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Cueva
de Piedras Blancas (Almería). Paleolítico Superior Cueva
de Tito Bustillo Caballos
de la Cueva de Ekain Caballo
de la Cueva de Jorge (Mesolítico) Cieza (Murcia) Doña
Clotilde, Teruel El
Canjorro de Peñarrubia Selva Pascuala, Villar del Humo (Cuenca) Cebras E. asinus africanus Onagros ¿E. hidruntinus? Pintura rupestre de Fuente del Cabrerizo,
Albarracín, Teruel. (Breuil) Caballo
Przewalski Tarpan
(reconstruido) Przewalski abatido por soldados rusos Caballo
pesado centroeuropeo Aptitud
para la doma Difusión
de la cultura megalítica Vaso
campaniforme Difusión
de la cultura del vaso campaniforme Amen-Hotep
II Código
de Hammurabi Yegua
berberisca Caballo
berberisco Estrecho
de Gibraltar Yegua
berberisca con su rastra Thut
Mose IV Jinete
ibero Caballo
árabe Perfil
sub-convexo Manada
losina Estela
con jinete. Clunia (Burgos) Marco
Aurelio La
jineta se conserva en el rejoneo Yeguas
mestizas Cueva
de Niaux Pony
Shetland Pony
Dales Terrecota
ibera Caballo
ibérico estepario o del Sur Bronce
ibero Caballo
de bronce (Museo de Mérida) Caballo
Sorraia Vaqueros Guerrero
ibero Caballo
losino Potra
losina en Invierno Yegua
con muleta lechuza Caballeros
cristianos y musulmanes Alfonso
X "El Sabio" Rodrigo
Díaz de Vivar "Cid campeador" Muletas Garañón Rendición
de Granada Yegua
bretona Caballo
losino Caballo
losino Molinero
en su caballo losino Alférez
de la Caballería española Semental
postier bretón Coche
de mulas Potranca
losina en invierno. |
EL CABALLO LOSINO, SUS ORÍGENES EL CABALLO SILVESTRE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA Es notorio que
durante el Paleolítico el caballo era muy abundante en la Península Ibérica y
así lo demuestran, no sólo los restos fósiles sino también cientos de
pinturas rupestres y en especial las correspondientes al período Solutrense. Comúnmente
se ha dado por sentado que los cambios climáticos producidos a finales del
Pleistoceno (10.000 a. C.) modificaron la vegetación, transformando las
estepas en bosques, y que con la desaparición de aquéllas también lo hizo la
especie caballar. Según esta teoría, los caballos habrían abandonado la
Península Ibérica tras los hielos en retirada. Muchos
autores han creído confirmada esta teoría al no encontrarse restos fósiles de équidos correspondientes a la
etapa del Neolítico. Hay
que aceptar respetuosamente cualquier hipótesis, pero sin olvidar que todas
ellas están por ser demostradas y que por tanto siempre hay que recibirlas y
analizarlas con espíritu crítico y jamás darlas por “indiscutibles”. Las
teorías tienen una importancia de primer orden en el desarrollo de las
ciencias. En el pasado no había más opción que discutirlas razonadamente,
pues no existían los métodos actuales de investigación. Qué duda cabe, que en
muchas ocasiones la aplicación de la razón al análisis de las hipótesis ha
llevado a convencimientos absurdos (“el sueño de la razón produce monstruos”,
dijo Goya), ya que la realidad es con frecuencia más caprichosa que nuestra
imaginación. Estas teorías, publicadas por algún autor,
han sido reproducidas en infinidad de publicaciones y sin el más mínimo
espíritu crítico, contribuyendo así a su divulgación y aceptación social. Afortunadamente,
cada día son más los conocimientos acumulados y los métodos de investigación
(nuevas técnicas arqueológicas, ADN, Carbono 14,...) y por lo tanto, la
comunidad científica está en situación de confirmar, modificar o rechazar
muchas de esas teorías clásicas. Sin embargo hay dos factores que frenan este
sano avance: la escasez de recursos económicos (si pocos son los fondos
destinados a la Arqueología, menos son los dedicados a la Arqueozoología y
escasísimos los aplicados a la investigación arqueológica de las razas
domésticas) y el profundo arraigo de algunas de estas creencias entre el
público (reforzada por la constante aparición de publicaciones, de bajo nivel
intelectual que machaconamente repiten y respaldan ideas obsoletas) Sirva
como ejemplo la manida teoría de que las actuales razas de caballos
domésticos descienden del Equus
przewalski, cuando hace ya muchos años que el análisis de ADN demostró
que este équido está genéticamente tan distante del Equus caballus como del Equus
asinus, ya que el primero posee 66 pares de cromosomas, el caballo 64 y
el asno 62 (si bien es cierto que, mientras que el cruce de Przewalski y
caballo es normalmente fértil, el de caballo y burro no lo suele ser). A
pesar de ello son multitud las publicaciones aparecidas en los últimos años
que mantienen aquella idea. De
la misma manera la teoría de la desaparición de la especie caballar de la
Península Ibérica durante el Neolítico se dio por buena hasta hace pocos
años, a pesar de que se podrían haber objetado dudas razonables. Con
el tiempo han aparecido, y cada día son más, restos de caballos encontrados
en los niveles neolíticos peninsulares, como son los aparecidos en Aldecueva
(Carranza – Vizcaya), cueva de Urtiaga (Itziar-Deba – Guipúzcoa), cueva de
los Husos (el Villar – Álava), yacimiento de Zatoya (Aburrea Alta – Navarra),
Cova Fosca (Ares del Maestre – Castellón)...
Según el Profesor D. Jesús Altuna, Director del Departamento de
Arqueología Prehistórica de la Sociedad de Estudios Aranzadi y miembro del
Comité Internacional de Arqueozoología (ICAZ), aquella teoría “queda alterada e invalidada” y “no ha habido extinción del caballo ni en
el Mesolítico, ni en el Neolítico”, aunque “probablemente no fue abundante en la región durante el final del
Paleolítico al preferir las estepas desarboladas centroeuropeas”.
En Fauna y paisaje de los Pirineos en la Era Glacial (Óscar Arribas, 2004)
dice: “En el Cantábrico la abundancia de la especie disminuye mucho al
acabar el Würm,
aunque sin desaparecer del todo a lo largo del Meso- y del Neolítico. En la
Meseta tampoco parece que desaparezca en el Posglaciar, , sino que continúa
hasta el Neolítico, donde aparentemente sigue su caza y comienza su
domesticación” Este
hecho puede tener una gran repercusión sobre las teorías acerca del origen de
los caballos ibéricos, ya que es frecuente leer planteamientos como que, si
durante el Neolítico no existían caballos aquí y en el Mesolítico sí, éstos
tienen que proceder de caballos oriundos de Centroeuropa (caballo celta) o
del Norte de África (caballo bereber). Con
los conocimientos actuales, lo más coherente es suponer que los caballos
silvestres ibéricos de la Edad de Hierro, descendían directamente de los
caballos del Paleolítico. Durante
el Pleistoceno, en la Península Ibérica, habitaba el Equus caballus torralbae, de 144 a 145 cm de alzada, mientras que
en el resto de Europa habitaban el
Equus caballus mosbachensis, de 164 a 167 cm de alzada y el Equus caballus gallicus, de 132 a 142
cm. A
partir de la última glaciación, denominada Würm, los fósiles de caballos
aparecidos en la Península Ibérica pertenecen a una única subespecie caballar
(a excepción de los yacimientos de Urtiaga y Aitzbitarte, donde aparecen
restos de Equus caballus gallicus,
sin duda debido a la proximidad con el sur de Francia). Esta subespecie es el Equus caballus antunesi que derivaría
del E.c. torralbae, y de la que
descenderían los caballos silvestres ibéricos y por tanto las razas
caballares españolas y portuguesas. DEL CABALLO SILVESTRE AL DOMÉSTICO Aunque hoy en día veamos al
caballo como un animal doméstico muy especial, con el que compartimos ratos
de ocio o del que nos servimos en nuestro trabajo diario, conviene recordar
que durante 30 de las 31 partes del tiempo que llevamos conviviendo con él
este ha sido considerado tan sólo como
una más de las piezas de caza de las que se sustentaba el hombre
euroasiático. A
partir de una fecha no bien determinada esta relación se transforma y surge
la doma. Aprendimos a aprovecharnos de la fuerza y velocidad de este animal.
Este hecho es uno de los más transcendentales de la Humanidad y ha marcado decisivamente
la historia de las culturas y naciones. Pero,
¿dónde y cuándo se produce este evento? Para la mayoría de los autores, esto
se produjo en Oriente. Unos se inclinan por el Cáucaso, otros por Ucrania,
otros por Kazajistán o por Mongolia. Como
ocurre con las reacciones químicas, para que de la unión del hombre y del
caballo se produzca el jinete se
tienen que dar unas condiciones adecuadas. La primera es que estos dos
cuerpos se encuentren, lo que implica que necesariamente tuvo que producirse
dentro del área del hábitat natural del caballo silvestre. La segunda
condición es que el hombre haya alcanzado el adecuado nivel cultural. Este
momento coincide con el Neolítico, época en la que los hombres comienzan a
desarrollar la agricultura y la ganadería. Necesariamente tendría que haberse
producido sobre équidos física y psíquicamente aptos para la domesticación.
Otra condición es que la vegetación esté suficientemente despejada como para
que el uso del caballo resulte útil, ya que en las zonas boscosas pierde la
mayor parte de su utilidad. Tampoco sería en zonas muy montañosas, por la
misma razón anterior, y porque el caballo silvestre solo visitaría esas zonas
de manera esporádica y estacional. Un factor muy importante es que esa
sociedad fuera ganadera, dado que el conocimiento de la domesticación de
otros animales le daría una ventaja fundamental, y encontraría una aplicación
inmediata a la doma del caballo en el manejo de sus ganados.
