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DE LAS FORMAS DE MONTAR Estas maneras de montar son, en
realidad, dos formas muy diferentes de combatir a caballo que generan sus estilos
de equitación correspondientes. La jineta es propia de la Península
Ibérica y la brida del resto de Europa. En el centro y norte europeo aparece el
caballo doméstico en el transcurso de la Edad de Bronce. Por los restos
hallados se comprueba que conviven dos tipos de caballo, el pequeño
autóctono, cuya alzada es de 110 a 130 cm., y otros mayores que llegan a 150
cm. El primero era utilizado como fuerza de tracción, como alimento y como
víctima de sus sacrificios rituales. Los otros, los de mayor alzada, eran
importados desde la Península Ibérica y, por tanto, eran escasos, caros, poco
accesibles y se protegían como un gran bien. Sólo algunos miembros de la
elite social se podían permitir el lujo de poseer a uno de éstos caballos, y
éstos eran considerados como un elemento de prestigio, riqueza y
preponderancia social. Estos guerreros a caballo formaban la sociedad de
caballeros o "equites" y
combatían rodeados de servidores encargados de su protección y tanto el
caballero como el caballo acudían a la batalla cubiertos de armaduras, dado
el gran valor de ambos. En la Península Ibérica los buenos
caballos de montura eran muy abundantes, así como los jinetes. Ni los
caballos eran caros ni sus jinetes gozaban de más prestigio social que el que
se labraban con su reputación. Los jóvenes, sin más bienes que sus escasas
armas y su caballo, se ganaban la vida como soldados mercenarios o como
bandoleros. No podían contar con la ayuda de servidores ni con la protección
de costosas armaduras; su mejor defensa eran su inteligencia, su destreza y
la agilidad y velocidad de su caballo.
Durante la Edad Media, en la España
cristiana se montó a la jineta, pero también se sabía montar al estilo del
resto de Europa, aunque aquí se reservó para la práctica galante de los
torneos. En la Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y
diversiones públicas y sobre su origen en España de Gaspar Melchor de
Jovellanos (1790), podemos leer, en referencia al reinado del rey Alfonso XI: […] “Desde entonces los torneos fueron la
primera diversión de las cortes y ciudades populosas, con ellos se celebraban
las ocasiones más señaladas de regocijo público: coronaciones y casamientos
de reyes, bautismos, juras y bodas de príncipes, conquistas, paces y
alianzas, recibimientos de embajadores y personajes de gran valía, aún otros sucesos de menor monta, ofrecían
a la nobleza, siempre propensa a lucir y ostentar su bizarría, frecuentes
motivos de repetirlos […] Hubo
torneo de quince a quince, de treinta a treinta, de cincuenta a cincuenta, y
aún de ciento a ciento; que tantos caballeros lidiaron en las fiestas con que
fue celebrada en Zaragoza la coronación del buen infante de Antequera”. En esta misma memoria encontramos una
hermosa recreación de cómo debieron ser aquellos espectáculos: […] “Porque, ¿quién se figurará una anchísima
tela pomposamente adornada y llena de un brillante y numerosísimo concurso;
ciento o doscientos caballeros ricamente armados y guarnidos, partidos en
cuadrillas y prontos a entrar en lid; el séquito de padrinos y escuderos,
pajes y palafreneros de cada bando; los jueces y fieles presidiendo en su
catafalco para dirigir la ceremonia y juzgar las suertes; los farautes
corriendo acá y allá para intimar sus órdenes, y los tañedores y menestriles
alegrando y encendiendo con la voz de sus añafiles y tambores; tantas plumas
y penachos en las cimeras, tantos timbres y emblemas en los pendones, tantas
empresas y divisas y letras amorosas en las adargas; por todas partes giros y
carreras, y arrancadas y huídas, por todas choques y encuentros, y golpes y
botes de lanza, y peligros y caídas y vencimientos? ¿Quién, repito, se
figurará todo esto, sin que se sienta arrebatado de sorpresa y admiración?” […]
E incluso nos razona los motivos de su decadencia: […] “Ello es que entre nosotros corrieron sin
tropiezo, hasta que ridiculizadas las ideas caballerescas por la obra
inmortal de Cervantes, y más aún por el abatimiento en que cayó la nobleza a
fines de la dinastía austríaca, acabaron del todo estos espectáculos,
perdiendo el pueblo uno de sus mayores entretenimientos, y la nobleza uno de
los primeros estímulos de su elevación y carácter” […] Este
estilo “europeo” de equitación se conoció con distintos nombres a lo largo de
la historia: “Guisa”, “Brida” o “Estradiota”. Don Fernando del
Pulgar (1406-1493) nos cuenta en su libro, Claros varones de Castilla, que el
Rey Don Fernando el Católico: […]”Cabalga muy bien a caballo en silla de la
guisa e de la gineta, justaba sueltamente e con tanta destreza, que ninguno
en todos sus Reynos lo facía mejor”[…]
[…]”E en aquel tiempo acaeció auer en Castilla
grandes debates e disensiones, para los cuales el rey don Juan embió mandar a
este cauallero su natural que viniese a Castilla a le seruir con la más gente
que pudiese el cual vino a su llamado con cuatro mil ommes a cauallo. E el
rey le recibió muy bien, e le fizo merced de la villa de Ribadeo, e diole
título de conde della, e fizole otras mercedes” […] Es
seguro que estos caballeros que acompañaban a Don Rodrigo no sabían montar a
la jineta y que estaban acostumbrados a combatir al uso de las cortes
europeas: “a la guisa europea”. Este estilo de equitación era a consecuencia
de que, tanto caballero como caballo, acudían a las batallas cubiertos de
