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Friso del Partenón. Mosaico romano Herraduras del caballo de Santiago
Apóstol Llanero
venezolano Jacas
losinas Ilustración de Knötel en la que se puede
ver a un oficial de la División de la Romana (Reg. Infantería Zamora) montado
en su jaca Hombres
del sur en jacas Jaca
losina Rocinante y las jacas de los
yangüeses Caballo losino enganchado a una jardinera Plaza de las Ventas Jaca
losina
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DE LAS JACAS
En España, por lo que se
desprende de los textos antiguos, la diferenciación de los caballos por su
alzada debe de ser moderna. Desconocemos en qué siglo se produce la
dicotomía entre caballos y jacas. Los caballos antiguos serían todos de
poca alzada, más próximos al tipo silvestre.
El caballo en su estado natural nunca superó la alzada de una jaca, las
grandes alzadas habituales en los caballos modernos son fruto de una intensa
y artificiosa selección. En casi todas las representaciones
antiguas de caballos y jinetes se aprecia que son de talla pequeña. Una de
las mejores, por su extremada perfección es el friso del Partenón (448-432
a.C.) de Fidias, en él vemos una serie de caballos montados a pelo y
embridados. Su talla es de 130 cm aproximadamente (en comparación con las
figuras humanas que les acompañan). Una de las pocas representaciones en la
que el caballo aparenta tener el tamaño de los caballos modernos es la que
aparece en las monedas de Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno,
pero hay que recordar que este monarca fue de tan escasa talla física que le
apodaron “el Breve”, por lo que no es de extrañar que el caballo en el que se
le ve montado aparente ser de mayor tamaño. Que el tamaño de las razas modernas es
artificial es claro, ya que serían incapaces de mantener esas tallas sin los
cuidados del hombre. La experiencia nos demuestra que cuando, a
partir de caballos domésticos (con una talla de 150 cm o superior), se ha
constituido una población cimarrona o mostrenca, ésta ha disminuido de tamaño
hasta recuperar el propio del caballo silvestre (Criollos, Mustang,
Australianos...) La alzada del caballo español de los
años 50, rondaba los 156-158 cm., y sin embargo hoy en día es muy frecuente
encontrarnos con alzadas que superan
los 165 cm. En la Edad Media las alzadas eran muy
inferiores y normalmente no superaban los 145 cm. En el convento riojano de
Cañas se conserva una reliquia, tan antigua que ya se ha desvirtuado la
noción de su origen. Se trata de un par de herraduras montadas sobre una
tabla, de las que cuentan que fueron las que usó el caballo del Apóstol
Santiago en la batalla de las Navas de Tolosa. Seguramente son las que usó el
caballo de algún gran señor en dicha batalla, y en recuerdo de tan importante
victoria, y en agradecimiento al buen comportamiento de su caballo, decidiese
depositarlas en este convento. Lo más interesante al caso es su tamaño, ya
que son pequeñas y su usuario tuvo que ser una jaca. Cuesta hacernos a la idea de que en la
antigüedad se pelease sobre caballos pequeños, pero no hay que dudar de ello
ni de su eficacia. Imparables fueron las hordas de Atila y montaban en ponis
mongoles. Temibles fueron los llaneros venezolanos de Bobes, o los gauchos de
Artigas, y montaban en jacas. En España, tradicionalmente, sólo se ha
distinguido entre caballos y jacas. Las jacas son los caballos cuya alzada no
llega a las siete cuartas. La alzada en los caballos es, estando
éste aplomado sobre una superficie llana, la distancia más corta entre la
cruz (apófisis espinosa de la tercera vértebra torácica) y el suelo.