DE LOS ÉQUIDOS, SU DISTRIBUCIÓN Y CARACTERÍSTICAS
El genero Equus procede del continente americano, en donde se extinguió
durante el Pleistoceno. Desde allí se esparció por el continente
euro-asiático y por África, produciendo, en su adaptación a los distintos
nichos ecológicos, una serie de especies, subespecies y variedades. Estas
formas componen un amplio abanico que, manteniendo los parámetros que las
unen como especie, difieren en formas, alzadas, llamadas, capas y condiciones
para su domesticación. En el sur y este de África dio lugar a
las cebras, entre las que se han conocido al Equus zebra, Equus granti. Equus boehmi, Equus chapmanae, Equus grevyi, Equus quagga
y Equus burchelli. Todas
ellas son de pelaje rayado en blanco y negro o castaño, con raya de mulo,
tienen la cabeza y orejas grandes, la cola en forma de brocha, la crin corta
y erizada, rebuznan y no han sido utilizadas como animal doméstico. En el norte de África se produjo el
asno. El asno salvaje africano se clasifica como Equus asinus, tienen una talla pequeña
(alrededor de 1,10 m), de capa gris amarillenta con una raya oscura que le
surca por el lomo desde la crin a la cola (raya de mulo), otra que atraviesa
la cruz (cruz de San Andrés) y
cebraduras en las patas. El hocico y el vientre son más claros, la cabeza y
las orejas muy grandes, la crin corta y erizada, rebuzna y ha sido domado
desde la prehistoria, generando muchas razas domésticas por todo el mundo. En Oriente Próximo
se generó el hemión u onagro, conocido científicamente como Equus hemionus onager. En el Tibet se
produjo el kiang conocido como Equus
hemionus kiang. En el noroeste de la India el khur o ghorkar, llamado Equus hemionus khur y en Mongolia el
kulán o chiguetai, conocido científicamente como Equus hemionus hemionus. Todos ellos son de capa crema amarilla,
con el vientre y hocico blancos, raya dorsal, cola brocha, crin corta y
erecta, cabeza y orejas grandes, rebuznan, están adaptados a vivir en climas
desérticos, son muy veloces y de carácter arisco y huidizo, lo que no impidió
que fueran domados y uncidos a los carros en Mesopotamia, en la época de los
sumerios. Desde
el Villafranquiense hasta el último periodo prehistórico habitó, en el sur de
Europa y oeste de Asia el Equus
hidruntinus. Hay quien opina que este animal era el mismo que permaneció
en la Península Ibérica hasta el siglo XVI o XVII, y que se conocía como
Cebro/a o Encebro/a, su capa era de color gris con cebraduras, eran muy
veloces y relinchaban. Se domesticaron. (enlace artículo la encebra) En Mongolia ha
existido hasta época reciente el caballo Przewalski y aún sobrevive en
algunos zoológicos y parques. Se trata de un équido de pequeña alzada, de
color crema, con el vientre y el hocico blancos, la crin corta, erecta y sin
tupé, estrecha raya de mulo, cebraduras ocasionales en las patas, cabeza y
orejas grandes, cola poco poblada, ojos pequeños y poco expresivos, de
carácter esquivo, nunca fue domado. Durante mucho tiempo se le consideró el
ancestro de todos los caballos verdaderos, pero esa teoría ya ha sido
descartada. Juliet Clutton-Brok (British Museum, Natural History, Cambridge,
1987) dice: “No parece que el caballo
de Przewalski esté directamente ligado a los ancestros de los caballos
domésticos europeos. Es más aceptable que sea un vástago lateral de la línea
principal de caballos pleistocénicos, que sobrevivió a la extinción..”. En las llanuras
euro-asiáticas habitó el Tarpán. Gmelin lo conoció en las alturas de Rusia
central, cerca del río Don, en 1769, y lo describió así: “El mayor de los caballos salvajes es
difícilmente tan grande como el más pequeño ruso. Comparada con otras partes,
su cabeza es extraordinariamente pesada. Sus orejas son puntiagudas, ambas
del tamaño de las de los caballos domésticos, o largas, casi parecidas a las
de los asnos, y caídas. Sus ojos son fieros. Su crin es corta y erizada. Su
cola está más o menos cubierta por pelo, pero siempre algo más corto que en
los caballos domésticos. Son de
color ratón y ésta es una característica observada en todos los
caballos salvajes de este distrito... el vientre es de color blanco o ceniza
y las patas negras por debajo de la mitad y hasta los cascos. Su pelo es muy
largo y tan grueso que uno imagina tener la sensación de ver una piel de
peletería más que la de un caballo. Los caballos salvajes son muy difíciles
de domar, no son usados para cabalgar y generalmente mueren al año siguiente
de ser capturados. Los sementales salvajes atacan y matan
a los domésticos para secuestrar sus yeguas. Del cruce se producen híbridos
que comparten características de ambos”. Describe
a uno de esos híbridos, que ya debían de ser muy comunes en aquel tiempo. Era
hijo de una yegua negra doméstica cimarrona con un semental tarpán. El
híbrido era de color ratón oscuro mezclado con negro. Su cola era más peluda,
pero no completamente. Su cabeza era gruesa, la crin corta y erizada, la
forma del cuerpo más oblonga, mientras que el pelo era de caballo doméstico,
tanto en longitud como en densidad. La
extraordinaria variación en el tamaño de las orejas (del tamaño de las de los
caballos domésticos, o largas, casi parecidas a las de los asnos) habría que
achacárselo a los cruces sufridos por aquella población del Don, lo que,
junto a la caza con armas de fuego, supuso su total extinción. Zeuner,
en su Historia de los animales domésticos (Londres, 1963) cita la información
de Pfizenmayer (1926) quien, cuando se encontraba en la expedición por
Siberia que le permitió recobrar el famoso mamut Beresovka, ahora exhibido en
San Petersburgo, recogió, a su vez, varias informaciones de los cazadores
locales sobre una población de caballos salvajes al noreste de Siberia, entre
los ríos Omolon y Anjuj, ambos tributarios del Kolijma. Este caballo era muy
parecido al Tarpán pero cubierto de largos pelos de color gris-blanquecinos,
del tamaño de un caballo yakut, y habitaba en las proximidades del círculo
polar, en la tundra, cerca del límite forestal. Para
Lundholm (1949) las diferencias entre el Przewalski y el Tarpán estaban en lo
plano de la frente, en el perfil ondulado del cráneo, en dos depresiones, la
primera de las cuales se encuentra entre los ojos y la segunda entre los
tercios medio y anterior del nasal, en
que los supraorbitales sobresalen por encima del nivel de la frente y en que
el morro es más bajo y corto que en el Przewalski. Por estas descripciones parece que el tarpán
era algo más parecido al caballo verdadero, pero también habría que
considerarlo como un semi-caballo, a mitad de camino entre los semi-asnos y
los caballos. En Europa occidental, al final de la última glaciación,
existían tres tipos de caballos; al norte de los Pirineos, el Equus
caballus gallicus, de una alzada de 1,32 a 1,40 m., y el Equus caballus germanicus, de una
alzada de 1,45 a 1,50 m., y al sur de los Pirineos, el Equus caballus antunesi, de una alzada de 1,40 a 1,47 m., único y
exclusivo de la Península Ibérica. Hoy en día los caballos se dividen en tres grupos genéricos:
los ponis, los caballos de sangre fría o pesados y los corceles. A pesar de
haber transcurrido tantos siglos y de un intenso trasiego de caballos, aún es
posible ver coincidencias al superponer el mapa de distribución de éstos con
el de las subespecies primitivas. De estas tres subespecies, la que reunía mejores condiciones
para la equitación era la de la Península Ibérica, por tratarse de animales
de estepa, adaptados a la carrera, ágiles y de suficiente talla. Nada podemos
saber de sus condiciones psíquicas para la doma, pero a juzgar por sus
descendientes, éstas debieron ser muy buenas, y en cualquier caso,
abismalmente superiores a las de los semi-caballos habitantes de las estepas
orientales Durante mucho tiempo se pensó que la retirada de los hielos
habría dado paso a un paisaje forestal en la Península Ibérica, sin embargo
los análisis polínicos demuestran que, al principio del Holoceno, en la
meseta existía un paisaje estepario con manchas de robledal mixto, mientras
que en el Levante dominaba el bosque mediterráneo. En la Europa templada y en
la cornisa cantábrica sí se dieron los bosques espesos y continuos. Estas
condiciones ecológicas debieron influir en la evolución de las distintas
subespecies de caballos. DEL MARCO AGRÍCOLA Y GANADERO. Por razones ecológico-climáticas, en la Península Ibérica se
dieron con anterioridad al resto de la zona ocupada por los caballos las
condiciones para el desarrollo de la agricultura y la ganadería. El
inicio de la agricultura se produjo en las zonas en donde, tras la última
glaciación, se criaban espontáneamente las gramíneas. Éstas se daban en la
cuenca del Mediterráneo, asociadas al robledal mixto. En el Levante español,
se practicaba su recolección desde antes del Holoceno, y su cultivo aparece a
mediados del noveno milenio, mientras que en otras regiones como Zagros o
Anatolia, no aparecen hasta el octavo. En el yacimiento de la cueva de l´Or,
se descubrieron varios tipos de trigo y cebada cultivada datados del 5.500 a.