defensas metálicas que obligaban a ciertas condiciones: -
El caballo tenía que tener la suficiente corpulencia como para soportar al
jinete, la silla, las gualdrapas, la armadura del caballero y la suya, lo que
unido al natural carácter linfático de
las razas pesadas europeas, obligaba a que la movilidad fuese limitada. Las
cargas se hacían en bloque y al trote o galope corto, y se pretendía el
efecto que hoy causa un carro de combate: aplastar a la infantería y romper
sus líneas. -
El jinete no pretendía movilidad sobre su montura, sino seguridad, ya que una
caída del caballo suponía quedar fuera de combate, pues necesitaba ayuda para
incorporarse. El caballero iba encajado en una aparatosa silla, de altísimos
arzones, con el estribo muy largo y la pierna completamente extendida. Estos caballeros acudían a la batalla
acompañados de varios servidores, como escudero, mozos de espuela, arqueros
etc., ya que sin su ayuda resultaban poco eficaces. Sin embargo, la caballería castellana
estaba compuesta, en su gran mayoría, por la caballería villana, y estos soldados
no podían permitirse el lujo de adquirir una costosa armadura y mucho menos
de contar con sirvientes, por lo que montaban a la jineta. La jineta consistía en una técnica
basada en la velocidad y la agilidad. Los caballos tenían que ser ligeros, briosos
y revueltos. Se presentaban al combate sin armaduras, y sus jinetes con una
simple coraza y un capacete. Las armas eran la adarga y la lanza (“lanza
castellana”). Los jinetes atacaban a galope tendido, en pequeños grupos o en
solitario, hacían todo el daño posible y repentinamente volvían grupas y
huían para volver a atacar en el momento más imprevisto. Cuando el duelo era
entre dos caballeros, la ventaja la tenía el más ágil, capaz de esquivar los
golpes del contrario, llegando a colgarse del costado del caballo para
incorporarse repentinamente y asestarle una lanzada, aprovechando un
descuido. La velocidad y agilidad del caballo eran primordiales y el
caballero llevaba las aciones de los estribos acortadas, para permitirle un
mayor impulso con las piernas y lograr más movilidad sobre su caballo. Este
es el estilo tradicional de equitación en la Península, es autóctono, se
deriva de las características psicomotrices de nuestro caballo y,
posiblemente es la forma más antigua de equitación. Esta manera de montar no
solamente se usó en las batallas, hoy pervive en el rejoneo y en la doma
vaquera. Movimientos como piruetas, cambios de pié, arrear y parar o pasos
atrás y de costado, proceden de la jineta. Los caballeros cristianos usaban esta
técnica de combate en la guerra contra el moro, pero también fueron muy
diestros en la guisa, brida o estradiota, ya que, como hemos dicho
anteriormente, eran muy comunes los torneos y justas. Don Suero de Quiñónes
retó y venció a todos los caballeros, venidos de los más diversos rincones de
Europa, que se atrevieron a aceptar su reto para pasar el puente de Órbigo: […]”Notorio es asimismo en toda la cristiandad el paso que Suero de
Quiñónes, cauallero fijodalgo, sostouo un año en la puente de Oruigo, que es
camino de Santiago, e cómo este cauallero enbió publicar con sus harautes por
las cortes de los reyes y señores de
la cristiandad, que cualquier gentilomre que por aquella puente pasase auía
de fazer armas con él. Concurrieron a esta recuesta muchos caualleros e gentilesommes
de diuersas tierras, que en el paso de aquella puente de Ourigo fizieron
armas con este cauallero: en las cuales, e en todo otro ato de cauallería que
allí intervino, ningún estrangero se esmeró ni ouo igual vitoria de la que
por las armas este fijodalgo castellano ouo” […] (F. Del Pulgar, Op.
Cit.) Y muchos caballeros marcharon
por Europa a hacer caballería andante:
O a guerrear: […]”Asimismo supe que ouo guerra en Francia, e
en Nápoles, e en otras partes, donde concurrieron gentes de muchas naciones,
e fui informado que el capitán francés o el italiano tenía entonces por muy
bien fornecida la escuadra de su gente, cuando podía auer en ella algunos
caualleros castellanos, poque conoscía dellos tener esfuerço e constancia en
los peligros más que los de otras naciones”. […] La primera cruzada se realizó entre los
años 1096 a 1099. Estos caballeros cruzados llevaron su estilo de equitación
y los jinetes de Bizancio lo adoptarían. Constantinopla fue tomada por los
otomanos en el año 1453. Cuando sus soldados de caballería llegaron a la
república de Venecia, como soldados mercenarios, traen ese estilo.
Probablemente, cuando Don Gonzalo Fernández de Córdoba tomó el reino de
Nápoles (1504), los españoles conocieron a los caballeros mercenarios
italianos y asimilaron su denominación con su forma de montar, llamando estradiota al estilo de cabalgar de
los estradiotes. Pero,
en España, siempre se tuvo por más adecuada la jineta, e incluso se llegó a
despreciar al que montaba a la brida. Don Quijote se lo explicaba así a
Sancho: […]Cuando subieres a caballo no vayas echando
el cuerpo sobre el arzón postrero, ni lleves las piernas tiesas y tiradas y
desviadas de la barriga del caballo, ni tampoco vayas tan flojo, que parezca
que vas sobre el rucio; que el andar a caballo a unos hace caballeros, a
otros caballerizos. […] Muy significativo es que en la lengua
española para designar a la persona que monta a caballo o es diestro en la
equitación, así como al soldado de caballería, se utilice la palabra jinete. |
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