. España y los españoles hace dos mil años. Espasa Calpe 1945).

     “Atabanado” según la RAE es, en los caballos, una capa de pelo oscuro y con pintas blancas en los ijares y en el cuello. (¿?)

     Obviamente Poseidónios no hablaba en castellano, por lo que cabe la posibilidad de que cuando usó el adjetivo “atabanado” lo hiciese en sentido literal y estuviera haciendo referencia al color del tábano, insecto díptero muy común en la Península Ibérica. Éste no es de un color uniforme sino compuesto y con franjas oscuras, dando en conjunto un tono gris-amarillento y “acebrado” que recuerda la capa del caballo sorraia.

 

¿Dos tipos de caballos autóctonos?

 

     De la cita de Poseidónios se desprende que en la Celtiberia del siglo I existían, al menos, dos tipos de caballos; uno de capa atabanada, que ocuparía el interior y otro de distinta capa en la zona periférica o costera.

     Efectivamente, hoy en día y desde tiempos remotos, la zona periférica y costera de la Celtiberia está ocupada por caballos de capa negra u oscura, como el caballo gallego, el asturcón, el monchino, el pottoka y el losino.

     Las diferencias entre ambos tipos de caballos, el cántabro-pirenaico y el del sur podrían deberse, como defienden algunos autores, a la influencia de los caballos traídos por los pueblos célticos pero es muy probable que sólo se trate de una adaptación medioambiental a los distintos biótopos: la montaña y la estepa.

     Parece que las jacas de las cordilleras béticas, como las rondeñas, también eran del tipo de montaña. Al menos eso es lo que opinaba Rafael Castejón (Razas primitivas caballares de la Península Ibérica, Archivos de Zootécnia, 1953) quien las adscribía al grupo I, junto con los caballos cantábricos.

     El tipo estepario (sorraia) encaja en su grupo III: “El caballo andaluz, o tal vez mejor andaluz-levantino, de perfiles convexos o subconvexos, de alzada media superior a 1,40 por término medio, capa castaña original (pelo”salvaje”), con tendencia al gris o tordo, desde la domesticación, cuyos orígenes se pueden colocar al menos en la época capsiense…”

     Castejón consideraba un tercer grupo (grupo II): “El caballo castellano, tipo estepario, entroncado genotípicamente con el tarpán, de alzada media original entre 1,30 y 1,40, pelaje castaño claro (color “salvaje”), de netos perfiles rectos, y descendiente igualmente de especies que han poblado la Península Ibérica desde tiempos terciarios y cuaternarios (Hiparión gracile rocinantis) hasta nuestros días, produciendo en general los actuales caballos indígenas de ambas Castillas…”

     Tal vez éste último tipo de caballo que se refería Castejón fuese el mismo que aquel al que los romanos llamaban thieldón o celdón  y también al que, posteriormente llamaron “caballo de los puertos” en Asturias y León.

     Probablemente, más que una raza o variedad podría ser una forma de transición, mezcla de la variedad “montaña” con la variedad “estepa”.

     Santos Arán, en su tratado sobre caballos, mulos y asnos, al referirse a los caballos asturianos y gallegos, dice: “Se cree que el perfil, como animales de procedencia oriental, era recto; y, sin embargo, en Asturias sobre todo y en Galicia abundan los que lo poseen convexo, ¿Cómo se ha producido esta variación? Pensando en ello, llegamos a creer que acaso no sea una variación, sino un hecho lógico, hijo de la trashumación.

       Al examinar aquellos caballos, algunos nos recordaban muchísimo los vistos tantas veces por nosotros en tierras cacereñas y de Badajoz, con su perfil acarnerado, más o menos acentuado…”

     Por esta cita de Santos Arán también podemos suponer que en Extremadura permanecieron hasta época reciente ejemplares del tipo estepario  similares al sorraia.