C., mientras que a la Europa del norte y oeste y a los límites de la estepa rusa,
no llegaron hasta el 4.000 a. C. (María Luisa Ruiz-Gálvez Priego, Prehistoria de España, los orígenes,
Biblioteca Iberoamericana, Ed. Anaya SA, 1988, Madrid)
Según informaba la agencia EFE el 29-01-05, un equipo del Departamento de
Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Valencia ha descubierto en el
yacimiento neolítico de Mas d´Is (Alicante) fragmentos de cultivos de trigo y
cebada que se remontan a 5.600 años antes de Cristo. DEL
ORIGEN DE LA DOMA Y DEL CABALLO DOMESTICO
Los argumentos anteriores hacen sospechar que fue en la
Península Ibérica donde brotó la domesticación del caballo. Esto habría sido
posible por contar con una variedad de équido apta para la doma, por haber
alcanzado un desarrollo socio-económico adecuado (agrícola-ganadero), y por
poseer un paisaje (estepas con bosque mixto) en las que su uso como montura
resultaba altamente beneficioso. Este hecho se podría haber producido antes
del 4.000 a. C. De esta misma opinión era el gran
hipólogo lusitano Ruy d´Andrade, quien dijo: “De hecho, nos demuestran los arqueólogos, aparecen caballos
domesticados en las pinturas de abrigos del Levante español que se remontan
al Mesolítico y, al Neolítico, aparecen ya montados, encontrándose de esa
época, armas como la alabarda, que es un arma anti-caballería, el "dardo
de arremesso" y la lanza contrapesada, "lanza de conto", que
es de la época del bronce, así como el freno y las espuelas, todos ellos
objetos de uso en la lucha ecuestre de la lanza esgrimida. Estos datos
arqueológicos hacen, pues, remontar la equitación de la jineta, necesaria
para la esgrima de lanza, a 4.000 años a. C., fecha en la que en parte alguna
del Mundo se conoce haber ya caballos domesticados, mucho menos montados y
aún menos conducidos con freno y espuelas, esto es ensillados para
evolucionar con precisión”. (Esgrima de Lança á
Gineta)
Otro texto que abunda en el mismo convencimiento es el siguiente: “La existencia
de caballos (Equus caballus) en los yacimientos anteriores, así como en otros
contemporáneos de la provincia de Granada, plantea la posibilidad de una
domesticación autóctona de esta especie en la Península Ibérica según el
investigador alemán H. P. Uerpman, para el que habría que descartar una
difusión de esta especie domesticada desde Oriente o Europa Central” (La
Historia de Almería, Vol. I La Prehistoria. Martínez C., Carrillero M. y
Román M. Ed. Mediterráneo-Agedime. Madrid. 1998) Con
los datos aportados en las últimas décadas por el yacimiento de Cova
Fosca (Ares del Maestre - Castellón),
ya sabemos que en el Levante domesticaban caballos, ovejas, cabras y perros
desde finales del Paleolítico (Epipaleolítico) y al cerdo y al toro, desde el
Neolítico. (Carmen Olaria e Isabel Rubio, El Neolítico en las comarcas
Castellonenses Ed. Cátedra SA, Madrid, 1988) DE SU DIFUSIÓN POR EUROPA
Desde la Península Ibérica se habría comenzado a distribuir
el corcel hacia el norte y el este desde tiempos remotos, muy probablemente
junto con la expansión de la cultura megalítica. Tradicionalmente se
consideró que la cultura megalítica procedía del este, sin embargo, hoy se
sabe que las construcciones megalíticas occidentales son anteriores a las
orientales. “Durante mucho tiempo se tendió a ver en ello la influencia
civilizadora de Oriente, donde ya era conocido este tipo de
enterramiento.[...] A partir de la utilización del método del carbono 14,
desde los años 60 quedó claro que las construcciones megalíticas occidentales
eran más antiguas que las orientales; otros trabajos posteriores permitieron
igualmente aislar de toda influencia oriental el nacimiento de la metalurgia
en Europa. El más antiguo foco megalítico de la Península es el portugués,
que se remonta al cuarto milenio a. de C”. (María Luisa
Ruiz-Gálvez Priego, 1988) No sería extraño que esta cultura se
difundiera desde la Península Ibérica. Su difusión coincide con la aparición
de las gramíneas cultivadas en el centro y norte de Europa, y podrían haberse
distribuido desde la costa levantina española donde ya se cultivaban desde el
5.600 a. C. Entre los
pobladores neolíticos de la Europa central y norte coexistieron dos actitudes
opuestas hacia los caballos, al mismo tiempo eran piezas de caza y atributo
de príncipes y reyes. Esto bien podría interpretarse como que,
mientras el caballo nativo sigue siendo el tradicional objeto de la caza, hay
unos pocos, adquiridos mediante el comercio con la Península Ibérica, por los
que se tiene un extraordinario aprecio, siendo una ostentación del máximo
rango su posesión. Para algunos autores la expansión del caballo doméstico por
Europa central coincidió con la de la cultura conocida como de las “Hachas de
Guerra”, que penetró en Alemania, procedente del sur de Rusia, sobre el 2.300
a. C. Esto parece coincidir con la expansión de la cultura Campaniforme que,
procedente de la Península Ibérica, penetró en Alemania desarrollando una
floreciente cultura que intercambiaba ámbar de la costa del mar Báltico por
bronce, cerámica y collares del mar Mediterráneo. El vaso campaniforme
también era considerado como un artículo de lujo. Según Zeuner: “Con el
Danubiano IV, la primitiva Edad del Bronce se desarrolla y disemina hacia el
oeste y el norte. El pueblo de la cerámica campaniforme establece la nueva
economía del metal trabajado y desarrolla el comercio por doquiera. Puede ser
debido al comercio que el caballo viene a ser ahora una importante
proposición económica, y que la cría del caballo se inicie a gran escala”. Fernando
d´Andrade dice en su Historie du Cheval Ibérique: “Il est probable que l´expansion de la civilisation connue comme celle
du “vase campaniforme” se développant sur la Péninsule Ibérique pendant l´âge
du bronze, trois millénaires avant J-C, et répandue sur l´Europe du Nord et
du Centre, soit due á ce cheval”. El perfil convexo de las razas pesadas europeas es muy
probable que lo adquirieran de los caballos del sur de la Península Ibérica,
ya que éste era uno de sus rasgos característicos. Fue Antonius el primero en sugerir un centro de
domesticación separado en la Península Ibérica (aunque, para él éste sería el
origen de los caballos pesados). De similar opinión era Staffe (1944), quien
la englobaba con el noroeste de África. Zeuner dice: “Asumiendo que el oeste fue indudablemente un centro independiente
de domesticación del caballo, el problema cronológico salta a la palestra. Si
el caballo doméstico estuvo presente en el Neolítico de la Península Ibérica,
debería haber estado aquí considerablemente antes del 2.000 a. C., en un
tiempo en que el resto del Mediterráneo todavía no lo había recibido”. DE SU
DIFUSIÓN POR ORIENTE
La llegada del caballo doméstico a Europa central y norte no
habría supuesto ninguna convulsión social o económica ya que al tratarse de
zonas muy boscosas el caballo no podía desarrollar todo su potencial y
disminuía mucho su valor como arma de guerra. Más bien se le tenía como un
artículo de lujo, apto para el ornato y ostentación de las clases más
poderosas que comenzaban a surgir junto con el comercio. Sin embargo, al
llegar a las estepas del oriente europeo y occidente asiático provocaría un
cambio radical y muy especialmente al encontrarse con el carro. Esto pudo
ocurrir a orillas del mar Caspio, ya que en Mesopotámia venían usando el
carro para uncirlo a bueyes y onagros. Isaac Asimov, en La tierra de Canaán (Alianza Ed. Madrid,
1983) lo narra así: “Entre los primeros pueblos que
poseyeron el carro y el caballo habría uno al que conocemos como los
hurritas. Estos descendieron sobre el arco septentrional de la Media Luna
Fértil desde las estribaciones de las montañas del Cáucaso, al norte del
Tigris y el Éufrates, inmediatamente después de la muerte de Hammurabi,
entraron en Canaán y la atravesaron... Por primera vez en la historia de
Egipto, éste tuvo que enfrentarse a un enemigo proveniente del otro lado del
Sinaí. No pudo resistir a los caballos, como no había podido hacerlo Canaán”. El caballo pasó a convertirse en una
indispensable fuerza bélica. A partir de entonces y hasta principios del
siglo XX definiría la historia del mundo. DE LA
TEORÍA CLÁSICA
Esta teoría contrasta con la que
comúnmente localiza la domesticación del caballo en la estepa ucraniana, al
norte del Cáucaso. Algunos autores incluso creen haber encontrado evidencias
en el yacimiento arqueológico de Dereivka, del 4.000 a. C., pero hay que
darse cuenta de que de haber sido domesticado el caballo en Ucrania, en una
edad tan temprana, su uso se habría extendido a la misma velocidad que él por
todo Asia y norte de África, y el mundo civilizado de entonces tendría que
haberlo conocido, inexcusablemente con mucha anterioridad; bien lo habría
adoptado como arma, ornato y medio de transporte, o bien habría sufrido las
feroces cabalgadas de los pueblos invasores tal como ocurrió muchos siglos
más tarde. En el texto de Asimov citado anteriormente nos relata cómo los
hurritas, procedentes del Cáucaso, asolaron el Imperio Babilónico a la
muerte de Hammurabi, es decir sobre el
1.750 a. C., y efectivamente, en su famoso Código de Leyes no se menciona a
los caballos, pero existe una carta, aparentemente escrita en tiempos de su
sucesor, Samsulluna, en la que narra como por aquel tiempo hubo grandes
movimientos de gentes, que trajeron muchos caballos a Mesopotamia (Zeuner). Otro
tanto habría ocurrido en Egipto. Los egipcios divinizaron a muchos animales,
desde el humilde escarabajo al hipopótamo o al buitre. De haber llegado el
caballo en una época más temprana, cuando se estaba fraguando su religión, lo
hubieran puesto en sus altares, pues resulta imposible de creer que, de
haberlo conocido, no divinizasen a un animal tan "adorable". Parece
ser que las sucesivas oleadas bárbaras, procedentes de las estepas de Asia
occidental, sufridas por Oriente Medio y por Europa están directamente
relacionadas con "su" descubrimiento del caballo doméstico y
"su" dominio de la equitación. El
hecho de que Europa haya sufrido tantas invasiones de pueblos jinetes desde
Oriente, ha influido poderosamente en nuestras cabezas, a la hora de suponer
un origen a la equitación. La
razón por la cual tardó tanto tiempo en difundirse el caballo y la equitación
desde la Península Ibérica es porque necesariamente tenía que hacerlo a
través de Europa, y esta región, durante el Neolítico, era un extenso y denso
bosque, con muy escasa población, circunstancias que no permitieron a
aquellos europeos aprovechar las ventajas del caballo como sí lo hicieron los