Antiguamente, en España, se usaba la alzada española, que se tomaba con cinta
métrica (o cuerda) desde la cruz a la corona de uno de los cascos de las
manos. Hoy está completamente en desuso, por su falta de exactitud. Esta diferenciación por la alzada es de
influencia netamente militar. El mayor comprador y consumidor de caballos
siempre fue el Ejército, y en sus ordenanzas tenía establecida la talla
mínima exigible para el servicio, tanto para los hombres como para los
caballos. En el léxico español no existen
palabras castizas para definir al caballo de tiro ni para el caballo enano,
porque en nuestro país no se producían originalmente. La palabra poni es un
anglicismo de muy reciente incorporación a nuestra lengua. Con este nombre se
conocen hoy en día a todos los caballos menores de siete cuartas, viéndose
las jacas incluidas en él de manera injusta e inoperante. Si analizamos el diccionario español,
podemos observar que dentro del grupo de las jacas hace distinciones. Tenemos
la palabra hacanea, derivada de haca (jaca), utilizada para designar a las jacas
de gran robustez. La palabra cuartango, que define al caballo de medio
cuerpo, es decir a la jaca de mayor alzada o al caballo de la menor. Para
referirse a las jacas pequeñas o ruines se aplicaba el termino jaco. En cuanto a los caballos, nuestro idioma
distingue al corcel, palabra que desciende de la latina cursu (carrera) y al palafrén, que se aplica al caballo manso.
Estas palabras no hacen referencia a una mayor o menor calidad del animal al
que se las aplica, sino a su carácter. En el corcel predominaría el
temperamento nervioso y presto siempre a la carrera, mientras que en el
palafrén destacaría su carácter sosegado y manejable. Para designar a los
caballos de mala condición o sin raza se usan los términos penco, jamelgo o
rocín. El padre Bernabé Cobo, en su Historia
del Nuevo Mundo (1653) distingue entre el rocín de carga, rocín de camino y
caballo de carrera, mientras que el padre José Acosta, en su Historia Natural
y Moral de las Indias (1590) se refiere a caballos de carrera y gala, para camino
y trabajo. La palabra jaca no hace referencia más
que a la alzada y no a la calidad del animal; no tiene connotaciones
despectivas. De hecho las jacas buenas siempre fueron muy apreciadas dentro y
fuera de nuestro país. En la Vida del capitán Alonso de Contreras”(1630)
podemos comprobar que cita con mucha frecuencia a las jacas como animal de
montura: “...y
mandando ensillar una jaca que tenía, partí...” “... entonces mandé echar
cebada a la jaca...” “... Tomé mi jaca y marché camino de Cáceres...” “...estaba
yo en casa del hornero panadero, que tenía una jaquilla de gran porte y
gorda; prestábamela todos los días y en ella iba a Palermo y volvía a
Monrreal” Habría
que suponer que si el capitán Contreras, siendo militar, hace uso frecuente
de las jacas, aún sería mayor entre la población civil. En “La Biblia en España” (1842) de
George Borrow encontramos varias citas a las jacas, en el capítulo 18 dice: “El contrabandista que iba en un hermoso
caballo de mediana alzada, una jaca, de la renombrada casta cordobesa; era el
animal de color bayo claro, lucero, de remos fuertes, pero elegantes, y con
una larga cola negra que arrastraba por el suelo”. En el capítulo 29: “...encontrando a mi amigo el alquilador que tenía por las riendas
la jaca en que había yo de hacer la excursión. Era un animalito muy bueno
fuerte y sano al parecer, sin un solo pelo blanco en todo el cuerpo, negro
como las alas de un cuervo... En el capítulo
33: “...Nunca he visto ladrones tan
bien vestidos y armados ni mejor montados que aquellos. Llevaban dos jacas
magníficas, tan fogosas que parecían poder subir hasta las nubes en un
vuelo[...] Luego, dando una gran voz, salieron a galope; sus caballos