     El caballo marismeño original debió pertenecer plenamente al tipo estepario, si bien, es posible que en esa población abundasen las capas tordas. Cabe intuir cierta relación entre los ambientes palustres y el factor tordo de los caballos. Tal vez sea una adaptación ante el exceso de irradiación solar y la escasez de vegetación arbórea bajo la que protegerse. Félix de Azara, en “Viajes por la América Meridional”, dice: “Se ha observado también que los caballos blancos y sobre todo aquellos que tienen un gran número de pequeñas manchas de un rojo oscuro, son los que nadan mejor…”

     A manera de esquema, las capas más habituales de los caballos ibéricos podrían haber sido: baya – gris para el tipo de la estepa (torda en las marismas), negra para el tipo de la montaña y castaña, negra, gris, baya o torda para el tipo intermedio o mezclado. La capa alazana también estaría presente ya que el cruce de un caballo negro con una yegua negra puede producir un potro alazán.

 

P.S.: Cuando escribí este artículo aún no había realizado la investigación bibliográfica “Los caballos españoles del siglo XIX”, donde se constata que, hasta ese siglo, se conocieron en España tres tipos de caballo español: el serrano, el de las campiñas y el de las marismas y riberas que se corresponden con los tres ecotipos del primitivo caballo ibérico (el de montaña o cántabro-pirenaico, el estepario y el palustre o marismeño), a los que nos referíamos aquí.

 

Encebras en América.

 

     Los caballos aportados por España y Portugal a la conquista de América eran netamente ibéricos, descendientes, más o menos mejorados, de los dos tipos antes mencionados: estepario (sorraia) y montaña (cántabro-pirenaico) y la mezcla de ambos.

     Allí vuelven a criarse en libertad, como lo hicieron, y aún lo hacían, sus antepasados ibéricos en la Península. Las tropas de caballos mostrencos ocupan todo el continente desde “la Cañada” y “el Orejón” hasta la Tierra de Fuego. Se ven obligados a vivir por sus exclusivos medios y a adaptarse a los diferentes climas, suelos y pastos del Nuevo Mundo. Sólo los más adecuados logran vivir y reproducirse, y estos son, y no por casualidad, los más parecidos a las formas silvestres originales.

     Félix de Azara nos lo comenta así: “Desde los 30º de latitud hacia el Sur se encuentran muchos caballos que se han hecho salvajes y viven en estado natural. Pero aunque descienden de la raza andaluza, me parece que no tienen ni la talla, ni la elegancia, ni la fuerza ni la agilidad”.

     “Estos caballos viven en estado de libertad en las llanuras, por tropas de varios millares de individuos…”

     “Todos tienen el pelo castaño o bayo oscuro, mientras que los caballos domésticos lo tienen de toda especie de colores, Esto podría hacer pensar si el caballo original o primitivo sería bayo pardo, y que, si se juzga por el color, la raza de los bayo oscuros es la mejor de todas.”

     Hoy en día esas manadas salvajes están prácticamente desaparecidas y las características de sus descendientes ya no están moldeadas por las exigencias de la Naturaleza sino por los mudables caprichos de sus propietarios. Pero, aún así, las capas y tipos ancestrales siguen apareciendo con obstinada fidelidad.

     En las zonas esteparias son comunes los caballos de capa baya, llamados lobunos y gateados barcinos en Argentina o grulla y dun en USA.

     En las zonas montañosas abundan las capas más oscuras y en las palustres (Llanos de Venezuela y Pantanal brasileño) las tordas. En todas ellas es común la capa castaña.

     En los Estados Unidos se ha creado una asociación dedicada a preservar caballos mustang de capa grullo y dun, a los que llaman “sorraia mustang” e incluso cuentan con Libro Genalógico. En su página Web (http://www.spanish-mustang.org/index.htm) se pueden ver fotografías de sus ejemplares y comprobar su extraordinario parecido con el sorraia.

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http://www.myhorse.ca/images/Sorraia-Herd.jpg

De izquierda a derecha: Ciente, Altamiro, Bella y Belina. Ciente es Mustang Kiger certificado. Altamiro es Sorraia  puro, Bella es un Mustang-español certificado, Belina es cruzado de Mustang-español con  poni salvaje mestizo del BLM (Bureau of Land Management - National Wild Horse and Burro Program)

 

 

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