pueblos de las estepas, cuando lo conocieron. Cuando
los ibéricos llevamos a los caballos a América éstos se extendieron por todo
el continente, desde la Patagonia al Canadá y sin embargo no se encuentra en
la selva del Amazonas. Esto no es tanto por razones climáticas como por la
inoperatividad del caballo en los bosques. Curiosamente fue a Portugal y a España,
cuna del caballo doméstico, a quienes les correspondió el honor de devolverle
a su tierra de origen, a América, donde, por algunos siglos, pudo recuperar
su estado salvaje y galopar por todo el continente sin límites. DEL CABALLO BERBERISCO Y DEL ÁRABE
El caballo no es un animal propio de climas
desérticos. Con el clima actual, las únicas zonas aptas para mantener una
población de caballo silvestre, en el norte de África, sería la zona
comprendida al norte de la línea que une Sidi Ifni (Marruecos) con Sfax
(Túnez), por encima del Atlas argelino, otra zona en los alrededores de
Trípoli y otra en los alrededores de Bengasi. En estas áreas hay un clima
estepario y marítimo seco, pero al sur hay clima desértico. Por otra parte
sabemos que el actual aspecto desértico del Sahara es, en parte, un fenómeno
reciente. Hace ocho mil años, durante la regresión de la última glaciación,
el Sahara tenía un clima templado pero ha ido evolucionando a seco y esta
crisis se agudizó a partir del siglo II después de Cristo, alcanzando la
crisis climática su momento decisivo entre los siglos V y X, pasando de una
facies esteparia a una facies desértica, exceptuando el desierto de Libia,
que es de origen más antiguo. Para
Roma, Berbería y Cirenáica fueron, junto con Iberia y Egipto, el granero de
su imperio. Herodoto nos describe su paisaje así: ”Esta
comarca y el resto de Libia en dirección a Poniente están más pobladas y más
cubiertas de bosques que las de los nómadas. Pues la Libia oriental en donde
habitan los nómadas es baja y arenosa hasta el río Tritón; pero la que está
al occidente de este río y habitada por agricultores es muy montañosa, muy
arbolada y llena de animales salvajes”(CXCI) “En el interior de Libia el país es desértico, sin agua, sin animales,
sin lluvias, sin bosques, desprovisto de cualquier clase de humedad”(XXXII)
Teniendo en cuenta estos antecedentes y
el hecho de que al día de hoy, y desde tiempos remotos, existe en esa zona
una población caballar, conocida como bereber o berberisca, parece lógico pensar
que en la antigüedad también existieron caballos silvestres en el norte de
África. Sin embargo, sabemos que al final del Pontiense (hace 7 millones de
años), ya en el primer periodo del Pleistocénico (Placenciense) se vuelve a
abrir el Estrecho de Gibraltar y queda configurado con su aspecto actual. El
équido que habitaba a ambos lados del Estrecho en aquella época era el
Hiparión brachypus o Pliohippus, similar a una cebra con apoyo en un solo
dedo y dos atrofiados. Los verdaderos caballos aparecen en Europa en el
interglacial Günz-Mindel, hace aproximadamente medio millón de años. De haber
llegado al norte de África lo tendrían que haber hecho a través de Oriente
Medio y Egipto y sin embargo, en estas zonas se desconocía al caballo. Hay
algunos datos que refuerzan esta teoría, como por ejemplo, que en Crimea,
durante el Musteriense (180.000-140.000 a. C.), los animales a los que el
hombre daba caza eran el corzo, el íbice, la oveja salvaje, la saiga, el ciervo y el asno salvaje; destaca el asno,
del que se encontraron 60.000 huesos y dientes en el yacimiento de
Starosl´ye. Que los sumerios (5.000 a.C.) no conocían al caballo, sin embargo
usaban al onagro para arrastrar pesados carros militares. (Lara). Que, como
narra J. Pijoan en su Historia del Mundo (Salvat Ed. 1950 t.I) “Resulta
evidente, de algunos fragmentos del Zend-Aresta que cuando los arios llegan a
Persia (al comenzar el segundo milenio antes de Cristo) los únicos animales
que tenían domesticados eran el perro y la vaca, y acaso el gallo. Que los
egipcios no conocieron al caballo hasta después del imperio medio tebano
(1.660 a. C.)” ¿Pudo ser que se extinguiera en Oriente
Medio y Egipto y quedara una población aislada en el norte de África? ¿Sería
posible que habiendo evolucionado separado del resto de la población
mantuviese un parecido tan grande con el caballo ibérico? Sin duda es un asunto que la arqueología
terminará por dilucidar, pero hay suficientes razones como para sospechar que
África no contaba con poblaciones de caballos silvestres, sino de asnos y,
por lo tanto los caballos berberiscos descenderían de caballos europeos y
asiáticos llevados por la mano del hombre. Sin embargo nos encontramos con
argumentos contradictorios, como los siguientes: en la región del Tibesti
(Chad) aparecieron unas pinturas rupestres en las que se distinguen carros de
un eje tirados por una pareja de animales al galope. Las pinturas parecen
pertenecer a una cultura neolítica. De esto se podría deducir que en la
región del Sahara existían caballos en el Neolítico, y no sólo esto, sino que
además ya conocían la doma y el carro. Sin embargo esta conclusión puede ser
errónea, pues si analizamos este asunto minuciosamente vemos lo siguiente: el
Neolítico es un término convencional, es la época anterior a la era de los
metales, pero su datación varía mucho según las zonas y culturas que las
habitaban. Así, por ejemplo, en Australia y en la Polinesia ésta era duró
hasta hace apenas dos siglos, mientras que en Europa la rebasaron en el 2.000
a.C. En África la Edad de Piedra final (Paleolítico Superior) se extendió
hasta la Edad de Hierro (pocos siglos antes o después de Cristo, según las
diversas zonas) o incluso hasta tiempos históricos. Por otra parte sabemos
que los egipcios conocieron al caballo y al carro con la invasión de los
Hicsos, en 1650 a.C. y que fueron expulsados por Ahmés en 1580 a.C. Una vez
libres de los invasores y dueños de la nueva tecnología del caballo y el
carro, es muy probable que mandaran expediciones a las zonas de su entorno (o
que fuesen los garamantes, como luego veremos) y que llegasen a la zona del
Tibesti, en donde sus primitivos habitantes intentaron retratarlos en las
paredes de sus cuevas. Si nos fijamos en estas pinturas rupestres nos daremos
cuenta que los animales allí representados, como vacas y jirafas, están
retratados con mucha destreza, a pesar de la sencillez de los trazos. Los
carros también están perfectamente dibujados y sin embargo, las parejas de
animales que los arrastran están tan
burdamente pintados que es difícil reconocer en ellos al caballo. En realidad
parecen más unas jirafas de cuello corto, y esto, sin duda es así, porque
esta gente era la primera vez que veían a los caballos y por ello no fueron
capaces de darles el realismo que acostumbraban dar a las especies nativas.
Así pues, contrariamente a lo que pudiera creerse en una primera y
precipitada conclusión, estas pinturas pueden corroborar que el caballo era
desconocido por los habitantes del Tibesti. Según Herodoto (siglo V a.C.) los garamantes
de Fezzán (Libia) eran agricultores sedentarios que utilizaban carros tirados
por caballos: “Dan caza estos
garamantes a los etíopes trogloditas con carros arrastrados por cuatro
caballos” y este hecho se verificó en el siglo XX gracias a un
descubrimiento de arte rupestre en el Jabal Akakus en el Fezzán occidental y
en el Jabal al-Urraynat cerca de la frontera de Egipto. Sin embargo, estas
pinturas no han de ser muy antiguas ya que los garamantes no disfrutaron del
caballo hasta el año 900 a. C. Hoy
en día se da por asumido que el caballo no existía en África, pero aquí se
plantea otra incógnita y es que si los egipcios no conocen al caballo hasta
el siglo XVII a.C., y los garamantes hasta el año 900 a. C., cuando los
fenicios fundaron Cartago (1.900 a.C.) o Trípoli (1.800 a.C.) no los
encontrarían. Puede ser que los llevasen ellos y lo más lógico (por la
proximidad, cantidad y calidad de sus caballos) es que los aportasen desde
sus colonias ibéricas como Almuñécar, Adra, Málaga o Cádiz. De ser así, se
explicaría la similitud entre el caballo ibérico y el bereber.
Tampoco hay que desdeñar la posibilidad de que fuesen los navegantes
tartessios los que introdujesen por primera vez al caballo en África, ya que,
como dice el Prof. García Bellido en Historia de España (Pág. 291): “Sería
absurdo sostener que los tartessios - a quienes hemos visto poco antes
mantener estrechas relaciones marítimas con Bretaña, las Islas Británicas e
Irlanda, antes de los fenicios - no estuviesen capacitados para navegar hacia
el Sur, a lo largo de las costas mauritanas y hasta parajes muy alejados;
tanto por lo menos, como lo está Cádiz de Irlanda”. Y en la página 293
cita a Poseidonio, el cual describe sus embarcaciones: "a los que
llaman caballos, a causa de la figura de sus proas" Curiosamente,
en una de esas antiguas colonias fenicias se constituyó el Imperio
Cartaginés, que rivalizó con el romano por el control del Mediterráneo y que
hizo de su caballería una de las mejores de la antigüedad. Con respecto a las
poblaciones de animales y los cartagineses, cabe recordar que en su tiempo
los elefantes eran comunes en Berbería, hasta el punto que Aníbal los usaba
en sus ejércitos, y sin embargo, hoy están extinguidos. Y que el animal más
emblemático del Sahara, el dromedario, no existía, ya que fue introducido por
Séptimo Severo a finales del siglo II. Los griegos debieron influir en el
desarrollo de la raza berberisca .En la Historia del Mundo (Salvat ed.) de
Pijoan J., encontramos lo siguiente: “... en el siglo IX a C, que es
cuando escribe Homero, el caballo debía ser muy común en Grecia, pero en la
Iliada aqueos y troyanos no montan a caballo sino en ocasiones
especialísimas. No tienen caballería; tan solo emplean los caballos para
uncirlos a los carros de guerra; Los troyanos son designados con el epíteto
"domadores de caballos"; en contraposición, a los aqueos se les
llama "destructores de ciudades". Todo hace creer que la tan
ponderada riqueza de los troyanos era resultado del comercio que hacían con
los caballos”. Los griegos instalaron colonias comerciales
en el Mediterráneo y criaron caballos en ellas.“...Cirene, ,(Shabbat,
Libia) en Africa una colonia de los dorios, era famosa por su suelo fértil
favorable para la cría de caballos". Los griegos admiraban al caballo
ibérico y a sus jinetes. Era tenido como el mejor de la época mitológica griega (Homero,
Ilíada, más de 1000 a.C.).Durante la Guerra del Peloponeso, Dionisos de
Siracusa ofreció 50 jinetes mercenarios iberos a Jenofonte, para ayudar a los
espartanos contra los atenienses (Jenofonte, Las Helénicas, vol VII, 369 a.