saltaban por los barrancos como si estuviesen poseídos por los demonios... No es nada nuevo que los corceles son
caros de adquirir y de mantener. Las jacas, por el contrario, resultan
económicas en ambos sentidos y pueden prestar servicios similares. Por otra
parte, los caballos eran objeto de las requisas militares y su dueño podía
perder la propiedad en cualquier momento. Un ejemplo lo encontramos en el
libro anterior: “...Este caballo tan
bueno debería ser nuestro –dijo el cabo- ¡Qué pecho tiene! ¿Con qué derecho
viaja usted en ese caballo, señor, haciendo falta tantos para el servicio de
la reina? Este caballo pertenece a la requisa... No es de extrañar que la población
civil española prefiriera valerse de jacas antes que de caballos o que la
clase pudiente, e incluso la nobleza usase mulas en el tiro de sus coches. En
algunas regiones montañosas el único animal de carga y transporte era la
jaca: ...”en
Galicia no hay caballos; no hay más que jacas; los que traen caballos a
Galicia –solo un loco puede hacer tal- tienen que traer también un repuesto
de herraduras, porque aquí no las hay de ese tamaño[...] No hay caballo que
resista los piensos y las montañas de Galicia sin enfermar; si no se muere de
una vez, le costará a usted en veterinarios más de lo que vale. Además un
caballo no sirve aquí de nada y en terreno tan quebrado no puede prestar ni
la décima parte del servicio que una yegüecilla puede hacer”. (George Borrow) Incluso en zonas eminentemente
ganaderas, con abundancia de caballos de casta fina, como Andalucía,
Extremadura o Salamanca, sus vaqueros se valían de las jacas para realizar
sus labores camperas. Aún se oye a la gente del campo andaluz usar el término
jaca para referirse a su montura, aunque ya sea de mayor alzada. Por todos es
conocida la popular copla de Perelló-Mostazo: MI JACA Er
tronío, la guapeza y la solera, El comercio de jacas norteñas con estas
regiones es tan antiguo como la
trashumancia, y la Mesta influyó mucho en ello, como veremos en su capítulo.
Aparte de la Mesta y sus pastores había tratantes cuyo único oficio era el
trasiego con jacas del norte al sur de España. Así lo podemos leer en Don
Quijote de la Mancha, en su capítulo XV: “No
se había curado Sancho de echar sueltas a “Rocinante”, seguro de que le
conocía por manso y tan poco rijoso, que todas las yeguas de la dehesa de
Córdoba no le hicieran tomar mal siniestro. Ordenó, pues, la suerte, y el
diablo –que no todas las veces duerme-, que andaba por aquel valle paciendo
una manada de hacas galicianas de unos arrieros sangüeses, de los cuales es
costumbre sestear con su recua en lugares y sitios de yerba y agua, y aquel
donde acertó a hallarse Don Quijote era muy a propósito de los yangüeses. En este texto se
refiere indistintamente a los arrieros como sangüeses y como yangüeses, por
lo que dificulta saber su posible origen. Tal vez se refiera a oriundos de
Yanguas, en la provincia de Soria; los sorianos siempre destacaron por su
vocación para el trato y los largos desplazamientos (Real Cabaña Carretera,
pastores trashumantes, etc.), pero, de ser así, lo más normal es que sus
jacas fueran sorianas (raza autóctona) y no “galicianas”. Podrían ser
procedentes de Sangüesa, en la baja Navarra, pero, en este caso, lo normal es
que utilizaran sus jacas navarras (raza autóctona). Otra posibilidad es que
su lugar de origen fuera Yanguas de Eresma, localidad situada entre Segovia y
Carbonero el Mayor, en el camino entre la Corte y Galicia, que,
probablemente, se dedicasen al acarreo de mercancías entre ambos extremos y
que, por el trato con aquella región, donde las jacas eran tan abundantes,
las hubieran adquirido allí. En cualquier caso, parece claro que a finales
del siglo XVI, era frecuente el uso de jacas entre los arrieros españoles. Los losinos también se vendían a toda