C.). Si eran capaces de transportar por mar, a 50 iberos con sus respectivos
caballos desde Iberia hasta el Peloponeso, hay que concluir varias razones: -El
transporte de caballos en barco, incluso a largas distancias era factible
para los griegos del siglo V a. C. (ya lo habría sido para los fenicios) -La
caballería ibérica tendría algo muy especial para llevarla hasta tan lejos y
ser suficiente en tan reducido número (se ganó la batalla). -No
encontraban jinetes ni caballos comparables en lugares más próximos. Si estas conclusiones son
acertadas, es lógico suponer que no sólo transportasen caballos ibéricos con
fines bélicos y que no sólo los importasen a Grecia, sino también a sus colonias
asiáticas y africanas. De
ser así, el caballo bereber procedería, primordialmente, del caballo ibérico,
tanto por influencia tartessia, fenicia o griega . Publius Vegetius (siglo IV
a. C.) en su Mulomedicina nos dice:
“Los caballos africanos de sangre hispánica sobrepasan
a los demás en velocidad”. En cuanto al origen del árabe, parece
estar mucho más claro que desciende de animales domésticos importados en
época histórica. No hay que olvidar que el comercio en la antigüedad era muy
fluido y que influyó mucho en la distribución de los animales domésticos,
especialmente donde no existían de manera natural, por no encontrar
competidores. Sirva como curioso ejemplo el texto siguiente: [..] “A partir del
siglo I de la era cristiana (tras la expedición romana de Aelius Gallus,
procónsul de Egipto, ordenada por Augusto en el año 26 a. C., que alcanzó las
puertas de Márib, capital de Sabá ), el comercio se hizo por mar. Naves
romanas con tripulaciones griegas recalaban en los puertos sudarábigos, desde
donde transportaban los aromas sudarábigos y las especias de la India con
menos peligro y menos coste hasta el puerto de Berenice en Egipto, y desde
allí por tierra hasta la ciudad de Koptos, y por el Nilo en barco hasta
Alejandría. El manual de comercio del siglo I para el mar Rojo y el océano
Índico, conocido como “Periplo del mar Eritreo”, nos informa de los artículos
que las sociedades sudarábigas importaban. Estos eran principalmente textiles
y vestidos, oro, estaño y cobre, coral, perlas, estoraque, trigo, arroz,
vino, aceite de sésamo y esclavos; mercancías de lujo como caballos,
estatuas y objetos de plata para la corte”. [...] El País de la Reina de Saba,
tesoros del antiguo Yemen. Felipe Maíllo Salgado (Pág. 15)
A poco que reflexionemos sobre
este texto tenemos que concluir que el hoy tan afamado caballo árabe y
supuesto ancestro de tantas razas no existía en el siglo I, ya que como dijo
Fernando del Pulgar “porque así como
ninguno piensa en lleuar fierro a la tierra de Vizcaya, donde ello nasce...”...a
ningún comerciante romano se le pasaría por la cabeza llevar caballos a donde
con tanta calidad se crían. Sin duda la Península Arábiga tampoco entraba en
la distribución natural de la especie y por tanto hay que pensar que la
actual raza árabe es fruto de la recría de caballos domésticos europeos.
Posiblemente al haberse criado fuera de su hábitat, de una manera artificial,
muy dirigida por el hombre, con un alto grado de aislamiento y con una fuerte
endogamia, se haya producido una raza tan peculiar, homogénea y de tanta
preponderancia genética. Con frecuencia se oye hablar del
caballo como un animal propio del desierto, lo cual no es cierto en absoluto.
Los animales propios de los desiertos arenosos tienen pies almohadillados,
adaptados para caminar en la arena sin hundirse, como por ejemplo el
dromedario y el camello. Los équidos que tienen por hábitat los desiertos
pedregosos sí que tienen pies duros, pero suelen poseer grandes orejas tanto
para oír a largas distancias como para facilitar la regulación de la
temperatura corporal, como ocurre con el asno salvaje, el emión, el onagro o
el kiang. DEL ORIGEN DE LAS RAZAS AUTÓCTONAS
IBÉRICAS
Es muy probable que ya en el Neolítico se fijasen
las diferencias entre los distintos tipos que se aprecian en la actualidad;
en la zona cantábrica, adaptado al clima atlántico, con abundantes pastos
pero de bajo poder nutricional y mineralmente pobres, relieves abruptos,
climas suaves y lluviosos, que le obligan a adoptar formas pequeñas,
ventrudas y de perfil sub-cóncavo. En la meseta, adaptado a estepas y faldas
de montaña, con clima continental, pastos menos abundantes pero muy
nutritivos y de gran riqueza mineral, que desembocan en un tipo de caballo de
tamaño medio, perfil recto, con una osamenta de gran calidad y gran vigor. En
la zona bético-mediterránea, adaptado al clima mediterráneo, pastos
abundantes y de riqueza mineral variable, que produce un tipo de caballo de
mayor talla que los dos anteriores , de capa más clara y con perfil
sub-convexo. Durante
el Neolítico, el hombre ibérico comienza a despegarse de su nicho ecológico y
a crearse su propio entorno, dominando la naturaleza, mediante la agricultura
y la ganadería. Aunque el cambio ha sido lento y progresivo, y por tanto es
muy difícil definir el momento en que el ser humano deja de ser una especie
más de las muchas que conviven en el orden natural, es evidente que en esta
época ya es capaz de abstraerse parcialmente del rigor de la Naturaleza
interponiendo técnicas suficientemente desarrolladas, como la construcción de
viviendas, la producción de cereales, el ensilado de alimentos, la cría de
ganado, la elaboración de textiles y cerámica, etc. Con ello logra una mayor
estabilidad y abundancia en la obtención de alimentos, lo que le permite un
aumento demográfico que no ha parado hasta nuestros días. Por otro lado se ve
obligado a un cierto sedentarismo en las zonas más adecuadas para llevar a
cabo el nuevo sistema de vida. Esto propicia que, ya en aquel tiempo,
comience a haber zonas más humanizadas (alteradas) y otras que se conservan
en su estado natural. La fauna, especialmente la de los grandes herbívoros
sufre estos cambios en tres vertientes: una por la ocupación progresiva de sus
pastos para la producción agrícola, otra por el aumento de la presión
cinegética debido al incremento poblacional, y otra por la aparición de
animales domésticos. No
es el objetivo de este escrito hacer un análisis histórico de la evolución de
la sociedad humana en la Península Ibérica y su influencia en el equilibrio
natural, pero sí resaltar que ya en esta época comienza un proceso que,
andando el tiempo desembocará en diversas fracturas en las poblaciones
naturales de los grandes herbívoros, que al permanecer aislados en sus, cada
vez más pequeños reductos, comienzan a evolucionar independientemente. Este
sería el origen de las razas autóctonas, al que hay que sumar una serie de
circunstancias que, a lo largo de su historia las han influido, en mayor o
menor grado. En
la Península Ibérica el proceso ha sido muy lento, ya que se mantuvieron
poblaciones salvajes hasta tiempos históricos (los romanos les llamaban Equus silvicolensis) , hasta el siglo
XVI existieron las míticas encebras, y aún hoy en día se mantienen
poblaciones caballares en estado semi-silvestre. Según Rodero, E. y M. Herrera (1998) “Las razas son poblaciones que se
distinguen por un conjunto de caracteres visibles exteriormente, que están
determinados genéticamente y que se han diferenciado de otras de la misma
especie a lo largo de proceso histórico, teniendo en cuenta que se han
originado en un área determinada con un ambiente común.” Para
Denis (1982) las razas, en su transcurso histórico pasan por los siguientes
tipos: -
Subespecies geográficas, previas a
la domesticación. -
Razas primitivas, con limitada
intervención del hombre. -
Razas naturales, etapa de transición
a las actuales. -
Razas actuales, intensa
intervención humana pero conservando el carácter regional. -
Razas mejoradas, que tienen
proyección internacional. En
este proceso se parte de unas razas, que lo son por selección natural (por
adaptación a las condiciones ambientales) y se llega a unas razas
“mejoradas”, fruto de una selección artificial (por adaptación al criterio y
a las necesidades de la sociedad) Hay
autores que tratan indistintamente a unas razas y otras, sin tener en cuenta
que, mientras que unas están en los primeros estratos y por tanto deben sus
características a un proceso de adaptación al medio durante miles de años,
otras son fruto de manipulaciones humanas en busca de tipos económicamente
rentables o por simple capricho. Mientras que las primeras tienen un gran
valor genético y etnozoológico, que las hace irreemplazables, las últimas se
pueden recrear, siempre que se cuente con ejemplares de las razas de las que
proceden. Por
otra parte, las razas mejoradas dependen totalmente de la protección humana y
cuando las circunstancias económicas que han provocado su aparición cambian,
éstas desaparecen con rapidez. Razas que hace unas décadas eran muy buscadas,
hoy han dejado de criarse. Sin embargo, las razas primitivas no tienen
dependencia del ser humano y han sido capaces de sobrevivir allí donde el
hombre se lo ha consentido, de forma similar a como lo han logrado los
ciervos, jabalíes o lobos. Hoy
nos encontramos con “razas” que, partiendo de las primitivas se las cruzó con
caballos españoles que les proporcionasen la alzada y cualidades para cubrir
las necesidades militares de aquélla época. Posteriormente y para dar
servicio a la agricultura y a los tranvías urbanos se las ha cruzado con
sementales percherones y belgas, y cuando el motor de explosión desplazó a
los caballos de estos menesteres se ha procedido a cruzar las yeguas con pura
sangre inglés para crear una raza deportiva. Hoy cuentan con sus respectivos
Libros Genealógicos y el respaldo de asociaciones de ganaderos y entidades
públicas por lo que, desde el aspecto jurídico-administrativo son razas de
pleno derecho, pero estas razas mejoradas ¿tienen el mismo valor que las
razas primitivas? Por poner un ejemplo, es como si comparásemos una repoblación
forestal de pinos o eucaliptos con un antiguo bosque autóctono. Desde el
punto de vista económico, es posible que tengan más valor las repoblaciones,
pero no así desde los puntos de vista botánico, genético, paisajístico,
medio-ambiental, histórico, recreativo, cinegético, micológico etc. A nuestro entender, no se pueden considerar
indistintamente y, mientras que a las primitivas, por ser ramas próximas al
tronco originario, se las debe considerar como razas, a las últimas se las
debería considerar como variedades, tipos o sub-tipos. LAS RAZAS CABALLARES DE LA PENÍNSULA IBÉRICA. Analizando
los estudios referentes al origen de las razas caballares de la Península
Ibérica, la mayoría de los autores consultados achacan el origen de nuestras
razas a las importaciones realizadas por algunos de los muchos pueblos que se
establecieron aquí. En
algunos casos porque los autores son foráneos y tienen una visión parcial del
asunto, y en los demás, porque son peninsulares y, como decía Ruy d´Andrade:
“Com a velha mania ibérica de que só é
bom o que de fora nos vem, a galinha da vecina sendo sempre melhor do que a
minha, nâo só adoptamos, sem raciocinar, tudo o que nos impignem, como
desprezamos tudo o que tenemos, e, se alguma coisa se mostra tâo boa que a
nâo podemos desprezar, todos nos empeñamos em procurar – lhe uma possível
paternidade estrangeira que lhe confira o valor que apresenta” Los pueblos preferidos para
responsabilizarles de dichos orígenes son los celtas, para las razas de jacas
cántabro-pirenaicas y los íberos y árabes para el caballo hispano y lusitano.