España y, por comunicación personal,
sabemos de tratantes de Madrid y Toledo que tenían por costumbre acudir a la
feria de Miranda de Ebro, donde los compraban por cientos para llevárselos
caminando hasta sus tierras. Los vendían durante el trayecto a todo aquel que
se lo demandaba, y, si al llegar a sus domicilios aún no habían vendido
todos, continuaban camino por Extremadura y Andalucía, donde sabían que se
los comprarían. La utilidad a que se dedicaban las
jacas era de lo más amplia, se destinaban muchas para tirar de tartanas,
tílburis y cabriolés, tanto en el medio urbano como en el rural, ya que eran
los utilitarios de la época. También se usaban como montura de las clases
humildes, como recelas en las paradas, para las faenas agrícolas, para uncir
al malacate, y otras. Sin duda, y sin que se interprete como
un menosprecio a nuestro magnífico e inigualable caballo, el pueblo español
debe muchísima más gratitud a sus humildes, sufridas e inagotables jacas que
a los corceles, pero ya es sabido que “mientras
que unos cardan la lana, otros se llevan la fama...” Ciertamente, otros países, han sabido
conjugar su admiración por sus corceles con el aprecio por sus jacas, pero
aquí siempre se dijo “Ande o no ande,
caballo grande”. En
la Historia de una taberna de Antonio Díaz Cañabate (Ed. Espasa Calpe, 1947)
podemos leer esta narración tan elogiosa: “...El
día que salgas en Madrid, las dos jacas más bonitas que hay en España, y que
son mías, las engancharé a una jardinera, pa que, llenas de cascabeles, te
lleven a la plaza. [...]Las
dos jacas del señor Manuel el Churro se impacientan. Repiquetean los
cascabeles de sus colleras. La algazara callejera casi es ya tumulto. En
todos los rostros la ansiedad se refleja. ¿Cuándo saldrá el Antoñito? Las
jacas del señor Manuel el Churro
parecen ufanas de su cometido. El señor Manuel el Churro revienta de gozo.
Las jacas están paradas precisamente frente a la puerta de la taberna. El
señor Manuel el Churro va de la taberna a las jacas, les da palmetazos en los
lomos, con el mismo cariño acariciador que los novios azotan las nalgas de la
amada cuando ésta se deja. Las jacas reciben la caricia y la agradecen. El
cochero en su sitio, está sentado como Nerón en su trono, despreciando a la
humanidad. Los banderilleros de la cuadrilla de Antoñito, con sus caras de
miedo, miran todo sin ver nada. -¡Vaya
un par de jacas, señor Manuel! -¡Dos
jacas pa un torero! -¡Mejor
no las lleva el rey de España! Las comadres, los compadres, los
ingenuos, las arpías, la chiquillería, las chavalas, los mocitos, los
horteras, la representación del barrio congregada en torno a las jacas y a la
jardinera, piropean y aceptan los piropos a las jacas como cosa propia y
atinente a su peculio. Las jacas son de todos, como el Antoñito es de todos,
el torero de la calle [...] [...]Antonio
Sánchez alcanza la jardinera, se sienta en su sitio reservado y con una mano
en alto se despide de su barrio. Restalla el látigo cocheril, arrancan
briosas las jacas del señor Manuel el Churro, y los cascabeles de sus
collares lanzan su algarabía prestamente apagada por los últimos adioses. Ríe
y brinca la chavalería, y un par de viejecitas se limpian unas lágrimas con
el revés del delantal. Ya se pierde la jardinera de los toreros calle del
Mesón de Paredes adelante [...] [...]¡La calle de Alcalá! ¡Como trotan
por su anchura las jacas cascabeleras del señor Manuel el Churro! Levantan
chispas sus herraduras brillantes. Pasan y dejan atrás al tronco de alazanes
del conde de Locatelli, que tiene fama de ser el mejor de Madrid. ¿Y tú,
Cibeles, matrona castiza, qué dices de esto? ¿Viste jamás tanto rumbo cruzar
a tu vera? La Cibeles les sonríe, ¡ay, si! Las jacas son buenas...” |
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