La mayor parte de los autores no consideran la posible intervención de otros
pueblos como fenicios, cartagineses, griegos, romanos vándalos, alanos,
suevos, o visigodos. El caso más llamativo es el de los romanos,
ya que habiendo sido el pueblo que más tiempo nos ocupó, que más transformó a
las sociedades nativas, que más se preocupó del desarrollo agrícola y
ganadero, que propició un intenso comercio entre la Península Ibérica y la
Itálica, así como con el resto del Imperio, podría haber tenido su cuota de
responsabilidad en este asunto. Sin embargo parece que no influyeron en las
razas caballares de Iberia y, por ellos podemos saber que ya en aquel tiempo
se apreciaban tres tipos básicos de caballos: el Asturcón o caballo de los astures
(hay que tener en cuenta que la Asturica
de los romanos abarcaba un territorio mucho más amplio que lo que hoy
conocemos como Asturias y que hasta hace unos siglos, a lo que hoy conocemos
como Cantabria se la denominaba la “Asturias de Santillana”), el Celdón o caballo de los celtíberos (el caballo que los
celtíberos usaban por habitar las mismas zonas que ellos) y el caballo de la Bética y Lusitánica. Los
romanos encontraron un país lleno de buenos caballos y jinetes, y no sólo no
tuvieron que traerlos aquí sino que se los llevaron a todos los rincones del
Imperio. Por
Itálico sabemos que un tronco de caballos celtíberos obtuvo el mejor premio
en las carreras del circo de Roma. Por Plutarco, que Marco Antonio (83-30
a.C.) llevó a Armenia 10.000 jinetes iberos y celtas. Por Estrabón, que la
abundancia de ganado era enorme y que existían muchos caballos salvajes. Parece
ser que encontraron grandes diferencias entre el caballo usado por ellos y el
ibérico. El ibérico era mucho más veloz, hasta el punto que se decía, según
nos cuentan Varrón, Colmuela y Pompeyo, que en la región de Olisipo (Lisboa)
a las yeguas las fecundaba el viento. Plinio “el viejo” llegó a creerlo de
forma textual y afirmó: “Es verdad que
en Lusitania las yeguas, vueltas hacia el viento favonio respiran sus
fecundantes auras, preñándose de este modo; los potros que paren son
rapidísimos en la carrera”. La
abundancia y calidad de los caballos ibéricos permitieron a los pobladores de
la Península desarrollar una forma propia de equitación “la Jineta”. Este
estilo de montar surge de las características propias del caballo hispánico,
por tratarse de un caballo muy veloz, galopador y revuelto. Los caballos de
los romanos serían más pesados, menos veloces, trotadores y poco ágiles, y
decían del caballo hispano: ”grande , de cuerpo regular, derecho, de bella
cabeza, resistente para las marchas, muy valiente, veloz y muy superior al
caballo de Campania y al itálico en general”. La
jineta ibérica fue una revolución en la antigüedad y el combate a la jineta
hizo a los jinetes ibéricos muy superiores. Los romanos integraron a los
jinetes hispánicos en sus legiones y se ayudaron de ellos para combatir en
todas las fronteras del imperio, pero además adoptaron esta técnica (y a los
caballos adecuados para ella), hasta el punto de que Julio César rejoneó un
toro en Cádiz, en el año 45 a.C.(la escuela de la jineta se conserva en el
rejoneo). El autor italiano Nereo Lugli (El Caballo, I.G. de Agostini S.p.A.
– 1972) lo narra así: “Los que
permanecieron mucho tiempo sin caballería fueron los romanos. Fue preciso el
encuentro con Aníbal y con la caballería española para que, por fin, tras
conquistar el mar por obra de Duilio, ellos, que nacieron para manejar la
espada corta en el combate cuerpo a cuerpo, se decidieran a prestar alas a su
ejército conquistando una fantasía más. A partir de aquel momento se
igualaron con los mejores y muy pronto se situaron entre los primeros e
indudablemente entre los mejores criadores de caballos de todos los tiempos”.
Entre
los autores consultados, se aprecia frecuentemente que unen, de manera
demasiado simplista, las razas de caballos con las etnias humanas que los explotaban
o que habitaron sus mismas zonas. También es muy común que se confunda
cultura con etnia, de manera que si en una zona concreta y en una época
determinada se detecta arqueológicamente una cultura ya se da por hecho que
hubo una invasión y que el pueblo
anterior fue absorbido o desplazado. Cuando, en los procesos
histórico-culturales, lo que suele ocurrir es que la cultura superior es
adoptada por los pueblos limítrofes, sin que ello suponga ningún
desplazamiento de las poblaciones. Si hoy se escucha Rock & Roll en
Shangai no es porque los anglosajones hayan invadido (físicamente) la China. Por
otra parte hay que tener en cuenta que cuando un pueblo se desplazó con sus
caballos a territorios en donde no existían, pero tenían condiciones para su desarrollo
(como es el caso de España en América, o de los ingleses en Australia) los
caballos se multiplican sin reparo. Pero cuando la región a donde este pueblo
se desplaza ya está habitada por caballos, la influencia de los recién
llegados es mínima. Esto es perfectamente lógico, puesto que los caballos
aportados “de ramal” nunca pueden ser muchos y, en ningún caso más que los
nativos. Los nativos están perfectamente adaptados a las condiciones de vida
de esa zona y compiten ventajosamente con los recién llegados, de manera que
los, relativamente escasos caballos aportados por los pueblos invasores
tuvieron pocas oportunidades de influir genéticamente en las poblaciones
caballares nativas, tanto por su menor número como por su menor
competitividad ante el medio y fueron absorbidos y neutralizados. Siempre que
una población mantenga la suficiente uniformidad genética y un número elevado
de ejemplares, será capaz de absorber y neutralizar las injerencias
genéticas. Los genes predominantes se imponen por número y por una mejor
adaptación al entorno. Si vertemos un cubo de pintura a una bañera, es seguro
que esta se teñirá permanentemente, pero si lo tirásemos al mar, su efecto
desaparecería en breve y sin dejar ningún recuerdo. Modificar
genéticamente una población semi-silvestre, sana y numerosa, no es posible
sin el consenso y esfuerzo de los gobiernos de varias generaciones. El
todopoderoso Enrique VIII de Inglaterra dictó una ordenanza por la que
obligaba a la eliminación de todos los caballos que no alcanzasen 153 cm. de
alzada, lo que no pudo evitar que este país sea el que cuente con mayor
número de razas de ponis. En España, a pesar de que se vienen importando
razas extranjeras desde el siglo XVII, sus razas autóctonas gozaron de
excelente salud hasta que, en el siglo XX se puso en marcha el proyecto de la
producción del caballo
agrícola-artillero. Este proyecto supuso poner de acuerdo a todas las
partes implicadas y a lo largo de más de un siglo en la conveniencia de
eliminar a todas las poblaciones de jacas autóctonas del norte de España,
mediante la absorción genética con el
Postier Bretón, y, aún así hoy quedan algunos ejemplares puros de
aquellas raza. EL CABALLO CÁNTABRO-PIRENAICO
Es
una de los tres tipos caballares peninsulares, del caballo silvestre ibérico,
el adaptado a vivir en el clima atlántico. Con frecuencia se alude al origen
céltico de las razas caballares cántabro-pirenaicas con el único argumento de
la similitud entre éstas y algunas razas de las Islas Británicas y otros
países europeos. Pero no se tiene en cuenta que en similares condiciones
ecológicas, se producen formas biológicas afines. Las
razas caballares que tradicionalmente se asocian a un origen celta (poni
céltico de Ewart) son: el Islandés (Islandia), Shetland (islas Shetland),
Higland (Escocia), Exmoor, New Forest, Dalles, Fell, Galés y Dartmoor
(Inglaterra), Garrano (Portugal), Faco (Galicia), Asturcón (Asturias) y
Pottocka (País Vasco), Navarro (Navarra), y otras. El
supuesto parecido de estas razas (probablemente existan más diferencias entre
un Shetland y un Fell, que entre éste y un Frisón), puede deberse a muy
diversas causas. Podría provenir, como defienden la mayoría de los autores,
de un origen céltico común, pero también a que habitan en un ecosistema
similar o a un origen común, pero
mucho más remoto; el Equus caballus
gallicus, el que para algunos autores sería el ancestro de todos los
ponis europeos. Tampoco se ha estudiado con el
suficiente rigor la influencia del caballo cántabro-pirenaico en las
poblaciones británicas, pero según Adof Schulten, los Oestrymnios de la
actual Galicia ya comerciaban con los caníbales de las Islas Británicas, en
tiempos de Tartessos. En "Historia Universal" (Ed. El País-Salvat.
Madrid. 2004) podemos leer, con respecto a los vasos campaniformes de la
Bretaña francesa: “Aquí se trata de vasos de tipo gallego y portugués que
prueban que ya entonces, en el III milenio a de J.C., existía un intenso
comercio y navegación sorprendentes, aunque existen también rutas
terrestres”. En el siglo II, tanto en la época de Augusto como en
la Julio-Claudia, Roma trasladó a varias Cohortes Bracarenses a las Islas
Británicas, y en los siglos XIX y XX existió un fluido comercio de jacas
cantábricas con destino a sus minas. Los británicos reconocen que muchas de
sus razas de ponis (Cob Galés, Highland, Connemara, New Forest, Galés,
Exmoor...) comparten sangre española. La
“invasión” celta no se produjo en cuestión de meses, no es que partieran con
todos sus ganados desde sus zonas de origen y
llegaran aquí al poco tiempo. En realidad ese periplo fue muy largo.
Sus orígenes se remontan a 3.000 a. C. Entre los siglos XIII y XII a. C.,
pequeños grupos familiares de campesinos, pertenecientes a la cultura de los
“Campos de Urnas”, comienzan a penetrar, lenta y pacíficamente, desde el
Languédoc y la Cerdaña, al Valle del Ebro. No es antes del siglo VIII a. C.
cuando, procedentes del Valle del Ebro, se hacen presentes en la Meseta
Oriental. De manera que su periplo duró 2.200
años. Es, seguramente, el periplo de una cultura más que la de un
pueblo, pero aún en el supuesto de que realmente se hubiera producido una
inmigración masiva desde el este de Europa hasta la península Ibérica, al
haber tardado tantos siglos ¿qué tendrían que ver los caballos con que
llegaron a atravesar los Pirineos con aquellos con los que partieron? Lo que
dicta la razón es que, a lo largo de su dilatado viaje, cuando sus propios
caballos muriesen, fueran capturando y domando a aquellos caballos silvestres
que se encontraron en el camino y que, para cuando llegaron a estos lares el
tipo de caballo que aportasen no tuviese nada que ver con el de su zona de origen,
como mucho estaría relacionado con el propio de lo que hoy se conoce como
Francia. No es razonable pensar que este pueblo se aferrara a su antigua raza
de caballos, ya que el concepto de raza es relativamente moderno y hasta hace
poco lo que primaba era el concepto de utilidad. No existe ningún argumento
para defender que su caballo “original” fuese superior al que encontraron en
Europa, pero mucho menos en el caso de Iberia . En
cualquier caso, éste es un tema que, tarde o temprano, resolverá la ciencia,
pero ante el que no hay que estar enrocado. Las
razas que, dentro del grupo cántabro-pirenaico, se conservan en la península,
en la actualidad son: el Garrano de Portugal, el Gallego, el Asturcón, el
Monchino, el Potoca, y el Navarro. Según la clasificación de Denis, estas
razas se encuadrarían como “razas primitivas”. Todas ellas se han mantenido
hasta el día de hoy en régimen de semi-libertad, en unas condiciones muy
similares a las de sus más remotos ancestros, lo que ha permitido que, hasta
no hace muchos años, se conservasen en un altísimo grado de pureza y que la
influencia humana en su genética fuese despreciable. La drástica reducción de
sus efectivos y la política destructiva de las administraciones, empeñadas en
“mejorar” estas razas por la vía de la absorción genética mediante el
cruzamiento sistemático con las más diversas razas aptas para la producción
cárnica, las ha hecho desaparecer o las ha puesto en una situación
extremadamente crítica y con escasas probabilidades de salvación. Muy loables
son las acciones emprendidas por algunos responsables de la política
autonómica, que apreciando el incalculable valor de sus razas locales y
entendiendo el trasfondo del problema, han luchado por proporcionar los
medios materiales y humanos necesarios para rescatarlas de su ignominioso (no
tanto por ellas como por nosotros) destino.
EL CABALLO DEL SUR Y ESTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA. Esta sería una de las tres variantes o
sub-especies originadas a partir del caballo silvestre ibérico. Era su
adaptación al clima mediterráneo. Sería el de mayor talla y el de más aptitud
ecuestre. Probablemente fuese la raza caballar más interesante (desde este
punto de vista) de todas, al menos es lo que se deduce de los comentarios de
griegos como Homero (1.000 a, C.) Jenofonte (369 a. C.), romanos como Columela, Varrón, Paladio,
Virgilio y otros. Las diferencias con otras razas
o sub-especies del caballo silvestre euroasiático debieron de ser la
talla, la armonía de formas, el vigor, la velocidad, y, ante todo, el
carácter. Todas estas virtudes son producto de haberse criado en la zona que
mejores condiciones presenta para la pervivencia de su especie (pastos,
clima, minerales...) Este es el ancestro del
actual caballo español (P.R.E.) y del caballo lusitano (P.S.L.). El altísimo interés económico y militar de
estas razas ha provocado que su cría, al contrario que en el caso del caballo
cántabro-pirenaico, se realice de forma intensiva e hipercontrolada, lo que
ha producido un alto grado de intervención humana en su evolución, y en
especial en los últimos doscientos años. Según la clasificación
de Denis, esta raza se encuadraría como “raza mejorada” Mucho se ha escrito
sobre el origen de estas razas. Para unos autores (Shulten) lo introdujeron
los Iberos, desde África, en el siglo XIII a. C. Otros opinan que el
origen está en la invasión de la Península por parte de los Cartagineses, en
el siglo III a. C. La mayoría cree que es el
resultante de la mezcla del caballo peninsular con los caballos bereberes que
trajeron los moros en su invasión. Los menos, creen que los
caballos que aportaron los musulmanes no eran berberiscos, sino árabes. En cuanto a la teoría de Shulten, hoy en
día se tiene un concepto más claro de lo que fueron los pueblos iberos: “Durante
decenios hubo un debate entre los investigadores sobre el origen de los
iberos, a quienes se les asignaban orígenes africanos primero y celtas
después; actualmente, como consecuencia de los descubrimientos arqueológicos
y los avances de la investigación se considera a las poblaciones autóctonas
peninsulares el principal protagonista de un complejo proceso que a lo largo
de los siglos VIII y VII a. C. dio lugar a la formación de una sociedad
urbana y de clases en el Sur de la Península Ibérica: la sociedad Ibérica”. (La
Historia de Almería) Sobre la influencia de los moros en la
población nativa peninsular nos cuenta Don Claudio Sánchez Albornoz (España, un
enigma histórico, EDHASA, Barcelona, 1976), lo siguiente: “En 711 se inició la islamización, no
de los cristianos libres del norte, sino de los ocho millones que quedaron en
el sur bajo el señorío de unos miles de orientales y berberiscos. El gran polígrafo
y eruditísimo genealogista IBN HAZM, sólo registra en la España musulmana del
siglo XI, 81 linajes de origen árabe. Y como los bereberes apenas habían sido
ganados todavía por las doctrinas religiosas del Islam, buena parte de los
conquistadores hubieron de comenzar entonces, como los españoles por ellos
sometidos, su despaciosa adopción de las formas de vida y de pensamiento
islámicos. El proceso de tal adopción hubo de ser
lentísimo. En la capital de la cora o provincia de Elbira (Granada), la mezquita,
empezada a construir por un compañero de Muza, tardó siglo y medio en ser
terminada, según IBN AL-JATIB, por el escaso número de musulmanes que durante
tan largo plazo de tiempo hubo en la ciudad, donde se alzaban en cambio
cuatro iglesias. Y todavía a finales del siglo VIII, reinando Hixam I
(788-796), según AL-JUXAMI, el juez musulmán de la capital de Al-Ándalus era
el juez de la colonia militar de Córdoba, prueba inequívoca de la mínima
importancia de la población musulmana en la primera ciudad de la España
muslim. La orientalización de ésta se inicia con Abd al-Rahman II (822-852).
Sabemos que tropezó con la resistencia del pueblo. Y si a mediados del siglo
IX los cordobeses se negaban a aceptar las modas de Oriente, no es aventurado
afirmar que sus formas de pensamiento, sus apetencias anímicas, sus esencias
vitales, seguirían hallándose substancialmente enraizadas en la más firme
tradición hispana anteislámica. Durante el reinado del califa Abd
al-Rahman III (912-966), todos en la España musulmana hablaban el romance,
incluso el califa y los nobles de estirpe oriental, quienes al cabo de más de
dos siglos de enlaces sexuales con las mujeres peninsulares, apenas si tenían
algunas gotas de sangre no española. Doscientos años después del 711 eran pocos
en la Península los que sabían bien el árabe. Todavía en el siglo X algunos
islamitas ignoraban en España la lengua de los conquistadores. E incluso
mucho después del año mil seguía usándose el romance en las más de las
regiones del Al-Ándalus..... Los islamitas españoles seguían siendo bilingües
a fines del siglo XI o principios del XII”. De
este texto se desprende que los árabes fueron tan pocos que tenían problemas
para imponerse cultural y religiosamente a la población nativa, mucho más
numerosa. Si esto ocurría con asuntos tan importantes como la religión, que
era el auténtico fin de su invasión, ¿Por qué hay que creer que influyeron
tan decisivamente en la raza caballar, si, ni se lo propusieron ni tenían
necesidad? Según
Alonso de Herrera (Agricultura y fertilidad de España, 1513), cuando Abomelic
vino a hacerse cargo de la gobernación de Córdoba dijo: “no había visto tierra de más caballos” No
hay razones para dudar del sentido práctico de aquellas gentes... Si
en la España musulmana siempre fueron mayoría los muladíes (hispanos
convertidos al Islam) ¿qué razón hay para pensar que los caballos africanos
fueron mayoría sobre los hispanos? Afortunadamente, también
hay algún autor que opina que descienden de formas primitivas autóctonas de
la Península, y cuyo representante más genuino sería el caballo Sorraia (Ruy
d´Andrade) El tiempo y la ciencia
dirá quién tiene la razón, pero, por todo lo anteriormente expuesto, parece
que la hipótesis más razonable es la del origen autóctono. Al tratarse de unas
“razas mejoradas” lo más probable es que tenga mayor relevancia el criterio
de selección con que se ha criado, que la posible influencia genética de
otras razas. Al menos en lo que al caballo ibérico anterior al siglo XVIII se
refiere. Posiblemente haya sido a
partir del siglo XVIII, cuando más cambios fenotípicos y genotípicos ha
sufrido. De hecho en la etapa anterior no se distinguía entre el caballo
Lusitano y el caballo Español, y sin embargo, en nuestros días se aprecian
diferencias notables. Lo que mantuvo unidos a
los caballos meridionales de la Península durante la mayor parte de su
historia (además de su origen común) fue su uso. Ya hemos dicho que en la
península se desarrolló un estilo propio de doma “la Jineta”. Este estilo se
pudo desarrollar aquí porque el caballo nativo lo permitía, e incluso lo
pedía. Así como la doma “inglesa” requiere de caballos trotadores y de tranco
largo, y los caballos trotadores y de tranco largo requieren ser montados a
la “inglesa”, los caballos ibéricos requieren ser montados a “la Jineta” y
“la Jineta” requiere de caballos ibéricos. Este estilo de montar es
propio de la Península Ibérica y posiblemente es el más antiguo. Toda la historia de Portugal
y de España se ha realizado a lomos de caballo y desde que entramos en ella
se nos conoció por nuestra caballería, por su extremada eficacia y por el
exclusivo estilo de montar. Aquel caballo ibérico se formó en la guerra y
para la guerra, y mientras fue útil para ese fin, se mantuvieron sus formas
ancestrales. Esas formas extrínsecas y cualidades intrínsecas fueron las que
le hicieron ser considerado el mejor caballo del mundo y que, desde los
tiempos más remotos hasta el siglo XVIII se utilizara para mejorar a la mayor
parte de las razas caballares. EL
CABALLO DE LA MESETA
Los
romanos se refieren a este caballo como Celdón o Fieldón y como el caballo de
la Gallaecia, pero hay que recordar que esta provincia romana, creada por el
emperador Caracalla en el siglo III como Hispania Nova Citerior Antoniana y
luego conocida como Gallaecia, ocupaba todo el noroeste peninsular, incluida
la meseta superior. También se le ha
conocido como Caldón, Thieldón, Thielco, Thieldo, caballo celtíbero y caballo
castellano. Procede de la adaptación del caballo
silvestre ibérico a las condiciones medio-ambientales propias de la zona
central de la Península Ibérica, al clima continental, y sería una forma de
transición entre el caballo cántabro-pirenaico y el caballo del Sur o
estepario. Los pueblos que, a la llegada de los romanos, habitaban esta
zona, eran muy diversos pero compartían rasgos culturales y formas de vida. La
lengua era de tipo céltico, mientras que la escritura derivaba del alfabeto
ibero. Ante todo eran ganaderos y, posiblemente ya realizaban trashumancias
que, siglos más tarde, serían el origen de la Mesta. Su conquista, por parte
de Roma, fue muy lenta y costosa (tardaron 12 años en expulsar a los
cartagineses y 200 en dominar a los celtiberos), ya que se trataba de tribus
de jinetes extremadamente hábiles y belicosos. Don Julio Caro Baroja decía:
“el orgullo de
los celtíberos estaba centrado en su caballería”
(España primitiva y romana, Ed. Seix Barral. Barcelona, 1.957) Después de pacificarlos actuaron como jinetes mercenarios
para las legiones romanas, en la Galia, Italia, Grecia y África, lo que
atestigua su destreza como guerreros y la calidad de sus caballos. “Hasta las reformas de Mario en el año 104 a. C. la
mayor parte de la caballería hispánica romana estuvo compuesta por jinetes
iberos (del mediodía y levante peninsular) con sus caballos ibéricos, en
tanto que a partir de dichas reformas las alas hispánicas de la caballería
auxiliar de las legiones estuvieron engrosadas por gentes de la Celtiberia
(zona central, occidental y norte) con sus caballos fieldones”.
(Lión Valderrabano R. Y Silvela J., 1979. La caballería en la historia militar,
Ed. Academia de caballería. Valladolid. Pág. 96) Silo
Itálico recoge que uno de los premios más cotizados en las competiciones
circenses de Roma consistió en un tronco de caballos celtibéricos (S. Itálico
– XVI – DLXXXIII). Y que cuando Escipión regresó a la Península, después de
arrasar Cártago, ordenó que se celebrasen unas carreras de caballos, como
homenaje; todos los caballos eran hispanos, y el campeón fue “Lampón”, un
caballo Celdón. (S. Itálico. Púnica.
XVI-XXXII) Anteriormente habían colaborado decisivamente con
las tropas de Aníbal, durante las guerras Púnicas. Como consecuencia de la romanización,
esta zona sufre grandes cambios. Se pasa de una sociedad ganadera a otra
agrícola, lo que transforma el paisaje y afecta a la distribución de la ganadería
mayor. Si observamos la actual producción
vacuna extensiva de la meseta norte, podemos ver que toda ella se ubica en
las zonas periféricas, dejando libre el interior. Allí se criaba la vaca
Avileña, la vaca Morucha, la de Lidia, la Sayaguesa, la Alistano-Sanabresa,
la Mantequera leonesa (+), la Campurriana (+),la Tudanca, la Monchina, la
Terreña (+), y la Serrana. Esto es así, no porque el interior de esta zona no
sea apto para la producción de vacunos, sino porque se ha dedicado a una
producción más rentable, la agricultura. Este es el resultado de un proceso
que nace en el Neolítico, que se impulsó con la romanización y que de manera
lenta pero inexorable se fue imponiendo. Todas las tierras aptas para la
explotación agrícola, fueron levantadas y el ganado mayor se vio obligado a
pastar en las zonas marginales, de escaso o nulo interés agrícola. Hasta hace
pocos años, los municipios de la cuenca interior conservaban pastos comunales
para el mantenimiento del ganado de labor, necesario para la explotación
agraria, que, al mecanizarse las labores agrícolas y desaparecer este ganado,
han sido roturados. El
caballar sufrió el mismo proceso que el vacuno, y de la antigua y extensa
población anterior a la preponderancia agrícola, se pasó a poblaciones periféricas
obligadas a mantenerse en pastos de montaña. Esto tuvo dos consecuencias: los
caballos, que de forma natural disponían de los pastos de monte y de valle,
se ven privados de los pastos de la vega y forzosamente tienen que soportar
el invierno en las sierras, lo que influyó en su tamaño, ya que al disponer
de menos alimento se adaptaron reduciendo el peso y la alzada. Segundo
porque, de una única y extensa población se pasó a pequeños grupos aislados,
lo que causó diferencias evolutivas entre las distintas poblaciones. A causa
de este proceso, el antiguo caballo Celdón se meteoriza en distintas razas o
sub-tipos (caballo de los puertos, caballo buronés, caballo lebaniego,
caballo losino, jaca soriana, jacas serranas, etc.) En
estas zonas montañosas la producción de potros es rentable, siempre que sus
madres sean suficientemente duras como para soportar esas condiciones de vida
y, a pesar de ellas, engendrar. La política del ganadero montañés es la de la
producción posible, con la mínima inversión. Esto no podía ser de otra manera
ya que estas zonas de montaña no producen piensos y su importación resultaba
imposible o extremadamente cara. La
falta de piensos hacía que los ganaderos vendiesen los potros inmediatamente
después del destete y éstos eran adquiridos por agricultores de la vega que
los recriaban con sus excedentes agrícolas y con los pastos comunales. Estos
recriadores preferían criar hembras que, al tiempo que hacían el trabajo
requerido por su amo (montura, carga, tiro, labranza, trilla, etc.) eran
cubiertas por un burro, para la producción de mulas. Las mulas eran muy
necesarias y se cotizaban mucho, por lo que la venta de una muleta al año
suponía un gran alivio a sus economías. (Los romanos fueron los introductores
de la producción de mulas en la península) Estas
potras recriadas por los labradores tenían un mayor desarrollo que sus
madres, ya que, aunque el labrador intentaba economizar todo lo que podía en
su mantenimiento, no les faltaba el salvado, paja, cebada, pastos comunales y
abrigo durante el invierno. Normalmente se cubrían por primera vez a la edad
de tres años y lo hacían con un caballo de su misma raza, para evitar los
problemas de parto que se suelen producir en las primerizas cuando se las
cubre con un caballo grande o con un garañón. A partir del cuarto año se las
cubría sistemáticamente con garañón, salvo que la yegua no le aceptase o
fuese incapaz de producir híbridos, en cuyo caso se la seguía cubriendo con
un caballo. Estas crías caballares eran aún de más alzada que sus madres y
abuelas. Esta circunstancia provocó que dentro de la raza de la meseta se
produjeran dos tipos de caballo, el de las sierras, que permanecía como raza
primitiva y el de la vega, que ya era una raza mejorada, si bien los aportes
genéticos del primer grupo hacia el segundo fueron constantes. A este tipo de
caballo mejorado se le conoció, posteriormente, como caballo castellano. EL CABALLO CASTELLANO
La
invasión musulmana y la contraofensiva de los reyes de León, provocó un
retroceso a la situación pre-romana. Muchos campos se dejaron de labrar ya
que las continuas razias hacían imposible la agricultura. La mayor parte de
la población del valle del Duero se retiró hacia el norte, quedando, prácticamente
despoblado. El “ganado silvestre” recuperó sus antiguos pastos. Trescientos
años después de la invasión árabe los castellanos y leoneses lograron
reconquistar la meseta superior. En
el siglo XII la situación agro-ganadera era muy similar a la anterior a la
invasión musulmana, reproduciéndose fielmente el escenario de la cría
caballar, salvo que, mientras duró la Reconquista, las yeguas no se cubrían
con burro, ya que los caballos eran muy necesarios para la guerra. La demanda
era muy alta y el precio también. Cualquier villano que pudiese acudir al
combate con un caballo, se convertía en caballero. En España un enigma histórico, de Don
Claudio Sánchez Albornoz (EDHASA, Barcelona, 1976) podemos leer: “La posesión de un caballo capaz para la
guerra y de un número mayor o menor de armas defensivas y ofensivas y el
hallarse dispuesto a servir como jinete ligero en el ejército, permitió por
tanto a cada hijo de vecino ascender a una posición social superior y al
patriciado gobernante del concejo (t. II, págs.
50-53). El
villano que logra adquirir un buen caballo y se aventura a pelear, como
jinete, contra el moro, adquiere exenciones jurídico-políticas que acaban
equiparándole a los nobles de sangre. Y puede, como el hidalgo, mejorar de
fortuna y trocar la estrechez por la abundancia (t. II, pág. 46). ¡Caballeros villanos!. Constituyeron la
porción más activa de las milicias concejiles que desempeñaron papel esencial
en la historia castellana.... Su número creció con el correr del tiempo.
Llegaron a formar la espuma o patriciado de los centros urbanos de los valles
del Duero y del Tajo. La caballería villana surgió de la
necesidad que sintieron los Condes de Castilla [... ] de disponer de fuerzas
armadas de importancia contra los musulmanes y contra los reinos de León y de
Navarra En 976 García Fernández elevó a la
infanzonía a todos los jinetes de Castrojeriz y sabemos que Sancho Garcés
otorgó muchas mercedes parejas para aumentar sus fuerzas montadas” Además
los reyes reglamentaron muy estrictamente la producción de caballos: “La baja
de la producción y el aumento del consumo- con motivo de las guerras, de la
despoblación de las tierras conquistadas y de la emigración hacia ellas de
los habitantes de las tierras norteñas- habían ya movido a varios reyes de
Castilla y León -al mismo Alfonso X entre ellos- a prohibir la salida del
reino de los productos más necesarios al buen equilibrio de la economía
nacional: de los productos que por su gran interés para la vida diaria de los
castellanos, por su gran valor, por su gran rareza, por la dificultad de su
fabricación, por su necesidad para la guerra o por otras razones parecidas,
podían ser más indispensables para todos. Alfonso el Sabio prohibió la exportación
de oro, plata, mercurio, caballos, ganado vivo o muerto...”. (t.
II, pág. 130).
El Losino o jaca burgalesa es uno de los sub-tipos descendientes del
primitivo caballo de las mesetas. Es el único existente en la actualidad, ya
que las demás variedades se extinguieron. |
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